Con las doradas bridas; O ya el luciente carro Con nuevo ardor dirijas Al reino austral, de donde Mas luz y fuego vibras; O en fin, precipitado Sobre las cristalinas Occiduas aguas caigas Con luz mas blanda y tibia; Tu rostro refulgente, Tu ardor, tu luz divina Del hombre serán siempre Consuelo y alegría.
Á UN SUPERSTICIOSO.
¿Por qué consultas, dime, Con las estrellas, Fabio, Y vas en sus mansiones Tu horóscopo buscando? ¿Son ellas por ventura A quienes fué encargado Dar principio á tus dias O término á tus años? Las vidas de los hombres No penden de los astros; Que en el Olimpo tienen Moderador mas alto. Aquel gran Ser, que supo Con poderosa mano Los orbes cristalinos Sacar del hondo cáos; Que enciende el sol, y guia Su luminoso carro;
Que mueve entre las nubes, De estruendo y furia armado, Su coche, y forma el trueno; Que vibra el fuerte rayo, Refrena el viento indocil Y aplaca el mar turbado; Aquel es de tu vida El dueño soberano, Y él solo en sí contiene La suma de tus años. Implórale, y no fies Tu dicha á los arcanos Del tiempo, ni al incierto Compás del astrolabio. Implórale, y no alces Tus ojos al zodiaco; Que á sus constelaciones Del hombre no ligaron Las dichas ni el contento Con ciega ley los hados. Implórale, y ahora Escrito esté el amargo Momento de tu muerte Sobre el fogoso Tauro; Ora, por las pleyadas No visto, de Acuario Guardado esté en la urna, Respeta de su brazo La fuerza omnipotente, Y adórala postrado; Que no de los planetas Ni los volubles astros Pendiente está tu vida, Mas solo de su brazo.
Á DON RAMON DE POSADA, CON MOTIVO DE UNOS VERSOS ESCRITOS POR UNA SEÑORA AMERICANA.
¿De cuándo acá las musas,
Que solo á los mozuelos
Sus gracias repartian
Antes de ahora, hicieron
Tan súbita alianza Con otras de su sexo? Injustas y envidiosas, Jamás en otro tiempo.
A las graciosas ninfas Fiaban sus misterios. Del Pindo á la eminencia, Do su dorado asiento Tienen las orgullosas, Vecino al alto cielo, Las delicadas plantas Nunca subir pudieron, Ni de ellas ser solia Hollado aquel sendero: Que plantas mas robustas Condujo en otros tiempos Al templo de la gloria, O ya al del escarmiento. Mas de la americana Safo los dulces versos, De los pasados siglos Desmienten el ejemplo. ¡Qué aguda, que ingeniosa Se ostenta! Cuando menos, Acuden á su pluma El chiste y el gracejo. Pero ¿de dónde, dime, Ramon, su dulce ingenio Tomó la melodía,
La exactitud del metro, El número armonioso, Los agudos conceptos, La gracia y la dulzura Que hierven en sus versos? El rubio y claro Apolo ¿Fué acaso su maestro? Acaso de las musas Los virginales pechos Tocó algun dia? Acaso Crióse en el Permeso? Safo á Faon queria, Y amor la inspiró versos. ¿Debió tal vez Leonarda A Amor su magisterio? ¡Ah, cuántos envidiosos Tendrá tu entendimiento. Discreta Safo! ¡A cuántos Inflamarán sus celos! ¡Dichoso el que alcanzare, Con bien tañido plectro, Loar condignamente Tan peregrino ingenio,
Y mucho mas dichoso Quien logra ser tu empleo!
