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y Benito de Valladolid, con otros muchos caballeros, eclesiásticos y gentes de todos estados y profesiones, que segun el acta del matrimónio pasarian de dos mil personas. Pero Lopez de Alcalá fué el preste que celebró la ceremónia. Al salir revestido para decir misa en la misma sala, los príncipes le presentaron la dispensa pontifícia, y le pidieron que los casase; y leida la dispensa y hechas las proclamas, los desposó, les dijo misa y les dió las bendiciones nupciales segun los ritos de la iglésia. De este acto y todas sus circunstancias se extendió instrumento público, firmado por Diego Rangel notário apostólico, y autorizado por Fernando Nuñez tesorero y secretário de la princesa, escribano de cámara del Rei, y por Fernando Lopez del Arroyo, asimismo escribano de cámara del Rei, vecino de Medina del Campo.

El resto del dia se pasó en fiestas y regocijos: y el siguiente por la mañana, conforme á una costumbre que debió ser comun y ordinária segun el tono en que se explican las me mórias de entonces, y proscribió la cultura y decéncia de los tiempos posteriores, se mostró con publica solemnidad y concurréncia de jueces, regidores y caballeros la ropa del tálamo nupcial. Siguieron siete dias de contínuos espectáculos y juegos, y al cabo de ellos, segun estilo de aquel siglo (1), salieron en público á misa los nóbios á la iglésia colegial de San ta Maria (2).

§. III.

El indolente Don Enrique se estaba en Sevilla mientras pasaban en Valladolid tan importantes ocurréncias. No tuvo notícia alguna hasta fines de octubre en que el maestre Don Juan Pacheco, que no podia entrar en la ciudad por el ódio que en ella se le profesaba, le hizo salir á Cantillana y le dió cuenta de los sucesos. Entonces conoció, aunque tarde, su falta y resolvió el viaje á Castilla: mas por complacer al maestre, rodeó por Extremadura

(1) Crón. de Don Juan II, cap. 311 y 316, año de 40.

(2) Paléncia déc. 1. 12, cap. 5.

y se detuvo para poner en posesion de Trujillo á Don Álvaro de Estúñiga, conde de Plaséncia, grande amigo y parcial suyo. La resistencia del alcáide de la fortaleza que no quiso entregarla, alargó la estáncia del Rei en aquella ciudad, donde recibió la carta que le escribió la princesa antes de su casamiento. La contestacion que se dió de palabra al mensagero, fué que el Rei estaria prontamente en Segobia, y que allí determinaria lo que mas convíniese (1).

Con efecto el Rei despues de haber gastado mucho tiempo en Trujillo, continuó su viage y llegó pasada ya la mitad de noviembre á Segóbia. Luego que lo supieron los príncipes, dispusieron enviarle mensageros, participándole su casamiento é informándole menudamente del modo y condiciones con que se habia hecho para que se sirviese de aprobarlo. El cronista Diego Enri

que del Castillo copió (2) la instruccion que llevaron por via

de creéncia los mensageros, reducida á que hiciesen saber al Rei que la voluntad de los príncipes hubiera sido casarse con su consentimiento y el de todos los prelados y grandes del réino, pero que siendo esto imposible por falta de tranquilidad y concórdia, y peligrosa para el bien público la tardanza, habian concluido su matrimónio con acuerdo y consejo de vários prelados y grandes, y siempre con determinado propósito de amar al Rei, respetarle y obedecerle, atendiendo al mismo tiempo al bien general del réino. Y en prueba de ello se insertaba un extracto bastante ámplio y circunstanciado de las capitulaciones ajustadas antes del matrimónio sobre el respeto y obediéncia que se ofrecia al Rei Don Enrique, la conservacion de las preeminencias de la princesa, la seguridad de los honores y bienes de los grandes, y mantenimiento de las costumbres, libertades y fueros de Castilla, dirigidas todas al obséquio del mismo Don Enrique y á la tranquilidad y bien comun. Concluia la instruccion encargando á los mensageros que procurasen mitigar el enojo y desagrado del Rei, manifestando los graves inconvenientes que podrian seguirse de

(1) Enriquez del Castillo, crón. cap. (2) Cap. 137134 y siguientes hasta el 137.

su continuacion, y suplicándole en nombre de los príncipes que los recibiese como á verdaderos hijos, certificándole del deseo que tenian de verle, hacerle reveréncia y probarle con las obras que sus intenciones no discrepaban de sus palabras (1).

