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AL CRISTIANO Y PIADOSO LECTOR.

Nicolas Maquiavelo fué hombre que se dió mucho al estudio de la policía y gobierno de la república y de aquella que comunmente llaman razon de estado. Escribió algunos libros, en que enseña esta razon de estado, y forma un príncipe valeroso y magnánimo, y le da los preceptos y avisos que debe guardar para conservar y amplificar sus estados. Pero, como él era hombre impio y sin Dios, así su dotrina (como agua derivada de fuente inficionada) es turbia y ponzoñosa, y propia para atosicar á los que bebieren della. Porque, tomando por fundamento que el blanco á que siempre debe mirar el príncipe es la conservacion de su estado, y que para este fin se ha de servir de cualesquiera medios, malos ó buenos, justos ó injustos, que le puedan aprovechar, pone entre estos medios el de nuestra santa religion, y enseña que el príncipe no debe tener más cuenta con ella de lo que conviene á su estado, y que para conservarle, debe algunas veces mostrarse piadoso aunque no lo sea, y otras abrazar cualquiera religion, por desatinada que sea. ¿Quién puede sin lágrimas, oir los otros preceptos que da este hombre para conservar los estados, viendo la ansia con que algunos hombres de estado los desean saber, la atencion con que los leen y la estima que hacen dellos, como si fuesen venidos del cielo para su conservacion, y no del infierno para ruina de todos los estados? Porque, demas de hablar bajamente de la Iglesia católica y romana, y atribuir las leyes y victorias de Moisén, no á Dios, que le guiaba, sino á su valor y poder, y la felicidad del hombre al caso y á la fortuna, y no á la religion y á la virtud, enseña que el príncipe debe creer más á sí que á ningun sabio consejo, y que no hay otra causa justa para hace guerra sino la que parece al príncipe que le es conveniente ó necesaria; y que para cortar toda esperanza de paz, debe hacer notables injurias y agravios á sus enemigos; y que para destruir alguna ciudad 6 provincia sin guerra, no hay tal como sembrarla de pecados y vicios; y que se debe persuadir que las injurias pasadas jamas se olvidan, por muchos beneficios que se hagan al que las recibió. Que se debe imitar algun tirano valeroso en el gobierno, y desear ser más temido que amado, porque no hay que fiar en amistad; y otras cosas semejantes á éstas, todas dignas de quien él era, y de ser desterradas de los consejos de cualquiera príncipe cristiano, prudente y amigo de conservar su estado. Sembró al principio este mal hombre y ministro de Satanas esta perversa y diabólica dotrina en Italia (porque, como en el título de sus obras se dice, fué ciudadano y secretario florentin). Despues, con las herejías que el mismo Satanas ha levantado, se ha ido extendiendo y penetrando á otras provincias, y inficionándolas de manera, que con estar las de Francia, Flándes, Escocia, Inglaterra y otras abrasadas con el fuego infernal dellas, y ser increibles las calamidades que con este incendio padecen, no son tantas ni tan grandes como las que les ha causado esta dotrina de Maquiavelo y esta falsa y perniciosa razon de estado. Porque son tantos los discípulos deste impio maestro, y tantos los políticos que con nombre de cristianos persiguen á Jesucristo, que no se puede fácilmente creer ni el número que hay dellos, ni los daños que hacen, ni el estado lastimoso y miserable en que tienen puesta la república. Los herejes, con ser centellas del infierno y enemigos de toda religion, profesan alguna religion, y entre los muchos errores que enseñan, mezclan algunas verdades. Los políticos y discípulos de Maquiavelo no tienen religion alguna, ni hacen diferencia que la religion sea falsa ó verdadera, sino si es á propósito para su razon de estado. Y así, los herejes quitan parte de la religion, y los políticos toda la religion. Los herejes son enemigos descubiertos de la Iglesia católica, y como de tales nos podemos guardar; mas los políticos son amigos fingidos y enemigos verdaderos y domésticos, que con beso de falsa paz matan como Júdas, y vestidos de piel de oveja, despedazan como lobos el ganado del Señor, y con nombre y máscara de católicos, arrancan, destruyen y arruinan la fe católica. La voz es voz de Jacob, y las manos son manos de Esaú. ¡Oh locos y desvariados los que se dejan arrebatar desta corriente, y llegan á un punto de tan extremada miseria y ceguedad, que vienen á negar (si no con sus palabras, con sus consejos y vanas razones de estado) que no hay Dios ó que no tiene providencia de los estados! Porque, ¿qué mayor desventura puede ser, que no entender lo que entienden todos los hombres de entendimiento, que no oir las voces de todas las criaturas que están clamando (como dice san Agustin): Ipse fecit nos, et non ipsi nos? El Señor nos hizo, que nosotros no nos hicimos. ¿Que no leer en este gran libro del mundo lo que todos los sabios del mundo, de todas las naciones y de todos los siglos leyeron y enseñaron? Bien dijo el real profeta (1): «El necio dijo en su corazon que no hay Dios, porque ésta es la más fina y dañosa necedad de todas, y tal, que el hombre que llega á ella no puede llegar á mayor bajeza ni á estado más lastimoso y miserable. Desventurados son estos nuestros tiempos, y grandes nuestros pecados, pues así han provocado contra nos la ira del Señor, que permita que hombres en sangre ilustres, y tenidos en la doctrina por letrados, en la prudencia por cuerdos, en la apariencia exterior por modestos y pacíficos, sigan á un hombre tan desvariado é impio como Maquiavelo, y tomen por regla sus preceptos y los de otros hombres tan impios y necios como él, para regir y conservar los estados que da el mismo Dios y guarda Dios, y sin

