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ñamos que los conocimientos sucesivos sean estraviados, corrompidos, separados de todos los nobles instintos de nuestra alma, sin pensar en que los conocimientos primeros que han de ser su base han sido descuidados, debidos á la casualidad, cuando no torcidos por maldad ó ignorancia y muchas veces por estas dos causas á la vez. La educacion se ha comparado en numerosas ocasiones á la tierna planta que se fija y se hace crecer con el riego y el cuidado, y el simil no es impropio: si la descuidamos, se encorva el tronco, arroja un follage vicioso ó estiende lánguidamente sus ramas. Por eso en la segunda parte no he encontrado mas que las menos paternales manos que pueden encargarse de este precioso tesoro; pero si este justo deseo no puede cumplirse enteramente, cuidemos mucho de las que busquemos para sustituir las nuestras, que á lo ménos sean puras, que sean dignas; y por lo tanto démos á esta sustitucion de nuestros deberes, los mas sagrados, toda la importancia que se merece; respetemos á los hombres que van á preparar el entendimiento y los sentimientos de nuestros hijos; y no tengamos la bárbara y doble inconsecuencia de apetecer que esta delicada obra sea perfecta y que la consumen hombres de quienes nos burlamos y que elegimos sin discernimiento ni atencion.

En los paises en que se considera la enseñanza y la educacion con todo el miramiento que requieren, se ha pensado en formar estos maestros, y de aquí ha nacido una especie de ciencia nueva, la pedagogia; el mismo objeto han tenido las escuelas normales, aunque con la diferencia de que en estas solamente se preparan maestros hábiles, y la pedagogia, segun la han comprendido los alemanes sus inventores, les muestra como se enseña y como se maneja al alumno; ciencia mas dificil de lo que parece á primera vista y que esplica como un hombre muy lleno de conocimientos no puede trasmitirlos á sus discípulos, y como por el contrario, otros menos doctos consiguen mas felices resultados.

Los métodos de enseñanza han variado segun los progresos que han hecho las ciencias, pues todas y muy particularmente las que tienen una inmediata relacion con las facultades de nuestro entendimiento han debido contribuir á ellos. Por mas que se pretende en el dia que han existido maestros tan estúpidos que no desarrollaban en sus alumnos sino la memoria de las palabras, esto no se ha verificado nunca en semejante sentido, aunque la ignorancia ó las preocupaciones del profesor hayan podido dar mas importancia de la que tiene realmente este estudio mecánico de los signos, sin referirse á las ideas que deben representar. Si así ha sido en verdad que no habrán enseñado cosa alguna los que han querido reducir los niños á la clase de urracas ó cotorras; pero es cierto que el que

de estos niños ha recibido ideas, no ha podido lograrlo sino por esplicaciones mas ó ménos estensas de su maestro, y seria demasiado suponer que no se ha enseñado nada hasta ahora que se ha manifestado toda la importancia del sistema esplicativo, á tantos como han hecho ver la ciencia que efectivamente aprendieron. Este método esplicativo cuando se propone esclusivamente, cuando no se quiere hacer uso alguno de la memoria de las ideas, es inútil absolutamente para la enseñanza, y sobre todo para la elemental, pues intentar que una mera esplicacion baste para que retengamos un principio y para que establézcamos su hilacion con otros que háyamos adquirido de la misma manera, es exigir imposibles. Por eso los partidarios del mismo método que han apetecido sacar algun partido de sus lecciones, han presentado á sus discípulos una série de cuestiones, que al fin aprenden de memoria y que les sirven de punto de apoyo, sobre el que se fijan las nociones que de esta manera tienen estabilidad y enlace en nuestro entendimiento. Los que exageran este método, á que los muchachos se aficionan estraordinariamente, porque les escusa de estudiar, consiguen, cuando mas esparcir algunas ideas vagas á sus discípulos, que tienen luego precision de volver á examinar con profundidad, si es que han de saber realmente las materias. Repito que para enseñar es menester esplicar á fin de que se aprendan las cosas con la memoria de las ideas y no con la de las palabras: que siempre se ha esplicado, porque siempre se ha enseñado; y que los dos escesos son víciosos: el que todo lo reduce á una memoria mecánica es hasta ridículo, el que nada quiere que se fie ni aun á la memoria de las ideas pierde su trabajo, pues no facilita nocion alguna.

