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SEGUNDA PARTE

Ó LIBRO TERCERO

DE LA HISTORIA ECLESIASTICA DEL CISMA DE INGLATERRA.

AL BENIGNO Y PIADOSO LECTOR.

Estos años pasados, benigno lector, publiqué la Historia eclesiástica del cisma de Inglaterra, con deseo de despertar los ánimos de los que la leyesen á la consideracion y ponderacion de las cosas tocantes á nuestra sagrada religion, tan notables y extrañas como son las que desde que comenzó han sucedido en aquel reino; para que, despues de consideradas, se maravillase de los profundos y secretos juicios de Dios, que ha dejado á un reino tan grande, y que solia ser tan católico, caer en un abismo de infinitas maldades, y permite que los herejes dél tengan brazo para afligir y perseguir con tanta fiereza á los católicos, y para que le alabasen y magnificasen por el esfuerzo y espíritu con que arma y fortalece á los mismos católicos, y les da victoria de todos sus enemigos. Porque entre los otros argumentos que tenemos para conocer y estimar la verdad de nuestra santa fe católica (que son innumerables y gravísimos), no es el menor el que nos dan los gloriosos mártires que murieron por esta misma fe, escrito con su preciosa sangre y sellado con el sello de su bienaventurada muerte; ni el ver cuán vanos y locos son todos los consejos y invenciones de los tiranos contra Dios, el cual con huestes de moscas y mosquitos los humilla y confunde, como lo hizo con Faraon, y por medio de los hombres y mujeres flacas, triunfa de todo el poder del infierno. Esto se puede muy bien ver en esta persecucion que la santa Iglesia católica padece al presente en Inglaterra; porque, siendo una de las más crueles y horribles que ella desde su principio ha padecido, hallarémos que le va bien con estos trabajos, y que con los vientos ásperos y contrarios llega más presto al puerto, y que por uno que muere la fe católica, nacen ciento que desean morir por ella, y que son más los que pelean por nosotros que contra nos, y que cuanto es mayor el furor de Satanas y la rabia de sus ministros, y más impetuosas las ondas de sus persecuciones, tanto muestra ser más fuerte y firme esta peña viva, sobre la cual está fundada la Iglesia. No se puede fácilmente creer cuán terrible y espantosa sea esta tormenta que pasan los católicos en Inglaterra, los cuales andan por todas las partes del reino tan acosados y consumidos, que apénas pueden resollar. Quítanles las haciendas, prívanlos de la libertad, apriétanlos con la aspereza y horror de las cárceles y prisiones, descoyúntanlos con atrocísimos tormentos, infámanlos por traidores, acábanlos con muertes cruelisimas; todo el reino está armado contra ellos, y ellos muriendo vencen, y cayendo derriban á sus adversarios, y por el mismo camino que ellos pretenden arrancar la fe católica, el Señor la arraiga y fortifica más. ¿Cuántas veces acontece que los gobernadores de las provincias, y jueces, que comunmente son los más obstinados herejes de todo el reino, por la paciencia y modestia que ven padecer á los católicos, se convierten, y sustentan y ayudan secretamente á los mismos católicos muchos meses y años, ántes que ellos se descubran y sean conocidos por católicos; y que los mismos ministros y predicadores herejes, tocados de la mano del Señor, se vuelvan á él y abracen la fe católica, y con disimulacion la defiendan, y áun, favorecidos de la divina gracia, vengan á morir por ella, con tanto fervor cuanta era la perfidia con que antes la perseguian? Pues ¿qué diré de los alcaides, porteros y guardas de las cárceles, que, con ser herejes fieros y los mayores enemigos de la fe católica, y que por ser conocidos por tales los ponen en aquellos oficios, mo

