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HISTORIA ECLESIÁSTICA

DEL

SCISMA DEL REINO DE INGLATERRA,

EN LA CUAL SE tratan algunas DE LAS COSAS MÁS NOTABLES QUE HAN SUCEDIDO EN AQUEL REINO
TOCANTES Á NUESTRA SANTA RELIGION;

RECOGIDA DE DIVERSOS Y GRAVES AUTORES

POR EL PADRE PEDRO DE RIVADENEIRA,
DE LA COMPAÑÍA DE JESUS.

AL PRÍNCIPE DON FELIPE NUESTRO SEÑOR.

Es tan grande bien el de todo el reino, cuando Dios le da de su mano un rey piadoso, celador de su gloria, favorecedor de buenos, perseguidor de malos, justo, pacifico y moderado, que ninguna otra felicidad de las de acá puede tener mayor; porque, como el Rey es la cabeza del reino y como la vida y ánima dél, al paso que anda el Rey, anda el reino, que depende del mismo Rey. A esta causa, todos los vasallos del Rey, nuestro señor, y más los religiosos, tenemos obligacion de suplicar continuamente á nuestro Señor tenga á vuestra alteza de su mano, y desde esta su tierna edad le encamine por las derechas sendas de su justicia y verdad. Porque todas las gracias y mercedes que dél recibiere vuestra alteza, no las recibirá para si solo, sino para bien de todos sus reinos y señoríos, que, por ser tantos y tan grandes, es el rey don Felipe, nuestro señor, el mayor monarca que ha habido entre cristianos, y vuestra alteza, que es su heredero y sucesor, lo será despues de los largos y bienaventurados años de su majestad; la cual, juntamente con la monarquía de tantos y tan poderosos reinos y estados, dejará por su principal herencia á vuestra alteza el ser defensor de nuestra santa fe católica, pilar firmísimo de la Iglesia, amplificador del nombre de Jesucristo; dejarále la piedad, la religion, la justicia, la benignidad, la modestia y compostura de su ánima y cuerpo en todas sus acciones, y las otras heroicas y admirables virtudes con que resplandece en el mundo, para que vuestra alteza las imite y saque un perfecto dibujo dellas, que es la mejor parte y la más preciosa joya deste riquísimo y abundantísimo patrimonio. Pues para que vuestra alteza sepa imitar las virtudes del Rey nuestro sefor (como su majestad ha imitado las del Emperador, su padre, de gloriosa memoria), y hacer lo que sus reinos desean y han menester, conviene que se asiente en el pecho de vuestra alteza que hay otro Rey en el cielo, que es Rey de todos los reyes, delante cuyo acatamiento y soberana majestad todos los otros reyes son como unos gusanillos de la tierra, y que ninguno dellos puede reinar bien sino por El, y que cuanto es más encumbrada su grandeza y más largo su poder, tanto mayor debe ser su agradecimiento y humildad para con El, y que más estrecha será la cuenta que se les pedirá, y más riguroso el juicio, porque los poderosos poderosamente serán atormentados si no hacen lo que deben, como lo dicen las divinas letras, en las cuales, y en las historias eclesiásticas y áun profanas, se hallan admirables ejemplos de reyes excelentísimos, que supieron juntar con la grandeza y majestad de sus personas y estado real, la piedad y temor santo para con Dios, la devocion y reverencia para con sus ministros, la templanza para consigo, la benignidad para con sus vasallos, la suavidad para los buenos, la severidad para los malos, la misericordia para los pobres, el terror y espanto para los que atropellan á los que poco pueden,

