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vió al Rei de Portugal, aunque no tan claramente porqué era hermano de la Réina Loña Juana y tio de Doña Juana su hija. Despues de lo cual, el uno se resfrió, y el otro insistió en ello (1).

La princesa Doña Isabel, injuriada tan atrozmente en el manifiesto de su hermano, creyó que debia darle pública satisfaccion por escrito, Y de acuerdo con el arzobispo, el almirante y otros señores que se juntaron con los príncipes en Medina de Rioseco, respondió al Rei con otro manifiesto. Le recordó en él la moderacion con que desechó el titulo de Réina que se le ofrecia despues del fallecimiento del infante Rei Don Alonso, contentándose con el de princesa heredera que se estipuló en los Toros de Guisando: que ella por su parte habia observado religiosamente las condiciones de aquel ajuste, pues cuando en Ocaña se le tomó juramento de no hacer novedad en orden á su matrimónio, ya lo tenia otorgado con el príncipe Don Fernando: que el Rei Don Enrique por el contrário habia faltado á los tratos del congreso, en que se obligó á divorciarse de su muger dentro de cuatro meses, y á no constreñir ni apremiar á su hermana para que se casase contra su voluntad, dejándole eleccion libre con tal que no fuese indecorosa que cuando vinieron los embajadores de Portugal á pedirla para el Rei Don Alonso, les habia ofrecido con juramento Don Enrique obligarla por fuerza á aceptar este partido , y aun privarla de su libertad en el caso de absoluta resisténcia. Le reconvenia de la inconstáncia con que á poco de haber apadrinado con tanto ahinco el matrimónio del Rei de Portugal, habia querido que se hiciese el del duque de Berri y de Guiana. Añadia que el casamiento con el príncipe Don Fernando fué con acuerdo y consejo de la mayor y mas sana parte de los grandes del réino: que las leyes que prohibian á las hijas de Rei casarse sin licéncia del padre o hermano antes de los 25 años de edad, no regian en el caso de violéncia y aprémio: que si el Rei decia que ella contra su honestidad se habia casado sin haber dispensacion del Papa, res

(1) Paléncia, crón. parte II.

pondia ella haber satisfecho á su conciencia, como en tiempo lo podria mostrar por católica probacion que el príncipe Don Fernando, lejos de ser enemigo de Castilla, seria la ocasion y el promotor de su prosperidad. Le argüia de que siendo pública y notória su impotencia y la desenvoltura de la Réina que él mismo habia confesado y jurado, hubiese jurado después que tenia y habia tenido siempre por suya á la hija de la Réina. Y finalmente le echaba en cara que para hacer todo esto á su libre voluntad, se habia erigido en juez superior, menospreciando las leyes divinas y humanas, por las cuales se defiende el absoluto poder de condenar y absolver sin que la parte sea llamada, oida y vencida segun forma del derecho (1).

Esta vigorosa contestacion aumentó, como era natural, el resentimiento del Rei Don Enrique. Irritado especialmente contra el arzobispo de Toledo, y el obispo de Segobia Don Juan Arias Dávila, el mismo que habia intervenido en la dispensa para el matrimónio de los príncipes, á quienes miraba como principales fautores del bando contrário, los hizo acusar en la corte de Roma; y de resultas de esto el Papa Páulo II, que en las discórdias de Castilla estuvo constantemente por el partido de Don Enrique, mandó comparecer en su preséncia al obispo de Segóbia en el término de noventa dias, y que una comision de quatro canónigos de Toledo en union con el consejo real amonestase judicialmente al arzobispo, y le compeliese á abandonar el servício de los príncipes (2). Respecto de los mismos príncipes, acordó el Rei Don Enrique echarlos á mano armada fuera del réino y con este fin convocó á los grandes, prelados y caballeros de su parcialidad para que cada cual con la mas gente que pudiera, viniese á Medina del Campo, que se consideró lugar apropósito para la reunion de tantas fuerzas. Pero todas las demostraciones de enojo, y aparato de guerra civil se estrellaron en las lentitudes y reservada política del maestre Don Juan Pacheco,

(1) Paléncia, crón. parte II. Décad. (2) Enriquez, crón. c. 149. lib. 13, cap. 7.

quien así como temia que triunfasen los príncipes, tampoco queria que el Rei quedase sin contradiccion ni embarazos. Entretanto murió el Papa Páulo: el obispo no se presentó en Roma: el Rei levantó la mano del asunto del arzobispo; y los grandes y caballeros convocados á Medina recibieron orden de estarse quietos y holgar en sus casas,

