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interior, la única regla que está al alcance comun de los hombres, el único apoyo seguro de que tanto necesita nuestra flaqueza. Todos los que le presta fuera de ti la razon, son fallidos y deleznables, expuestos á vacilar como la razon misma tu sola das principios inmutables y eternos como tu celeste origen: tu sola los proporcionas á todos los entendimientos, á todas las condiciones, á todas las circunstancias: tu sola bastas, y sin tí nada basta para formar y acrisolar las virtudes privadas y públicas; y tu sola fuiste la que creaste las grandes calidades que hicieron de Isabel un dechado de mugeres y de Príncipes. No las aprendió ciertamente Isabel en la escuela de una vana filosofia, que sin la antorcha y arrimo de la Religion es todo sombras y tropiezos, no en la de las cortes y palácios, que ordináriamente es todo corrupcion y maldad, sino en la del Evangélio, en la luz pura, sencilla y no por eso menos sublime del Evangélio, que así alumbra como hermosea, así ilustra el entendimiento como adorna la voluntad y la perfecciona.

Mas la religion de nuestra Princesa no fué, cual suele en otras personas, una cadena de prácticas y menudencias fáciles, poco dignas de la magestad del Omnipotente, á quienes con ofensa de la misma religion se atribuye la virtud de allanar la expiacion de los crímenes mas atroces, y que sin sanar el corazon humano, le adormecen é inspiran una confianza fútil. La piedad de Isabel fué sincera, sus obras correspondieron á su creéncia. Isabel se presentaba delante de la Divinidad, como ante una llama donde trataba de purificar las misérias comunes de nuestra condicion, de acendrar sus virtudes, de adquirir el temple necesário para defenderse del tédio de los negócios, del desprecio de los inferiores, de la impunidad y licéncia del poder supremo. Allí estudiaba, y allí aprendia los deberes y cargas del estado Real, el celo del provecho ageno, el desprendimiento del personal suyo, el sacrificio de sus comodidades, inclinaciones y afectos á la prosperidad general de sus pueblos. Allí aprendia que si la Providéncia la habia colocado en parage mas eminente, tambien le habia impuesto mayores y mas pesadas obligaciones; y en la consideracion de la estrecha y terrible responsabilidad de quien manda, hallaba Tom. VI. N. 1.

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motivos para envidiar la suerte del que obedece. Allí aprendia que la riqueza y el poder son los escollos mas peligrosos para la inocéncia: que en el tribunal supremo no hay acepcion de personas, ni mas indulgéncia para los príncipes que para los súbditos: que si alguna preferéncia se indica, es para el humilde y el pequeñuelo, y que al poderoso culpable le aguardan poderosos tormentos. Allí aprendia que sus vasallos eran tambien sus hermanos que segun las miras adorables y benéficas del Padre comun, el bien de todos y no el de uno solo es el objeto de la Sociedad, del Gobierno y de cualquier otra institucion política que no sea injusta y contrária á los fines de la Bondad divina; y últimamente, que los aduladores que tratan de alhagar con otras máximas y lenguage á los príncipes, son sus mas pérfidos y crueles enemigos. Sencilla á un mismo tiempo y prudente segun el precepto evangélico, lejos de ambos extremos de la incredulidad y de la supersticion, no gustaba Isabel de observáncias pueriles, hijas de la debilidad y de la ignoráncia, sino de los ejercícios de una devocion ilustrada y sólida. Alimentaba diariamente su piedad con los salmos y preces de la Iglésia. Amaba el culto como el idioma con que la humanidad expresa su respeto y gratitud al soberano Hacedor, promovió su extension y magestad, y en los ratos que le dejaban libres los negócios, acostumbraba ocuparse en labrar adornos para el santuário. Construyó templos, fundó obispados, fomentó la propagacion del Evangélio, y coronó estas demostraciones exteriores de su religiosidad con el homenage perpétuo que rendia á Dios de una intencion límpia, de un corazon compasivo, de unas manos puras é inocentes.

Su escrupulosidad en elegir los ministros y gefes de la religion, fué consiguiente á la rígida severidad de sus princípios. Durante su gobierno no fué camino para el episcopado la lisonja, la asisténcia á la corte, el obséquio á los próceres, la proteccion de estos comprada á veces por médios torpes y ruines. La consideracion al Rei su marido, menos delicado que su muger en estas matérias, el respeto con que oía sus dictámenes y cedia en otros asuntos á sus insinuaciones, no fueron parte para que aflojase un punto de la austeridad de sus máximas en el nombramiento de

prelados. Aquella época venturosa presenció la noble contienda entre la autoridad justa y el mérito modesto, entre la autoridad buscando y solicitando al mérito en la oscuridad de su retiro el mérito ora negándose, ora aceptando con lágrimas y , y forzado las dignidades que son el término á que aspira la ambicion comunmente. Los Talaveras, los Cisneros, los Buendias, los Maluendas, los Empúdias, los Cuencas, los Malpartidas, los Oropesas, tantas mitras renunciadas ó recibidas con violéncia dan testimonio irrefragable de la piedad de Isabel, y de la sinceridad de su conducta religiosa y cristiana. Porque Isabel no hacia á la Religion el ultraje de considerarla como instrumento de la política ó de sus placeres. No buscaba en los ministros de la Iglésia cortesanos que apoyasen y extendiesen sin término la regalia, ni aduladores que apocasen sus faltas y le allanasen el camino del cielo. Queria oir de su boca la verdad entera sin rebozo, y en alguna ocasion escuchó pacientemente sinrazones por no retraer á otros de decirle verdades útiles aunque amargas.

