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Cataluña. Al dia siguiente 3 de Diciembre llegó á Lérida otra comision nombrada por los setenta y dos representantes de las Córtes aragonesas, la cual pidió al Rey que tratase á su hijo con clemencia, le manifestó el vivo interés que por este se tomaba todo el reino, pidió que se le entregase su persona y ofreció, si esto se verificaba, condescender á todas las demandas que les habia hecho esta comision obtuvo la misma acogida que la anterior. No creyendo á D. Cárlos bastante seguro en Lérida, le hizo el Rey llevar al castillo de Aytona donde habiendo sabido que su padre pensaba trasladarle á otra prision mas lejana, pidió á los diputados aragoneses que intercediesen para que le pusiese en poder del reino de Aragon, á lo cual aquel no quiso acceder, sino con la condicion de que renunciase á todas las libertades del reino. De ninguna manera querian los representantes aragoneses consentir semejante desdoro; pero movidos por los continuos ruegos de D. Carlos, lo consintieron aunque con repugnancia. Tanto ahinco de parte del Príncipe en ponerse bajo la proteccion de los aragoneses debia precisamente estrañar á los catalanes que tanto trabajaban para que su persona les fuese entregada; pero Abarca disipa completamente esta estrañeza que tambien manifestó algun otro analista, diciendo que cuando aquel pedia con tal ansia que le entregasen á los aragoneses, ignoraba "los empeños y finezas de la nacion catalana.”

En efecto, mucho habia trabajado, y trabajaba aun el Principado en su favor. Inmediatamente despues del desaire dado por el Rey á los diputados, nombró Cataluña un consejo de veinte y siete personas, las cuales junto con aquellos debian entender en cuanto fuese necesario para obtener á toda costa la libertad de D. Carlos. Su primer acto fué nombrar doce individuos de su seno, á cuyo frente iba el Arzobispo de Tarragona para que volviesen á presentarse al Monarca con la misma demanda y para que esta embajada hiciese mas efecto en su ánimo, el consejo envió mensajeros á Fraga para que aquellas Córtes nombrasen tambien algunos representantes à fin de que unidos con sus comisarios, pidiesen lo mismo y al propio tiempo. A pesar de su

oportunidad, esta invitacion fué desatendida por los Aragoneses y en su consecuencia pasaron los comisionados del Principado á ver á D. Juan. Llegados à su presencia manifestó el Prelado el objeto de su mision, pidió clemencia y libertad para el Príncipe, demostró la indignacion de los pueblos que le creian inocente, los males que un nuevo desaire pudiera ocasionar; y por fin le dijo que si Dios le habia colocado en el solio era con la obligacion de mantener la paz y tranquilidad entre sus súbditos. La respuesta del Rey fué la del hombre mas obcecado: contestó que él no tenia ninguna especie de odio á D. Cárlos, que su desobediencia y las asechanzas que continuamente ponia á su vida le habian precisado á prenderle, que le constaba que se habia aliado con el Rey de Castilla para usurparle la corona y "al decirlo, maldijo la hora en que le engendró” (1).

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Al ver la Diputacion el poco fruto que habian alcanzado sus comisionados, apeló á otros medios y así es que à pesar de que Luis Despuig, Maestre de Montesa y D. Lope Gimenez de Urrea entraron en Barcelona el dia 6 de Febrero de 1464 encargados por D. Juan de apagar las primeras chispas de insurreccion que empezaban á asomar, no pudieron impedir que se formase un numeroso ejército y que dos dias despues de su llegada fuesen sacadas las banderas real y general del Principado que fueron colocadas sobre la puerta del edificio de la Diputacion con voz de salir contra los malos consejeros del Rey. No contentos aun la Diputacion y el Consejo de Barcelona con aprestar toda clase de tropas suficientes para resistir cuantas fuerzas pudiese el Rey enviar de Aragon, armaron á toda prisa veinte y cuatro galeras, las que prepararon para cualquier suceso, pues tenian noticia de que en las aguas de Tarragona habia algunos buques mandados por enemigos de D. Carlos. El modo de obtener la libertad de este era el único pensamiento que ocupaba á Cataluña entera; y sus naturales cuya voluntad es siempre invariable, resolvieron alcanzar su propósito á cualquier precio. Al ver tanto entusias

(1) Zurita, Abarca, Quintana.

mo el gobernador del Principado Galceran de Requesens que era tenido por uno de los acusadores del Príncipe, huyó precipitadamente de Barcelona; pero advertida al instante su fuga, fué perseguido, preso y conducido á la veguería de la capital.

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Poco tiempo despues de la prision de D. Cárlos fué tambien preso D. Juan de Beamonte su principal consejero y gobernador de Navarra durante su permanencia en Nápoles y Sicilia y llevado al castillo de Ascó, donde se le recibieron muchas declaraciones sobre los crímenes que à aquel se imputaban. Acusábase á D. Carlos de haber querido matar á su padre para lo cual debia valerse de gentes de toda la corona de Aragon que á ello se habian ofrecido, y de que queria marchar á Castilla, con cuyo objeto D. Enrique enviaba tropas à la frontera. Los agentes de Don Juan esparcieron la voz de que se habia interceptado una carta del de Viana donde decian que estaban las pruebas; pero esta carta no existió, ni entonces fué conocida, ni nadie la ha podido citar, y ni siquiera decir donde se hallaba. Horrorizado Beamonte al oir tan bárbara acusacion contestó con entereza que todo era una calumnia, que jamas habia oido hablar de ello, ni el Príncipe pensaba en tal cosa. Declaró, si, los temores que á este infundia el empeño con que su padre se negaba á declararle primogénito, los muchos avisos que recibia de que intentaba quitarle el reino de Navarra para darlo á su hijo D. Fernando, y por fin, cuanto le disgustaba el juramento que D. Juan exigia á los navarros que habian sido partidarios suyos (1); pero depuso tambien que a pesar de su disgusto nunca habia querido quejarse. Preguntado sobre los tratos entablados con el Rey de Castilla para el casamiento del Príncipe con la Princesa D.a Isabel, contestó que efectivamente era verdad que se estaba tratando este matrimonio; pero que para él deseaba D. Carlos el consenti