La tibieza que desde luego mostró el Duque de Guiana en llevar adelante su matrimónio con Doña Juana la Beltraneja, , su desígnio de casar con la heredera de Borgoña, madre que fué después del Rei de Castilla Don Felipe el Hermoso, y finalmente su muerte acaecida en Burdeos en mayo de 1472, dieron ocasion á otros tratos que se movieron para casar á Doña Juana con el príncipe Don Fadrique, hijo del Rei de Nápoles, con el infante Don Enrique Fortuna, primo hermano del príncipe Don Fernando, y últimamente con el Rei de Portugal Don Alonso. Todo era nuevos proyectos y nada se concluía, conforme á las ideas y sistema del maestre de Santiago, que era tener siempre las cosas en suspenso para hacerse mas necesário. Muchos de los grandes, unos cansados de tantas incertidumbres, otros descontentos de la privanza del maestre, otros recelosos de su poder y de su resentimientos, deseaban ya algun descanso y que el Rei se reconciliase con su hermana Doña Isabel. Se habia dado un gran paso para ello con la mudanza de la casa de los Mendozas, que hasta entonces habia sido el principal apoyo del partido de la Beltraneja, y abrazó por este tiempo el de los príncipes. Las causas de esta novedad fueron las quejas que el obispo de Sigüenza Don Pedro Gonzalez de Mendoza, director y gefe de las operaciones de su parentela, tenia del maestre por las largas que daba á la venida de su capelo de cardenal á fin de que no lo recibiese antes que su sobrino Don Luis de Acuña, obispo de Burgos (1); y además el haberse sacado la persona de la princesa Doña Juana de poder de los Mendozas en que habia estado muchos años, y puesto en el del maestre

(1) Enriquez, crón. cap. 157.

de Santiago. Pero los principales instrumentos de la reconciliacion de los príncipes con su hermano fueron Andrés de Cabrera, mayordomo del Rei y alcáide del alcazar de Segóbia, y su muger doña Beatriz de Bobadilla, que servia á la princesa desde que siendo niña estuvo con su hermano Don Alonso y la Réina viuda su madre bajo la custódia de Pedro de Bobadilla, alcáide de la fortaleza de Maqueda y padre de Doña Beatriz. Temiendo los efectos de la enemistad y ojeriza que les profesaba el maestre Don Juan Pacheco (1), no perdian ocasion de representar al Rei su insaciable codícia, los deservícios que le habia hecho durante las disensiones con su hermano Don Alonso, la vergonzosa dependéncia en que le tenia y lo conveniente que le era vivir en concórdia y amor con su hermana. Habiendo logrado ablandar el ánimo del Rei, porque el trato fuese mas cierto y secreto, Doña Beatríz, no fiándose de persona alguna, se fué disfrazada de aldeana sobre un asnillo á la villa de Aranda donde se hallaba la princesa, y hechos los conciertos se volvió con el mismo disimulo á Segóbia. El obispo de Sigüenza, ya cardenal de España, ayudaba á estos tratos: y finalmente, con acuerdo del Rei segun unos y sin notícia suya segun otros, una noche de las últimas de diciembre de 1473 se vino á Segóbia la princesa Doña Isabel desde Aranda, y avistándose con su hermano quedó establecida entre ellos la concórdia, con tanto temor del maestre que recelando perder su libertad huyó secretamente de la corte, y se mantuvo retirado de ella por algunos meses.

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(1) Alonso de Paléncia refiere que. induyeron mucho en ello los consejos de un judio de Segóbia llamado Don Habrain Señor, hombre discreto y provido, con quien Andrés de Cabrera tenia particular amistad. (Parte II, año XXI). Hubieron de ser mui impor tantes sus servicios, cuando apesar

de la austeridad con que se procedió en la reforma de los juros hecha el año de 1480, se le conservó la pension de cien mil maravedís que le habian hecho los Reyes, segun se vé por el libro de las declaratorias de Toledo.

§ IV.

Habia trabajado con empeño en la reconciliacion del Rei con los príncipes el cardenal Don Rodrigo de Borja, vicecanciller de la corte romana, obispo de Albani, que despues fué Papa con el nombre de Alejandro VI, y habia sido enviado por Sixto IV á España. El objeto principal de su venida era pedir al estado eclesiástico un subsídio que efectivamente se concedió bajo ciertas condiciones en la junta general que el clero de Castilla celebró á princípios del año de 1473 en Segobia. Pero al mismo tiempo trajo la dispensa del grado de consanguinidad que habia entre Don Fernando y Doña Isabel, cometida al arzobispo de Toledo por bula del Papa Sixto de primero de diciembre de 1471, á los cuatro meses escasos de su pontificado. Esta dispensa, acallando definitivamente las reconvenciones que se hacian á los príncipes sobre la legitimidad de su matrimónio, y autorizando los derechos de la infanta Doña Isabel su hija, tenia un grande influjo en la pacificacion del réino, y allanaba parte de los obstáculos que se oponian al reconocimiento de la sucesion.

Nuestros escritores han tratado con negligéncia este punto, Ó por mejor decir, no lo han tratado hasta ahora. Alonso de Paléncia, que habló de la primera dispensa para el enlace de los príncipes, lo hizo trocando el nombre del Papa que la concedia , y con tal generalidad y confusion, que su testimónio pudiera pasar por sospechoso y como dirigido únicamente á escusar la ilegitimidad del matrimónio: y no hizo mencion de la dispensa de Sixto IV en el progreso de la história. Enriquez del Castillo no habló de una ni otra dispensa. Igual omisión se nota en la crónica de Fernando de Pulgar, apesar de que refirió con bastante extension las diligéncias practicadas por el legado Don Rodrigo de Borja para concordar al Rei con los príncipes, y asegurar en estos la sucesion de la corona. Pero lo mas reparable es el absoluto siléncio que sobre la primera dispensa guarda la segunda concedida en el año de Tom. VI. N. 1.

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