(1) Psalm. xii.

Dios no se pueden conservar. Y digo que toman por reglas lo que escriben otros autores semejantes á Maquiavelo, porque tienen por oráculo lo que Cornelio Tácito, historiador gentil, escribió en sus Anales del gobierno de Tiberio César, y alaban y magnifican lo que Juan Bodino, jurisconsulto, y monsieur de La Nue, soldado, y otro Plesis Morneo, todos tres autores franceses, en nuestros dias, desta mataria han enseñado. Pero para mostrar el disparate de los que, siendo cristianos, toman por guías deste camino á hombres tan ciegos y descaminados como éstos, basta decir que Cornelio Tácito fué gentil y idólatra y enemigo de Cristo nuestro redentor y de los cristianos (de los cuales, como hombre impio y desbaratado, habla vil y despreciadamente), y que no es justo que en materia de nuestra santa religion creamos á hombres tan contrarios á la religion, y á nuestro mismo enemigo, ni que los príncipes cristianos tomen por dechado y modelo de su gobierno lo que hizo en el suyo un emperador tan vicioso, deshonesto, avaro y cruel, y tan vituperado de todos los mismos historiadores gentiles, como fué Tiberio. Pues ¿qué diré del señor de La Nue y de Plesis Morneo, sino que el uno fué hereje calvinista y el otro lo es, y ambos políticos, ambos enemigos de Jesucristo en la vida y en la dotrina, en lo que hicieron y enseñaron? ¿Qué de las obras de Juan Bodino, que andan en manos de los hombres de estado y son leidas con mucha curiosidad, y alabadas como escritas de un varon docto, experimentado y prudente, y gran maestro de toda buena razon de estado, no mirando que están sembradas de tantas opiniones falsas y errores, que por mucho que los que las han traducido de la lengua francesa en la italiana y en la casteIlana las han procurado purgar y emendar, no lo han podido hacer tan enteramente, que no queden muchas más cosas que purgar y que emendar? Éstas son las fuentes de que beben los políticos de nuestro tiempo, éstas las guías que siguen, éstos los preceptores que oyen y la regla con que regulan sus consejos. Tiberio, viciosísimo y abominable emperador; Tácito, historiador gentil y enemigo de cristianos; Maquiavelo, consejero impio; La Nue, soldado calvinista; Morneo, profano; Bodino (por hablar del con modestia), ni enseñado en teología ni ejercitado en piedad. Y por seguir á éstos dejan el camino derecho y llano que la misma razon natural nos descubrió, y Dios nos enseñó, y su Hijo benditísimo nos manifestó, y tantos y tan sabios doctores nos mostraron, y todos los buenos principes cristianos anduvieron, y los malos dejaron; y echando por la falsa razon de estado, se despeñaron y perdieron sus estados, como en este libro se verá. El cual, yo, movido de celo de la gloria de Dios y del bien de la república, en esta mi cansada vejez (despues de haber leido, oido y visto muchas cosas en várias y diversas provincias, y tenido comunicacion y amistad con algunos gobernadores y varones