Imágenes de página
PDF
ePub

Maquiavelo, sino tambien al calvinista La Nue, á Duplessis Mornay y al dicho Juan Bodin. Y sin necesidad de citar á estos extranjeros, habia ido por entonces de España á Francia el ministro español Antonio Perez, aragones, que nada tenía de aragones, y que despues de haber aconsejado á Felipe II maquiavélicamente en el feo asunto del asesinato de Escovedo y otros hechos por el estilo, habia comprometido al país de donde era oriundo, á sus fueros venerandos y á su primer magistrado, á fin de salvar su vida, no por aficion que á ninguno de los tres tuviese. Estos sucesos acababan de tener lugar cuando RIVADENEIRA escribia su libro, completando así la teoría incoada, bajo el aspecto histórico por el Cisma de Inglaterra, bajo el aspecto mistico por el Tratado de la Tribulacion, y bajo el aspecto social y político por su Principe Cristiano.

En Francia, despues de las guerras religiosas y civiles y de la tortuosa política de Catalina de Médicis, paisana de Maquiavelo y que podia comentar sus obras, imperaba á la sazon Enrique IV, político cuya conciencia elástica opinaba que el ser rey en París bien valia una misa. RIVADENEIRA habia trazado en su Historia del cisma en Inglaterra el retrato de los tres grandes Maquiavelos ingleses del siglo XVI: el sensual y dilapidador Enrique VIII, la hipócrita y sanguinaria Isabel, su hija, y el débil y estrafalario Jacobo I, para quienes la religion nnuca fué un objeto, sino un medio.

En aquellos momentos críticos y supremos, al irse oscureciendo ya el luminoso siglo XVI y principiando las tinieblas del desdichado siglo XVII, era cuando RIVADENEIRA presentaba en la córte de España su gran libro original del Principe Cristiano, superior en erudicion y mérito al anterior tratado acerca de la Tribulacion, siquiera éste le supere en la elegancia y sublimidad del lenguaje y del estilo.

En dos libros divide RIVADENEIRA su tratado. El primero tiene un colorido enteramente religioso é histórico. Manifiesta los deberes que tiene el Principe para con la religion del Estado, probándolo con numerosas citas, ejemplos y testimonios de la historia y literatura antigua, sobre todo de la romana; y pasando de las falsas religiones á la verdadera, advierte al Monarca sus deberes respecto de la Iglesia y religion católica. Segun él, en materia de fe no hay cosa pequeña, y siguiendo la doctrina corriente é inconcusa en aquel tiempo, llega al capitulo XXVI, en que manifiesta que los herejes deben ser castigados, y cuán perjudicial sea la libertad de conciencia; porque «las herejías son causa de revoluciones y perdimientos de estados. ›

No eran solamente RIVADENEIRA y los escritores católicos quienes opinaban así. Calvino, que habia quemado en la plaza de Ginebra al español Servet por combatir el dogma de la Trinidad, habia escrito en este mismo sentido. Así opinaba tambien Teodoro Beza, su especial discipulo, y así opinaban Enrique VIII y su hija Isabel, los cuales quemaron y mataron diez católicos, lo ménos, por cada hereje ó judaizante que llevó á la hoguera el Santo Oficio. Dicho sea esto, y como de paso, en obsequio de los que se asusten quizá al leer este capítulo de RIVADENeira.

Más de doscientos años ha costado á la verdad abrirse paso al traves de las patrañas y declamaciones amontonadas contra España por espacio de cerca de tres siglos; hoy, por fortuna, sabemos ya á qué atenernos, y no tan sólo podemos defender á nuestros antepasados, sino que tenemos copiosos arsenales de noticias y razones con que atacar á nuestros enemigos y detractores. En su segundo libro desciende RIVADENEIRA á observaciones más prácticas y consejos en cosas seculares y profanas, como son la administracion de justicia, la distribucion de honras y premios, el reparto de cargas y tributos; destinando el capítulo 1 á procurar que los labradores y mercaderes sean favorecidos. »

La obra de RIVADENEIRA se agotó bien pronto, y fué preciso reimprimirla en Ambéres, donde se hicieron dos ediciones, una en 1597 y otra en 1601. Incluyóse tambien en la edicion de las obras completas, en 1605.