por

vidos ellos y sus mujeres y criados de la vida y ejemplo de los católicos que tienen presos, se ablandan y rinden y entran por el camino de la verdad, y sin que se entienda, los proveen de todo recaudo para decir misa en la misma cárcel, y les dan libertad para escribir y recibir cartas? Y no pocas veces ha acontecido que algunos caballeros principales y criados de la Reina, siendo católicos encubiertos, se hayan arriscado á hacer decir misa en el palacio de la Reina, y áun sobre sus mismos aposentos. Y finalmente, cuanto más el demonio rabia y procura con todas sus artes ahogar esta semilla del cielo, tanto ella más nace y crece en las personas y lugares donde ménos pensaban, y en los mozos, hombres y mujeres, y que por razon de su edad y estado parece que debian gustar más de los regalos y deleites del mundo, se ven tantos y tan admirables efectos de la divina gracia, que los mismos herejes no los pueden negar, ni dejar de confesar su miedo y espanto. Éste es el dedo de Dios, éstas son sus obras, éstas sus maravillas, dignas de perpétua admiracion y alabanza. Pues habiendo sido tan bien recibida esta mi Historia, y seguídose, por la misericordia del Señor, algun fruto della, he querido yo añadir algunas cosas de las que, por brevedad, habia dejado en la primera impresion, y áun enriquecerla en este tercero libro ó segunda parte con las que despues que se imprimió han sucedido, y son de mucho peso y consideracion, y propias de lo que yo en ella pretendo, que es poner delante de los ojos de los que le leveren esta persecucion y victoria de la Iglesia católica, cercenando todo lo que toca al estado y gobierno político, y no necesario para continuar esta tela que vamos tejiendo del cisma del reino de Inglaterra. Tampoco me obligo á abrazar y decir todo lo que hay, porque esto otros lo harán, sino de escoger algunas de las cosas más notables que han venido á mi noticia, y representarlas al piadoso lector para que se aproveche dellas, y para que en los siglos venideros quede la memoria desta obra tan señalada del Señor y deste triunfo de su esposa la santa Iglesia, y los herejes se confundan, y los católicos se edifiquen y esfuercen, y Dios sea gloriticado en sus mártires, y ellos sean más reverenciados y imitados de los fieles. Que por estos mismos fines que yo tengo en esta escritura, muchos santísimos y doctísimos varones tomaron trabajo de escribir las otras persecuciones que ha padecido la Iglesia, entre las cuales ésta de Inglaterra no es la ménos áspera y espantosa, ni ménos maravillosa y gloriosa que las demas.

LIBRO TERCERO

DEL SCISMA DE INGLATERRA,

EN EL CUAL SE TRATAN ALGUNOS MARTIRIOS, Y OTRAS COSAS QUE HAN SUCEDIDO EN AQUEL REINO DESPUES QUE SE PUBLICÓ LA PRIMERA PARTE DESTA HISTORIA.

CAPÍTULO PRIMERO.

El edicto que se hizo contra los católicos, por persuasion del
Conde de Lecestre, y de su muerte y la de algunos siervos de
Dios.

Despues que la Reina y los de su Consejo se vieron libres del miedo y espanto que habian tenido de la armada de España, súbitamente como leones se volvieron contra los católicos de su reino, para perseguirlos y acabarlos; y así, se hizo luégo un edicto cruelísimo contra ellos, para buscarlos en todas partes, y ejecutar en ellos su rabia y furor. El principal autor deste edicto fué Roberto Dudleyo, conde de Lecestre, el cual era enemigo capital de la fe católica y de todos los que la profesaban, y tan furioso y bárparo, que decia que deseaba ver pintada toda la ciu

dad de Londres con sangre de católicos. Este desventurado hombre fué hijo de Juan Dudleyo, duque de Nortumbria, al cual le fué cortada la cabeza en el tiempo de la reina María, como á traidor, y cuatro hijos suyos fueron condenados á la misma pena, de los cuales era uno Roberto Dudleyo, y fué perdonado, con los otros sus hermanos, por la clemencia de la misma reina María, y despues de su muerte tuvo tanta gracia y cabida con la reina Isabel, que vino á ser el hombre más poderoso de todo el reino, en las cosas de la paz y de la guerra, gobernándolas á su voluntad. Era gobernador de Holandia y Celandia, capitan general del reino; tenía todas sus fuerzas en su mano, y no contento con estos favores y cargos, pretendia otro extraordinario y