Pero el respeto de la Réina á los prelados y ministros eclesiásticos no era efecto de una piedad ciega y débil: veneraba la Religion, no los abusos introducidos á su sombra ni las opiniones de los míseros mortales revestidas temerariamente de tan augusto nombre. Isabel mostró que no son incompatibles las virtudes civiles y religiosas, el despejo de la razon con la docilidad de la fé, el arte de reinar con la profesion y estrecha observáncia del cristianismo. Si los clérigos de Trujillo quieren que lo respetable de su estado sirva de salvaguardia á sus excesos, Isabel no titubea, desatiende las inmunidades que nunca pudieron concederse en perjuicio del órden público, y obliga á dar al César lo que es del César. Si la chancillería de Valladolid por deferéncia á las desmedidas pretensiones ultramontanas de aquellos siglos, admite indebidamente apelaciones á la silla apostólica, Isabel priva á sus ministros del puesto y confianza que no merecian, y con este acto de vigor enseña á los demás tribunales á discernir entre los justos límites del império y del sacerdócio. Si las órdenes religiosas olvidan su fervor primitivo y sirven de escándalo y mal ejemplo, Isabel no sosiega hasta conseguir una reforma saludable. Si

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la ambicion, que tal vez se atreve á lo mas sagrado, sorprende y arranca en la Cúria provisiones de obispados en extrangeros á quebrantando los derechos de presentacion, Isabel hace anularlas y guardar el respeto que se debe á la fé de los tratados y libertades de la iglésia de España. En las instrucciones á sus embajadores en Roma, en los asuntos que se ventilaron en el concílio de Sevilla, celebrado de órden de la Réina, en toda su conducta religiosa brillan los rasgos de una piedad ilustrada, que sabe hermanar el honor del cielo con el bien é interés de los hombres.

Y es esta la Princesa que se quiere pintar como de una ૐ religiosidad maléfica y sombria, las manos tiznadas con el humo de funestas teas sacrificando á sus ideas feroces la poblacion de sus réinos, y los derechos de sus vasallos? como autora de las violéncias hechas á los mudejares granadinos, de la expatriacion de tantos miles de ciudadanos industriosos, de agricultores útiles? Seamos sinceros. Estos cargos, cualquiera que sea su valor, no han de hacerse á Isabel sino á su siglo. De las opiniones que dominaban en él, puede y debe decirse lo que un antiguo hablando de la hazaña de Régulo (1), que eran cosa del tiempo y no de la persona. Consideremos el estado de las ideas que á la sazon tiranizaban generalmente los entendimientos; cuando los obispos solian ceñirse la espada, y vestido el roquete sobre el arnés entraban en los combates; cuando se ponia en cuestion si era lícita la paz con los sarracenos; cuando se opinaba comunmente que la diversidad de creéncia daba autoridad eterna sobre el enemigo ; cuando se oía sin escándalo que con el infiel no obligaba la fé dada y recibida; cuando nuestros cabalgadores, volviendo de correr la tierra de moros traian pendientes de los arzones y daban á sus hijos las cabezas denegridas de las infelices víctimas de la guerra, las cabezas de sus semejantes, de otros padres como ellos, para que sirviesen de cebo y ludibrio á la niñez, á la amable y candorosa niñez; cuando semejante atrocidad pasaba plaza de

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(1) Cicer. de offic. lib. IIL

bizarria y espíritu nacional, y sus excesos sonaban autorizados por la Religion que los gemia en secreto; cuando una densa atmósfera de preocupaciones no dejaba resquício alguno por donde penetrase el menor rayo de la verdad y del desengaño: y juzgue quien tenga valor á Isabel. Compadezcamos mas bien la flaqueza de la condicion humana y la imperfeccion de su discurso: quizá nuestro siglo orgulloso con los progresos de la razon y de las luces, prepara incáutamente motivos de censura y de irrision á la mordaz posteridad: hagámonos acreedores á su indulgéncia usándola con los siglos que nos han precedido. Y sobre todo admiremos la fuerza de aquellas almas privilegiadas, que superiores á su era sospecharon sus errores y sinrazones. Tal fué la de Isabel. Arrebatóla es cierto, el torrente impetuoso de la opinion general de su tiempo, pero no sin muestras de resistència: la indignacion fué el primer movimiento que produjo en ella la notícia de las tropelias que el celo indiscreto cometió contra los mudejares de Granada. Deseó, procuró que todos los hombres abrazasen la creéncia que sabia ser el unico camino para su felicidad; envió misioneros á las Indias, catequistas á las províncias conquistadas de los moros, concedió favor y privilégios á los que se convirtiesen su corazon aborreció la violéncia. Todo el resto de su vida y acciones nos la presenta observante de sus palabras y tratos, dulce, compasiva, enemiga de la ferocidad y celo amargo, de la supersticion y del fanatismo.

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Ni¿como era posible otra cosa atendido el caracter y condicion de nuestra Princesa? ¿Como se compadece el cargo de atrocidad, de dureza, de opresion con sus costumbres suaves y sencillas, con sus inclinaciones benignas y liberales, con haber fomentado en sus domínios la ilustracion, las ciencias, las artes, las letras humanas, hécholes un templo de su misma corte, dado el ejemplo de sacrificar en sus aras y de ofrecer á manos llenas el inciensó del honor y del prémio? ¿Por qué método pudieran combinarse la ferocidad y la cultura, la ilustracion y la tirania, la dureza de corazon y el cultivo de las letras ?

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