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rogar por mí. Envióle el sumo Pontifice la bendicion con grandes muestras de dolor y de amor; mas no sabian los padres que á la sazon estaban en la casa de Roma, qué hacer en un caso tan dudoso. Porque por una parte la enfermedad no parecia grave, y los médicos, habiéndole visitado, mostraban no tener peligro, y el mismo padre Ignacio no hacia novedad en su manera de trato; ántes aquella misma noche, con el mismo semblante y alegría que acostumbraba, trató con los nuestros un negocio que se ofrecia. Por otra parte les ponia en cuidado las palabras que el mismo padre habia dicho al maestro Polanco, y el haber enviado á despedirse de su Santidad, pidiéndole su bendicion ; lo cual les parecia que no podia ser sin gran fundamento, y sin grandes prendas de Dios y certidumbre de su muerte. En fin, despues de haber consultado el negocio, se determinaron de aguardar á la mañana siguiente, para tomar mejor acuerdo en lo que se hubiese de hacer. Vuelven en amaneciendo, y hállanle casi espirando; quieren darle un poco de sustancia, y diceles: «Ya no es tiempo deso; y levantadas las manos, y los ojos fijados en el cielo, llamando con la lengua y con el corazon á Jesus, con un rostro sereno, dió su alma á Dios, postrero dia de Julio de mil y quinientos y cincuenta y seis, una hora despues de salido el sol. Hombre verdaderamente humilde, y que hasta en aquella hora lo quiso ser, y acertó á serlo. Pues que sabiendo, como supo, la hora de su muerte, ni quiso él, como pudiera, dejar nombrado vicario general, ni llamar á sí, ni juntar sus hijos los que presentes estaban, ni amonestarlos, ni exhortarlos, ni hacer otra demostracion de padre, echándoles su bendicion, para enseñarles con este hecho que ellos pusiesen todas su esperanzas en Dios, y de Dios dependiesen, y pensasen que él ni se queria tener por nada, ni pensaba que habia sido nada en la fundacion de la Compañía. Cosa que aunque parece diferente de lo que algunos otros fundadores de religiones han hecho, no lo es del espíritu con que lo hicieron, y así no se debe tener por contraria. Porque el Señor, que á ellos les dió el espíritu de caridad para hacer las demostraciones de amor que con los suyos entónces hicieron, ese mismo quiso dar á su siervo Ignacio el de la profunda humildad que tuvo, para no hacer ninguna en aqueIla hora. Mas, con todo esto, sintieron bien sus hijos el favor que de su padre muerto, ó por mejor decir, verdaderamente vivo, les venía. Porque de su tránsito se siguió luego en toda la Compañía un sentimiento de suavísimo dolor, unas lágrimas de consuelo, un deseo lleno de santa esperanza, un vigor y fortaleza de espíritu, que se veia en todos. De manera que parecia que ardian con unos nuevos deseos de trabajar donde quiera, y padecer por Jesucristo. Varon por cierto valeroso, y soldado esforzado de Dios, el cual con particular providencia y merced envió su Majestad á su Iglesia, estos tiempos tan peligrosos, para ir á la mano á la osadía de los herejes, que se rebelaban y hacian

