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habiendo hallado en ellas cosa alguna contraria á los dogmas de nuestra santa Religion y sana moral, las juzgo muy dignas de ser dadas á la pública luz, traducidas en nuestro idioma, como las presenta la Libreria religiosa. Barcelona 13 de febrero de 1854.

Josk Jactaero (CT, Pbro. y Maestro en sagrada teologia, de la Orden de Predicadores.

APROBACION.

Barcelona quince de febrero de mil ochocientos cincuenta y cuatro : En vista de la anterior censura, damos nuestra aprobacion para que se impriman estas

dos obras.

DR. EZENARRO, Vicario General.

Mientras que las corporaciones sábias pasan el tiempo dormitando sobre masas de hechos que embarazan la ciencia, bueno es y aun necesario excitar un poco el celo de nuestros maestros, á fin de que ellos mismos no incurran en la nota que han echado en cara á los miembros del clero de haberse dormido en el santuario, y de haber dejado apagar sus lámparas. Sea lo que fuere, despertaos al fin todos, tiempo es ya de levantarse; la hora de la libertad ha sonado para la ciencia como para la política. Para una y otra debe empezar una nueva era, á fin de que ambas marchen emancipadas al fin á que Dios las llama. Esperamos que el clero no se hará sordo á los mil clamores que se levantan do quiera para convidarle á tomar su parte en ese trabajo de emancipacion universal.

Para que esta obra de regeneracion científica pueda verificarse con éxito completo, es menester que el edificio de la ciencia quede, en fin, sentado sobre el fundamento bíblico y sobre el principio de la unidad; esto es, sobre la firme roca de la verdad. Semejante revolucion en las ciencias humanas hará modificar mas ó menos todas las teorías modernas sobre la astronomía, la física, la química, la cosmogonía, la geología, la geognosia, etc.; y porque, en fin, forzoso es decirlo, ¿en qué consiste que hoy las ciencias se han desviado tan deplorablemente de la línea católica y del elemento bíblico, que deben ser constantemente su pura

fuente y su eterno principio? La razon es clara y palpable; consiste en que nuestras ciencias se han hecho ateas como nuestras leyes. Dios, de quien derivan las ciencias y las leyes, se halla desterrado de unas y otras. Los Racionalistas, armados de sofismas y de orgullo, se han dicho á sí mismos en su delirio impío: Celebrarémos, exaltarémos la magnificencia de nuestra palabra ; las ciencias y las verdades brotarán de nuestros labios y de nuestra pluma como de su manantial y de su principio; ¿quién nos dominará entonces? Linguam nostram magnificabimus, labia nostra à nobis sunt; quis noster dominus est? (Ps. 11). Hé ahí la obra impía del orgullo humano.

Es menester, pues, que el clero vuelva á empuñar con mano firme el glorioso cetro de la ciencia, á fin de que pueda reinar sobre los espíritus por el ascendiente superior de las luces. Hoy, como en otro tiempo, debe ser la luz del mundo, lux mundi; y entonces su poder sobre las almas será grande, será inmenso. Las inteligencias no resisten por lo comun al imperio de la ciencia y de la caridad. Además, el brillo del saber, en nuestro siglo positivo y escudriñador, debe servir de auxilio del sacerdote para contribuir á sostenerle en el grado de consideracion y de influencia sociales necesarias al ejercicio de su santo ministerio. Si los eclesiásticos poseyesen, como en otro tiempo, el tesoro de la mayor parte de las ciencias humanas, ¿creeis que se les negarian el respeto y la consideracion que se les deben? No; esto seria imposible. Así, pues, el sacerdote debe ser otra vez el ministro de la ciencia y del verdadero progreso. Tal es la necesidad del siglo. Mas adelante verémos que el arma poderosa de la ciencia no es menos necesaria para la defensa de la revelacion, es decir, de la fe y de la religion católicas. Véase por otra parte en mi última obra intitulada: El sacerdote y el médico ante la sociedad, la indicacion de todas las ciencias en que el clero debe estar mas ó memenos iniciado. Vengamos ahora al objeto especial de este libro. Nunca hemos hecho gran caso de las disputas cosmogónicas y geológicas mientras solo se ha tratado de opiniones humanas, porque harto sabemos que todo lo que procede del hombre solo no tiene ni fuerza, ni consistencia, ni duracion. Semejantes á las olas del Océano que se levantan hasta las nubes para venir á estrellar

se contra la inmóvil roca de la playa, los sistemas erigidos con grande esfuerzo contra el texto bíblico, vendrán todos, como un vapor de la mañana, á desvanecerse en presencia del resplandeciente faro de la revelacion. Tal es el inevitable destino de todas las ideas de los sábios que quieren prescindir de la ciencia de Dios.