á

(1) «Que le jurassen por Rey y Señor y de serle fieles vasallos y que conocian que en tiempos pasados avian errado en servir al Príncipe y que de allí adelante aunque le viessen morir no fuessen tenidos de valerle." Zurita.

miento paterno y que con este motivo pedia á D. Enrique la restitucion de todos los bienes que D. Juan y su hijo D. Alonso habian 'poseido en aquel reino. A pesar de las amenazas que se le hicieron tanto en Ascó como en Fraga y Zaragoza à donde sucesivamente fué llevado, contestó siempre que no sabia mas, y que cuanto se decia haber intentado D. Carlos contra su padre, era una calumnia de sus enemigos.

Organizadas que fueron las tropas catalanas, resolvieron la Diputacion del Principado y el Consejo de Barcelona enviar otra embajada al Rey con el doble objeto de procurar la libertad de D. Carlos pacificamente y de hacerle observar en caso de negativa cuan decididos estaban á alcanzarla á toda costa, y los medios con que contaban. Para ello nombraron cuarenta y cinco personas cuyo presidente era el Abad de Ager, las cuales marcharon en seguida en busca de D. Juan, acompañadas de una numerosa escolta de caballería. Hay quien asegura que al saber este su aproximacion, huyó despavorido, à pié, de noche y sin cenar, y que la embajada no pudo verle, pero esto no es cierto. La embajada halló al Rey, y el Abad su presidente le representó que el Principado pedia à voces la libertad de D. Carlos, que solo con esta concesion se sosegarian los pueblos justamente irritados, que tuviese piedad del Príncipe que al cabo era hijo suyo; y viendo que sus palabras no producian el efecto que deseaba, le manifestó cuan decidida estaba Cataluña á libertar á toda costa á su hijo, añadiendo por fin que si fiaba en los socorros del Conde de Foix recordase que una vez habian los franceses entrado hasta Gerona y se volvieron vencidos, pocos y sin Rey. Ninguna de estas razones hizo fuerza en el ánimo del Monarca que contestó irritado que haria lo que le pareciese justo sin que le intimidase el aparato guerrero del Principado, y queriendo tambien amedrentar en vez de demostrar temor añadió: "Acordaos que la ira del Rey es mensagera de muerte." (1)

Poco conocia D. Juan al pueblo que provocaba. Apurados ya

(1) Quintana.

todos los medios de paz, creyeron los catalanes indispensable el acudir á las armas y asi lo hicieron. Alzóse todo el Principado al toque de somaten, y los partidarios del Rey tuvieron que replegarse y escapar para evitar la infalible muerte que les esperaba. Este en tanto vacilaba en lo que debia hacer : deseaba sostener con decoro la autoridad real, pero sus consejeros le hicieron ver que no habia otro medio de salvacion que la fuga. A pesar de la repugnancia que esta le causaba, pues no puede negár-sele un valor á toda prueba, decidióse por fin á verificarla al tiempo en que cundiendo ya por Lérida la sedicion, dejaba resonar por las calles su sordo y terrible murmullo. Este fué poco á poco aumentándose y algunos momentos despues el pueblo irritado inundaba cual un estrepitoso torrente el palacio real. De nada sirvió la obstinada resistencia que los partidarios de Don Juan opusieron para ganar tiempo: sucumbieron al furor del `pueblo que armado de lanzas y espadas registraba con la mayor escrupulosidad todas las estancias y destrozaba hasta las cortinas y camas entre las cuales creia encontrar al Monarca. Este entretanto se dirigia á Fraga donde estaban su esposa é hijos y donde en virtud de auto de Córtes habia sido trasladado el de Viana. Alli creia estar en salvo, pues aunque indignados los aragoneses, no habian llegado al estremo de los catalanes; mas su ilusion fué vana, pues los leridanos en cuya sangre hervia un odio profundo contra D. Juan, mas irritados si cabe al saber su fuga, salieron al dia siguiente con las banderas desplegadas y en direccion á Fraga. Al saberse en esta villa la noticia, llenáronse todos sus moradores de la mayor consternacion, y el Rey al ver tan inminente el peligro prorogó las Córtes para Zaragoza, á donde se marchó al instante con su familia llevándose tambien á D. Carlos.

Llegados los catalanes á Fraga, la pusieron cerco. Entretanto el ejército que se habia juntado en Barcelona marchaba con la mayor rapidez á reforzar el campo de los leridanos llevando al frente á los intrépidos D. Juan de Cabrera conde de Módica y al vizconde de Rocaberti, á los cuales se unieron despues D. Hugo

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