en

guerra á su madre. Vese ser esto así claramente, porque, si bien lo consideramos, hallarémos que Ignacio se convirtió de la vanidad del mundo á servir á Dios y á su Iglesia al mismo tiempo que el desventurado Martin Lutero públicamente se desvergonzó contra la religion católica. Y cuando Lutero quitaba la obediencia á la Iglesia romana, y hacia gente para combatilla con todas sus fuerzas, entónces levantaba Dios á este santo capitan para que allegase soldados por todo el mundo, los cuales con nuevo voto se obligasen de obedecer al sumo Pontífice, y resistiesen con obras y con palabras á la perversa y herética doctrina de sus secuaces; porque ellos deshacen la penitencia, quitan la oracion é invocacion de los santos, echan por el suelo los sacramentos, persiguen las imágenes, hacen burla de las reliquias, derriban los templos, mofan de las indulgencias, privan á las ánimas de purgatorio de los píos sufragios de los fieles, y como furias infernales turban el mundo; revolviendo cielo y tierra, y sepultando, cuanto es de su parte, la justicia y la paz y la religion cristiana. Todo lo contrario de lo cual enseñó Ignacio y predican sus hijos, exhortando á todos á la penitencia, á la oracion y consideracion de las cosas divinas, á confesarse á menudo y comulgarse con devocion, á reverenciar y acatar las imágenes y reliquias de los santos, y aprovecharse á sí y á los fieles difuntos con las indulgencias y perdones sacados del riquísimo tesoro de los merecimientos de la pasion de Jesucristo y de sus santos, que está depositado en su Iglesia, en manos de su vicario. Finalmente, todos los consejos, pensamientos y cuidados de Ignacio tiraban á este blanco, de conservar en la parte sana, ó restaurar en la caida, por sí y por los suyos, la sinceridad y limpieza de la fe católica, así como sus enemigos la procuran destruir. Depositóse su cuerpo en un bajo y humilde túmulo, el primer dia de Agosto, á la mano derecha del altar mayor de nuestra iglesia de Roma. Murió á los sesenta y cinco años de su vida, y á los treinta y cinco de su conversion, el cual tiempo todo vivió en suma pobreza, en penitencias, peregrinaciones, estudios de letras, persecuciones, cárceles, cadenas, trabajos y fatigas grandes; lo cual todo sufrió con alegre y espantosa constancia, por amor de Jesucristo, el cual le dió victoria y hizo triunfar de todos los demonios y adversarios que le procuraban abatir. Vivió diez y seis años despues de confirmada la Compañía por la Sede Apostólica, y en este espacio de tiempo la vió multiplicada y extendida casi por toda la redondez de la tierra. Dejó doce provincias asentadas, que son las de Portugal, de Castilla, de Andalucía, de los reinos de Aragon, de Italia, que comprende la Lombardia y Toscana; la de Nápoles, de Sicilia, de Alemaña la alta, de Alemaña la baja, de Francia, del Brasil, de la India Oriental, y en estas provincias habia entónces hasta cien colegios ó casas de la Compañía.

CAPÍTULO XVII.

De lo que muchas personas graves, de dentro y fuera de la Compañía, sintieron del padre Ignacio.

El dia que murió nuestro padre Ignacio estaba el padre maestro Lainez malo en la cama, y casi desahuciado de los médicos, de una recia enfermedad. Entraron á visitarle luégo que murió Ignacio algunos de los padres, y queriéndole encubrir su muerte por no darle pena, él la entendió, y preguntó: : «¿Es muerto el Santo, es muerto?» Y como en fin le dijesen que sí, la primera cosa que hizo fué levantar las manos y los ojos al cielo y encomendarse á él, y suplicar á nuestro Señor que por las oraciones de aquella alma pura de su siervo Ignacio, que él habia recogido aquel dia para sí, favoreciese á la suya y la desatase de las ataduras de su frágil y miserable cuerpo, para que pudiese acompafiar á su padre y gozar de la bienaventuranza que él gozaba, como de su misericordia se habia de esperar. Aunque sucedió al reves, que nuestro Señor le dió la salud, para que en lugar de Ignacio despues gobernase la Compañía, alcanzándosela (como se creyó) el mismo Ignacio por su intercesion; el cual mucho antes le habia dicho que él le sucederia en el cargo de prepósito general. Y no es maravilla que el padre maestro Lainez, estando en aquel trance, se encomendase á Ignacio ya muerto de la manera que se le encomendó, pues áun cuando vivia tenía dél tan grande estima y concepto. Porque muchas veces, me acuerdo que hablando conmigo (1) de lo mucho que Dios nuestro Señor habia favorecido la Compañía, multiplicándola y extendiéndola por todo el mundo, y amparándola y defendiéndola con su poderosa mano de tantos encuentros y persecuciones, y dándole gracia para fructificar en su santa Iglesia, solia decir estas palabras: Complacuit sibi Dominus in anima servi sui Ignatii; que quieren decir: Complacido sea el Sefior y agradado en el ánima de su siervo Ignacio; dándome á entender que por haberse agradado el Señor en tan gran manera de su alma, regalaba y favorecia tanto á sus hijos. Y el mismo padre, cuando fué la primera vez enviado del papa Paulo III por su teólogo al concilio de Trento, deseó y procuró mucho que nuestro padre Ignacio fuese á él, no para disputar con los herejes, ni para averiguar ni determinar las cuestiones de la fe, sino para ayudar á sustentar (como él me decia) el mismo concilio con sus oraciones para con Dios, y con su gran prudencia para con los hombres. Y el mismo padre Lainez, con tener al padre maestro Fabro en un punto muy subido, y en figura de un hombre muy espiritual y soberano maestro de regir, consolar y desmarañar almas (como verdaderamente lo era), me decia que aunque mirado por sí le parecia tal el padre Fabro, pero que pues

