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que habia sido enviado con este fin á Aragon. Pero al propio tiempo el Rei y el maestre tomaban sus disposiciones para prender en Madrigal á Doña Isabel, y estuvieron á punto de conseguirlo. Nunca se halló en peligro igual la princesa. Se acercaba la gente que se habia de apoderar de su persona: los habitantes de Madrigal, apremiados por las órdenes de Don Enrique, fallecian de la constancia y amor que habian mostrado hasta entonces: las mismas damas favorecidas de Doña Isabel, Beatriz de Bobadilla y Mencia de la Torre, temerosas de los intentos del Rei, disuadian la boda con Don Fernando: la fidelidad de sus antiguos servidores Chacon y Cárdenas se habia hecho sospechosa. Todo lo remedió la diligéncia con que el arzobispo de Toledo, avisado á tiempo por la princesa y de concierto con el almirante Don Fadrique, acudió con fuerzas bastantes para contrarrestar el ries go, y la condujo á mediados de setiembre á Valladolid que estaba a devocion del almirante (1).

§. II.

Las cosas habian llegado á un estado que no admitia sino partidos extremos. Gutierre de Cárdenas y Alonso de Paléncia, aquel por parte de Doña Isabel y éste por la del arzobispo, fueron enviados en diligéncia y con gran secreto á Aragon, para que acelérandose la venida del Rei de Sicília, se verificase á todo trance el matrimónio, sin dar lugar á que volviendo á Castilla el Rei y el maestre pudiesen estorvarlo.

Los mensageros debian pasar por el Burgo de Osma y ver allí á su obispo Don Pedro Montoya, criado antiguo y hechura del arzobispo Don Alonso Carrillo. Por esta razon se contaba con

(1) Palencia, crón. parte II. El 20 de setiembre estaba ya la Princesa en Valladolid, como se ve por una carta que escribió con fecha de dicho dia á la ciudad de Toledo, remitiéndole un tanto del

concierto de los Toros de Guisando, y pidiéndole que intercediese á favor suyo con el Rei Don Enrique. Hai cópia de esta carta en la colecion de Burriel romo Dd. 132. fol. 23.

su auxilio que en aquellas circunstancias era mui importante. Alonso de Paléncia llevaba para él una credencial del arzobispo en términos generales, y el encargo de decirle verbalmente que tuviese prontas para recibir al príncipe de Aragon ciento y cincuenta lanzas que con distinto motivo le habia encargado el arzobispo enviase á Navarra: las cuales con otras ciento que llevaria Rodrigo de Olmos, quinientas que tenia ofrecidas Don Luis de la Cerda, conde de Medinaceli, y doscientas que traeria consigo el Rei de Sicilia, formarian una escolta respetable y suficiente para alejar todo peligro (1).

Salieron ocultamente de Valladolid Cárdenas y Palencia á deshora de la noche: pasaron sin ser sentidos por Castroverde, y habiendo caminado hasta el amanecer, descansaron un rato en Guzman. De allí por caminos extraviados llegaron al Burgo de Osma. Paléncia, que no fiaba enteramente del obispo, propuso á Don Gutierre que se quedase oculto en la posada, mientras él iba á verle y sondeaba sus disposiciones. Mui desde luego descubrió que el obispo opinaba contra la boda del príncipe, y que era enteramente del partido del Rei y del maestre. Paléncia, acomodándose á la necesidad, y queriendo adormecer sus sospechas, le dijo que iba á Aragon á buscar la bula original de dispensa concedida por el Papa para el matrimónio de los príncipes, que el arzobispo queria ver para su gobierno después que el obispo la examinase. Al mismo tiempo le pidió un guia de confianza y pasaporte de ida y vuelta para el alcáide de Gómara que estaba al paso en la frontera de Aragon y Castilla. Deslumbrado con esto el obispo, y creyendo menos adelantado el negócio de la boda, acabó de descubrir su pecho á Paléncia, manifestándole que el conde de Medinaceli habia mudado de parecer y estaba de acuerdo con los partidários del maestre, y resuelto, como él tambien, á estorbar con todas sus fuerzas la entrada del príncipe.

Grande fue la turbacion de Gutierre de Cárdenas, cuando volviendo Paléncia á la posada le dió cuenta de lo ocurrido.

(1) Paléncia, décadas lib. 12, cap. 3.

1

En todo caso apresuraron su viage, pasando Cárdenas por criado de Paléncia por no ser conocido del guia; y desde Gómara despacharon un expreso que llevase á la princesa y al arzobispo la notícia de los nuevos é impensados riesgos que corria la empresa, encargando que con mucha diligéncia y recato enviasen trescientas lanzas con un jefe de toda seguridad, que á los diez dias de la fecha estuviese y los aguardase en el Burgo.