Al latin la tradujo el padre Juan Orán, de la Compañía de Jesus, y la imprimió en Ambéres al mismo tiempo con este titulo: Princeps christianus adversus Nicholaum Machiavellum cæterosque hujus temporis politicos, etc. Antuerpiæ, apud Trognaesium, 1605.

Pocos años despues se tradujo tambien al frances con este epígrafe: Traité de la réligion gue doit suivre le Prince Chrétien, etc.; traduit de P. Eys par de Balviglim. Dovay: Chez J. Bogart, 1610: un volúmen en 8.°

El éxito no pudo ser más lisonjero, pues el autor, sexagenario, en los últimos años de su vida veia su libro, no solamente reproducido en várias ediciones españolas, sino vertido á dos idiomas tan importantes como el latin y el frances.

Todavía volvió á reimprimirse este libro en el siglo pasado, en dos tomos de letra gruesa y con notable lujo. Hizose esta reimpresion con Real permiso, en Madrid, en la oficina de Pantaleon Aзnar; año M.DCC.LXXX.VIII, segun indica la portada, en la cual tambien el libro va dedicado al Principe de Astúrias, nuestro señor, don Carlos Antonio de Borbon, cuyo retrato se ve al frente del libro, grabado en una lámina de cobre; lleva tambien éste una nueva dedicatoria, suscrita por don Jerónimo Caballero, y puesta en lugar de la que escribió RIVADENEIRA para el príncipe don Felipe. A continuacion se pondrán ambas para que pueda compararse su respectivo mérito; advirtiendo de antemano que el dedicante del siglo pasado, no solamente parece indicar que el padre RIVADENEIRA dedicó su libro á Felipe II, sino que tuvo la feliz ocurrencia de asegurar que Cárlos IV, ya antes de entrar á reinar, no solamente tenía las virtudes admirables que á Felipe II granjearon el título de Prudente, sino que las tenía con ventajas. ¡Cuánto mejor le hubiera sido al pobre cortesano haber dejado la dedicatoria de RIVADENEIRA, y haberse ahorrado la suya, que nos hace reir con tan hiperbólico elogio al bueno de Cárlos IV!

Al reproducir ahora este precioso tratado al tenor de la edicion de 1603, que nos ha servido tambien para los tratados anteriores, excepto la Vida de San Ignacio, creemos conveniente insertar aquí los privilegios y licencias que preceden á la edicion de 1595, juntamente con las dedicatorias al príncipe don Felipe en dicho año, y la otra de 1788 al principe don Carlos de Borbon, de que se acaba de hablar, guardando en esto el estilo de la BIBLIOTECA en la publicacion de otros libros importantes.

SUMA DEL PRIVILEGIO.

Tiene este libro privilegio por diez años, concedido de su majestad al PADRE PEDRO de Rivadeneira, de la Compañía de Jesus, como parece de su original, despachado por Pedro Zapata del Mármol, y refrendado y firmado de don Luis de Salazar, y es su fecha á quince de Setiembre de mil y quinientos y noventa y cinco años.

TASA.

Yo, Pedro Zapata del Mármol, escribano de cámara de su majestad, doy fe que los señores del Consejo, de pedimiento y suplicacion del PADRE PEDRO DE RIVADENEIRA, de la Compañía de Jesus, tasaron un libro por él hecho, intitulado Tratado de las virtudes que el príncipe cristiano ha de tener, que con licencia y privilegio de su majestad se imprimió, á cinco blancas el pliego en papel, y dicho precio y no más mandaron que se venda, y que antes que se venda ningun libro, se imprima esta tasa en la primera hoja de cada volúmen. Y para que dello conste, de pedimiento de dicho PADRE PEDRO DE RIVADENEIRA y mandamiento de los señores del Consejo, dí la presente en Madrid, á veinte y nueve dias del mes de Noviembre de mil y quinientos y noventa y cinco años.-Pedro Zapata del Mármol.

LICENCIA.

Yo, Francisco de Porres, provincial de la Compañía de Jesus en la provincia de Toledo, por particular comision que para ello tengo de nuestro padre prepósito general, Claudio Acuaviva, doy licencia que se imprima un libro que se intitula Tratado de la religion y virtudes que debe tener el príncipe cristiano para gobernar y conservar sus estados, que el PADRE PEDro de RivadeneirA, de la misma Compañía, ha compuesto, y ha sido visto y examinado y aprobado por personas graves y doctas de nuestra Compañía. En testimonio de lo cual di ésta, firmada de mi nombre y sellada con el sello de mi oficio, en Jesus del Monte, á veinte y cuatro de Marzo de mil y quinientos y noventa y cinco.-Francisco de Porres.

