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Una.... dos.... tres.... cuatro.... las diez. ¿Te acuerdas de esta hora, Clarencia? Precisamente hace dos años que te estrechaba la mano, y que la bendición de un sacerdote unía para siempre nuestra existencia y nuestros corazones....

Clarencia suspiró tan levemente, que ni aun lo percibió su esposo. ¿Cuánto querría decir esa ténue y melancólica voz del alma?

-Tu mano, continuó el caballero, temblaba entre la mía, tus mejillas se cubrieron de una ligera tinta azulada, tu voz fué tan débil, tan imperceptible, que apenas se escuchó; y sin embargo, me amabas, no es verdad, Clarencia?

-Si no te hubiera amado, ¿me habría unido contigo?

-Creo que no; pero mira, eras muy niña, tu padre te ordenaba que te casaras; tus parientes también lo apoyaban.... ¿quién es capaz de expresar lo que sentí en el momento de nuestro enlace, cuando de pronto se me vino la idea de que la obediencia y no el amor te forzaban á recibirme por marido?

-Era ciertamente una preocupación, Ricardo; debías haber reflexionado que es una transición terrible para una joven, el pasar de una vida de niña á una vida de esposa. Y después, como el casamiento es un acto que decide para siempre de la suerte de nosotras, pobres mujeres....

-En cuanto á mí, Clarencia, siempre consulté tu voluntad, espié los menores movimientos de tu alma, y quise por fin obtener tu corazón, no tu mano.

-Sí, es verdad, Ricardo, y con mi alma te lo agradezco, pues hubiera sido insoportable pasar de repente al dominio de un hombre sin concerlo, y sin haber quizá ni escuchado el metal de su voz. Esto ha de ser horrible, ¿no es verdad? y sin embargo, á cuántas jóvenes las casan así.

-Por lo demás, Clarencia, y aun cuando tú no me hubieras conocido sino el día de la boda, no tendrías de qué arrepentirte, porque mi empeño ha sido satisfacer aun tus más recónditos deseos, amenizarte la vida, amarte.

-¡ Ricardo!

Clarencia!

Ambos se estrecharon la mano; Clarencia se quitó un schall de gasa, y quedó descubierto un cuello blanco como la pluma del cisne, torneado como el de una estatua de Canova, reluciente y terso como un mármol pulido de Italia.

-En dos años, continuó Ricardo, no hemos tenido ni un sólo disgusto. -Es verdad, ni celos,.... ni... -Ni mal humor.

-Mi voluntad ha sido la tuya.

-Mi ocupación el adorarte. Clarencia se desató el peinado, y un cabello castaño enlazado con laurel-rosa, cayó sutil, ondeante, perfumado sobre su blanquísimo cuello.

Ricardo tomó una de las trenzas, la acercó á sus labios, y continuó:

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Cuán felices hemos sido! han volado los días para mí como si fueran instantes; ni un momento de fastidio en mi alma, ni una idea de amargura ó de tristeza; todos han sido pensamientos de amor y de ilusión.

Clarencia al descuido descubrió un pie pequeñito.

-Clarencia, ¡ qué hermosa eres, cuánto te

amo!

-Ricardo, déjame reclinar en tu seno. -¡Clarencia!; Clarencia! ¡Qué feliz sería yo si la muerte me sorprendiera en tus brazos; así, acariciando tu frente; así, mi

rando mi ventura en esos ojos negros; así, sintiendo el contacto de tu cabello; así, besando tus labios de rosa! ¡Oh, Clarencia! sería pasar de un cielo á otro cielo, sería acabar la vida abrazado con un ángel, sería morir de placer y de amor.

Los ojos de Clarencia se humedecieron. Esta escena pasaba en una de esas lindas casas que se hallan por la ribera de San Cosme, llenas de naranjos, de rosas, de claveles y de mirtos. Ved á Clarencia de dieciseis años, blanca, de ojos negros, mejillas de rosa y cabello castaño, reclinada en brazos de su esposo, respirando la brisa embalsamada, mirando un cielo azul, melancólicamente alumbrado por la luna, rodeada de luciérnagas, que ya brillaban como diamantes y esmeraldas, ya se ocultaban entre las hojas de los naranjos y de las yedras...... y luego una fuente que por allí cerca corría.... un zenzontle que cantaba.... los acentos de una harpa lejana.... Ricardo lloró de felicidad esa noche.

Ventura rara, rarísima en un matrimo

nio.

II.

CONVITE

Ocho días después un lacayo tocó la puerta de la casa de Clarencia y suplicó pusieran en sus manos una pequeña cartita color de rosa, cerrada con una curiosa "ostia en relievo." Clarencia leyó: "Mi querida amiga. Esta noche tengo un baile de máscara en mi casa. Las personas que han de concurrir son todas conocidas y de confianza, y cuento con que no faltarás. Mucho tiempo hace que estás retirada del mundo, y es preciso que uno que otro día te diviertas: cuento también con que vendrá tu esposo. Te manda un beso tu tierna amiga.-ANA."

Apenas acabó Clarencia de leer el billete, cuando, llena de infantil alegría, se puso de un brinco en la recámara, donde Ricardo dormía un sueño tranquilo, medio recostado en un sofá. Para despertarlo de una manera más agradable, tomó el partido de cantar una cavatina de la Sonámbula, y de frotar ligeramente los labios y la nariz de Ricardo con una punta de su trenza.

-¡Ah! eras tú, traviesa, dijo el marido, estregándose los ojos; entre sueños estaba

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