y

Paléncia, que es quien nos ha conservado en sus décadas la relacion circunstanciada de estos viages y negociaciones, se dá por autor del plan que indica el precedente encargo, con poca ó casi ninguna intervencion de Gutierre de Cárdenas. Dice que viendo ser imposible la entrada del Rei de Sicília en Castilla en los términos dispuestos por la princesa y el arzobispo, concibió el designio de introducirlo hacerle pasar la frontera disfrazado y sin escolta. Con este inesperado golpe creía inutilizar y burlar todos los preparativos de los contrários, y aligerar al mismo tiempo los plazos de un negócio en que la brevedad era lo principal. No tenia ya lugar la ejecucion del primer pensamiento. Faltaban los auxílios con que se habia contado, del obispo de Osma y del conde de Medinaceli. La casa de los señores de Mendoza, á quien el Rei Don Enrique habia encomendado la guarda de Doña Juana la Beltraneja, y que por lo tanto contradecia la boda de Isabel con Fernando, ocupaba con sus castillos y guarniciones toda la frontera desde Almazan á Guadalajara. El obispo de Sigüenza Don Pedro Gonzalez de Mendoza, bien ageno entonces del favor que despues habia de disfrutar en la corte de los Reyes católicos, era la cabeza y director de las operaciones de aquella poderosa família: habia reunido á sus parientes en Sigüenza para que todos se opus iesen de concierto á la venida del Rei de Sicília, y en esta junta se habia dado traza para ganar, como se consiguió, la voluntad del conde de Medinaceli y del obispo de Osma. La estrechez del tiempo no permitia que acudiesen las fuerzas de los grandes parciales de la princesa; y distraidas las de Aragon con la guer

ra de Cataluña, no tenia el príncipe Don Fernando médios para vencer tantos inconvenientes: por manera que la empresa, que aun con los socorros y concurréncia del obispo y del conde era siempre dificil, se habia hecho de todo punto imposible.

Gutierre de Cárdenas, á quien lo apurado de las circunstáncias traía pensativo y melancólico, recelaba tambien que el príncipe no consentiria en arriesgar su persona y entrar solo en Castilla, conociendo el caracter inconstante é incierto de sus magnates: pero se aquietó algun tanto con la notícia que Paléncia le dió de que pocas semanas antes, cuando estaba en Madrigal Doña Isabel expuesta á perder su libertad, y él

en

Valencia con Don Fernando, le habia éste propuesto ir con solos dos compañeros á consolar á la princesa y á salvarla del peligro ó correrlo en su compañia, y que costó dificul tad retraerle de este pensamiento por temerário é inutil; siendo por lo tanto de esperar que no se negaria á emprender este otro viage, menos arriesgado y mas provechoso.

Con tales pensamientos llegaron á Zaragoza el 25 Ó 26 de setiembre de 1469. La venida de Alonso de Paléncia, familiar del arzobispo de Toledo, y conocido ya en Aragon de antemano, era menos reparable; pero debia ocultarse la de Gutierre de Cárdenas, maestresala y evidentemente mensagero de la princesa Doña Isabel. El príncipe Don Fernando, avisado por Paléncia, pasó recatadamente á verle al convento de San Francisco donde se habia alojado; y allí, á preséncia de Mosen Pero Vaca y del arzobispo de Zaragoza Don Juan de Aragon, hijo bastardo del Rei, explicó Gutierre de Cárdenas su mensage, reducido á manifestar los vehementes deseos que Doña Isabel tenia de que el príncipe fuese á Castilla, y á amantes quejas sobre su tardanza, y á sus recelos de que la abandonase en la peligrosa situacion en que por su cáusa se hallaba. Fueron de diverso parecer el arzobispo y Mosen Pero Vaca en orden á lo que debia hacerse en tan crítica y apurada coyuntura: el primero opinaba que Don Fernando, sin aguardar otra cosa, se pusiese al instante en camino; el segun

do aconsejaba que se consultase al Rei Don Juan, el cual á la sazon se hallaba en el partido de Urgél, asistiendo á la guerra de Cataluña. Á este parecer se arrimó como buen hijo el príncipe, creyendo que la auséncia del Rei Don Enrique en Andalucia dejaba algun vagar al negócio, y resuelto á emprender el viage, hecha esta diligéncia, aun cuando lo repugnase el cariño de su padre por el peligro que en él podia correr su persona.

Mientras venia la respuesta, se hicieron los preparativos del viage: y para acallar las sospechas que pudieran excitar estas disposiciones, se echo la voz de que el príncipe llamado por su padre con motivo de las urgéncias de la guerra, trataba de acudir personalmente á su socorro. Al mismo tiempo se publicó la salida de Pero Vaca como embajador á Castilla; y á pretexto de llevar regalos para el Rei Don Enrique, debia conducir en algunas cargas el equipage mas preciso del príncipe. Dispúsose que saliesen con él hasta Calatayud los mensageros castellanos, manifestando en su semblante y demás exterioridades que no iban satisfechos del éxito de su comision.

Durante la detencion de estos en Zaragoza, firmó el príncipe á 1 de octubre una cédula, que existe original en el archivo de Simancas (1), y en que juró por su fé real no hacer merced alguna en los réinos de Castilla y Leon sin consentimiento de la princesa, anulando las que hiciese ó hubiese hecho sin este requisito. Los que consideren el estado de las cosas en aquel tiempo, la insaciable codícia de los grandes y caballeros, y el modo con que de ordinário se compraban sus servícios, no podrán menos de admirar la sagacidad y prudente prevision de Doña Isabel, que á los diez y ocho años de su edad no olvidaba entre los cuidados amorosos como esposa, lo que debia al bien comun como heredera del réino.

El Rei Don Juan, acongojado por la entrada y progresos de

(1) Vease en el apéndice. I

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