APROBACION.

Yo he visto este Tratado de la religion y virtudes que debe tener el principe cristiano, compuesto por el PADRE PEDRO DE RIVADENEIRA, de la Compañía de Jesus, y no hay en él cosa contra nuestra santa fe católica, ántes es en su defensa; porque con mucha piedad, erudicion y prudencia deshace las falsas y aparentes razones de estado que proponen los herejes que llaman políticos, y enseña el camino que han de seguir los príncipes católicos. Lo cual (á lo que entiendo) es una de las cosas más importantes que en este tiempo se pueden escrebir, y ansí me parece que es mucha razon se le dé la licencia que pide, y que los príncipes cristianos lean y favorezcan mucho este libro. En Madrid, á diez y siete de Agosto de mil y quinientos y noventa y cinco.-El doctor Pedro Lopez de Montoya.

AL PRÍNCIPE CRISTIANO DON FELIPE, NUESTRO SEÑOR.

Las dificultades que tienen los reyes para acertar en su gobierno son tantas y tan grandes, que si el mismo Señor que los hace reyes no los rige y tiene de su mano, es imposible que dejen de dar al traves y de hundirse á sí y á sus reinos. Es tan peligrosa esta navegacion, son tan alterados estos mares, tan varios y tan contrarios los vientos, tan altas las rocas, y los bajos tan ciegos y tan mudables, y tantos y tan crueles los cosarios que la infestan, que para que la nave llegue al deseado puerto, es necesario que el mismo Dios lleve el gobernalle, y sea luz, guía y amparo de los príncipes. Porque, ¿quién sin Dios podrá llevar una carga tan pesada, tener en obediencia los pueblos, moderar voluntades tan libres y estragadas, unir corazones tan contrarios, y enfrenar y hacer á todas manos un caballo tan desbocado como el vulgo? ¿Quién administrará justicia, conservará la paz, resistirá al enemigo, humillará á los soberbios, levantará á los humildes, reprimirá á los grandes y poderosos, y defenderá á los flacos é inocentes, dará vida á todo el cuerpo de la república, si el que es nuestra verdadera vida no se la da primero á Él? Platon dice (1) que cuanto más crecia en edad y más atentamente consideraba las leyes y costumbres y condiciones de los hombres, tanto tenía por más dificultosa el arte de gobernar. Y lo mismo dijo Jenofonte filósofo y historiador gravísimo. Y san Agustin alaba á Pitágoras porque no enseñaba á sus discípulos el arte de regir y gobernar sino cuando estaban ya maduros con los años y cultivados con la doctrina, y ejercitados y perfectos en toda virtud. Y san Gregorio Nacianceno (2) y san Juan Crisóstomo llaman al arte de gobernar arte de las artes y ciencia de las ciencias, y con razon, porque, como gravísimamente dice san Nilo, el que gobierna los animales brutos hállalos quietos y obedientes, mas el que rige hombres (por los varios apetitos y pasiones desenfrenadas que reinan en ellos) tiene mayor dificultad, y muchas veces es aborrecido de los mismos á quienes hace beneficio. El sér y poder del Rey (3) es una participacion del sér y poder divino, y así requiere favor del cielo y divino para poderle dignamente sustentar. Todo el mundo tiene hoy puestos los ojos en vuestra alteza, por las muchas partes que son menester para sostener la monarquía, y llevar la carga de tantos y tan grandes reinos como vuestra alteza espera heredar despues de los largos y bienaventurados años del Rey nuestro señor, y no ménos por la turbacion y calamidad de los tiempos que corren por nuestros pecados, de herejías y errores, inventados por hombres amigos de sí mismos, crueles, viciosos y desalmados, que tienen por propia ganancia la perdicion ajena, y por propio interese la destruicion de toda religion y virtud. Entre los cuales, la peor y abominable secta que Satanas ha inventado es una de los que llaman políticos (aunque ellos son indignos de tal nombre), salida del infierno para abrasar de una vez todo lo que es piedad y temor de Dios, y arrancar todas las virtudes que son propias de los príncipes cristianos. Esta secta es tanto más perniciosa, cuanto su malicia es más encubierta; porque halagando mata y con beso de falsa paz quita la vida. Cuando el piloto de la nave es traidor, y el soldado que milita debajo de la bandera de su príncipe se entiende con los enemigos, y el que es tenido por fiel consejero trae sus tratos con otro príncipe contrario, ¿quién se podrá guardar dellos? ¿Quién no caerá en sus manos? ¿Quién, si Dios no le tiene de la suya, no se engañará? Pues desta misma manera estos que llaman políticos, haciendo profesion de sabios consejeros, de valerosos soldados y de prudentes y leales gobernadores de la república, aconsejan á los principes tales cosas, y ponen tales como primeros principios para el gobierno della, que siguiéndolos, necesariamente se han de perder, y con nombre de conservacion del Estado arruinar sus estados y señoríos; porque tomando una máscara y dulce nombre de razon de estado (cuya conservacion y acrecentamiento es el blanco en que los príncipes comunmente tienen puesta la mira), todo lo que consultan, tratan y determinan, miden con esta medida y nivelan con este nivel. Y como si la religion cristiana y el Estado fue