Ciertos eruditos han querido fijar las relaciones de ortodoxia de la ciencia con la Biblia; pero, en vez de adaptar la ciencia á la revelacion, han pretendido subordinar la revelacion á la ciencia. ¡Vano trabajo! ¡ocupacion estéril! Occupatio pessima! Sus ideas de orgullo han quedado desvanecidas como una sombra: Evanuerunt in cogitationibus suis. (Rom., 1, 21).

Es menester, pues, tomar la ciencia bíblica como punto de partida; sobre la narracion mosáica deben medirse en adelante las ciencias cosmogónicas y geológicas. Digámoslo en alta voz: en ello está interesado el amor propio de los autores, como la experiencia lo prueba todos los dias. Tarde ó temprano, los sistemas quedan sometidos al criterium de la Biblia; crisol terrible en que se depuran todas las opiniones humanas; esplendorosa verdad ante la cual sejderriten como la cera junto al fuego todas las hipóteses que no pueden soportar su vivo y molesto brillo.

Algunos sábios, sin embargo, se han esforzado en poner sus opiniones cosmogónicas al abrigo de esta terrible prueba, colocándolas bajo la proteccion tutelar de la Biblia. Pero ¿las protegerá la Biblia? Esto es lo que examinarémos en el discurso de la presente obra. Como quiera que sea, esta idea de acudir á la verdad es siempre un pensamiento de progreso que saludamos, y aun aceptamos con interés y placer.

Sabemos que Dios hizo todas las cosas á tiempo, y que las hizo todas perfectamente buenas; despues de lo cual, lo entregó todo á la discusion del entendimiento humano. No ignoramos tampoco que al parecer obró así, precisamente para que el hombre no descubriese el secreto de su Criador: Cuncta fecit bona in tempore suo, et mundum tradidit disputationi eorum, ut non inveniat homo opus, quod operatus est Deus ab initio usque ad finem. (Eccles., II, 11). Pero sabemos tambien que el hombre capaz de poner un freno á estériles razonamientos, y que confiesa humildemente su absoluta

dependencia de Dios, puede descubrir, en la ciencia revelada, lo que nunca encontrarán en ella esos eruditos incrédulos que penetran en las tinieblas de la antigüedad en busca de argumentos, ó mas bien miserables sofismas contra la historia bíblica, y que de buena gana adoptarian todos los absurdos desvarios de los tiempos fabulosos, con tal que se les dispensase de creer en nuestros Libros santos. Tan cierto es aquel sagrado adagio: Aquae furtivae dulciores sunt. (Prov., ix, 17).

Sin Dios, la ciencia humana nunca hará grandes progresos; lo hemos dicho ya en otra parte. Por mas que algunos orgullosos filósofos hayan querido excluir á Dios de la ciencia y de sus libros, el Señor no deja por esto de ser siempre el Dios de las ciencias. Deus scientiarum Dominus est (I Reg., п, 3); y en caso necesario él sabrá obligar á los sábios soberbios á recordarlo.

Así, pues, la narracion mosáica debe ser nuestra regla y nuestra brújula. Sí, Moisés debe servirnos á todos de piloto, so pena de sufrir un funesto é inevitable naufragio. Un célebre físico de nuestros dias, Mr. Ampère, ha dicho: «Ó que Moisés tenia en «las ciencias una instruccion tan profunda como la de nuestro si«glo, ó que estuvo inspirado.» (Theorie de la terre).

El sábio Linneo afirmó igualmente que Moisés no pudo escribir sino bajo la inspiracion del Autor de la naturaleza y de la ciencia: Neutiquam suo ingenio, sed altiori ductu. (Curios. nat.).

<«<Dirémos, dice Mr. Godefroy, que Moisés escribia dictándole «el Dios de las ciencias. Y, admirando, añade, que Moisés en su <«<relato se atreviese á colocar la luz antes que el sol, reconoce«mos con un apologista moderno (Frayssinous), que solo la ver« dad pudo hacerle escribir una cosa que, no por ser verdadera, <«<era menos extraña ni menos chocante en apariencia.» (Cosmogonie de la révélation).

<< Si se considera, dice Mr. Marcel de Serres, que no existia la «geología en la época en que fue escrita la historia de la creacion, «y que los conocimientos astronómicos estaban entonces poco ade«lantados, nos vemos obligados à concluir que Moisés no pudo «adivinar de un modo tan exacto sino á consecuencia de una re«velacion... Los nuevos descubrimientos de las ciencias físicas, << léjos de estar en oposicion con aquel libro admirable, han ve

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