Imágenes de página
PDF
ePub

este pueblo feroz; determinado
á ponerla en mi lecho y mi familia.
Ved si debí apartarla de su hermano,

y aun librarme en Gijon de otros estorbos.
Tú me oyes con asombro. No lo estraño:
la lid es peligrosa; mas supuesto

que mi poder y el fuego en que me abraso
exigen este enlace, no hay peligro
que me pueda apartar de ejecutarlo.
Unido yo á la estirpe de los godos
por el ilustre enlace de su mano,
á pesar de Pelayo, vendrá un tiempo
en que mi amor reuna los sagrados
derechos de la sangre y de la guerra.
Ah! si todas las ansias que consagro
á esta amable Princesa; si mis ruegos,
mi eterna gratitud, mi humilde llanto
ablandan su desden..... si yo consigo
enternecer el pecho que idolatro:
qué triunfo para mí tan halagüeño!

ACHMET.

Perdonadme, señor; el sobresalto
con que acabo de oir vuestro discurso
me tiene sin aliento. Desde cuándo
pudo un pecho animoso, endurecido
debajo del arnés, rendirse incauto

á las leyes de amor? Pues qué, Munuza,
el amigo mas fiel del Africano,
el fiero imitador de sus costumbres,
cederá sin rubor á los encantos

de una muger la'gloria de sus triunfos?
Y correrá á entregar á un dueño ingrato
un corazon formado en los combates?
Señor, ved que os perdeis. Hablemos claro:
esta gente aguerrida y caprichosa,

idólatra del nombre de Pelayo,

se opondrá á vuestro intento; y aun los mismos que hoy viven sin zozobra, despojados

de hacienda y libertad, harán furiosos las últimas violencias si tratamos de combatir su honor. Estos insultos fomentará Rogundo, á quien la mano de Dosinda robais..... pero, vos mismo, olvidais la amistad de D. Pelayo?

Y cuando su amistad no os interese, despreciaréis su odio? Venerado

por los nobles de Asturias como un resto de la sangre Real, solo en su brazo funda España su única esperanza. Nacido en este suelo, y reputado sucesor de Rodrigo, á quien la suerte negó otra descendencia, en tiernos años fué llevado á la corte de su tio. En ella los señores toledanos le miraron crecer al pie del trono ; las trompas y las cajas despertaron su espíritu marcial: nosotros mismos temimos el impulso de su brazo cerca del Guadalete, y cuando todo se postraba en España al Africano, invencible Pelayo, y casi solo, defendia con ánimo irritado los últimos rincones de su patria. Si esto os parece poco contempladlo retirado en Gijon, donde se atreve á dejarse rogar, y aun á negaros

la mano de Dosinda..... Y vos no obstante despreciais su amistad? Señor, si en algo creeis que vuestra gloria me interesa, pensad mejor.....

MUNUZA.

Ya lo he reflexionado.

No receles, Achmet; están tomadas

las mejores medidas.

ACHMET.

Pero acaso

los nobles de Gijon...

MUNUZA.

Los mas altivos

gimen en el castillo aprisionados bajo algunos pretestos especiosos, y ya no temo el brio de su brazo, que oprimen y enflaquecen las cadenas. Mi cautela alejó de aquí á Pelayo, y el zelo de Tarif sabrá burlarse de sus solicitudes, prolongando la conclusion de una embajada inútil : si pretende Rogundo temerario alegar la razon de sus derechos, no sabré yo oprimirlo ó aplacarlo?: Y cuando en fin todo ese feroz pueblo osare resistirme, los soldados que le guarnecen salvarán mi intento. La menor inquietud pondrá á mi lado los moros que se esparcen á la orilla del golfo de Cantabria. A congregarlos partió Kerin, y volverá muy presto. Nada me da temor. Si con halagos puedo vencer el pecho de Dosinda, será feliz mi suerte; mas si tantos desvelos no la obligan; si no logro la posesion de su adorable mano, tiemble de mi furor España toda. Esto ha de ser: Achmet á este palacio debes tú conducirla de mi órden : vé á decirla mi amor y mis cuidados, implora su piedad; mas sobre todo, si no bastan el ruego y el engaño, usarás del poder y la violencia. Kerin llega. Ya es tiempo ; retiraos,

ESCENA IV.

MUNUZA, KERIN.

KERIN.

He corrido, señor, en vuestro nombre desde la triple ara que el romano Apuleyo erigió en honor de Augusto, hasta el último puerto colocado sobre el inquieto Océano de Asturias. Las tropas sarracenas, que á su cargo tiene el fuerte Alahor en esta costa, se van ya de su órden congregando, y estarán prontas al primer aviso: impacientes y altivos los soldados esperan vuestra órden.

MUNUZA.

Yo agradezco

tu celo y obediencia, y entretanto que tomo otras medidas, ve al castillo, arregla su custodia, y á palacio

vuelve despues á preparar la guardia. Sobre todo, Kerin, sigue los pasos de Rogundo, y observa sus acciones: Achmet de lo demas podrá informaros.

ESCENA V.

MUNUZA.

En fin, bella Dosinda, estos desvelos, síntomas de un afecto arrebatado, te abrirán un camino para el trono. Yo aspiro á ser tu esposo; mas mi mano no osaria enlazarse con la tuya si no ganase un cetro. Ah! si al halago de empuñarle se ablandan tus desdenes, dichosa la inquietud que le consagro.

De Gijon los soberbios moradores te verán en mi corte, y á mi lado, ceñida la diadema; en tu presencia doblarán la rodilla; y enlazados de nuevo los leones y las lunas, serán en mis insignias el espanto de los pechos rebeldes. Miserable del que á mi amor se oponga temerario!

FIN DEL ACTO PRIMERO.

« AnteriorContinuar »