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la buena correspondencia para los amigos, el valor para los enemigos; y finalmente, la vara de la justicia tan igual y tan derecha para con todos, que no se deje torcer de nadie, ni doblar. Que éstos todos son oficios del buen rey, los cuales vuestra alteza debe procurar saber y obrar; y no ménos de entender las caidas de los malos reyes, y los castigos terribles que nuestro Señor ha dado á sus maldades y tiranías, y los desastrados fines que tuvieron, porque así sabrá lo que ha de huir y evitar; pues para servir en algo à vuestra alteza, como el menor de sus súbditos, le ofrezco yo una historia de nuestros mismos tiempos, de la cual se pueden sacar maravillosos ejemplos para lo uno y para lo otro; porque en ella se trata del rey Enrique VIII de Inglaterra, el cual, habiendo sido ántes justo y valeroso príncipe, y grande defensor de la Iglesia católica, despues se cegó con una aficion deshonesta, y volvió las espaldas á Dios, y se trasformó en una bestia fiera y cruel, y destruyó todo su reino, y se engolfó en un piélago de infinitos males, por los cuales fué desamparado de Dios, que es el mayor y más temeroso mal de todos los males. A Enrique imitaron Eduardo VI, su hijo, que le sucedió en el reino, engañado y pervertido de sus tutores, é Isabel, que ahora reina, hermana de Eduardo y hija del mismo rey Enrique, cuyos cjemplos debe vuestra alteza aborrecer por ser tan abominables, y tener delante los ojos las grandes y reales virtudes de la esclarecida reina doña Catalina, hija de los Reyes Católicos, vuestros progenitores, y de la reira doña María, su hija, nuestra señora, que fueron dechado de reinas cristianas; y no ménos el celo, prudencia y valor con que el rey don Felipe, nuestro señor, restituyó la religion católica en aquel reino; que todo esto se cuenta en esta historia, para que vuestra alteza, sin salir de su palacio real, sepa lo que debe hacer, y sea en las obras tan vivo retrato de su padre, como lo es en la naturaleza. Guarde Dios á vuestra alteza, como todos estos reinos lo han menester, y estos sus siervos y devotos capellanes de la Compañía de Jesus continuamente se lo suplicamos. En Madrid, á veinte de Junio de mil y quinientos y ochenta y ocho años. PEDRO DE RIBADENEYRA (sic).

EL AUTOR AL CRISTIANO Y PIADOSO LECTOR.

A mis manos ha llegado un libro del doctor Nicolas Sandero, varon excelente, inglés de nacion, de profesion teólogo, y de vida ejemplar, en el cual escribe los principios y el progreso del cisma que comenzó en Inglaterra el rey Enrique VIII, y los pasos y escalones por donde ha crecido y subido á la cumbre de maldad en que al presente está. Despues de haberle pasado con alguna atencion, me ha parecido libro digno de ser leido de todos; porque, demas que contiene una historia de reyes poderosos, cuyas hazañas, por ser grandes y várias, los hombres desean saber, es tambien historia eclesiástica, en que se pintan las alteraciones y mudanzas que nuestra santa y católica religion, por espacio de sesenta años, ha padecido y padece en aquel reino; y esto con tanta verdad, llaneza y elegancia de estilo, que oso afirmar que ningun hombre de sanas entrañas le leerá que no quede aficionado al libro y á su autor; porque en él se ve muy al vivo, y con sus propias colores pintada, una de las más bravas y horribles tempestades que dentro de un reino ha padecido hasta ahora la Iglesia católica. Vese un réy poderoso, que quiere todo lo que se le antoja, y ejecuta todo lo que quiere; una aficion ciega y desapoderada, armada de saña y poder, derramando la sangre de santísimos varones y profanando y robando los templos de Dios, y empobreciéndose con las riquezas dellos; quitando la verdadera cabeza de la Iglesia, y haciéndose á sí cabeza monstruosa della, y pervirtiendo todas las leyes divinas y humanas. Vese la constancia y santidad de la reina doña Catalina, la entereza y justicia del romano Pontífice, el sentimiento de los otros príncipes, la desenvoltura y torpeza de Ana Bolena, las lisonjas y engaños de los ministros del Rey, la paciencia y fortaleza de los santos mártires, y finalmente, el estrago, confusion y asolamiento de un reino noble, católico, poderoso (1), y que con grande loa luégo á los principios de la primitiva Iglesia tomó la fe, y despues que san Gregorio, papa (á quien el venerable Beda (2) llama apóstol de Inglaterra), por medio de Agustino y

(1) Polidoro Virgilio, lib. 11 de su Historia, y el cardenal Polo, lib. 11 De unione Ecclesiæ, dicen que

fué el primer reino que públicamente recibió la fe.

(2) Lib. 11, cap. I de su Historia eclesiástica.