(1) Plat., cap. VII, lib. 1, De pæd. Ciri, lib. 11, De ord.

(2) In Apol., II, in Cor., ser. xv, in Ascet.

(3) Tob., lib. 11, De reg. prin., cap. xv.

más

sen contrarios, ó pudiese haber otra razon para conservar el Estado, mejor que la que el Señor de todos los estados nos ha enseñado para la conservacion dellos, así estos hombres políticos é impíos apartan la razon de estado de la ley de Dios. En algunas provincias fuera de España se ha emprendido y extendido tanto este fuego infernal, y va cundiendo y abrasando el mundo de manera, que temiendo yo que alguna centella salte en nuestros reinos, he querido tomar este trabajo de escrebir de las virtudes que debe tener el príncipe cristiano (que es la verdadera razon de estado), y dedicarle á vuestra alteza, para que nos guardemos áun con más recato desta nueva y peligrosa dotrina, como de infecion pegajosa y ponzoñosa, y para explicar á vuestra alteza que cuando Dios fuere servido de darle estos reinos, procure conservarlos en la pureza y santidad de la religion católica, en que ahora están, y mande desterrar dellos todo lo que los puede amancillar. Bien veo que para vuestra alteza no es menester esta prevencion, así por su buena y piadosa inclinacion, como por haberse criado desde niño con leche de religioso príncipe, y despues crecido con ella por la cristiana y prudente institucion de don Gomez Dávila, marqués de Velada, su ayo, y de García de Loaisa, su maestro; los cuales el Rey nuestro señor escogió entre todos los caballeros y letrados destos reinos, para que sirviesen y ayudasen á su majestad á formar las costumbres de vuestra alteza y hacerle digno heredero de tal padre. Pero, puesto caso que no sea necesario este aviso para vuestra alteza, por ventura aprovechará á otros príncipes que tengan dél necesidad, y en cosa de tan grande importancia ninguna diligencia se puede tener por demasiada. Dios ha hecho tan gran merced á vuestra alteza, y en vuestra alteza á toda la Iglesia católica, que le ha dado por progenitores los más esclarecidos príncipes que ha habido en el mundo, en paz y en guerra, justos, prudentes, valerosos, clementes y por extremo piadosos y amigos de Dios, y en sus consejos y en sus obras enemigos de los políticos y desta falsa razon de estado; porque en la casa de Austria ha habido gloriosos por sus grandes hazañas, y más gloriosos gor su gran bondad; y en la de los Reyes Católicos de España hay tantas y tan excelentes obras y memorias de piedad y religion, que no caben en esta breve escritura, y sólo el nombre de Reyes Católicos es suficiente estimulo para que vuestra alteza procure imitarlos; pues sus antepasados merecieron este glorioso título por haber sido tan grandes defensores y amplificadores de la fe católica. Porque, dejando á los demas, de uno dellos, que fué el rey don Fernando el Santo, escriben graves autores que era grande el celo que tenía de conservarla limpia y entera y sin mancha alguna de perversa dotrina (1), que no se contentaba de mandar castigar á los herejes, sino que él mismo, cuando los habia de quemar, ponia el fuego y la leña para hacer el sacrificio. Y por este celo y las demas virtudes mereció el renombre de Santo, y la felicidad que tuvieron estos reinos en su tiempo. A este santo rey debe vuestra alteza imitar, y tener por espejo á los esclarecidos Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, sus rebisagüelos, que con su gran religion y valor echaron á los moros y á los judíos de España, y establecieron en ella el oficio de la Santa Inquisicion, y con él la pureza de nuestra santa fe y