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digo, estaban gran cantidad de caballería escondidos para hacer de repente un salto; y el Conde viólos, y entró por el escuadron de retaguardia diciendo: «¡ Victoria que vencen los nuestros, vamos á ayudalles!» Y hizo con esto volver las caras de los soldados y arremeter tras los que iban en el alcance de los moros, para que cuando su caballería arremetiese (como lo hizo), hallasen espaldas donde recogerse. Fué este negocio tan sustancial, que si no fuera así, sin duda se perdieran aquellos soldados; y así, cuando los moros arremetieron hallaron lo que no pensaron, y el arrillería tiró de tal manera, que era el mayor contento del mundo ver tantos como mataba, que dejaba hecha una calle muy ancha por do pasaba la pelota. Duró el pelear dos dias y dos noches enteros, que como eran tantos, tenian lugar de remudarse y de venir unos y irse otros, y lo que más nos fatigaba era la sed, que hay falta de agua; y no entendais que el pelear que digo fué sin dejar de combatir (que esto no puede ser humanamente), sino que fué segun venian y apretaban, y así se peleaba, que algunos habia que no peleaban algun rato porque no apretaban aquel lugar. En conclusion, que con todos estos

trabajos llegamos en salvo á Orán, aunque con pérdida de harta gente; pero con haber escapado todos, lo tuvimos por gran negocio, y, cierto, fue tan grande, que no hay cosa que á ello llegue, y más retirándose ganar cinco batallas, que era menester todos pelear muy bien; es cosa que no se ha visto ni creo se verá jamás; y así, entre los soldados viejos era esto tan celebrado, que decian cosas extrañas dello. Súpose aquellos dias que entre los enemigos habia 17.000 tiradores, toda gente práctica: estuvo el campo allí algunos dias descansando, y túvose aviso que, en una sierra que allí cerca estaba, habia gente de moros, y el campo fué allá á tomarlos, y entre los que eran de guerra habia algunos de paz, y los caballeros que habian ido de España querian que ninguno fuese de los de siguro, y porfiáronlo mucho. Alonso Fernandez de Montemayor estuvo de contrario parecer, diciendo que se guardase la palabra, y sobre esto pasaron las voces adelante, casi á llegar á las manos; y es cierto que estuvo todo para perderse, porque estuvo el campo dividido en dos partes, y acaso no estaba allí el Conde sino su hijo Don Alonso, y estaba apartado de donde esto pasaba; y tambien habia allí obra de 600

lanzas de moros amigos que se llegaron á Alonso Fernandez, á quien ellos llamaban Burrixa, por las plumas que traia, y dijeronle que matase aquellos, y que por la ley de Mahoma ellos lo llevarian á Bujía ó á Melilla, y esto con tanto ánimo que era cosa extraña verlo; y si Dios no trajera pronto á D. Alonso, sin duda hubiera alguna rota; y llegado él todo paró, porque riñó á los que esto estorbaban.

Mendoza. ¿Y los moros cumplieron lo que decian?

Navarrete. Sin duda creo lo hicieran, por ser tan bien quisto dellos, que no se puede decir por palabras; y de allí vino Alonso Fernandez malo de calenturas, y murió dentro de catorce dias, con tanto dolor de todos los del campo como era razon faltando un hombre tal, y tan mozo que no tenia aún veinte y cinco años, y habia por su mano muerto muy muchos moros, sin jamás sacarle sangre, el más gentilhombre, más airoso que se puede pensar. Enterróse en Sancto Domingo, con tanta pompa como si fuera la persona del Conde, y con tanto sentimiento de todos, porque él lo merescia. De ahí á poco se trató con Almanzor, tio del Rey, el Capitan general que dije que era tan valeroso,

que con andar su sobrino huido y tener al Rey, su contrario, en su poder, le dijeron que, pues tenia al Rey en su poder y á sus tesoros, que ganase la gracia del Conde y se lo entregase, y los dineros, y que haria Rey á su sobrino. Lo que le respondió fué decir que no quisiese Dios que fuese traidor á su Rey; y en el mismo punto hizo despertar al Rey, que dormia, y le dijo que se fuese, que habia nueva que el Conde estaba cerca, y así se fué el Rey; y él entónces, ido el Rey, trató con el Conde como hiciese Rey á su sobrino. A este trato salió el campo con obra de 2.000 hombres, hácia una provincia que se llama Benarax, que hácia allí andaban ciertos turcos á sueldo del rey de Tremecen, y ellos huyeron y dejaron aquella provincia á el Almanzor y á su sobrino; y con esto se volvió el Conde hácia Orán, que no tenia potencia para ir á Tremecen otra vez, y en el camino aconteció una cosa extraña, y fué, que el Conde con 20 moros y 40 cristianos se apartó del campo, y 600 lanzas se le aparecieron en parte que no habia sino un aceituno y unas cambroneras donde recogerse; y allí juntos, espaldas con espaldas, pelearon con gran daño de los moros. Esta es la del Aceituno, tan celebrada, que

acá habeis oido decir. Una cosa os quiero decir que hizo allí Baldelomar, el torero, que bien conocísteis, que se apeó del caballo á quebrar las lanzas que habia en medio de la rueda que tenian hecha los cristianos, que fueron tantas, que hinchió dos alforjas de los hierros solamente, y en esto hizo tanto daño á los moros, que visto que no tenian lanzas se cargaban de piedras para tirar, y era tanta la lluvia dellas, que derribaban de los caballos á los que allí estaban, aunque esto les costaba caro, que los tiradores que allí habia, que serian cuatro ó cinco, mataban muchos, y el uno dellos, que se llamaba Espinel, un adalid, derribó é herió 33, con otras tantas jaras que tenia en su aljava. Juan Ponce de Leon se señaló este dia mucho con los que allí estaban, que como murió su hermano sirvió en su lugar. Visto los moros el daño tan grande, llegóse uno dellos adonde estaban y dijo: «¿Está ahí el Conde?» El Conde mandó dijesen que sí, y el moro dijo: << Decidle que se vaya con el diablo, que ni con pocos ni con muchos lo podemos vencer. » Y así se fueron. El Conde quedó allí aguardando al campo que comenzaba á parecer por aquella parte, y alojaron aquella noche allí, y con las lanzas que

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