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Estamos en el siglo literário de Isabel. La Providéncia, que habia resuelto hacer de su reinado una época de esplendor y de lustre para España, la habia preparado de antemano por médios ruidosos y extraordinários. Eran pasados mas de diez siglos desde que la irrupcion de los pueblos salvages del Norte habia destruido el poder romano, y con él la civilizacion y las letras. Despues de un largo período de tinieblas y estupidez, Carlo Magno quiso volver á encender la antorcha extinguida del saber humano: mas no bastaba para tanta empresa un reinado solo, y sus descendientes no supieron sostener su glória, ni continuar sus nobles desígnios. Las famosas cruzadas de ultramar trajeron envuel tas entre otros males las semillas de la ilustracion, que fructificaron aunque lentamente en Europa. Llegáronse á fundar escuelas, estudiáronse las ciencias, cultivose la poesia: pero el entendimiento, teñido de la rusticidad general, se dió á investigaciones laboriosas é inútiles, y la literatura ignoró la correccion y el buen gusto. Finalmente la destruccion del império griego por los turcos al mismo tiempo que Isabel salia de la cuna, y la pérdida de Constantinopla, de aquella tabla donde se habian salvado del naufrágio universal de las letras los restos lánguidos de la cultura griega, los obligó á difundirse por las regiones del bárbaro á la sazon é indocto Occidente. Despertó entonces Europa de su letargo, y anhelando sacudir el yugo de la ignoráncia, corrió ansiosa á estudiar los modelos hasta allí desconocidos o despreciados, de la antigüedad; resucitó los sistemas de los filósofos de mas nombre, y enseñoreándose de los conocimientos de las edades anteriores, pudo lisonjearse de superarlas algun dia.

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Castilla donde las letras desde tiempo del Rei Don Alonso el Sábio habian tenido patronos y amantes; donde la comunícacion con los árabes habia introducido las nociones científicas de aquella nacion, ignoradas generalmente en lo demás de Europa; donde sus traducciones hacian menos nueva la filosofia de los griegos; Castilla, donde acababan de lucir las lumbreras de Burgos y Ávila, los dos célebres Alfonsos el de Cartagena y el de Madrigal; donde Juan de Mena habia poco an

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tes dado nuevo impulso y realce á la léngua y á la poesia, y donde á pesar del desprécio con que la nobleza miraba cualquier ocupacion que no fuese la de las armas habian florecido Don Enrique de Villena y el Marques de Santillana ; Castilla ofrecia sin duda alguna mayores proporciones y facilidad para la propagacion de las luces.

Tal era el estado de las cosas en 1474, año fáusto y feliz en que Isabel subió al trono, cuando se apareció en el horizonte español un astro benéfico, cuya preséncia era del mejor agüero para los progresos de la ilustracion y del saber. Habló del arte de la imprenta, arte admirable, léngua de Minerva, que habiendo aportado aquel año mismo á España, se difundió rápidamente por todas las regiones de la Península.

Ni las opiniones entonces comunes, ni las circunstancias de la niñez de Isabel habian dejado entrada en su educacion á las letras. Pero apenas se ciñó la corona de sus mayores, aquel sublime entendimiento nacido para alcanzar todas las verdades útiles comprendió desde luego, que si un gobierno prudente y justo dá el primer lugar entre los instrumentos del bien público á la virtud, el segundo lo debe á su hermana menor la ilustracion: que en el mundo político la ignoráncia conduce necesariamente las naciones á la inferioridad, y tarde o temprano á la pérdida de su independéncia; y en fin , que si un estado afianza su seguridad por medio de la victória y su tranquilidad por el de la justícia, solo puede llegar al esplendor de que es capaz por el de las luces, y que sin estas ni la victória será estable y segura, ni bien organizada la justícia, ni posible la prosperidad, la riqueza y la glória. Poseida Isabel de estas grandiosas ideas, sólicita por emplear cuantos arbítrios pudiesen contribuir á la felícidad y lustre de la nacion, quiso ser la protectora de las letras, y aspiró á entrelazar en sus trofeos las palmas de Marte y la balanza de Astrea con los dulces y apacibles atributos de las Musas.

Salamanca, aquel liceo honrado especialmente de los Reyes y de los Papas, recibia de mano de Isabel nueva vida, nuevas leyes, nuevos y mayores privilégios. La rudeza de las faculta

des escolásticas, el desaliño del peripato hacian lugar al estúdio de las lenguas sábias, de las ciencias naturales, de los conocimientos amenos. Antonio de Lebrija y Arias Barbosa, ahuyentando el monstruo de la barbárie, presentaban á la juventud los originales griegos y latinos, los modelos producidos por los siglos de Augusto y Pericles, que siempre han sido y serán los maestros de cuantos cultiven con fruto las letras humanas. Ramos y Fermosel enseñaban la música, Torres y Salaya la astronomia que se alcanzaba antes de la revolucion de Copérnico. Pasaban de las cátedras de la universidad los dos hermanos Álvarez á médicos de los Reyes, Oropesa, Carvajal y Polanco á su Consejo, Fr. Diego Deza al magistério del Príncipe Don Juan y manejo de los negócios. La flor de la nobleza acudia ansiosa á beber la sabiduria en las fuentes de Salamanca: allí empezaba Hernando Cortés á manifestar las inclinaciones y talentos que despues hicieron de él uno de los hombres mas extraordinários que ha producido el mundo: el heredero del condestable de Castilla explicaba á un lado la história natural de Plínio, y á otro resonaban los ecos de la ilustre Doña Luisa de Medrano, que enseñaba en Salamanca como despues en Alcalá Francisca de Lebrija. En suma, florecian las ciencias sagradas y profanas, la vária erudicion, todas las espécies y ramos de literatura; y cuando Isabel acompañada de su corte visitaba aquellos estúdios y honraba con su preséncia los ejercícios literários de la escuela de Salamanca, venia á ofrecer esta un aspecto semejante á la de Atenas dibujada por el príncipe de los pintores el divino Rafael, donde los grupos de filósofos, de oradores, de poetas, de sábios de todas clases nos presentan el congreso mas respetable y mas á propósito para envanecer al género humano.