prudentes, de quien podia aprender), me he puesto á escrebir para desengaño de los que, sin mirar lo que hacen, se dejan llevar desta dotrina, y para prevencion y aviso de los que aun no han entrado en este ciego y inexplicable laberinto. A algunos por ventura les parecerá que son muy diferentes las leyes de la religion y las de la prudencia civil y política, y que no puede bien enseñar á gobernar los estados el que no los ha gobernado. Mas, como yo no pretendo principalmente en este tratado dar leyes del gobierno político á los príncipes, sino enseñarles cómo deben gobernar y conservar sus estados segun las leyes de Dios, y refutar los errores y engaños de los que enseñan lo contrario, no creo que ninguno con razon me podrá reprender, ni tener esta materia tan importante y necesaria por ajena de mi hábito y profesion; pues santo Tomas y Egidio Romano, y otros religiosos y doctísimos varones, no la tuvieron por ajena del suyo, y escribieron admirables libros del gobierno de los príncipes. Y porque ninguno piense que yo desecho toda la razon de estado (como si no hubiese ninguna), y las reglas de prudencia con que, despues de Dios, se fundan, acrecientan, gobiernan y conservan los estados, ante todas cosas digo que hay razon de estado, y que todos los príncipes la deben tener siempre delante los ojos, si quieren acertar á gobernar y conservar sus estados. Pero que esta razon de estado no es una sola, sino dos: una falsa y aparente, otra sólida y verdadera; una engañosa y diabólica, otra cierta y divina; una que del estado hace religion, otra que de la religion hace estado; una enseñada de los políticos y fundada en vana prudencia y en humanos y ruines medios, otra enseñada de Dios, que estriba en el mismo Dios y en los medios que Él, con su paternal providencia, descubre á los príncipes y les da fuerzas para usar bien dellos, como Señor de todos los estados. Pues lo que en este libro pretendemos tratar es la diferencia que hay entre estas dos razones de estado, y amonestar á los príncipes cristianos y á los consejeros que tienen cabe sí, y á todos los otros que se precian de hombres de estado, que se persuadan que Dios solo funda los estados y los da á quien es servido, y los establece, amplifica y defiende á su voluntad, y que la mejor manera de conservarlos es tenerle grato y propicio, guardando su santa ley, obedeciendo á sus mandamientos, respetando á su religion y tomando todos los medios que ella nos da ó que no repugnan á lo que ella nos enseña, y que ésta es la verdadera, cierta y segura razon de estado, y la de Maquiavelo y de los políticos es falsa, incierta y engañosa. Porque es verdad cierta é infalible que el estado no se puede apartar bien de la religion, ni conservarse sino conservando la misma religion, como lo enseñan los mismos gentiles y mucho mejor nuestros santos padres (1), que fueron doctores y lumbreras de la Iglesia católica, como en el discurso de nuestro libro se verá.

