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1aba esta farsa infame que ultrajaba á la religión y á los hombres. Los dos muchachos se reconocieron después de un año de separación, después de un año de tormentos f sicos y morales, después de un año de infierno que valía por un siglo.

Arturo no lloró, sino que sus ojos se animaron por un momento con un fuego sinestro, y dirigiéndolos á Trinidad, le hizo comprender que había un volcán dentro de su corazón. Trinidad bajó la vista de dolor y de vergiienza, y las lágrimas rodaron hilo á hilo por sus mejillas. Los espectadores creyeron que era una nueva Magdalena que lloraba sus pecados.

D. Hernando sonriendo vió pasar, desde un balcón el auto de fe.

IX

D. Hernando pensó muy bien que si Arturo se quedaba en México habría de vengarse, así es que por apéndice consiguió que la Inquisición lo sentenciase á él y á Trinidad, á destierro por tres años, en las Filipinas.

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Al día siguiente de celebrado el auto los alguaciles se apoderaron de los supuestos reos y los condujeron al puerto de Acapulco, á bordo de uno de los buques que componían la flota, con orden expresa de no dejarlos reunir.

La flota se hizo á la vela y el capitán movido de la juventud y de la inocencia de los jóvenes, no sólo consintió que estuvieran juntos sino que les dió un trato magnífico.

En esos largos y eternos días que se pasan en medio del Océano, Arturo contó al capitán sus desgracias, el capitán que era un viejo y valiente catalán, educado entre los peligros y los azares de la mar, se conmovió y echando al diablo la orden de la Inquisición y del virrey desembarcó á los dos esposos en Manila.

X

Cuatro años habían pasado de estos sucesos; Arturo, joven y emprendedor, comenzó á trabajar en el comercio y auxiliado por las relaciones del capitán logró hacer una fortuna regular. Trinidad había vuelto à ponerse hermosa, y además tenía dos niñas lindas como dos blancas azucenas. Por esos días se esparció la noticia por un buque llegado de Acapulco, que el marqués de Casa Encarnada no dilataría en llegar á radicarse á la isla. Esto alarmó á Trinidad, pero regocijó á Arturo, considerando que no podría ser descubierto por D. Hernando, tanto por haber mudado mucho en su figura, como por ser conocido en Ma

Literatura Mexicana- Tomo II.-68

la bajo el nombre de D. Lucas de Padilla y su mujer por Doña Inés de Zaragoza.

El marqués llegó efectivamente à poco tiempo. Arturo dispuso sus negocios, envió dos naves para América, reservándose una bastante velera que había comprado embarcó á su mujer y á sus hijos y él que dó en tierra bajo el pretexto de arreglar sus negocios.

Quince días estuvo la nave anclada, esperando solamente el que Arturo se embarcase para hacerse á la vela. ·

Arturo aguardaba una oportunidad, y veamos, cómo se le presentó. Una tarde se paseaba D. Hernando por el puerto. Acercóse á ver un bonito bote, que coquetamente se balanceaba á impulso de las ondas. Un joven delgado sumamente descolorido y barbicerrado estaba dentro del bote, y al ver acercarse á D. Hernando se puso en pie, ɛ quitó el sombrero y le dijo:

-Parece que ha gustado á vuestra señoría mi bote.

-En efecto, es uno de los más bonitos que hay en el puerto.

-Si su señoría quisiese dar un paseo. El mar está tranquilo, y justamente arreglaba yo mi vela para hacer una visita á las embarcaciones recién venidas de Lima.

D. Hernando aceptó y se embarcó con el joven. Este tendió su pequeña vela, y ayudándose con los remos, logró en breve andar una distancia considerable.

D. Hernando parecía distraído en la contemplación del mar, el sol iba descendiendo al horizonte, y el espectáculo era bellisimo. I joven parecía ocupado en la maniobra, De repente saltó al agua y empujando el bote comenzó á nadar dirigiéndose á un buque que había por allí. Luego que el marinero de guardia vió un hombre nadando echó al agua una chalupa, la cual recogió al nadador, que venía aún fresco y capaz de caminar dos millas.

El joven era Arturo.

-¿Qué os sucedió, patrón, exclamó e! capitán, que os veo tan mojado?

-Aposté con un maldito limeño, á que á nado llegaba á mi buque, y estos marineros que me echaron la chalupa me han hecho perder; era poco, una botella de jerez solamente.

Arturo dió órdenes para que el buque se hiciese á la vela, y dirigiéndose á la popa donde se hallaba Trinidad le dijo:

—¿Ves, hija mía, aquel punto blanco que se aleja hacia el Sur?

-Si ¿y qué es?

-Un bote á toda vela.
—¡Qué ligero va!

-De aquí á una hora estará muy lejos de la tierra.

-Sí, ¿y por qué me lo has enseñado? -Porque dentro va un hombre que sólo la Providencia de Dios puede salvar.

-¿Quién es ese hombre, Arturo?

-D. Hernando de Juárez. Vino todavia à perseguirnos, y ha encontrado su muerte Ei bote nada como un pájaro marino, sin embargo, si Dios quiere puede salvarlo. -Arturo, ¿qué has hecho?

-Quitar del mundo á un malvado; Dios que es justo, le perdonará; yo me hubiera muerto sin perdonarle.

Trinidad cayó de rodillas y pidió á Dios la salvación de su perseguidor.

Abril 20 de 1844.

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