¿Quién me dará que pueda, Batilo, remontado Sobre el humilde vulgo, Seguirte por el árduo Camino por do corres Con giganteos pasos Al templo de la fama? Quién me dará que al alto Monte contigo pueda Subir a benchir mis labios, Cual tú, del dulce néctar En el raudal castalio? ¡Pluguiera al Dios intonso Que, juntos, del Parnaso Venciésemos la cima,
Y en ella rodeados De gloria, á par del Númen, Viviésemos loando
De la virtud divina La gracia y los encantos! Entonces si que, libres Del soplo envenenado Del odio y de la envidia, Burláramos cantando Sus tiros descubiertos Y sus ocultos lazos; Entonces sí que, lėjos Del turbulento bando Que sigue los pendones
¿Adónde vas, vestida De suaves resplandores, Con paso tan callado, Oh reina de la noche, En tanto que Morfeo, Con plácidos vapores, Suspende las tareas De fieras, aves y hombres? ¿Qué impulso, qué destino Tu reluciente coche Eleva en los collados Del húmedo horizonte? ¿Por qué la sombra ahuyentas De los celestes orbes, Y en el paterno cáos Sepultas sus horrores? Por qué con luz radiante Al Erebo te opones, Y su heredado imperio Le usurpas á la noche? ¡Qué inútil desperdicio De luces y fulgores. Que el mundo soñoliento Ni ve ni reconoce! ¡Cuán vana y oficiosa Los derramas sin órden Por las desiertas playas,
Por los medrosos bosques! Mas ¡ay! que ya descubro La fuerza que dispone Tus rumbos, é imperiosa Da causa á tu desórden. Un númen implacable
Te arrastra, un númen rompe De tu poder los lazos, Y enciende tus pasiones. Ni el escuadron inmenso De estrellas y de soles Que sigue lento el curso De tu esplendente coche; Ni el trono en que resides, Bañado en luz; ni el noble, Alto, inmortal origen De tu deidad triforme, Bastaron à librarte De amor y sus arpones. Tú amas, sí; tú sigues La ley que reconocen, Con fuerza irresistible, Los hombres y los dioses. Y en tanto que, corrida, Quisieras las regiones Trocar del alto cielo Por los tartáreos bosques, Del duro amor guiada, Registras todo el orbe,
Las playas y los valles, Los mares y los montes, Buscando ansiosa y triste Al barragan que sobré Las cumbres de Tesalia
El hado de ti esconde.
Le hallas por fin; mas cuando, Amante, reconoces
De tu pasion la causa, Y al dulce triunfo corres, El mísero, insensible Y hundido en sueño torpe, Ni á tu esplendor despierta, Ni aun sueña tus favores.
AL CUMPLEAÑOS DE GALATEA.
Mientras en raudos giros El cielo va contando La suma de tus dias Y el curso de tus años, Tu vida joh Galatea! Con floreciente paso Va al punto mas subido De juventud llegando. Del tiempo la incesante Consumidora mano, Que en otras hermosuras Consuma solo estragos, Hoy, sábia y generosa, La tuya sazonando, Mil altas perfecciones, Mil gracias, mil encantos Retoca de tu rostro
Sobre el luciente espacio. Mas jay! que tambien siente Mi corazon, al paso Que crece tu hermosura, Dolores mas amargos. Tú creces en belleza, Y yo en deseos vanos: De mi esperanza inmóvil Es solo el triste estado.
Mientras de Galatea ¡Oh incauto pajarillo! Ocupas el regazo, Permite que, afligido, Tan venturosa suerte Te envidie el amor mio. De un mismo dueño hermoso Los dos somos cautivos; Tú lo eres por desgracia, Y yo por albedrío. Violento en las prisiones, Maldices tú al destino, En tanto que yo, alegre, Besando estoy los grillos. Mas en los dos¡ cuan vario Se muestra el hado esquivo! Conmigo ¡ay, cuán tirano! Contigo ¡cuan benigno! Mil noches de tormento, Mil dias de martirio, Mil ausias, mil angustias Lograrme no han podido La dicha inestimable Que debes tú á un capricho. Bañado en triste llanto, Tu dulce suerte envidio; Y en tanto tú, arrogante, Huellas con pié atrevido, Sin alma, sin deseos Ni racional instinto, La esfera donde apenas Llegar ha presumido El vuelo arrebatado Del pensamiento mio.
No sale mas galana Por las doradas puertas De Oriente, del anciano Titon la esposa bella, Que sales tú á mis ojos, Oh dulce Galatea, Cuando á gozar del dia El blando lecho dejas; Ni mas resplandeciente Su cara al cielo enseña La plateada luna,
Que el tuyo tú á la tierra
Do imprimen hoy tus plantas La delicada huella.
Sin duda de las gracias El coro á tu lindeza Añade en esta hora Mil perfecciones nuevas. Brilla tu frente hermosa Con luz muy mas serena, Y como al cielo el íris, Asi tus negras cejas Dividen el nevado Contorno de tu esfera. Tus ojos... Musa mia, ¿Cómo tu voz pudiera Los rutilantes ojos Pintar de Galatea?
¿Quién me dará que junte Del sol las luces bellas, Las sombras de la noche Y el fuego de la esfera, Para pintar los brillos, La gracia y la viveza De tus divinos ojos, Oh dulce Galatea? Absorta el alma mia
Los mira y los contempla; Sus luces la embriagan, Sus llamas la penetran. Veo que en tus mejillas La rosa bermejea, Y del clavel purpureo Tus labios son afrenta. Juegan sobre tu boca Las risas halagüeñas, Y en el ebúrneo pecho La cándida azucena Derrama su blancura. ¡Ay Dios! ¡cuántas bellezas Mis ojos inflamados Registran en tu esfera! ¡Ay, no me las ocultes, Oh cruda Galatea! ¡Guarte que no se enoje, Si al mundo se las niegas, La mano bienbechora De la naturaleza! ¿Criólas por ventura Para que no se vieran? Si es ella generosa, ¿Por qué eres tú avarienta?