Con este mensage fueron á Segóbia por parte del príncipe Pero Vaca, por la de su muger Diego de Ribera, ayo que habia sido del infante Don Alonso, y por la del arzobispo de Toledo Luis de Antezana. Oida su embajada, é dada la creencia que así traían, el Rei despues de haber hablado con los de su consejo, habló con ellos é les respondió que aquello que traian era cosa de mucha importáncia, é que requeria deliberacion é acuerdo: que convenia comunicarlo con los grandes de sus réinos que allí habian de venir, é que habido su acuerdo é consejo con ellos, él les mandaria responder. E así se tornaron sin respuesta ninguna los mensageros (2).

Los príncipes no se habian contentado con escribir al Rei Don Enrique. La cópia que se conserva entre los curiosos de la carta que en aquella ocasion dirigieron al conde de Plaséncia, acérrimo fautor del matrimónio con el Rei de Portugal y uno de los mayores antagonistas de los príncipes, indica que estos escribieron tambien en particular á los que tenian influjo en el consejo de Don Enrique, mostrándoles la mayor consideracion y pidiéndoles que contribuyesen al restablecimiento de la concórdia. Aun despues de la vuelta de los mensageros á Valladolid, los príncipes

(1) Enriquez del Castillo insertó la instruccion literalmente en el lugar citado de su crónica. Comparando el extracto que en ella se hace de los pactos matrimoniales con el texto auténtico de estos que se incluye en el apéndice, se echa de ver qne la instruccion omitió algunos puntos, y que en algun otro se extendió mas que el texto, siendo facil de explicar las cáusas, atendido el objeto que se proponia la embajada. Por lo demás, en la instruccion de la crónica impresa se notan algunos defectos, sea vício original de la crónica ó de la cópia que se siguió al imprimirla, como resulta de su cotejo con la cópia de la

misma instruccion remitida por los príncipes al conde de Plaséncia, que se mencionará en adelante. En la crónica se omiten algunos artículos que contiene esta última; se calla la importante circunstancia de que el príncipe hizo pléito homenage de guardar los capítulos del ajuste en manos de Gomez Manrique, caballero castellano; y finalmente se incurre en el error de llamar muger del Rei Don Juan de Aragon á Doña Maria, que lo fué de su hermano y antecesor Don Alonso V.

(2) Enriquez del Castillo, crón. cap. 137..

deseosos de apurar todos los médios de conciliacion quisieron que el arzobispo de Toledo escribiese al maestre de Santiago, que era sobrino suyo, rogándole encarecidamente hiciese de forma que el Rei aprobase lo hecho, y tratase á los príncipes como á menores y obedientes hermanos. Así lo hizo el arzobispo, aunque con repugnáncia y solo por consideracion á los príncipes (1).

Pero todo fué inutil: y en la corte de Enrique no se respiraba sinó venganza, cuando vino á ofrecer ocasion oportuna para ella la propuesta que hacia el Rei Luis de Fráncia, pidiendo á Doña Juana la Beltraneja para muger de su hermano Cárlos, duque de Guiana, el mismo á quien antes habia desechado Isabel.

La grata acogida que halló este proyecto en el ánimo de Don Enrique y su consentimiento en la nueva boda que se le proponia, pusieron en gran cuidado á los príncipes, que no podian dudar que todo se dirigia á suscitarles rivales y á destruir sus derechos á la sucesion de los réinos de Castilla. Alonso de Paléncia habia sido enviado á Aragon á princípios del mes de diciembre á solicitar del Rei Don Juan alguna cantidad de dinero para pagar el sueldo de mil lanzas que era forzoso mantener para seguridad de sus personas. Y sin perjuício de esto, acordaron los príncipes escribir de nuevo al Rei Don Enrique, como lo hicieron á últimos de febrero ó primeros de marzo de 1470, recordándole la embajada que le dirigieron en noviembre del año anterior, manifestándole la conducta leal y pacífica que habian observado desde entonces, quejándose de que se tratase de dar entrada á gentes extrangeras en detrimento de los derechos de sucesion estipulados en los Toros de Guisando y jurados en Ocaña por muchos prelados y procuradores del réino, y suplicándole que condescendiese con su primera peticion y demanda de ser admitidos á su benevoléncia como reverentes hijos y servidores. Y cuando el Rei no tuviese por conveniente concederles esto que le pedian como grácia, proponian que se les oyese en justícia, señalándose bajo las correspondientes seguridades un pueblo, donde pudiesen concurrir el Rei y los príncipes á deducir su derecho an