(1) Borraba RIVADENEIRA esta palabra por modestia; pero hicie ron bien en no aceptar la enmienda, que desvirtuaba el original. Al mismo tenor borraba todo lo que se referia á su persona, como testigo ocular.

to y cotejado con Ignacio, le parecia un niño que no sabe hablar delante de un viejo sapientisimo. Y cierto no le hacia agravio, y el mismo Fabro lo conocia y como á tal le escribia, dándole cuenta de las cosas interiores de su alma, y preguntándole las dudas que tenía, y estando colgado de sus respuestas como un niño de los pechos de su madre, y poniendo por dechado y ejemplo de toda perfecion á Ignacio en sus cartas, exhortando á los que le pedian consejo que le imitasen y siguiesen si querian en breve alcanzar la perfecion. Y pues he entrado en decir lo que estos padres sentian de Ignacio, quiero añadir algunos otros de gravísimo testimonio. El padre Claudio Yayo, viviendo aún Ignacio, estando muy apretado de un gravísimo dolor de estómago, yendo camino, y hallándose sin ningun humano remedio, se volvió á nuestro Señor, suplicándole por los merecimientos de Ignacio que le librase de aquella congoja y fatiga, y luego fué libre. Otro tanto aconteció al padre Bovadilla, despues de muerto Ignacio, en una calentura muy recia que le salteó, de la cual le libró Dios por las oraciones de Ignacio, á quien él se encomendó. El padre Simon Rodriguez, ya sabemos que por las oraciones de Ignacio alcanzó la vida de la manera que en el capítulo nono del libro segundo desta historia habemos contado. Y así tuvo dél el concepto que de hombre por cuya mano recibió tanta misericordia de Dios se ha de tener. El padre Francisco de Borja, nuestro tercero general, y espejo de humildad y de toda religion, decia de Ignacio que loquebatur tamquam potestatem habens, y que sus palabras se pegaban al corazon, y imprimian en él lo que querian. Sería nunca acabar si quisiese andar por los demas y contar lo que cada uno de los más señalados y eminentes padres de la Compañía, vivos y muertos, que le trataron y conversaron más, sentian y predicaban de la virtud y santidad de Ignacio. Uno no puedo dejar, que es el padre Francisco Javier, varon verdaderamente apostólico, y enviado de Dios al mundo para alumbrar las tinieblas de tantos infieles ciegos, con la luz esclarecida del Evangelio, y tan conocido y estimado por las obras maravillosas y milagros que nuestro Señor obró por él. Decia, pues, aquel japon llamado Bernardo, del cual hablamos en el capítulo séptimo del libro cuarto (como él mismo referia), que le solia decir el padre Francisco, hablando de Ignacio: «Hermano Bernardo, el padre Ignacio es un gran santo», y como á tal el mismo padre le reverenciaba. Y para mostrar la devocion y veneracion que le tenía, muchas veces cuando le escribia cartas se las escribia de rodillas, pedíale instrucciones y avisos, desde allá de la India, de cómo se habia de haber para convertir los infieles, y dicele que se los pide porque nuestro Señor no le castigue por no haberse sabido aprovechar de la luz y espíritu de su padre y maestro. Y contra todas las tempestades y peligros se armaba, como con escudo y arnes, de la memoria y nombre é intercesion de Ignacio, trayendo al cuello su firma y nombre,