sus compañeros la tornó á aplacar, y por espacio de casi mil años la habia conservado y perseverado en la obediencia de la santa Sede Apostólica. En este libro se ve la niñez tierna del rey Eduardo, hijo del rey Enrique, oprimida y tiranizada de sus tutores y gobernadores del reino, y por mano dellos suelta y sin freno la herejía, hasta que Eduardo murió (no sin sospecha de veneno), y la esclarecida reina doña Maria, su hermana, le sucedió, y con el resplandor de su vida santísima y celo de la gloria de Dios, y consejo y poder del católico rey don Felipe, su marido, fueron desterradas las tinieblas de las herejías, y volvió el sol de la religion, paz y justicia á mostrarse sereno y alegre á aquel reino, que por sus pecados no mereció tanto bien; porque, llevándose el Señor á otro mejor reino á la reina doña María, en ella se acabó todo el bien que por ella habia revivido; y sucediéndole su hermana, la reina Isabel, tiene todo aquel reino puesto en el conflicto y miseria que cuenta esta historia, de la cual, los que la leyeren, aprenderán á guardarse de sus pasiones, y irse á la mano y tener la rienda á sus gustos y apetitos; pues una centella de fuego infernal que salió de una aficion desordenada de una mujer, no muy hermosa, en el co. razon del rey Enrique, de tal manera le encendió y transformó, que de defensor de la fe le trocó en cruelísimo perseguidor de la misma fe y en una bestia fiera, y abrasó y consumió con vivas llamas todo el reino de Inglaterra, el cual hasta hoy padece y llora su incendio, sin que las contínuas lágrimas de los católicos afligidos, ni la sangre copiosa de los mártires que cada dia se derrama, sea parte para le extinguir y apagar. Y juntamente sacarán los prudentes de aquí, que pues la fuente manantial de este cisma y tiranía está inficionada y es ponzoñosa y fundada sobre incesto y carnalidad, no puede manar della sino muerte y corrupcion. Este es un grande desengaño para todos los simples y engañados que desean saber la verdad, entender, digo, las causas y vientos desta tormenta, y los efectos, movimientos y alborotos que della se siguen, para acogerse al puerto seguro de la santa fe católica; pues luz, tinieblas, mentira y verdad no se pueden juntar, y Cristo y Belial no son para en una. Y esto mismo es de maravilloso consuelo para los católicos y buenos cristianos, y para despertar y esforzar su esperanza, pues de aquí sacarán que no puede durar ni ir adelante maldad tan aborrecible y abominable. No sola mente porque la mentira y falsedad herética es flaca contra la verdad y religion católica, pero tambien porque esta misma mentira, que al presente parece que florece y reina y triunfa de la verdad en Inglaterra, está tan armada de embustes, engaños y tiranías, que ellas mismas la han de acabar, como acabaron y dieron fin á las idolatrías, herejía y errores que infestaron y turbaron la misma fe en tiempo de los emperadores gentiles y cruelisimos tiranos, que eran señores del mundo y se tenian y hacian reverenciar como dioses en la tierra; los cuales la persiguieron con todo su poder y artificio, y se apacentaban de las penas, y se embriagaban de la sangre de los fieles, y al fin quedaron todos sus consejos burlados, pues la sangre que ellos derramaban de los cristianos era, como dice Tertuliano (1), semilla que se sembraba en el campo de la santa Iglesia, y por un cristiano que moria, nacian mil, y las penas y tormentos que padecian por la fe eran estímulos á otros para venir á ella, la cual al cabo siempre prevaleció, y dado caso que pasó por el crisol y fuego, no padeció detrimento el oro de su verdad; ántes se afinó y apuró y resplandeció mucho más, quedando todos los tiranos sus enemigos derribados en el suelo, acabadas miserablemente sus vidas con ignominia y afrenta. Esto es de grandísimo consuelo y alegría para todos los católicos y siervos de Dios, pues lo que fué, será, y lo que leemos en las historias eclesiásticas, vemos en nuestros dias. Y así, pues es agora el mismo Dios que fué en los siglos pasados, y Él es el piloto y capitan desta nave de la Iglesia, al cual obedecen los vientos y las olas que contra ella se levantan, aunque parezca que duerme y que no tiene cuidado de nuestro trabajo, y que ha ya pasado la noche y que estamos en la cuarta vigilia, no desmaye ni desconfie nadie; que El despertará á su tiempo, y sosegará la braveza de los vientos y quebrantará el orgullo de la mar, y quedará ahogado Faraon, y sus huestes y carros en ella, y los hijos de Israel (que son los católicos, afligidos y oprimidos de los gitanos), libres de espanto y temor, cantarán un dia cantares de júbilo y de alabanzas al glorioso Libertador y piadosísimo Redentor de sus almas y sus vidas. Tambien los reyes y príncipes poderosos de la tierra pueden aprovecharse desta Historia y escarmentar en cabeza ajena, para no usar de disimulacion y blandura con los herejes, ni darles mano y libertad, pensando por este camino conservar mejor sus señoríos y estados; porque la experiencia nos ha mostrado lo contrario, y toda buena ra

(1) En el fin de su Apologético, adversus gentes.