supremo sobre todo el reino, el cual le habia ya concedido la Reina; y hallando los de su Consejo dificultad en la ejecucion, y no queriendo firmar y sellar la patente del nuevo cargo el Chanciller del reino, fué tanto lo que el Conde lo sintió, y lo que se embraveció (porque á los grandes señores y privados légales al alma cualquiera resistencia que se les hace en cosa que quieran), que de repente le dió una enfermedad tan terrible, que luégo le acabó con un género de muerte horrible y espantoso, aunque otros dicen que su segunda mujer le acabó, y que fué juicio de Dios, en castigo de la muerte que él habia dado á su primera mujer y al Conde de Exestia, primer marido desta segunda. Pero de cualquiera manera que ello haya sido, vino tan á tiempo la muerte deste tirano, que todos los que le conocian y sabian su mal ánimo, y lo que trataba contra los católicos, lo tuvieron por una singular providencia del Señor, que con el castigo de hombre tan impio y malvado queria mostrar la que tiene de su Iglesia; porque, habiendo sido este hombre hijo de padre católico, y que estando ya en el cadalɛo para morir, exhortó con grande afecto á todo el pueblo que perseverase en la fe católica y se guardase de los herejes que arruinaban aquel reino (como en el segundo libro de la primera parte desta historia queda referido) (1), y con haberle hecho Dios merced de librarle de la muerte á que estaba condenado; no conociendo los dones del Señor, le volvió las espaldas, y desvanecido con la grande privanza de la Reina, y engañado con el viento próspero que le llevaba, se pervirtió de tal suerte, que para mostrarse más celoso servidor de la Reina, era el más cruel y furioso enemigo de los católicos que habia en aquel reino, y se dió á una vida tan rota y tan perdida como era la religion que profesaba. Pero nuestro Señor le cortó los pasos, y despues de haberle levantado, le derribó de la manera que dijimos, para escarmiento de los hombres que, engañados de la prosperidad y de su blanda fortuna, se olvidan de la rueda en que ella está, y viven como si no hubiese Dios ó como si él no fuese justo juez, ni tuviese premio eterno para el bueno y castigo para el malo.

Con la muerte del Conde de Lecestre se suspendió por un poco de tiempo la ejecucion del edicto, que estaba á punto; mas, porque Dios nuestro Sefor habia ordenado de hacer tan señalado servicio, como es darles la corona del martirio, á algunos siervos suyos que para tan alta dignidad habia escogido, la Reina mandó que matasen á la mayor parte de los que el Conde habia sentenciado en su vida, por parecerle que con la muerte del Conde los católicos tomarian ánimo y brío; y así fueron martirizados muchos siervos de Dios en diversos lugares del reino.

En Londres se levantaron seis horcas nuevas para ejercitar esta impía crueldad, y en las aldeas y villas cerca de Londres martirizaron á muchos, y to

(1) Lib. I, cap. &.

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dos murieron con grande constancia, paciencia y gozo de sus ánimas. Cuando estaban al pié de la horca los santos mártires, no los dejaban los herejes hablar al pueblo, porque con las palabras dellos no se alterase; y queriendo uno de los sacerdotes, llamado Deano, varon muy grave y letrado, declarar á los presentes la causa por que tanta sangre se derrama hoy dia en Inglaterra, los herejes le taparon la boca con tanta furia y violencia, que casi le ahogaron, y quedó amortecido. Mas, aunque no hablaban los mártires en aquel tiempo, su mismo silencio hablaba por ellos, y el ver morir á tantos y tan santos hombres inocentes y de vida ejemplar, y muchos dellos mozos nobles, que pudiendo gozar de los deleites desta vida, la dejaban con grandisima alegría, era un sermon muy eficaz para persuadir á los circunstantes que era verdadera aquella fe por la cual ellos con tanto espíritu y esfuerzo morian.

Aconteció en este tiempo en Londres, que llevando á justiciar á los bienaventurados mártires, una mujer principal, y que los conocia, los topó, y con fortaleza y pecho cristiano los animó para que muriesen con grande paciencia y constancia, como mártires de Jesucristo, y postrada á sus piés, les pidió la bendicion; pero luego la prendieron los herejes y la llevaron á la cárcel.

A otro hombre católico, que, espantado de ver llevar á la horca tantos sacerdotes y legos juntos, se santiguó, como lo tenía por costumbre, luego le echaron mano, y con grande gritería y alboroto le echaron en la cárcel.

que

Pero otra cosa sucedió, de mayor edificacion, y fué estando uno destos mártires en la escalera para ser ajusticiado, pidió encarecidamente al pueblo que si allí habia algunos católicos, rogasen á Dios por él, porque tenía necesidad de su favor y ayuda. Los católicos que estaban presentes, movidos destas palabras, pensaron que aquel siervo de Dios, en su trabajo y agonía, era combatido del demonio con alguna grave tentacion, y comenzaron secretamente á rogar á Dios por él; mas entre los otros hubo uno más fervoroso, el cual, juzgando que pues el mártir no dudaba morir públicamente por la confesion de la fe católica, él tambien estaba obligado á honrarle y ayudarle allí delante de todos con su oracion, se puso de rodillas, rogando con grande afecto y devocion á Dios por él; de lo cual quedó el mártir consolado y animado para morir, y los herejes tan turbados y enojados, que luego le prendieron para castigarle por aquel atrevimiento.