de mano del mismo padre, y los votos de su profesion. Y porque no sean todos los testigos domésticos y de dentro de casa (aunque éstos son los más ciertos), diré tambien algunos pocos de fuera, de autoridad singular. El papa Marcello fué devotisimo de nuestro padre, y estimaba tanto su parecer en todas las cosas, pero especialmente en las que tocaban á nuestra Compañía, que decia que montaba más en ellas sola la autoridad del padre Ignacio y lo que él sentia, que todas las razones que en contrario se podian alegar, como queda contado. El rey de Portugal, don Juan el Tercero, como fué siempre desde sus principios señaladísimo protector de la Compañía, así tuvo gran cuidado de saber sus cosas con particular devocion á nuestro padre; y así, yendo á Roma el padre Luis Gonzalez de Cámara (que habia sido confesor del príncipe don Juan su hijo), le mandó que estuviese muy atento á todas las cosas del padre Ignacio, y que se las escribiese muy en particular, y con ellas su parecer. Hizolo así el padre Luis Gonzalez (como él me dijo), y despues de haberlo bien notado y examinado todo, escribió al Rey que lo que él podia decir á su alteza acerca de lo que le habia mandado, era, que el rato que atentamente estaba mirando al padre Ignacio era de grandísimo provecho para su alma, porque sólo su compostura y aspecto le encendia y abrasaba notablemente en el amor de Dios. Don Gaspar de Quiroga, que hoy dia vive y es cardenal y arzobispo de Toledo é inquisidor general, tuvo muy estrecha amistad con nuestro padre Ignacio en Roma, y trató con él varios y arduos negocios, y nunca acaba de loar la religion y santidad y prudencia grande que dice que tenía, con una uniformidad y un mismo semblante en todas las cosas, prósperas y adversas, y esto en grado tan subido, que en ningun hombre lo habia visto tanto como en él. Entre otros muchos príncipes y señores, eclesiásticos y seglares, que despues de la muerte de Ignacio escribieron á la Compañía, alabando al padre difunto, y consolando á los hijos vivos y animándolos, y ofreciéndoles su favor, fué uno Juan de Vega, que era entónces virey de Sicilia, y despues murió presidente de Consejo Real en Castilla, el cual habia tenido mucha comunicacion con Ignacio, siendo embajador del emperador Cárlos V en Roma, y despues de muerto escribió al padre maestro Lainez, que ya era vicario general, una carta, que por parecerme digna de tal varon, y á propósito de lo que tratamos, he querido poner aquí un capítulo della, que es el siguiente:

Tres ó cuatro dias ántes que recibiese la carta » que en nombre de vuestra reverencia me escribió Del padre Polanco, avisándome del tránsito deste > mundo para la gloria del cielo, del bienaventurado > padre y maestro Ignacio, habiamos tenido acá esta » nueva, aunque confusa, y con gran deseo y espec»tacion estábamos de saber la particularidad de su » santo fin, y estado desa religiosa y santa Compa»ñía, aunque no dudábamos punto de lo que ahora Dhe visto por esta carta, y por la que tambien se es