(1) Cic., primo De legibus; Valerius Max., lib. 1, cap. 1; Amb., lib. v, epíst. xxix, xxx y xxx1; Aug., epíst. L; Leo, epist. LXXV; Gregu lib. 11, epist. vi; Ber., epist. ccxLu, ad Corrodum imperatorem,

Va dividido este tratado en dos partes. La primera, de lo que deben hacer los príncipes con la religion, como tutores, defensores y hijos que son de la Iglesia. La segunda, de lo que deben hacer para el gcbierno político y temporal de sus reinos, y las verdaderas y perfectas virtudes con que para administrarlos bien y conservarlos deben resplandecer. Y porque escribimos para gente grave, sábia y ocupada, procurarémos, con el favor del Señor, recoger las cosas más principales que hacen á nuestro propósito, y resumirlas con brevedad en este tratado, cercenando otras muchas que se podrian decir, y se hallarán en los muchos libros que Platon, Jenofonte, Aristóteles, Ciceron, Séneca, Plutarco, santo Tomas, Egidio Romano, Francisco Patricio, Crisóstomo Javelo y otros autores, antiguos y modernos, han escrito del gobierno de los reinos y estados. Si no agradáre lo que escribirémos á los discípulos de Maquiavelo, por tener estragado el gusto, esperamos en Dios que será sabroso y provechoso á todos los que tienen limpio y sano el paladar y desean cumplir con la piedad cristiana, para los cuales principalmente habemos tomado este trabajo.

LIBRO PRIMERO

DE

LA RELIGION Y VIRTUDES

QUE DEBE TENER EL PRÍNCIPE CRISTIANO PARA GOBERNAR Y CONSERVAR SUS ESTADOS.

CAPÍTULO PRIMERO.

La cuenta que todas las naciones y repúblicas del mundo

tuvieron con su religion.

Es tan grande la majestad de Dios, y tan natural y tan arraigada en los ánimos de todos los hombres la reverencia y acatamiento que se le debe, que en todas las repúblicas, provincias y naciones del mundo, por bárbaras y ciegas que hayan sido, siempre se tuvo por el primero y más principal y necesario negocio el de la religion. No solamente por cumplir con esta obligacion tan precisa y tan natural que tenemos todos de reconocer, acatar y con debido culto servir á este gran Príncipe y soberano Monarca de todo lo criado, pero tambien porque se persuadian (y con razon) que no se podian conservar sus repúblicas, reinos y estados, sino conservándose en ellos la religion. Plutarco, autor gravísimo y maestro de Trajano, emperador, dice (1): «En el hacer de las leyes lo primero y más importante es la opinion de los dioses. Y por esto todos los legisladores han consagrado á los dioses los pueblos á quien han dado leyes: Licurgo los lacedemonios, Numa los romanos, con los antiguos atenienses, Deucalion casi todos los griegos; y si anduvieres por muchas tierras, hallarás algunas ciudades sin muros, sin letras, sin reyes, sin casas ni riquezas, y sin monedas, sin escuelas y teatros; pero ninguno ha visto ciudad que no tenga templos y que carezca de dioses, y que no use de rogativas y plegarias y juramentos, y que no haga sacrificios para alcanzar de Dios lo bueno, y suplicarle que aparte della todo lo que es malo y dañoso. Yo creo que antes se podrá fundar una ciudad en el aire y sin suelo, que poderse bien gobernar sin religion.» Todo esto es de Plutarco. Lactancio Firmiano dice (2) que toda la sabiduría del hombre consiste en sólo conocer y reverenciar á Dios. San Agustin dice (3) que así como los demonios no poseen sino á los que han engañado, así los príncipes injustos y semejantes á los demonios persuadian á sus pueblos con nombre de religion las cosas que ellos sabian ser fal

(1) Plutar., lib. adversus Colot. (2) Institut., cap. xxx. (3) Aug., De Civil. Dei, lib. iv, cap. xxxu.

sas, por entender que con este vínculo los atarian más estrechamente y los tendrian más sujetos. En las historias de las Indias leemos (4) que los ingas, que eran los reyes del Pirú, en conquistando algunas tierras, luégo dividian sus tributos en tres partes, y la primera era para los templos y para el culto de los dioses, juzgando que por este medio ellos los ganarian la voluntad y conservarian mejor sus estados.

