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me arrojé á los pies del emperador, que entonces mandaba la tropa que había cogido prisionero á tu padre.... al fin se enterneció con mis lágrimas y arrancó á tu padre de la muerte; y aun nos dió dinero y caballos para que en el silencio de la noche nos escapáramos.

-¿De veras? ¡qué generoso!

-¡Oh! desde entonces, siguió Dorotea, no ha dejado de amar al emperador, y to dos los días la primera súplica que dirijo al cielo es porque aunque sea lejos de su patria, le conserve la vida muchos años.

-Y yo también, madre, siempre he hecho lo mismo.-En Querétaro, qué bien me trató; sin duda nos hizo algún favor: cuénteme vd., madre, ¿por qué estuvimos allí con él?

¡Oh! ese servicio jamás lo olvidaré: tú ibas á ser deshonrada, arrebatada de mi lado por un coronel perverso; pero la Providencia lo llevó allí, y te salvó de un peligro horroroso que tú misma no conocías. Ya ves, hija, lo que le debemos.

-Mucho, mucho; ; pero por qué lo desterraron? por qué tan prɔnto bajó del trono?

-Quién sabe: ya te acordarás de su coronación, fuí la primera ea ir...... ¿Es verdad? te llevé..... ¿Quién ha de creer que tanta pompa, tantos vivas y tanto entusias mo habían de parar en un destierro?

-Sí, en un destierro: yo - creo que es una injusticia.-Una perfidia.

-Qué quieres, hija, esta es la condición humana: ayer, un trono: hoy, lejos de su patria.

-¡Desgraciado! pronunció María á me

dia voz.

-Ciertamente muy desgraciado: esto de morir, tal vez lejos del país que lo vió nacer, es muy terrible; yo daría mi vida por volverlo á ver como lo vi en la catedral.

María lloró; guardaron un rato un profundo silencio; pero como ya la noche comenzaba á caer sobre la tierra y soplaba un norte algo fuerte, recogió Dorotea su malacate y su algodón; María su harpa y se encerraron en su pobre habitación.

Tal vez podrá traslucirse por la conversación antecedente, que María se interesaba demasiado por la suerte del emperador. En efecto, había sido para María un objeto de adoración interior, de un culto puro: le amaba desinteresadamente por uno de aquellos movimientos naturales del corazón, los cuales están excluidos, por decirlo así, del imperio de la razón.

No era extraño, la gratitud se equivoca frecuentemente con el amor. Por otra parte, María, cuya vida desgraciada no le había permitido disfrutar de los placeres y conocer otros objetos que ocuparan su pensamiento, se había entregado, en medio de la soledad, á unas ilusiones risueñas para

su edad: aunque conocía al instante toda la locura de su ideas, no podía separarse de ellas; de tal manera, que vinieron á producirle aquel tedio continuo, aquella calma fatal que experimenta el hombre cuando le es imposible realizar sus más lisonjeras esperanzas. Esto sucedía á María en la época de esta narración.-¡ Pobre María!

II

LA VUELTA A LA PATRIA.

La mañana era hermosa; el cielo azul, salpicado de algunas nubecillas blancas, se retrataba en el mar cuyas olas, al balancearse con blando movimiento, formaban ráfagas brillantes. La brisa inflamaba las velas de un bergantin inglés, que surcando las olas espumosas del golfo, se dirigía á las costas de México.

Luego que rayó la aurora, el primer cuidado de Iturbide fué subir á cubierta, desde donde trataba con ansiedad de observar con un anteojo. Pasó el momento mágico; el momento en que el piloto grita: "Tierra." Iturbide, después de la primera emoción, saludó con palabras tiernas y elocuentes, con las lágrimas en los ojos, las costas queridas del suelo donde vió la luz primera.

Sin embargo, puede asegurarse que su jú

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bilo era más grande, más vehemente que el de otro cualquiera. Rodeado, poco tiempo hacía, de toda la grandeza y esplendor imaginables, fué el objeto de la adoración y respeto de una nación libre; y en medio de la locura y entusiasmo que inspiraba á los mexicanos el aura de libertad que por primera vez respiraban después de tres siglos, le habían señalado con el dedo, y elevado á regir los destinos de una nación.

Iturbide volvía á los lugares, testigos de tantas escenas, ya de dolor, ya de contento; cada colina, cada monte, cada arroyuelo bullían en su memoria un torrente de recuerdos.

Estaba sentado en la popa del barco con la vista clavada en las costas de México, y le agitaban en aquel instante mil encontrados pensamientos. Ya vagaba de nuevo en los campos espaciosos de la fortuna y del poder; ya pensaba entregarse á contemplar en algún lugar solitario, la armonia y belleza naturales, y gozar en el último tercio de su existencia, de la paz doméstica y de la tranquilidad, que no se encuentra entre la púrpura y entre los cortesanos: ya se figuraba que podía muy bien llegar el momento en que, empuñando el acero, volara otra vez à combatir contra los enemigos de su patria; en fin, recorría su mente varios cuadros. Pero ¿imaginaría, ni aun remotamente, que estaba muy pronto el fatal desenlace del drama de su vida? De nin

guna suerte. Iturbide perseguido en Europa, se acogía á su patria: venía solo, sin pompa, sin soldados y confiado en que los mexicanos no habían olvidado al hombre que los hizo libres.

Hallábase María sentada en una roca, algo distante de la playa, divirtiendo su tristeza con la multitud de canoas y botes de los pescadores, cuando divisó un bergantin que aproximándose ligeramente, ancló en la barra: una curiosidad natural la hizo aproximarse. El bergantín arrojó un bote al mar, y entraron en él hasta cuatro personas. Aproximóse el bote á tierra, y saltaron las cuatro personas. ¿Quién podrá pintar la sorpresa de María cuando reconoció al emperador? Latió su corazón, cambió su rostro mil colores, y fué la primera que pronunció el nombre de Iturbide. Poces instantes después María estaba pálida, los ojos desencajados y temblando, porque había escuchado una sentencia de muerte

Encaminóse á su casa maquinalmente; encontró á su madre en la puerta, que ya sabia la fatal nueva, porque corren por desgracia en alas del viento.

-Madre mía, sabe vd....

Todo lo sé.... respondió Dorotea; v la madre y la hija se abrazaron y derramaron abundantes lágrimas.

El corazón de la mujer es las más veces sensible y tierno: la mujer llora por su amante, por su hijo, por su hermano, y aun

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