No falta quien se afane por metodizar la instruccion de manera que los discípulos aprovechen rápidamente en gran número, y reteniendo con facilidad las nociones; tal ha sido el origen del sistema de repeticion ó lancasteriano. Cuantos estudiantes han aprendido mucho de memoria, han conocido que estudiando en voz alta conservaban mas fácilmente su leccion, pues una vez la percibian por la vista y otra al mismo tiempo por el oido; este es el fundamento del sistema lancasteriano, repetir una nocion tantas veces sin confusion, para que cada individuo, oyéndola por otros tantos cuantos compongan la clase, la retenga mas puntualmente y con mayor firmeza. Hay materias que podrán adquirirse así muy bien, pero en todo lo que haya menester esplicacion ó ejercitar la inteligencia fuertemente, no es dable conseguir ningun resultado. Establézcanse pues escuelas de primeras letras de esta especie; serán muy útiles como lo son igualmente para la instruccion de artesanos, cuya educacion fué descuidada, ó en los regimientos

para que la tropa adquiera con rapidez y sin distraccion de sus deberes tales rudimentos.

Por lo demas, no hay que ofuscarse con ilusiones, es preciso estudiar, trabajar, sudar y fatigarse para penetrar en el conocimiento de las ciencias y de las ártes: la esperiencia unida á la filosofia demuestran que no hay mas que este escabroso camino para llegar con suceso al fin importante que nos proponemos. Yo sé que en las bellas ártes es necesario el genio; pero que no se engañen los que aspiran trepar hasta la cumbre del Parnaso, este genio con una aplicacion suma, con un trabajo incesante, es el que ha producido los grandes hombres. Las halagüeñas insinuaciones de que basta la disposicion natural, de que las reglas jamas forman por sí solas al artista, sin dejar de ser verdad, lisonjean la vanidad y la pereza de los que quieren sobresalir sin afanarse. Y no se crea que son las ártes las que únicamente exigen esta aptitud natural, lo mismo sucede con todos los ramos del saber humano; raro ingenio los recorre todos con felicidad: hay matemático á quien el númen poético negó sus emociones y su melodía. El famoso Cuvier no podia resistir la música; y yo he conocido jóvenes de muy buenas disposiciones para otras clases de enseñanza, que jamás lograron resolver el mas ligero problema de aritmética. Uno de los medios de que se ha valido siempre la sagacidad de los Jesuitas para obtener tantos y tan frecuentes resultados en la enseñanza, cosa que no puede negarse sin una conocida injusticia, es el ojo observador con que supieron distinguir la índole y la disposicion de sus discípulos: discernimiento que segun parece les asiste en todos los servicios que obtienen de las personas de su dependencia, pues á cada una no se le emplea sino en lo que hace muy bien, en lo que sobresale, y solamente en esto, porque así logran lo mejor y lo mas cumplido para sus fines. Así pues la laboriosidad y la idoneidad en el que aprende (y no olvidemos nunca lo primero) son los requisitos indispensables para el saber.

Muy célebre ha sido en todo el principio de este siglo el sistema de Henrique Pestalozzi, que Amadeo Fichte aseguraba que por la esperiencia habia encontrado el método que apeteciera la filosofia: en él se encuentra la doble accion de un desenvolvimiento completo de nuestras facultades intelectuales, y de nuestra organizacion fisica, siendo constante que todos los ejercicios gimnásticos que despues se han perfeccionado por Amoros y los que mas ó ménos inmediatamente han seguido sus ideas, tienen su fundamento en las operaciones que Pestalozzi habia dispuesto para conseguir el gran fin de robustecer nuestra complexion, y que esta misma robustez prestando toda espedicion y energía á nuestra orga

y

nizacion, facilitase infinitamente las funciones de nuestro entendimiento ó los sentimientos de nuestro corazon: es una verdad conocida de todo el mundo que un estado valetudinario, entorpece nuestras facultades, distrae con el dolor nuestra atencion y dificulta la adquisicion de las nociones por el entorpecimiento de los órganos en contacto, si puede hablarse así, con estas facultades del alma. Pero es en la esplanacion de estas en donde ponia todo su ahinco el método pestalozziano; para aprender no es menester tanto hacinar en nuestra mente multitud de ideas, cuanto agilitar nuestras facultades recibir para elaborar todas las que convengan al lleno de la satisfaccion de nuestras necesidades fisicas, morales é intelectuales: esto lo hemos repetido mil veces, pero es forzoso insistir en ello, para que logremos hombres que sepan y no pedantes que no disciernan. Así pues, el ir desarrollando mas y mas estas facultades, el ir procediendo como la naturaleza en nuestra infancia, que va despertando los resortes de nuestro ser, segun nos importa para vivir, en el sentido estenso de esta palabra, es el modo de hacer que sepamos no tanto por la cantidad de lo que se nos enseña, cuanto por la agilidad y espedicion que adquiramos para que nos enseñen. La instruccion elemental propiamente dicha se limita á métodos para que váyamos aprendiendo sobre aquella materia en lo sucesivo; y seria un error exigir del que acaba un curso de esta clase la suficiencia del que ha considerado ya aquel asunto bajo muchos aspectos; porque habiendo prestado toda la accion oportuna para su inteligencia, está en el caso de mirar la cuestion bajo todos sus aspectos.