Los mismos políticos, contra quien escribimos, están persuadidos desta verdad (5). Maquiavelo, que es el maestro de todos, dice que la religion es necesaria para conservar el estado, y que Roma debe más á Numa Pompilio por haber fundado en ella la religion, que á Rómulo, que la fundó y le dió principio con las armas (6), y que no puede haber mayor indicio de la ruina de una provincia, que ver menospreciado el culto divino. Juan Bodino dice (7) que los mismos ateistas (que son los que no creen que hay Dios ni tienen cuenta con religion alguna) confiesan que no hay cosa más eficaz y poderosa para conservar los estados y las repúblicas que la religion, y que ella es el principal fundamento de la potencia de los monarcas y señoríos, y de la ejecucion de las leyes, de la obediencia de los súbditos, de la reverencia y respeto que se debe á los magistrados, del temor de hacer mal, y de la amistad y comercio y trato que hay entre los hombres. Y que por esto se debe tener gran cuidado que una cosa tan sacrosanta como la religion se guarde inviolablemente y no se ponga en disputa, porque della depende la conservacion ó la ruina de la república. Pues es verdad lo que dijo Papiniano (8): Summa ratio est, quæ pro religione facit; que la suma y más principal razon de todas es la que favorece á la religion. Todo esto dice Bodino, con ser autor no nada pío.

Pero la diferencia que hay entre los políticos y nosotros es, que ellos quieren que los príncipes tengan cuenta con la religion de sus súbditos, cualquiera que sea, falsa ó verdadera; nosotros quere

(4) Josef de Acosta, Historia de las Indias, lib. vi, cap. xv. (5) Lib. I de sus Discursos, cap. xI. (6) Cap. xn. (7) Lib. 1, cap. vii De la repúb. (8) Lib. Etsi quis ff. de Relig.

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mos que conozcan que la religion católica es sola la verdadera, y que á ella sola favorezcan. Ellos quieren que los príncipes se sirvan de la religion en apariencia, para engañar y entretener al pueblo, como lo hacen los príncipes injustos y lo dice san Agustin; nosotros queremos que los príncipes sirvan de véras á la verdadera religion. Ellos quieren que el fin principal del gobierno político sea la conservacion del estado y la quietud civil de los ciudadanos entre sí, y que se tome por medio para esta conservacion y quietud, tanto de la religion cuanto fuere menester, y no más; nosotros queremos que los príncipes cristianos entiendan que toda la potestad que tienen es de Dios, y que Él se la dió porque sus súbditos sean bienaventurados acá con felicidad temporal (que es á lo que se endereza el gobierno político), y allá con la eterna, á la cual esta nuestra temporal mira y se endereza como á su blanco y último fin; y que ante todas cosas, deben tener puestos los ojos en Dios y en su santa religion, la cual, cuando se abraza y guarda puramente, hace bienaventurados á los hombres para siempre, y conserva los reinos y estados, y los mantiene en obediencia, paz y entera quietud; y cuando no, faltándoles este fundamento, en que se sustentan, necesariamente han de caer. Pero todo esto decimos que se ha de hacer de véras y con puro y sencillo corazon, amando la religion por sí misma, y no tomándola por medio falso y engañoso para gobernacion del Estado, como enseñan los políticos.

CAPÍTULO II.

Que los malos príncipes tambien se sirven de la religion
para mejor engañar, como enseñan los políticos.

Para declarar mejor esta diferencia que hay entre nosotros y los políticos (1), entre los que de nombre y obras son cristianos, y los que teniendo solamente el nombre hacen ostentacion de la religion, y se sirven della como de red para pescar lo que pretende su codicia y loca ambicion, quiero poner aquí dos ejemplos de dos hombres que vivieron en un mismo tiempo, y que nos representan muy al vivo lo que vamos diciendo. Ecebolio, sofista, fué maestro del emperador Juliano, apóstata, y dél muy favorecido y estimado. Éste, como fino político, en tiempo del emperador Constanció se fingió cristiano por conformarse con el Emperador, y deber mostrarse hereje arriano, porque tambien lo era el Emperador. Muerto Constancio, se hizo gentil, porque Juliano lo era, para ganarle más la voluntad, renegando la fe que Juliano habia renegado. Murió Juliano, y sucedióle Joviniano, principe católico y piadoso, y Ecebolio, como camaleon, luego se transformó en la religion del nuevo emperador, y se echó á la puerta de la Iglesia pidiendo perdon á los cristianos, como lo dice Sócrates en su historia (2); que es un vivo retrato de los políticos de nuestro tiempo, los cuales, como