Entre los otros que esta vez murieron por la fe católica, fueron una mujer, llamada Margarita Warda, y otro mozo noble, por nombre Tomas Felton. La mujer fué sentenciada á muerte por haber dado ayuda á un sacerdote para que se saliese de la cárcel, y ántes de darle muerte, por muchos dias la azotaron muy crudamente, y atada de los brazos, la colgaron y tuvieron suspensa en el aire, estando siempre con un ánimo tan alegre y varonil, que ponia admiracion, y decia que aquellos tor

mentos eran un ensayo, en que Dios la ejercitaba para el martirio que habia de alcanzar por su misericordia; y así, llegada la hora de la muerte, la aceptó y sufrió con maravillosa constancia y edificacion de los que la vieron morir.

El mozo Tomas Felton era noble, como dijimos, y de muy lindo aspecto, y sobrino del glorioso mártir Juan Felton, el que fué martirizado, algunos años antes, por haber publicado en Londres la bula de Pío V contra la Reina (como queda escrito en la primera parte desta historia) (1), y por esto, y porque era mozo brioso y muy celoso en las cosas del servicio de Dios y de la religion católica, los herejes le cargaron de hierros y cadenas para cansarle, y le echaron en una cárcel muy sucia, entre ladrones, donde por tres meses y medio estuvo muy apretado y con muy mal tratamiento. Pero él no se trocó ni enflaqueció; ántes, acordándose que su tio habia sido valeroso mártir de Jesucristo, y teniendo esperanza, con la gracia del mismo Señor, que él tambien lo podia ser, tuvo una extremada fortaleza y paciencia, la cual no pudiendo sufrir los herejes, le sacaron á martirizar, con grandísima lástima de todos los que le vieron morir; porque, demas de las partes tan raras de naturaleza que Dios le habia dado, era adornado de excelentísimas virtudes, de piedad, devocion, fervor, sufrimiento en los trabajos, y de una mansedumbre singular áun para los mismos enemigos que le quitaban la vida.

CAPÍTULO II.

Las caidas de dos católicos, y lo que el Señor obró
por medio delias.

Como los tormentos que los herejes dan á los católicos son tan atroces, y el artificio que usan para pervertirlos tan extraño, alguna vez permite Dios que caiga alguno de los que presumian de sí y se tenian por fuertes, para que las caidas de los tales nos sirvan de conocimiento de nuestra flaqueza, y de escarmiento, y las vitorias nos manifiesten más la bondad del Señor y nos animen y esfuercen. En esta persecucion de que vamos tratando, permitió Dios que dos se dejasen vencer del temor y espanto de los tormentos (como tambien lo leemos de otros en las persecuciones pasadas), pero de manera, que sus caidas levantasen á muchos caidos, y á ellos mismos y á todos los católicos fuesen de admirable provecho. Uno dellos era sacerdote y se llamaba Antonio Tirelo, el cual, al principio por miedo, y despues engañado de su ambicion y de las promesas y esperanzas que le die

ron,

se hizo hereje, y por persuasion de los ministros de la Reina, acusó falsamente á muchos caballeros principales de Inglaterra, y al doctor Guillelmo Alano, y á los padres de la Compañía de Jesus y á otros sacerdotes, levantándoles que en Roma habian tratado con el papa Gregorio XIII, de feliz recordacion, de matar á la Reina de Inglaterra y de revolver el reino, que es el color y capa

11) Lib. 11, cap. xxviii.