»cribió al padre maestro Hierónimo, que la mano » y guía de Dios habia de ser siempre sobre ella. Mas >> verdaderamente se ha recebido gran consolacion y » edificacion con haberlo visto así particularmente, » aunque esta satisfaccion ha venido envuelta en >> alguna ternura y flaqueza humana, que no puede » dejar de sentirse la ausencia y pérdida deste mun»do de los que amamos en él. A nuestro Señor sean » dadas infinitas gracias por haber recogido este su » siervo para sí, al tiempo que juzgó ser más opor>>tuno, con haber dejado acá tantos trofeos de su » santidad y bondad, que no los gastará el tiempo, ni >> el aire, ni el agua, como otros que vemos ya des» hechos, que fueron edificados por vanagloria y >> ambicion del mundo. Y considero yo el triunfo con » que debe haber sido recebido en el cielo y honrado >> quien delante de sí lleva tantas victorias y bata>>llas vencidas contra gentes tan extrañas y bárba» ras, y apartadas de toda noticia de luz y religion, » sino aquella que les fué alumbrada y abierta por >> este bienaventurado y santo capitan y por sus sol» dados. Y cuán justamente se puede poner en el cie>> lo su estandarte con el de Santo Domingo y San » Francisco, y otros santos á quien Dios dió gracia » de que hubiesen victoria de las tentaciones y mi>> serias deste mundo y librasen tantas almas del in>> fierno; y cuán sin envidia será esta gloria y triun>> fo de la de los otros santos varones, y cuán dife>> rentes de los triunfos y glorias deste mundo, llenas >> de tanta miseria y envidia, y con tanto daño y cor» rupcion de la república; lo cual todo es de grande. >> consolacion y de grande esfuerzo, para que la » pena de la sensualidad, por mucha que sea, se con>> suele de semejante pérdida, y se espere que de allá >> del cielo aprovechará y podrá hacerlo mucho me>> jor con su religion, y todos los demas que tuvieron >> y tienen conocimiento y devocion con su santa » persona.» Hasta aquí son palabras de Juan de Vega. El padre maestro Juan de Ávila, predicador apostólico en Andalucía, y bien conocido en ella y en toda España por su excelente virtud, letras y prudencia, cuando supo que Dios habia enviado al mundo á Ignacio y á sus compañeros, y entendió su instituto é intento, dijo que esto era tras lo que él tantos años con tanto deseo habia andado, sino que no sabía atinar á ello; y que le habia acontecido á él lo que á un niño que está á la halda de un monte, y desea y procura con todo su poder subir á él alguna cosa muy pesada, y no puede por sus pocas fuerzas, y despues viene un gigante y arrebata de la carga que no puede llevar el niño, y con mucha facilidad la pone do quiere; haciéndose con esta comparacion, por su humildad pequeño, y á Ignacio gigante.

CAPÍTULO XVIII.

De la estatura y disposicion de su cuerpo.

Fué de estatura mediana, 6 por mejor decir, algo pequeña, y bajo de cuerpo, habiendo sido sus hermanos altos y muy bien dispuestos; tenía el rostro autorizado, la frente ancha y desarrugada, los ojos

hundidos, encogidos los párpados y arrugados por las muchas lágrimas que continuamente derramaba, las orejas medianas, la nariz alta y combada, el color vivo y templado, y con la calva de muy venerable aspecto. El semblante del rostro era alegremente grave y gravemente alegre, de manera que con su serenidad alegraba á los que le miraban, y con su gravedad los componia. Cojeaba un poco de la una pierna, pero sin fealdad, y de manera que con la moderacion que él guardaba en el andar, no se echaba de ver. Tenía los piés llenos de callos y muy ásperos, de haberlos traido tanto tiempo descalzos y hecho tantos caminos. La una pierna le quedó siempre tan flaca de la herida que contamos al principio, y tan sensible, que por ligeramente que la tocasen, siempre sentia dolor, por lo cual es más de maravillar que haya podido andar tantas y tan largas jornadas á pié. Al principio fué de grandes fuerzas y de muy entera salud, mas gastóse con los ayunos y excesivas penitencias, de donde vino á padecer muchas enfermedades y gravísimos dolores de estómago, causados de la grande abstinencia que hizo á los principios, y de lo poco que despues comió, porque era de poquísimo comer, y esto que comia era de cosas muy comunes y groseras; y sufria tanto la hambre, que á veces por tres dias, y alguna vez por una semana entera, no gustó ni áun un bocado de pan ni una gota de agua. Habia perdido de tal manera el sentido del manjar, que casi ningun gusto le daba lo que comia. Y así, excelentes médicos que le conocieron,

afirmaban que no era posible que hubiese vivido tanto tiempo sin virtud más que natural un cuerpo tan gastado y consumido. Su vestido fué siempre pobre y sin curiosidad, mas limpio y aseado, porque aunque amaba la pobreza, nunca le agradó la poca limpieza; lo cual tambien se cuenta de los santísimos varones san Nicolas y san Bernardo, en sus historias.

Y porque tratamos aquí de la disposicion de Ignacio, quiero avisar que no tenemos ningun retrato suyo sacado tan al proprio, que en todo le parezca, porque aunque se deseó mucho retratarle miéntras que él vivió, para consuelo de todos sus hijos, pero nunca nadie se atrevió á hablar dello delante dél, porque se enojára mucho. Los retratos que andan suyos son sacados despues dél muerto.