(1) Bar., tomo iv. (2) Lib. 1, cap. 11.

decia Joviniano, emperador, de los del suyo (3): Non Deum, sed purpuram colunt; que no adoran ni creen en Dios, sino en la púrpura, tomando la religion de los príncipes para lisonjearlos y ganar su gracia. El otro ejemplo es de Cesario (4), el cual, como dice su hermano san Gregorio Nacianceno, siendo honrado con cargos de grande autoridad del mismo Juliano, y con palabras amorosas y promesas convidado para que le sirviese, y apretado con amenazas, y tentado y combatido con todo el artificio del mundo, nunca se dejó vencer, ántes á la púrpura y majestad del imperio antepuso su ignominia y glorioso oprobrio de la cruz de Cristo, porque conocia los tesoros de gloria que en ella están encerrados, y era de véras, y no en apariencia, cristiano. Este ejemplo de Cesario es de un fino católico; el de Ecebolio de un fino político y discípulo de Maquiavelo, el cual en sus discursos dice estas palabras (5): «Los príncipes de una república ó de un reino deben conservar los fundamentos de la religion que tienen, y con esto fácilmente conservarán su república religiosa, y por consiguiente buena y unida. Y deben favorecer todas las cosas que son en favor de su religion (aunque las tengan por falsas), y acrecentarlas; y tanto más lo deben hacer, cuanto fueren más prudentes y más sabios de las cosas naturales. » De manera que quiere que el príncipe favorezca la religion aunque la tenga por falsa, para tener sujetos á sus súbditos con aquella apariencia exterior. ¿Qué príncipe hay tan impio y malvado, y enemigo de toda religion, que no siga esta doctrina y se sirva de la misma religion cuando para la conservacion de su estado ve que es menester, fingiendo ser lo que no es? Como lo hizo Magencio, el cual, siendo gentil, y viendo que los cristianos eran muchos, por no tenerlos contrarios en su pretension del imperio (6), se les mostró al principio favorable y amigo, y hallándose más seguro y señor, los persiguió con extraña crueza. Y Licinio, que estaba casado con Constancia, hermana del gran Constantino, viendo que su cuñado era cristiano, se mostró á los principios muy benévolo y amigo de cristianos para ganarle más la voluntad, y por este medio ser nombrado de Constantino por su compañero en el imperio; y cuando lo fué se quitó la máscara, y la vulpeja se mostró leon, haciendo carnicería de los cristianos. Pues ¿qué diré de la otra raposa, Juliano, apóstata? (7). ¿Con cuánta simulacion favoreció á los cristianos, honró á los obispos, dió de mano á los herejes arrianos, visitó los templos, reverenció las reliquias de los santos, edificó una iglesia á santa Mamea, mártir, é hizo tantas demostraciones de cristiano con engaño, para entrar en el imperio sin resistencia, y poder más fácilmente destruir la religion cristiana?

(3) Socr., lib. 1, cap. xxi. (4) In orat. in funer. fratris. (5) Lib. 1, cap. XII. (6) Euseb., lib. vi, cap. xvi, et lib. ix, cap. x; Niceph., lib. vi, cap. 11, et lib. vii, cap. xvi, XXX, XL, XLI, XLIV et XLV. (7) Niceph., lib. 1, cap. v et xit, et lib. x, cap I, II, IV et v; Sozom., lib. v, cap. 11 et v; Theod., lib. 11, capítulos п et .

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