con que los que ahora le gobiernan, procuran cubrir su impiedad y tiranía. Despues que cayó este desventurado sacerdote en un abismo tan profundo de maldades, el Señor, con su infinita misericordia, se apiadó dél, y le dió la mano y le tocó el corazon para que reconociese y llorase su culpa, y volviese á la fe católica. Y así se determinó de salir del reino de Inglaterra, para recogerse y llorar, y hacer penitencia de sus pecados con alguna quietud y seguridad; pero ántes de salir, escribió un papel, en el cual abjuraba sus errores y declaraba la falsedad y mentira con que habia acusado á tanta gente noble, católica é inocente. Salió de Inglaterra y estuvo algun tiempo fuera della, viviendo como católico; mas despues, 6 tentado del demonio, 6 movido de liviandad ó de otro respeto vano, tornó á ella, y como ya se habia publicado la declaracion que habia hecho antes de su fe é injusta acusacion, los ministros de la Reina le prendieron, y con halagos y temores, con espantos y promesas, se esforzaron de persuadirle que volviese á su secta, y con otra declaracion, contraria á la primera, manifestase su creencia, y testificase que era verdad todo lo que antes habia dicho contra los católicos. Para que esto se hiciese con mayor solenidad y aplauso, y como quien triunfa de la religion católica, le mandaron que delante de todo el pueblo públicamente confesase su fe, y se desdijese de lo que habia escrito, y abjurase la fe católica, y confirmase todo lo que se contenia en su primera acusacion contra los sacerdotes y siervos de Dios. Él dijo que lo haria; mas como la conciencia le atormentaba, y el Señor, que le queria salvar, no le dejaba sosegar, y en su corazon era católico, despues de haberlo mirado mucho y encomendado á Dios, se resolvió de hacer lo que aquí díré.

En un dia señalado, en que habia de hacer Antonio Tirelo su declaracion, convocaron los ministros del demonio toda la gente de lustre que pudieron para que viniesen á la plaza de San Pablo (que es el templo más principal de la ciudad de Lóndres, y de mayor concurso del reino), donde se habia de celebrar este auto tan abominable que ellos pretendian. Vinieron muchos caballeros y eclesiásticos, y consejeros de la Reina, con grande regocijo, y otra infinidad de gente concurrió tambien á la fiesta, por la expectacion desta novedad, y por la voz que por toda lo ciudad los mismos ministros habian derramado. Estando todo el auditorio ya junto y con grande silencio, subió al púlpito Antonio Tirelo, y con el rostro algo lloroso y turbado comenzó á dar razon de sí, y á manifestar las causas por que en aquel lugar tanta gente y tan principal se habia congregado, y á decir con grande sentimiento que él era grandísimo y miserabilísimo pecador, enemigo de Dios y de su santa Iglesia, de la cual habia apostatado, y perseguido á muchos varones innocentes, contra toda razon y justicia. Queriendo pasar adelante y declarar que era católico, y los engaños de los herejes, ellos le ataparon la boca y le mandaron callar, y con grande rabia fueron á

él, y le echaron mano para derribarle del púlpito; más él llevaba muchos traslados, que habia escrito, de una protestacion de su fe y abjuracion de las herejías, y confesion verdadera de las mentiras que habia dicho contra el Papa y contra los sacerdotes y caballeros católicos, por inducimiento y persuasion de los ministros de la Reina, con otras muchas y muy buenas razones, que andan impresas con su misma abjuracion. Estos traslados y pápeles arrojó y esparció allí delante del pueblo, diciendo á grandes voces: «Pues no me dejan hablar, ahí veréis lo que creo y lo que siento, y la verdad de todo lo que por mí ha pasado. Mi ánima ofrezco á Dios, y el cuerpo á todos los tormentos y penas que me quisieren dar los ministros de la Reina, que no me podrán dar tantos, que yo no merezca más. Fué grande el alboroto que hubo en todo el auditorio, y el ruido que este hecho causó en Londres, el sentimiento de los herejes, y el contento y esfuerzo de los católicos, y el furor con que los ministros de la Reina mandaron prender luégo al sacerdote, al cual echaron en una horrible cárcel, para vengarse dél y atormentarle con más atroces y exquisitos suplicios que á los demas.