¡Perdon, perdon mil veces, Oh cruda Galatea! Ya estoy arrepentido; Perdona mi flaqueza. Serena el ceño airado, Y á tu semblante vuelvan La risa y el agrado; Serénale, no quieras Dar tan atroz castigo A culpa tan ligera. Mas ¡ay! que amor tirano Vengado na ya tu ofensa ; Que en el delirio mismo Me disfrazó la pena. Despues que de tu rostro
Tocó la ardiente esfera Mi labio, ¡ay, cuán aguda, Cuán penetrante flecha Mi corazon traspasa! Ay, cómo me atormenta! De ciego ardor movida, Así tal vez la abeja Liba en la fresca rosa Los dulces jugos, mientras Su blando pecho duras Espinas atraviesan.
Del Bétis recosta do Sobre la verde orilla, Así el pastor Anfriso Se lamentaba un dia, Culpando los desprecios De la cruel Belisa: «Permita el justo cielo, Desapiadada ninfa,
Que en la afliccion que lloro Te vea yo algun dia; Permitan de los dioses Las siempre justas iras Que con tu llanto y quejas Consuele yo las mias. Cuando de aquel que adoras, Mofada y ofendida, Te quejes á los cielos, Los montes y las silvas; Cuando tu rostro ingrato Descubra las rüinas De los rabiosos celos, De las celosas iras; Y cuando de tus ojos Las luces homicidas Cuidados oscurezcan, Pesares y vigilias,
Y del continuo llanto Las mire yo marchitas; Entonce, solazad a La triste ánima mia, Olvidará sus penas,
Sus males y sus cuitas; Entonce el llanto ardiente Que hoy riega mis mejillas, A vista de tu llanto, Convertiráse en risa. Entonce las angustias Que el corazon me atristan, Los celos que le agobian, Las ansias que le aguijan, Se trocarán en gusto, Consuelo y alegría. >>
En vano te deleitas Al ver el llanto mio, ¡Cruel Enarda! En vano Celebras mis suspiros. De lágrimas ardientes Mi rostro humedecido, Con las vigilias flaco, Con el dolor marchito, Tu liviandad arguye, Reprende tus caprichos, Y al mundo entero grita Tu infamia y tu delito. Estos que en mi semblante Ves de dolor indicios, No son exequias tristes Hechas á un bien perdido, No son á tu hermosura Tributos ofrecidos; De tu perfidia solo Son argumento fijo, Horror de tus engaños,
Baldon de mis delirios. No lloro tus rigores, Ni siento haber perdido Correspondencias falsas, Favores fementidos; De mi ceguedad solo Y mis engaños gimo. Lloro à un ingrato númen Los hechos sacrificios, Y el exhalado incienso Sobre un altar indigno. Lloro el recuerdo infame Del cautiverio antiguo, Y el peso vergonzoso De los llevados grillos. En mi memoria triste Revuelvo de contino Obsequios mal pagados, Desdenes mal sufridos, Pospuestos y olvidados, Finezas y suspiros. Pero ¡ay Enarda! en vano Te agrada el llanto mio. Amor, que ya me mira Con ojos compasivos, Mil veces reprendiendo Mis lágrimas, me dijo: -Nada en perderlas pierdes; ¿Por qué lloras, mezquino?—
Ya, gracias á los dioses, Enarda, estoy contento; Ya está mi rostro alegre, Mis ojos ya están secos. Aquel cuitado Anfriso, Que en el pasado tiempo En pos de tus encantos Corria sin sosiego; Aquel que en tu semblante Buscaba iluso y necio Delicias engañosas, Mentidos pasatiempos ; Aquel que en tus dos ojos Hallaba dos luceros, Mil perlas en tu boca, Mil flores en tu seno; Ya sin amor, sin susto, Sin ansias ni deseos, Léjos de tí ó contigo, Tranquilo está y sereno. Si al paso de los suyos Salen tus ojos bellos, Ni su color se muda, Ni pierde su sosiego, Ni el corazon le avisa Del va pasado incendio. Sobre los mismos labios Que en el antiguo tiempo Solo formar sabian Querellas y lamentos, Residen ya los chistes, La risa y el contento, Las sazonadas burlas, Los dichos placenteros. Sus ojos deslumbrados, Que antes el dios pequeño Cerró con tierna mano Del mundo á los objetos, Dejándolos ¡oh cruda! Para ti solo abiertos; Hoy, llenos de alegría, Vivaces y traviesos, Siguen el dulce hechizo De mil semblantes bellos, Y de otros bellos ojos Beben el dulce incendio; Que ni los turba el llanto Ni ofuscan los desvelos.
