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tas ocasiones en que habla el corazon de repente sin pensar ni deliberar, son las mas propias para conocer el verdadero caracter de las personas, y aquí se nos muestra la solicitud y afectuoso interés, raro en las de su clase, con que la Réina miraba las cosas de sus criados y servidores.

La misma benignidad y dignacion se echó de ver en la visita que á fines del año de 1494 hizo desde Madrid al cardenal Don Pedro Gonzalez de Mendoza, arzobispo de Toledo', que estaba en Guadalajara mui apurado de la enfermedad de que últimamente murió en enero del siguiente año. El cardenal habia nombrado por albacea á la Réina en su testamento (1): la Réina aceptó el encargo, y á consecuéncia tomó personalmente cuentas á Alonso de Morales, secretário del cardenal, y después le confirió el destino de tesorero suyo, que sirvió muchos años.

El autor del libro del Carro de las donas refiere (2) que Doña Isabel visitó al comendador mayor Don Gutierre de Cárdenas, antíguo criado suyo y progenitor de los duques de Maqueda, estando enfermo en su villa de Torrijos, y que se encargó de ser su testamentária. Y de Fr. Pedro de Mesa, prior del monastério del Parral de Segóbia, cuenta Colmenares (3) que fueron á visitarle los Reyes en la enfermedad de que murió por marzo de 1485.

Cuando falleció Don Rodrigo Ponce de Leon, marqués de Cadiz, á pocos meses de concluida la guerra de Granada en que se habia señalado por eminentes servícios, hizo duelo la Reina junto con su marido y tomaron luto, como refiere el cura de los Palácios (4). No fué el marqués de Cadiz el único vasallo por quien hicieron esta demostracion los Reyes. Cuando quiera que fallescia alguno de los grandes de su réino, di

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ce Marineo (1), luego enviaban varones sábios y religiosos para consolar á sus herederos y déudos, y demás desto se vestian de ropas de luto en testimónio del dolor y sentimiento que hacian.

Pero la bondad no es lo mismo que la debilidad. Doña Isabel reunia la dulzura con la entereza, que son los dos elementos de que se compone la dignidad y que producen el obsequio y veneracion de los inferiores.

La corte de Enrique IV que presenciaba su conducta y sus defectos, necesariamente le despreciaba; y mal podia tributar á los indivíduos de la família real el aprécio y respeto que no tributaba á su gefe. Así lo prueba lo que sucedió en Segobia algunos meses antes de la muerte de Don Enrique. El arzobispo de Toledo Don Alonso Carrillo tenia un criado de su confianza llamado Fernando de Alarcon, á cuyos malos consejos atribuyen los historiadores los desaciertos de aquel prelado. Este Alarcon y Frai Alonso de Burgos, de la órden de predicadores, capellan mayor de la princesa Doña Isabel, tuvieron cierta disputa en su preséncia y se acaloraron tanto, que se dieron allí mismo de palos y se hirie

sin ser posible separarlos. Enojada justamente la princesa, mandó que Frai Alonso no entrase en palácio por unos dias, y que saliese Alarcon de la córte: pero no se verificó la salida, porque se enfadó el arzobispo, como lo cuenta Paléncia en su crónica de Enrique IV (2). Á poco de haber subido al trono Doña Isabel, el mismo Don Alonso Carrillo, creyendo que no se premiaban debidamente sus servícios, y resentido del favor que disfrutaba el cardenal Don Pedro Gon

(1) De las cosas memorables de España, lib. XXI.

(2) La suerte de estos dos cortesa. nos fue mui diversa. Fernando de Alarcon, convencido de graves delitos, fue ajusticiado en Toledo el año de 1580: Frai Alonso llegó á ser obispo de Córdoba, Cuenca y Paléncia y presidente del supremo consejo de la hermandad. Fundo el colégio de S. Gregório de Valladolid donde yace. Pasaba por hombre de corta

instruccion, menos sciente de cuanto
conveniu, dice Paléncia, y se le co-
nocia con el nombre ó mote de Frai
Mortero. Así se le apodó, segun re-
fiere Gonzalo de Oviedo (Quincuage-
na II, est. 21) en las maliciosas co-
plas anonimas de aquel tiempo que
ilamaron del provincial:

Cárdenas y el cardenal
y Chacon é Frai Mortero
traen la corte al retortero.

zalez de Mendoza, resolvió ausentarse de la corte. No bastó para aplacarle que el Rei católico fuese á visitarle á su posada, y tratase de desenojarle ofreciéndole grácias y mercedes. Todo lo desechó el arzobispo, y se retiró á su villa de Alcalá. Súpose luego que traia pláticas con el Rei de Portugal sobre fomentar el partido de Doña Juana la Beltraneja, y se le enviaron personas de respeto que le retrajesen de aquel propósito; pero en vano. Finalmente la Réina determinó ir á hablarle en persona: salió de Segóbia, y desde Lozoya le envió á decir que la aguardase, que iba á verle. Negóse el arzobispo á las vistas, y respondió que si la Réina entraba en Alcalá por una parte, se saldria él por otra. Con esto Doña Isabel desairada tomó el camino de Toledo; y el arzobispo decia que le habia de quitar la corona y hacer que volviese á hilar á la rueca. Por último, abrazó abiertamente el partido portugués, y militó contra sus Reyes.