la justicia, y la paz y la seguridad en que al presente vivimos. Y no ménos al emperador Cárlos, nuestro señor, su agüelo, de gloriosa memoria, el cual, siendo mozo de veinte y un años, hallándose en la primera dieta que como emperador celebró en la ciudad de Vórmes, en Alemania, y tratándose de las herejías de Lutero, que estaba presente y comenzaba á turbar la santa Iglesia, su majestad declaró á todos los estados del imperio su mente en un papel que escribió de su mano, en que decia estas palabras (2), que se debrian escrebir con letras de oro para eterna memoria; y para que vuestra alteza las tenga siempre en la suya, las quiero yo poner aquí: «Bien sabeis, dice, que yo vengo de los cristianísimos emperadores de la ilustre nacion de Alemania, de los Católicos Reyes de España, de los archiduques de Austria y duques de Borgoña, los cuales todos siempre fueron obedientes hijos de la Iglesia romana hasta el postrero dia de su vida, y por tales se declararon, y fueron defensores de la fe católica, de las sagradas ceremonias, de los decretos y constituciones apostólicas y de todas las santas costumbres, para honra de Dios y augmento de nuestra santa religion y salvacion de sus almas. Éstos fueron nuestros progenitores, los cuales cuando murieron, por instinto de la naturaleza y por herencia, nos dejaron sus ejemplos, para que procuremos imitarlos y guardar esta sagrada y católica institucion, y morir por ella. Y así Nos, como verdaderos imitadores de nuestros pasados, hasta ahora habemos vivido desta misma manera, con el favor de Dios, y estamos determinados de llevarlo adelante, y de guardar inviolablemente todo lo que nuestros agüelos y yo hasta aquí habemos guardado, y lo que está decretado en el concilio de Constancia y en los otros santos concilios universales. Y esto con tanta resolucion y firmeza, que no dudarémos de poner nuestros reinos, el imperio y todos nuestros estados y señoríos, nuestros amigos y aliados, el cuerpo y la sangre, y la propia vida (si fuere menester) para que la maldad de un frailecillo hereje y desatinado se ataje y no pase adelante; porque sería grandísima afrenta mia y vuestra si así no lo hiciésemos; pues la ilustre nacion alemana, la cual vosotros aquí representais, siempre ha sido tenida por amicísima de la santa fe católica, y si ahora hubiese alguna mudanza y quiebra, no solamente en materia ó sospecha de herejía, sino en cualquiera menoscabo de nuestra religion, quedariamos manchados y en todos los siglos venideros con perpétua ignominia.»> To

(1) Marian., De rebus hispan., lib. xi, cap. xi.

(2) Sur., en su Crón., año 1521.

das estas son palabras del Emperador nuestro señor. Pues del Rey nuestro señor mejor es callar que hablar poco, habiendo tanto que decir; pero el ódio y aborrecimiento que todos los políticos, herejes y enemigos de Dios tienen á su majestad es gravísimo testimonio para conocer cuán contrario es á sus consejos y obras, y para que vuestra alteza los tenga por capitales enemigos suyos, pues ve que lo son de su padre y juntamente de Dios. Al cual suplicamos humilmente todos estos sus siervos y capellanes de la Compañía de Jesus guarde á vuestra alteza y le dé luz, consejo y valor, para que pueda dar buena cuenta de tantos y tan grandes reinos como espera heredar, para gloria de su divina Majestad, bien de los mismos reinos, y honra y ensalzamiento y eterna felicidad de vuestra alteza. Deste colegio de la Compañía de Jesus de Madrid, primero dia de Mayo del año de mil y quinientos y noventa y cinco.— Pedro de Rivadeneira.

AL PRÍNCIPE, NUESTRO SEÑOR.

