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hombre que maltrató á su padre es el mío. ¿Viste cómo los chicos arrojaban lodo al pobre Candiola? Yo reconozco que Candiola es un miserable; pero ella, ¿qué culpa tiene? Ella y yo, ¿qué culpa tenemos? Nada, Gabriel, mi corazón destrozado anhela mil muertes: yo no puedo vivir; yo correré al sitio de mayor peligro, y me arrojaré á buscar el fuego de los franceses, porque después de lo que he visto hoy, yo y la tierra en que habito somos incompatibles.

Le saqué de allí, llevándole á la muralla, y tomamos parte en las obras de fortificación que se estaban haciendo en las Tenerías, el punto más débil de la ciudad después de la pérdida de San José y de Santa Engracia. Ya he dicho que desde la embocadura de la Huerva hasta San José había 50 bocas de fuego. Contra esta formidable línea de ataque, ¿qué valía nuestro circuito fortificado?

El arrabal de las Tenerías se extiende al Oriente de la ciudad, entre la Huerva y el recinto antiguo, perfectamente deslindado aún por la gran vía que se llama el Coso. Componíase el caserío, á principios del siglo, de edificios endebles, casi todos habitados por labradores y artesanos, y las construcciones religiosas no tenían allí la suntuosidad de otros monumentos de Zaragoza. La planta general de este barrio es aproximadamente un segmento de círculo, cuyo arco da al campo y cuya cuerda le une ai resto de la ciudad, des de la Puerta Quemada á la subida de Sepulcro. Corrían desde esta línea hacia la circun

ferencia varias calles, unas interrumpidas como las de Añón, Alcover y las Arcadas, y otras prolongadas como las de Palomar y San Agustín. Con éstas se enlazaban, sin plan ni concierto ni simetría alguna, estrechas vías como la calle de la Diezma, Barrio Verde, de los Clavos y de Pabostre. Algunas de éstas se hallaban determinadas, no por hileras de casas, sino por largas tapias, y á veces faltando una cosa y otra; las calles se resolvían en informes plazuelas, mejor dicho, corrales ó patios donde no había nada. Digo mal, porque en los días á que me refiero, los escombros ocasionados por el primer sitio sirvieron para alzar baterías y barricadas en los puntos donde las casas no ofrecían defensa natural. Cerca del pretil del Ebro existían algunos trozos de muralla antigua y varios cubos de mampostería, que algunos suponen hechos por manos de gente romana, y otros juzgan obra de los árabes. En mi tiempo (no sé cómo estará actualmente), estos trozos de muralla aparecían empotrados en las manzanas de casas, mejor dicho, las casas estaban empotradas en ellos, buscando apoyo en los recodos y ángulos de aquella obra secular, ennegrecida, mas no quebrantada, por el paso de tantos siglos. Así lo nuevo se había edificado sobre y entre los restos de lo antiguo en confuso amasijo, como la gente española se desarrolló y crió sobre despojos de otras gentes con mezcladas sangres, hasta constituirse como hoy lo está.

El aspecto general del barrio de las Tenerías traía á la imaginación, acompañados de

cierta idealidad risueña, los recue rdos de la dominación arábiga. La abundancia del la drillo, los largos aleros, el ningún orden de las fachadas, las ventanuchas con celosías, la completa anarquía arquitectural, aquello de no saberse dónde acababa una casa y empezaba otra; la imposibilidad de distinguir si ésta tenía dos pisos ó tres, si el tejado de aquélla servía de apoyo á las paredes de las de más allá; las calles que á lo mejor acababan en un corral sin salida, los arcos que daban entrada á una plazuela, todo me recordaba lo que en otro pueblo de España, de allí muy distante, había visto.

Pues bien: esta amalgama de casas que os he descrito muy á la ligera; este arrabal fabricado por varias generaciones de labriegos y curtidores, según el capricho de cada uno y sin orden ni armonía, estaba preparado para la defensa, ó se pre paraba en los días 24 y 25 de Enero, una vez que se advirtió la gran pompa de fuerzas ofensivas que desplegó el francés por aquella parte. Y he de advertir que todas las familias habitadoras de las casas del arrabal, procedían á ejecutar obras, según su propio instinto estratégico, y allí había ingenieros militares con faldas, que dieron muestras de un profundo saber de guerra al tabicar ciertos huecos y abrir otros al fuego y á la luz. Los muros de Levante estaban en toda su extensión aspillerados. Los cubos de la muralla cesaraugustana, hechos contra las flechas y las piedras de honda, sostenían cañones.

Si la zona de acción de alguna de estas pie

zas era estrechada por cualquier tej ado colindante, azotea ó casa entera, al punto se quitaba el obstáculo. Muchos pasos habían sido obstruídos, y dos de los edificios religiosos del arrabal, San Agustín y las Mónicas, eran verdaderas fortalezas. La tapia había sido reedificada y reforzada; las baterías se enlazaban unas con otras, y nuestros ingenieros habían calculado hábilmente las posiciones y el alcance de las obras enemigas, para acomodar á ellas las defensivas. Dos puntos avanzados tenía la línea, y eran el molino de Goicoechea y una casa que, por pertenecer á un D. Victoriano González, ha quedado en la historia con el nombre de Casa de González. Recorriendo dicha línea desde Puerta Quemada, se encontraba primero la batería de Palafox; luego el Molino de la ciudad; luego las Eras de San Agustín; en seguida el molino de Goicoechea, colocado fuera del recinto; después la tapia de la huerta de las Mónicas, y á continuación las de San Agustín; más adelante una gran batería y la casa de González. Esto es todo lo que recuerdo de las Tenerías. Había por allí un sitio que llamaban el Sepulcro, por la proximidad de una iglesia de este nombre. Al arrabal entero, mejor que á una parte de él, cuadraba entonces el nombre de sepulcro. Y no os digo más por no cansaros con estas menudencias descriptivas, que en rigor son innecesarias para quien conoce aquellos gloriosísimos lugares, é insuficientes para el que no ha podido visitarlos.

XIV

Agustín Montoria y yo hicimos la guardia con nuestro batallón en el Molino de la ciudad, hasta después de anochecido, hora en que nos relevaron los voluntarios de Huesca, y se nos concedió toda la noche para estar fuera de las filas. Mas no se crea que en estas horas de descanso estábamos mano sobre mano, pues cuando concluía el servicio militar, empezaba otro no menos penoso en el interior de la ciudad, ya conduciendo heridos á la Seo y al Pilar, ya desalojando casas incendiadas, ó bien llevando material á los señores canónigos, frailes y magistrados de la Audiencia, que hacían cartuchos en San Juan de los Panetes.

Pasábamos Montoria y yo por la calle de Pabostre. Yo iba comiendo con mucha gana un mendrugo de pan. Mi amigo, taciturno y sombrío, regalaba el suyo á los perros que encontrábamos al paso, y aunque hice esfuerzos de imaginación para alegrar un poco su ánimo contristado, él, insensible á todo, contestaba con tétricas expresiones á mi festivo charlar. Al llegar al Coso me dijo:

-Dan las diez en el reloj de la Torre Nueva. Gabriel, ¿sabes que quiero ir allá esta noche?

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