El otro fué un mozo virtuoso ántes de la caida, pero simplicísimo, y así fué engañado de los ministros herejes; llamábase Juan Chapnia. Este, despues que cayó y fué puesto en libertad, luégo comenzó á sentir el verdugo de la propia conciencia y arrepentirse y llorar su desventura. Escribió á un amigo suyo católico, que habia dejado preso en la cárcel, una carta, en la cual dice estas palabras:

« Cuando yo estaba delante del tribunal de los jueces con mis compañeros para recebir la sen» tencia de la muerte y juntamente la corona del » dichoso martirio que mi Señor, por su misericor» dia, me queria dar (¡ ay dolor!), viniéronme á la » memoria las palabras ponzoñosas que los minis»tros herejes me habian dicho el dia ántes, las cuales me turbaron, y el temor de la muerte y la dulzura desta vida me trocaron el corazon y me hi»cieron perder la corona. Ando agora descarriado » y como oveja perdida, traigo el corazon atrave»sado como con un clavo de intolerable dolor. Ro»gad á Dios por mí, y con mi ejemplo escarmien» ten todos, y no confien en su fortaleza, ni dén »oidos á las razones engañosas de los herejes, que >> son como silbos de serpiente venenosa. »

Como los católicos supieron la tristeza y ánsias que este pobre mozo padecia por haber caido como flaco, animáronse y recatáronse, y hicieron más oracion á Dios, para que los tuviese de su mano y no los dejase caer.

CAPÍTULO III.

El martirio que se hizo en Oxonia, de dos sacerdotes
y dos legos católicos.

No se contentaron los herejes con la sangre de los católicos, tan copiosa, que derramaron el año de mil quinientos ochenta y ocho, por la ocasion y modo que habemos referido; mas llevaron su cruel

dad adelante, y el año de mil quinientos ochenta y nueve hicieron otros martirios no ménos atroces é ilustres que los pasados. Entre ellos, en la ciudad y universidad de Oxonia, en casa de una viuda vieja, muy católica, á media noche, con grande ruido prendieron á dos sacerdotes; el uno se llamaba Jorge Nicolas y el otro Yaxleo, ambos del seminario de Rems, y á un caballero, llamado Belsono, que habia venido á visitar al padre Jorge, y á un criado de casa, que tenía por nombre Omfrido, muy siervo de Dios, el cual habia servido con mucha devocion á los católicos necesitados más de doce años. A la viuda mandaron los ministros de justicia que tuviese su casa por cárcel y que diese buenas fianzas, y le embargaron toda su hacienda, y á los cuatro, dos sacerdotes y dos legos, presentaron al vicecancelario de la universidad, que los examinó, en compañía de algunos otros jueces. El sacerdote llamado Jorge, en presencia de gran muchedumbre de gente, con voz alta y clara y ánimo valeroso dijo: «Yo confieso que, por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica, soy sacerdote de la verdadera, santa, católica y apostólica Iglesia romana.» No fué menester más para llamarle traidor á él y á los demas, y para apretarlos y afligirlos terriblemente, y más cuando vieron que el dicho sacerdote habia confundido y hecho callar vergonzosamente á algunos ministros herejes que quisieron disputar con él. Y así, despues de haberlos tenido en la cárcel, y sacádolos algunas veces encadenados y cargados de prisiones á su audiencia, y no podido convencerlos, ni sacar dellos cosa de las que querian, ordenaron los jueces que todos cuatro se llevasen á Londres con la mayor deshonra que se pudiese; y así se hizo, padeciendo por todo el camino infinitas injurias, afrentas y malos tratamientos, por la crueldad y fiereza de los sayones que los acompañaban. Llegados á Lóndres, no se puede fácilmente creer los gritos, blasfemias y palabras injuriosas con que fueron recebidos de todo aquel pueblo hereje y malvado. Salia toda la gente á verlos, como á unos monstruos, y acompañarlos hasta la cárcel; mas ellos iban apercebidos y armados de paciencia, para sufrir con alegría todas las afrentas y penas que sus enemigos les quisiesen dar, por amor de su dulcisimo Salvador Jesucristo, cuya cruz tenian metida en su corazon. Despues que estuvieron en las cárceles de Londres algunos dias, fueron presentados á Francisco Valsingamo, secretario del Consejo de Estado, que era grandísimo hereje é inimicisimo de los católicos; éste les preguntó muchas cosas, para enredarlos y tener ocasion de perseguir á los que los habian recebido en sus casas y favorecido; pero el padre Jorge Nicolas no respondió, sino que todos eran católicos, y él sacerdote (aunque indigno) de la Iglesia romana. Aquí el hereje exclamó y dijo con grande furia: «Si sois sacerdote, ¿luego sois traidor á la corona real?» A lo cual respondió el siervo de Dios: «Yo me maravillo mucho, señor, desta vues tra consecuencia, porque el primero que alumbrý

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