La ilustracion con su natural fecundidad hubo de propagarse brevemente por todos los domínios de Isabel. Los estúdios antíguos de Valladolid y Alcalá, los nuevos de Toledo, Sevilla y otros debieron á Salamanca fundadores ó profesores que llevaban consigo las semillas de las ciencias y del buen gusto. El amor de la sabiduria se habia apoderado de los pechos castellanos. Mien

tras unos pasaban á Itália como el Pinciano, en busca de instruccion y conocimientos, y volvian cargados de tesoros todavia mas preciosos que los de las Índias; mientras otros, como Siliceo, Ciruelo y Victória recogian en Fráncia la doctrina que despues trajeron á la Península; mientras los literatos extrangeros como Marineo y Pedro Mártir, acogidos y premiados generosamente en España, se asociaban á nuestra glória; otros sábios castellanos sin salir de sus hogares cultivaban felizmente las letras, como los Vergaras, Zamora, Coronel y Lopez de Zúñiga. Íbanse formando los editores de la famosa Bíblia Complutense, los maestros de los que despues honraron el nombre español en Trento y el sexo destinado al parecer exclusivamente al oscuro desempeño de los oficios domésticos, creyó que bajo el reinado y á ejemplo de Isabel, podia elevar mas alto sus pensamientos y profesó con fruto la literatura. El gobierno, pródigo de recompensas y distinciones, ansioso de que el saber se derramase por todas partes y penetrase hasta los últimos ángulos de la Monarquia, apadrinaba todos los proyectos de enseñanza, concedia franquícia absoluta de derechos á la introduccion de libros, fomentaba y honraba el arte tipográfico. Isabel tuvo ya impresor de cámara: tuvieron en su tiempo oficinas de este arte nobilísimo no solo las ciudades principales, sino tambien villas y pueblos poco considerables de Castilla; y desde los mismos princípios de su establecimiento fue mas comun la imprenta en España que lo es al cabo de trescientos años dentro ya del siglo décimonono.

De este modo consiguió en breve tiempo nuestra nacion descollar por su sabiduria entre las demás de la culta Europa; dar luces y maestros á várias de ellas y á la misma Itália; ser objeto de admiracion y de elógio para el dictador literário de aquella era, el célebre Erasmo. La corte de Isabel era el principal teatro en que se echaban de ver los rápidos progresos de la cultura, y los resultados de la solicitud de la Réina en promoverla. Los hijos de los Grandes que servian en palácio, los próceres emparentados mas de cerca con la sangre real tenian escuelas, donde á vueltas de las demás artes cortesanas y miliTom. VI. N. 1.

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tares, cultivaban tambien y aprendian las del entendimiento. Las mismas Infantas, las hijas de Isabel alternaban entre las labores y el estúdio hasta llegar á familiarizarse con el idioma de Virgílio y Horácio. Su augusta madre en los intervalos de los negócios suavizaba las ocupaciones espinosas del gobierno con el trato de los sábios y literatos: hallaba tiempo para tomar lecciones de su maestra y favorecida Doña Beatriz Galindo; estudiaba además del latin otras lenguas; mandaba escribir á Paléncia su diccionário á Valera su geografia, á Pulgar sus crónicas, á Pedro Mártir sus décadas; daba consejos á Lebrija para perfeccionar su método, y entendia en los médios de animar y fomentar las letras cual si este hubiera sido el único asunto de su reinado.

¿Como podria la Corte mirar con indiferéncia y sin fruto el ejemplo de la Réina , y como podria la Nacion dejar de seguir el impulso de la Corte? Los Grandes aspiraron al favor de Isabel por el de las musas, muchos de ellos ilustraron con sus producciones la poesia castellana algunos sobresalieron en el áspero y desabrido estúdio de las lénguas sábias; los cortesanos empleaban sus ócios y desahogos en trasladar á nuestro idioma los modelos de la antigüedad, y llegó á mirarse el cultivo y amor de las letras como calidad esencial de la nobleza. Los literatos tanto nacionales como extrangeros, consagraban á Isabel los frutos de sus tareas y de su ingénio : recitábanse en su palácio las composiciones de los poetas mas acreditados; y sus loores henchian los cancioneros, y sonaban en una léngua que debia al reinado de Isabel y á Isabel misma nuevas galas y atavios. Los traductores, los coronistas, los escritores de todas clases sacaban el romance castellano del estado de infáncia en que se hallaba, sin haber hecho progresos considerables desde Alfonso X; y siguiendo, como hicieron siempre los idiomas, la suerte y vicisitudes de los impérios, adquirió magestad, gallardia y extension en el de Isabel, creció con el poder de la nacion, y llegó á tener gramática y reglas fijas antes que los demás vivos de Europa.

Finalmente , para que nada faltase á la glória de nuestra

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