EL PRADO DE PROSERPINA

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 En El prado de Proserpina, el lector puede perderse en una poesía que sacrifica gustosa sus formas en pro de una insistente búsqueda del sesgo emocional. En este libro encontramos pues un desarrollo poético jalonado interrupciones formales, cuentos, versos y prosas que juguetean entre ellos seguramente por encontrar el centro del laberinto emocional común a todo ser humano. La lectura de El prado de Proserpina, tanto en sus cuentos como en su poesía, que parece querer recordar insistentemente que no quiere serlo, nos traslada a un mundo disfrazado de lejanía que desde los primeros renglones nos hace suyos y resulta extrañamente cercano, y donde los personajes desarrollan los más clásicos clichés desde un punto de vista eminentemente refrescante.

El insistente mestizaje formal que se advierte a lo largo de la obra se convierte pues casi en parte argumental, dotando a ese sesgo de la palabra de cierto desconcierto y continua interrogación emocional.

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