En la segunda edicion y siguientes se añade: « Entre los cuales, el que está más acertado y proprio es el que Alonso Sanchez, retratador excelente del Rey Católico don Filipe el Segundo, sacó en Madrid, el año de mil y quinientos y ochenta y cinco, estando yo presente, y supliendo lo que el retrato muerto (1), del cual él le sacaba, no podia decir, para que saliese como se deseaba.»>

(1) En la segunda edicion se puso un retrato de san Ignacio. grabado, el cual, aunque de escaso mérito, no deja de ser bastante parecido á la mascarilla que se sacó despues de muerto, y se conserva en Roma, en la habitacion misma donde vivió y murió aque. santo y célebre varon.

INTRODUCCION

AL LIBRO DE LA VIDA

DEL PADRE DIEGO LAINEZ.

A la Vida de San Ignacio, primero y principal escrito del PADRE RIVADENEIRA, sigue en órden, antigüedad y correlacion la del célebre padre Diego Lainez, segundo general de la Compañía, y sucesor de aquel en su espíritu y en el gobierno. La biografía de Lainez es la continuacion de la historia de aquel célebre instituto, en el siglo primero de su existencia. Este es el primer concepto y principal punto de vista en que debemos considerar este precioso é interesante trabajo. Su Vida es la continuacion de la Vida de San Ignacio.

Bajo el aspecto literario, Lainez es una de las figuras más importantes que nos presentan las historias eclesiástica y literaria de España en el siglo xvi, durante el cual nuestra patria tuvo tantos y tantos hombres eminentes. El segundo general de la Compañía figura entre ellos en primer término, y brilla sobre todo en aquella célebre asamblea católica celebrada en Trento, que figura tambien como uno de los sucesos más importantes y trascendentales de aquel siglo, abundante en hechos grandes, como en grandes hombres.

No solamente cómo teólogo, sino tambien como hombre de gobierno, Lainez fué respetado en Trento, y tuvo allí la importancia que describe RIVADENEIRA, aunque con la parsimonia que él acostumbra en las cosas de su instituto, más propenso á callarlas que á narrarlas de un modo exagerado. La tradicion ha conservado hasta nuestros dias la anecdotilla, verdadera ó incierta, de haberse suspendido algun dia una discusion importante, á causa de no estar presente á ella Lainez, postrado en cama por una enfermedad: Hodie sessio suspendatur quoniam Lainez infirmatur. Y con todo, la biografia de tan célebre y eminente personaje no es bastante conocida en España, ni goza Lainez de la reputacion é importancia que por muchos títulos merece. Allí, en el enorme tomo en fólio de las obras de RIVADENEIRA, colocado entre san Ignacio y san Francisco de Borja, apénas llama la atencion. Bajo este segundo concepto, la BIBLIOTECA DE AUTORES ESPAÑOLES presta un nuevo servicio á la literatura española, reimprimiéndola, poniéndola en manos de todos, y dando á conocer á los literatos españoles la persona de Lainez, conocido sí por su mucha nombradía, pero no tanto como se merece por sus esclarecidos hechos.

Y en verdad que el libro lo merece tambien por la soltura y gallardía con que está escrito, que no desmerece de la Vida de San Ignacio, si es que no la supera.

¡Ojalá pudieran caber en este volúmen las biografías de Salmeron y san Francisco de Borja! La del primero completa la biografia de Lainez, de quien fué amigo y compañero, y á quien estuvo asociado en el concilio de Trento. La del segundo completa la historia de la Compañía en el siglo xvi, en el período clásico de ella, durante aquel tiempo en que estuvo dirigida por españoles, y mientras vivieron los que san Ignacio habia formado con su palabra y con su ejemplo, y dirigieron el instituto estrictamente al tenor de sus instrucciones, no solamente escritas, sino orales, y por ellos mismos escuchadas.

Rómpese en gran parte esta tradicion á la muerte de san Francisco de Borja; cesa entonces el elemento español de dirigir, y áun de influir, en la direccion de la Compañía; ábrese para ésta un nuevo período, tambien brillante; objeto de continuos ataques, aunque no siempre leales, y de calurosas apologías por parte de otros. Pero lo que ya hoy dia no niega casi nadie, y conceden

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