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Y la noche le agrada con su oficio,

Y en Venus y en amor, y amar se emplea. Mas seguro es dormir y estar en vicio, Mejor tener la moża poco casta,

Y el tañer y cantar por exercicio:

Que asir escudo, y empuñar el hasta, Y cubrir con el ́yelmo la cabeza, Y el pecho de virtud, que es lo que basta. Mas á tí ya fue un tiempo, que una pieza De arnes, é ilustres hechos te agradaba, Mas que quanto á deleytes se endereza.

La gloria que con armas se alcanzaba, Te era dulce; mas presto te cansaste, Que nunca dura el bien, ni el mal se acaba. Dí, ¿por ventura, ó Aquiles, aprobaste El uso de las armas y la guerra,

Solo mientras mi patria conquistaste?

Y es prueba cierta, y que verdad encierra, Pues tu alabanza y hechos mas que humanos Estan postrados, 'qual lo está mi tierra. No lo quieran los Dioses soberanos, Antes el lado Hetoreo abierto sea Por la lanza arrojada de tus manos. O Griegos, enviadme á do me vea

Mi Aquiles, que aunque he sido su enemiga, Yo acabaré que vuelva á la pelea.

Diré lo que quisieredes que diga,
Darele besos con que el pecho crudo,
Aunque diga de no, se me desdiga.
Creed que mas podré que Fenix pudo,
Mas que Ulyses el sábio, y que el hermano
De Teucro, tan famoso por su escudo.

Que tiene un no se qué tocar la mano,
Ceñir el cuello y demostrar el pecho,
Y mas en tí que no eres inhumano.

Y aunque mas sordo estés á mi despecho
Que las ondas de Tetis, madre tuya,
Y mas airado que Aquilon deshecho;
Harás que tu crueldad se disminuya,
(Dado que calle) y con mi llanto ansioso
Que esa tu pertinacia se concluya.
Agora, así sus años cumpla honroso
Peleo, y libre de traiciones viles
Tu Pirro viva en armas vitorioso
Mira con ojos de piedad, ó Aquiles,
A tu Hippodamia, y no qual hierro fuerte.
Me abrases, me consumas y aniquiles.

Si
ya te
te enfado, y tengo de perderte,
Como me obligas á que sin tí viva,
Oblígame á gustar por tí la muerte.
Y si me obligaras, que ya se priva
cuerpo y rostro de color y aliento,

El

I

Aunque mi alma en la esperanza estriva.
La qual si me faltare en el momento
Seguiré á mis hermanos y marido,
Dándote con mi fin contentamiento..
Y muerta yo no te ha de ser tenido
Por manifico hecho y soberano,
Haberlo tú ordenado y consentido.

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¿Mas para qué lo ordenas? echa mano,
Hiere este pecho, porque luego muera,
Qué sangre habrá que harte un pecho Hircano.
Máteme aquella espada que pudiera
Matar en mi venganza al grande Atrida,
Si Palas por su amor no lo impidiera.
Mas yo te ruego que me des la vida,
Que ya me diste, quando vitorioso
Fuiste de mi linage el homicida,

Que para hartar tu pecho sanguinoso
De Neptuno los muros eminentes,
Te darán pasto de hombres abundoso.
Del enemigo busca convenientes
Ocasiones de muerte, que en tu amada
Han de ser tus efetos diferentes.

Y agora quieras irte con la armada,
Agora el esperar mas te convenga,
Siendo ante tí mi carta presentada:

Manda como Señor, que á tí me venga.

ARGUMENTO

DE LA EPISTOLA QUARTA.

Es tan notoria y vulgar la historia del Minotauro y su laberinto, y hemos de tratar de ella tantas veces en estas epístolas, que bastará decir agora que como por las leyes im puestas del Rey Minoos á los Atenienses, fuesen obligados á enviar á Creta siete hijos y hijas cada un año para ser pasto del Minotauro, cayó la suerte en el tercer año de esta terrible imposicion á Teseo, hijo de Egeo, Rey de los Atenienses; el qual con la industria y favor de Ariadna, hija del Rey Minoos, librándose del intrincado laberinto, dió la muerte al espantoso Minotauro. Conseguida la victoria, como por este beneficio hubiese prometido Teseo de se casar con Ariadna, partió con ella y con su hermana Fedra de Creta huyendo á su floreciente Reyno de Atenas. Sucedió que en el navio, enamorándose Teseo de su cuñada, propuso dexar (como en efecto la dexó ) á Ariadna en la isla de Naxos ó Chio, casándose con Fedra alevemente. Pasados algunos dias, haciendo Teseo ausencia de Atenas,

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como tuviese por hijo á Hipólito de Hipólita noble Amazona, Fedra enamorada de su entenado, y rendida á su apetito, como de palabra no se atreviese por la gravedad del pecado á descubrirle su pena, le escribe esta carta, donde le persuade á su bruta y totalmente ilícita voluntad. Por la qual se verá la libertad y desenvoltura que tiene la muger que pierde el temor á Dios, y la vergüenza al mun. do. Es una de las artificiosas y elegantes epístolas de este libro; porque no ha habido gente tan bárbara que aunque apetezca el mal, nó procure dorar y afeytar por hacello menos feo

lo y menos culpable.

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