La história cuenta el modo decoroso para Doña Isabel con que se concluyó este negócio, la noble entereza con que sostenia los derechos de su dignidad, y el teson con que seguía sus planes y desígnios sin arredrarse por obstáculos de ninguna clase. Resplandeció esta firmeza en las muchas reformas que se ejecutaron en su tiempo y dieron contínuo ejercício á su constáncia, pero que no abandonaba jamás cuando la conviccion de su necesidad la obligaba á emprenderlas. Una de las mas dificiles y asimismo de las mas urgentes fué la de las órdenes religiosas. Los pasos por donde se promovió y consumó esta · saludable operacion se leen en las crónicas y papeles de aquellos tiempos. En órden á las causas que empeñaron en ella á Doña Isabel, pueden recordarse las expresiones del piadoso franciscano Frai Ambrósio Montesino, predicador de los Reyes y obispo después en Cerdeña; el cual en la dedicatória de la traduccion de la Vida de Cristo del Cartujano, hecha por mandado de la Réina, la alaba por haber reformado la mayor parte de las religiones de España, que apenas resplandecia en ellas alguna pisada de sus bienaventurados fundadores, reduciéndolas, no sin dificultosa contradiccion, á comunidad de verda

dera observáncia. El cura de los Palácios Bernaldez habla tambien en su história (1) de los excesos de los regulares de ambos sexos que hizo corregir la Réina Doña Isabel: excesos que explica con su acostumbrada sencillez y desaliño Gonzalo Fernandez de Oviedo en la obra intitulada Epílogo real, imperial y pontifical, que se conserva manuscrita en la real biblioteca, donde hablando de la corrupcion de los regulares antes de la reforma, dice que ansi tenian hijos los fráiles y las monjas como sinó fueran religiosos.

Es cierto que la mejora de la disciplina regular en Castilla no se consiguió sin oposicion y aun sin escándalos. Se asegura que llegaron á mil los fráiles de diferentes órdenes que no queriendo sujetarse á vida mas arreglada, apostataron de su profesion y creencia, y se pasaron á Berberia (2). Pero esto quedó abundantemente compensado con los frutos de la reforma, á la cual se debió el gran número de religiosos santos y sábios que ilustraron á España en el siglo XVI.

El negócio de la reforma de las órdenes religiosas prestó una ocasion mui apropósito para conocer el caracter modesto y sufrido de Doña Isabel. Por el tiempo en que nombró arzobispo de Toledo á su confesor Frai Francisco Jimenez de Cisneros, vino de Roma á España el ministro general de los franciscanos, enemigo acérrimo del nuevo prelado, á quien miraba, y con razon, como á principal agente de la reforma de su órden en que á la sazon se entendia. Asiqué habida audiéncia de la Réina, peroró larga y destempladamente contra Cisneros, procurando desacreditarle por todos los médios posibles, haciendo la pintura mas negra de sus costumbres, y tachándole de hipócrita, ignorante é inepto. Oyole pacientemente Doña Isabel: y cuando le vió acabar, se contentó con preguntarle si estaba en su juício, y si sabia con quien hablaba. En mi juício estoi, respondió iracundo el religioso, y sé que hablo con la Réina de Castilla, que es un poco de polvo co

(1) Cap. 200.

(2) Rainaldi, continuacion de Bare

nio al año 1497.

mo yo: y diciendo esto, volvió la espalda y se salió con fúria de la cámara (1). La moderacion de Doña Isabel disimuló este desacato: mas no por eso se siguió con menos teson en la reforma, manifestándose de esta suerte, que si la Réina sabia ceder y perdonar en lo que solo concernia á su persona, en los asuntos del gobierno era imperturbable su constáncia, y que las empresas una vez empezadas se llevaban irrevocablemente al cabo apesár de cuantos disgustos y dificultades pudieran ofrecerse.

Esta firmeza y valor de la Réina le conciliaba el sumo respeto que sus vasallos le profesaban: pero no contribuyó menos para ello el justo concepto que se tenia de su amor á la justícia, y de su rectitud en administrarla sin acepcion de personas.

Otros examinarán si conviene mas al oficio y dignidad de los Reyes cuidar de que los jueces administren justícia que administrarla por si mismos: pero esta era carga que imponian al Monarca las leyes antíguas de Castilla, é Isabel dió siempre á los demás ejemplo de su observáncia. Liberal se debe mostrar el Rei, decian estas (2), en oir peticiones é querellas á todos los que á su corte vinieren á pedir justícia..... Por ende ordenamos de nos asentar á juício en público dos dias en la semana con los del nuestro consejo é con los alcaldes de nuestra corte, é estos dias sean lunes é viernes, el lunes á oir las peticiones, é el viernes á oir los presos segund que antiguamente está ordenado por los Reyes nuestros predecesores.... E mandamos que en aquellos dias se lean é se provean las quejas é peticiones de fuerzas é de negócios árduos é las quejas, si algunas hubiere, de los del nuestro consejo é de los oficiales de la nuestra casa, porque mas prontamente se provean.

Gonzalo Fernandez de Oviedo describe en sus Quincuagenas (3) el ceremonial con que la Réina Doña Isabel desempe

(1) Alvar Gomez de rebus gestis Francisci Ximenii, lio. I.

(2) Ordenanzas reales de Montalvo lib. II, tit. I, lei I. Las ordenanzas no hicieron en esto mas que reprodu

cir lo que habian dispuesto Don Alonso el Sabio en Valladolid y D. Juan I en Bibiesca.

(3) Quincuagena III, estáncia 11.

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