Tratándose de métodos, vistos los distintos caminos por donde se procura llegar al fin, no será inoportuno discutir las diversas opiniones de los que limitan la enseñanza al ejercicio práctico del alumno, ó de los que no apetecerian para lograrla sino esplicaciones estendidas y llenas de consideraciones. Esta diferencia, casi vuelve á encerrarse en la que ya se ha examinado de los sistemas esplicativo y de memoria; y desde luego puede decidirse de una manera muy análoga. Si se trata de elementos es preciso no solo esplicarlos hasta que los entienda el discípulo, sino que tambien es forzoso preguntarle para ver cual es el concepto que ha formado, y que se ejercite materialmente para que en la práctica le haga ver lo que le confunde en la teoría. Tiene este método otra ventaja de no ménos valor, y es la ocupacion incesante en que se tiene á los que aprenden, que debiendo contestar y ejecutar lo que se les enseña, no pueden distraerse ni un momento, porque es constante que sin atencion no recibimos ideas, y que en esto nuestra alma es tan activa, que solamente aplica su atencion á los objetos que quiere perci

bir; y digan lo que quieran los sensualistas, los objetos no nos hacen percibir las ideas, nosotros recibimos las que queremos, y nada oimos ni vemos cuando no queremos ver ni oir. Por esto es tan importante que se nos atienda cuando enseñamos y que no atiendan á otra cosa, y el contraer toda la atencion es el objeto principal que debemos proponernos al trasmitir cualquier doctrina. Hay clases en que se les dá á los niños pizarras pequeñas en que van por sí escribiendo ó ejecutando lo mismo que está practicando el que se halla en la pizarra principal, para responder al maestro; y esto que parece una nimiedad, tiene la mayor importancia porque llena el objeto que acabamos de insinuar.

Pero, vuelvo á decirlo, semejante manera de instruir no conviene sino en los elementos. Las ampliaciones, sobre todo cuando se trata de teorías, los cursos públicos en que no se habla sino á personas que saben ya, á lo ménos, los fundamentos de aquella materia, pueden y deben hacerse por uno esplicacion del profesor, que esplana sus ideas con la debida hilacion, que presenta las teorías formando un cuerpo de ellas, no á trozos como se verifica en los estudios elementales, en las que muchas veces ni se advierte el enlace, ni se descubre el fin. Esta distancia oportuna es el fundamento de tales cursos públicos que se esplican en otras naciones y van introduciéndose entre nosotros. En Madrid no se va á oir á Donoso Cortés para principiar á recibir los rudimentos de la filosofia, ni á Pacheco para adquirir los primeros aforismos de jurisprudencia, ni á Alcalá Galiano para que instruya á su auditorio de las primeras reglas de la literatura, ni en fin á Vallejo ó á Ponzoa para que nos inicien en los principios mas simples de la economía política; por lo que es muy notable que el dogmático profundo Gioberti confunda cosas tan distintas, y por ridiculizar á los franceses se permita duros sarcasmos impropios en la lengua del filósofo, y repugnantes cuando son injustos. Puede la vanidad ser el móvil de estos cursos públicos, pueden algunos ir á ostentar un saber que reboza por decirlo así, nadie lo niega, ni tampoco que tales esplanaciones sean acaso infructuosas para muchos que las escuchan, porque la tierra no está preparada para la siembra que se intenta; pero entónces no escribamos tampoco porque puede ser, y es con efecto infinitas veces, esta misma vanidad la que nos pone la pluma en la mano, y porque acaso nuestras sublimes doctrinas van á perderse en un terreno infructífero. Sobre todo, las invectivas de Gioverti no pueden tener ni aun este fundamento; los franceses que regentean las clases pú blicas que él critica, tienen una reputacion muy superior á esas pequeñas pasioncillas. En una palabra estos cursos públicos enseñan, como enseña un libro, ininteligible para el

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