Enarda, al fin los cielos De mi se han apiadado; Tú lloras y te afliges, Yo estoy alegre y canto. Al que antes, engañada, Favoreciste tanto,
Ya con dolientes voces El nombre das de ingrato. Por él tu amor sin seso Rompió los dulces lazos Que mi inocente cuello Uncian á tu carro.
Por él abandonaste Mi fe, mi amor, millanto, Tu honor y tu decoro Con engañoso trato. Por él, en fin, violaste Mil juramentos santos; Rompiste mil promesas, Forjaste mil engaños. Ahora, despreciada, Derramas llanto amargo. Pues llora, injusta, llora; Que Anfriso está vengado.
Mientras los roncos silbos Del Aquilon helado Llenan á los mortales De susto y sobresalto, Cantemos, bella Enarda, En himnos acordados, De amor y sus dulzuras El delicioso encanto. Del hijo de la diosa Que reina en Gnido y Pafos Cantemos las victorias
Y triunfos soberanos, Que á su dominio el cielo
Y tierra sujetaron.
Las dulces travesuras
De aquel rapaz vendado, Que reina en nuestros pechos, Cantemos, y loando
De su carcaj el oro,
La labor de su arco, Sus flechas penetrantes, Sus tiros acertados, Pasemos dulcemente, Uno de otro en los brazos, Las horas fugitivas
Y los veloces años. Amor de cielo y tierra Es dueño soberano; Sus leyes reconocen La tierra y cielo esclavos. Los globos cristalinos, De solo amor guiados, Giran en torno al mundo Con vuelo arrebatado; Y del amor las leyes Eternas observando, Cuentan en raudos giros, Sonoros y acordados, Las horas y los dias, sy Los meses y los años. Pero en la tierra ejerce Imperio mas templado El ciego dios, mas dulce, Mas firme y dilatado, Y no hay viviente alguno Que de él no viva esclavo. Allá en los altos montes Y en los oscuros antros Sienten de amor la llama Los brutos abrasados. Los peces en el golfo, Del tiro envenenado Salvarse no pudieron;
Ni sobre el aire vago Las aves por su vuelo Ni por su dulce canto. Todos de amor al yugo Se rinden, y á su carro Uncidos, todos vienen Sus triunfos celebrando. Pero entre todos ellos, El hombre mas colmados Obsequios, homenajes Mas puros va prestando; Que otros vivientes aman, De su instinto arrastrados, Empero el hombre solo De la razon guiado. El hombre venturoso Encierra en los arcanos De su razon las leyes Que amor le ba señalado. El hombre apreciar solo Con dignos holocaustos Sabe de la hermosura La gracia y el encanto. Digalo ay Dios! ¡oh Enarda! Jovino enamorado, Que vive de tus ojos Reconocido esclavo. Un corazon lo diga Donde grabó con rasgos De fuego la tu imágen Amor con tierna mano, ¡Ay! yo era todavía Entonces un muchacho Alegre y bullicioso, Sencillo y agraciado, Y hoy ya sobre mi siento El peso de los años. Digalo una alma fina, Do tiene levantado Su trono tu hermosura, Y do, vibrando rayos, Tus ojos ejercitan El peligroso mando.
¡Ay! ¡cuántas veces, cuántas, Los mios al extraño Ardor de sus pupilas Quedaron abrasados! Digalo, en fin, Jovino, A quien ni los halagos De otras mil hermosuras, Ni estorbos mil, ni el vario Curso de la fortuna,
Ni el tiempo, ni el amargo Dolor de larga ausencia, Ni el incesante llanto Que derramó al mirarte Alegre en otros brazos, Mudar nunca pudieron, Y en quien estorbos tantos Del fuego primitivo La llama no apagaron. Cantemos pues, ¡oh Enarda! En himnos acordados, De amor y sus dulzuras El delicioso encanto, Mientras los roncos silbos Del Aquilon helado Llenan á los mortales De susto y sobresalto.
Riñenme, bella Enarda, Los mozos y los viejos, Porque tal vez jugando Te escribo dulces versos. « Debiera un magistrado (Susurran), mas severo, De las livianas musas Huir el vil comercio.¡Qué mal el tiempo gastas! > (Predican otros)... Pero,
Por mas que todos riñan, Tengo de eseribir versos. Quiero loar de Enarda El peregrino ingenio Al son de mi zampoña Y en bien medidos metros. Quiero de su hermosura Encaramar al cielo Las altas perfecciones; De su semblante quiero Cantar el dulce hechizo, Y con pincel maestro Pintar su frente hermosa, Sus traviesos ojuelos, El carmin de sus labios, La nieve de su cuello; Y váyanse à la... al rollo Los catonianos ceños, Las frentes arrugadas Y adustos sobrecejos; Que Enarda será siempre Celebrada en mis versos.
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