Señor: Cuando esta obra salió á luz la primera vez, con el objeto de descubrir las fuentes de la verdadera política, de aquel gran arte que enseña á hacer prósperos los pueblos con el apoyo firme de la religion y la virtud, se dedicó á un príncipe español, que dió las más grandes pruebas de su adhesion á aquellas máximas irreprensibles que atan con estrecho vínculo el engrandecimiento de los estados con la pureza de las costumbres. Y ¿á quién podrá consagrarse hoy más digna y debidamente que á otro príncipe español, destinado, por la vasta grandeza de su monarquía, á dar á los demas principes ejemplos de sana política y del recto modo de gobernar? A vuestra alteza, cuya religion, piedad y acertadas máximas de gobierno en nada ceden á las de aquel á quien la dedicó su autor; á vuestra alteza, en quien no sólo se encuentran con ventajas aquellas virtudes admirables que á Felipe II granjearon el título de Prudente, sino tambien las más eminentes y nunca bien ponderadas calidades que brillan juntas en vuestro ínclito padre, el Rey nuestro señor, para poder gobernar, despues de sus largos y felices dias, tantos y tan grandes reinos como espera heredar vuestra alteza, con el singular mérito de ver retratado su ánimo en esta obra, que habiéndose escrito para dechado de príncipes virtuosos, halla en vuestra alteza un verdadero original, que puede protegerla.

La ligereza y perfidia de Maquiavelo, con un pequeño libro, en que redujo á arte y como principios sólidos de gobierno las máximas más abominables, tiró á trastornar el fundamento de la prosperidad humana, enseñando á los príncipes á ser malvados y á buscar su engrandecimiento y la felicidad pública por unos medios opuestos á la religion y á las virtudes, como si pudiera hallarse verdadera felicidad y grandeza en un estado en donde las leyes naturales y divinas carecen de su vigor y observancia; siendo cierto que sin ella, ni puede haber prosperidad en los pueblos, paz y justicia en ellos, ni fortaleza en el príncipe para resistir á los enemigos, humillar á los soberbios, reprimir á los grandes y poderosos, defender á los flacos é inocentes, castigar los delitos y premiar el mérito; en lo que consiste la felicidad de un reino, y sin lo cual ni áun los hombres serán verdaderamente hombres; serán, sí, una congregacion de gentes, que aborreciéndose mutuamente, vivirán con la inquietud turbulenta que traen consigo las pasiones desenfrenadas y los deseos violentos de atender cada uno á su propia utilidad, sin detenerse en el perjuicio ajeno.

Con el justo fin de combatir opiniones tan perjudiciales se escribió esta obra, utilísima en su tiempo, en el que triunfaba el maquiavelismo, y no ménos útil en el dia, en que, vestidas con distinto traje y disfrazadas con la máscara de filosofía, se han visto renacer las propias máximas, no ya con aquella timidez con que corrian de córte en córte en su primera edad, sino ponderadas y enseñadas como documentos precisos á la humanidad, y como decretos inviolables que residen en la naturaleza del hombre. Negados ó enflaquecidos así los principios de aquella moral santísima, que enseña á cada hombre lo que debe obrar, desde el monarca más poderoso hasta el más abatido súbdito, se han derramado las semillas de la discordia en los pueblos, se ha hecho ley la utilidad y modo de pensar de cada uno, y multiplicados los delitos, hemos perdido tanto en costumbres, cuanto piensan los sofistas haber adelantado en saber Ꭹ sutileza. Por dicha nuestra, España ha estado y está libre deste desenfreno de trastornarlo todo, y conserva con fiel integridad los legítimos principios que hacen felices á las sociedades; y por lo mismo, la reimpresion de esta obra es más bien un testimonio de nuestra conducta política, que un preservativo contra el veneno del maquiavelismo, apénas conocido entre nosotros.

Vuestra alteza, que une en sí tan felizmente la práctica de cuantos documentos contiene esta obra, que ama tanto el gobierno prudente y la política virtuosa con que sus progenitores lograron engrandecer esta monarquía; vuestra alteza es el que de derecho debé honrarla con su augusto nombre, para que enterados sus fieles súbditos, con este nuevo testimonio, de que los polos de su gobierno serán la religion y la virtud, procuren imitar su sábia conducta, y con la recíproca union del mando y la obediencia en tan santos principios, logre España la mayor prosperidad y grandeza. Así lo desea, serenísimo señor, á los piés de vuestra alteza, Jerónimo Caballero.

« AnteriorContinuar »