(1) Paléncia crón. parte II.

te los procuradores del réino y otras personas religiosas convocadas de orden del Rei, obligándose á lo que todos ellos ó los mas determinasen; y que en caso de discórdia se estuviese á la decision de Don Pedro Fernandez de Velasco, conde de Haro (1), y

(9) Uno de los caballeros mas señalados de aquel tiempo llamado el Buen conde de Haro, que á la sazon residia en su villa de Medina de Pomar adonde se habia retirado diez años antes para darse enteramente á la lectura de sus libros que habia recogi do en gran número, y al ejercício de la piedad, negándose á tomar parte en los negócios públicos apesar de las instancias que para ello se le hicieron algunas veces durante este tiempo. No fué extraño que en su ancianidad obtuviese este testimónio de la confianza que inspiraba su virtud á los príncipes, cuando tréinta años antes los Reyes Don Juan de Castilla y Don Juan de Navarra y los demás grandes abanderizados, queriendo juntarse para tratar de poner fin á los bullícios y escándalos del réino, no encontraron otro caballero de mas crédito para encomendarle la seguridad del sítio de las conferencias, y de quien fiar sus personas, libertad y vidas. Hablo del famoso Seguro de Tordesillas del año 1439, cuya história escribió el mismo conde de Haro, y se estampó por segunda vez entre los apéndices de la crónica de Don Alvaro de Luna. El año de 1440, condujo desde Logroño á Valladolid á la princesa de Navarra Doña Blanca, quien acompañiada de la Réina su madre venia á casarse con el príncipe de Castilla Don Enrique, y al paso les dió en Bribiesca durante cuatro dias las mayores fiestas, de mas nueva y extraña manera, que en nuestros tiempos en España se vieron, dice el autor de la crónica de Don Juan el II (dicho año, cap. 310). Fernanda del Pulgar en el titulo III de sus Claros varones de Castilla, que trata de este conde de Haro,

dice: Alcanzó tener tanto crédito é autoridad, que si alguna grande y señalada confianza se habia de facer en el réino, quier de personas, quier de fortalezas é de otra cosa de cualquier cualidad, siempre se confiaban dél y en algunas diferéncias que el Rei Don Juan ovo con el Rei de Navarra é con el infante Don Enrique sus primos, y en algunos otros debates é controvérsias que los grandes del réino ovieron unos con otros, si para se pacificar era necesário que los de la una parte é de la otra se juntasen en algun lugar para platicar en las diferéncias que tenian, siempre se confiaba la salvaguarda del tal lugar dó se juntaban á este caballero, é la una parte é la otra confiaban sus personas de su fé y palabra, é muchas veces se remitian á su arbítrio é parescer. Hablando del mismo dijo Enriquez del Castillo en el cap. 142 de su crónica: aqueste conde fué el que en aquestos tiempos se ha→ lló vivir é morir mas católicamente como verdadero cristiano é con mas honrada fama de varon temeroso de Dios que nin➡ gun caballero ni señor de todas las Españas. Pero ningun testimónio mas honroso que el que dieron las cortes de Ocaña del año de 1469; las cua les tratando del remédio de la comun y escándalosa falsificacion de la moneda, y de la necesidad de acuñarla con la pureza y en la cantidad necesárias para bien del réino, suplicaron al Rei Don Enrique lo encargase al conde de Haro, para que por sí y sin intervencion de otra ninguna autoridad arreglase ramo de tan suprema importància. Homeriage de la opinion pública, el mas solemne quizá que ofrecen los anales de Castilla, y el mayor prémio que la virtud puede recibir entre los hombres. El fallecimiento del Buen conde

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