zon nos enseña que no hay cáncer que así cunda, ni fuego que así se extienda, ni pestilencia que así inficione y acabe, como la herejía, y que el remedio es cortar el mal árbol de raíz, y atajar dolencia tan pegajosa en sus principios. Pueden asimismo aprender los príncipes del discurso del rey Enrique (que fué, ántes que se cegase con la pasion, estimado en todo el mundo, y glorioso en paz y en guerra), á no querer todo lo que pueden, y á no atropellar la razon y justicia con el mando y poder que tienen, sino moderarle y medirle con la ley del Rey de los reyes, á la cual todo el poderío del mundo se ha de sujetar. Y aun conviene que estén advertidos los reyes á no declarar fácilmente su voluntad, ni los gustos ó disgustos que tienen, si no fueren muy regulados y medidos con la medida justa de la razon; porque, como son tantos los lisonjeros y hombres que pretenden darles gusto, muchas veces se abalanzan á aconsejarles cosas desmedidas y apasionadas, pensando que son conformes á lo que ellos quieren, aunque realmente no lo sean, y una vez aconsejadas, no quieren ó no pueden volver atras, como se ve en esta Historia, en el consejo que dió el cardenal Volseo al rey Enrique, que se descasase de la reina doña Catalina, pensando con esto ganarle la voluntad. Y no es ménos de notar el respeto que deben á las cosas sagradas y á los bienes de la Iglesia, pues es cierto que el rey Enrique, despues que metió las manos en los templos de Dios y los despojó de sus tesoros y riquezas, se halló más pobre y con mayores necesidades, y cargó y afligió á su reino con mayores pechos y estorsiones que habian hecho todos los reyes sus predecesores en quinientos años atras. A los ministros y privados de los mismos reyes no les faltará aquí tampoco qué aprender, ni á los lisonjeros, que á manera de espejo representan en sí el semblante y rostro del Príncipe, y como unos camaleones, toman la color que ven en él, y alaban y engrandecen todo lo que él quiere, y por sus particulares intereses le aconsejan lo que piensan le ha de dar gusto, y se desvelan en hallar medios y trazas para facilitarlo, y lo ejecutan, rompiendo por todo lo que se les pone delante, aunque sea justicia, religion y Dios; pues aquí verán el fin que tuvieron todos los principales ministros del rey Enrique y los atizadores de sus llamas y torpezas, y ejecutadores de sus violencias y desafueros, y el paradero de sus favores y privanzas, que pretendieron y alcanzaron con tanto daño y corrupcion de la república; porque à la fin perdieron la gracia de su rey, y con ella, las vidas, honras, estados y haciendas (que las ánimas ya las tenian jugadas y perdidas); dando ejemplo al mundo de cuán poco hay que fiar en lo que con malos tratos y peores medios se alcanza, y que los servicios que se hacen á los reyes contra Dios, el mismo Dios los castiga por mano de los mismos reyes. Pues ¿qué diré de otra utilidad maravillosa que podemos todos sacar desta Historia? Ella es la compasion por una parte, y por otra la santa envidia que debemos tener á nuestros hermanos los que en Inglaterra, por no querer adorar la estatua de Nabucodonosor y reconocer á la Reina por cabeza de la Iglesia, cada dia son perseguidos con destierros, cárceles, prisiones, calumnias, falsos testimonios, afrentas, tormentos, y con muertes atrocísimas despedazados; por lo cual debemos alabar al Señor, que nos da en nuestros dias soldados y capitanes tan esforzados y valerosos, que poniendo los ojos en la inefable verdad de su promesa y en aquella bienaventurada eternidad que esperamos, desprecian sus tierras, deudos, amigos, casas, haciendas y honras, y sus mismas vidas por ella, á los cuales debemos nosotros recoger, abrazar y socorrer, é imitar con el deseo, y suplicar á la divina Majestad que les dé perseverancia y victoria de sus enemigos y nuestros, que tales son todos los que lo son de nuestra santa fe católica. El parecerme que todos estos provechos se pueden sacar desta Historia, me ha movido á poner la mano en ella, y á querer escribir en nuestra lengua castellana la parte della que he juzgado es bien sepan todos, cercenando algunas cosas, y añadiendo otras que están en otros graves autores de nuestros tiempos y tocan al mismo cisma, y distinguiendo este tratado en dos libros, y los libros en sus capítulos, para que el lector tenga donde descansar. Y demas destos motivos que he tenido para hacer esto, que son comunes á las otras naciones, dos cosas más particulares y propias me han incitado tambien á ello. La primera, ser yo español, y la segunda, ser religioso de la Compañía de Jesus; porque el ser español me obliga á desear y procurar todo lo que es honra y provecho de mi nacion, como lo es que se sepa y se publique en ella la vida de la esclarecida reina doña Catalina, nuestra española, hija de los gloriosos Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, que fué mujer legítima del rey Enrique VIII de Inglaterra, y repudiada y desechada dél con los mayores agravios que se pueden imaginar, los cuales ella sufrió con increible constancia y paciencia, y dió tan admirable ejemplo de santidad, que con muy justo título se puede y debe llamar espejo de princesas y reinas cris

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