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manche, ¿cuántas deben perder los blancos?

-Ciento, respondieron los del consejo. -Pues al capitán Naseka (1) lo hirieron y mataron además cuatro guerreros cerca del Rio-Grande.

-Cuatrocientas cabelleras debemos traer (2) á nuestra vuelta.

Un alarido general se escuchó por todo el bosque, y los indios comenzaron á agitarse y revolverse, dejando ver con la luz temblorosa de las hogueras, sus rostros pintados de almagre y azarcón.

Nakreptabays alzó su pipa de barro encarnado, y aquella multitud frenética quedó en un profundo silencio.

-Hijos míos, dijo el capitán Nakreptabays, vamos á emprender una guerra á sangre y fuego; que ni un sólo blanco escape de las flechas y lanzas de nuestros guerreros mujeres, caballos, mulas, todo sea para abastecer á nuestra tribu, y para vengar la sangre de nuestros hermanos. El Capitán Grande-(3) nos ayude. Los capitancillos se levantaron, y unas mujeres comenzaron á bailar al derredor de la lumbre, mientras las demás entonaban un canto de guerra tan triste, que nunca se me podrá olvidar.

(1) Naseka quiere decir en castellano menbrillo.

(2) Es sabido que los bárbaros como señal de su triunfo acostumbran arran. car la piel de la cabeza con todo y pelo.

(3) Llaman á Dios et Capitán Grande.

-Es decir, que vd. se acuerda de los versos ó estrofas de esa canción guerrera?

-No son versos, son una especie de composición sentenciosa, como todo el idioma de los salvajes. Poco más o menos son en nuestro idioma de la manera siguiente: "Cuando hayan pasado cinco lunas, los comanches encenderán las hogueras.'

"Y bailarán al derredor del fuego que consuma á los cautivos."

"Hartos de sangre y de venganza volveremos á ver nuestros árboles y nuestros ríos, y las flores del desierto."

"Y enseñaremos á nuestros hijos las cabelleras de los blancos, como trofeos adquiridos por el valor de los hijos de las sel

vas."

"El Capitán Grande nos ayude."

-Figúrese vd. que este canto estaba acompañado del són agudo de un pito de carrizo, y que las cantoras hacían visajes, y arrancaban y desordenaban sus cabellos.

-¿Y qué hacía vd. entre tanto?

-Estaba de centinela con mi rifle y mi arco delante de la tienda del capitán Nakreptabays, deseando que la tal campaña que decretaban en el consejo tuviera efecto, para escaparme del poder de esos diablos en la primera oportunidad, como lo hice luego. que llegamos á la Sierra de Monclova.

IV.

EL DIA DE LA BODA

D. Tadeo entró cuando el cautivo acababa de pronunciar las palabras antecedentes, é inmediatamente dispuso que nos sirvieran de comer; nos sentamos al derredor de una mesa de madera de fresno, y el honrado y franco huésped saboreando sus tortillas y asado prosiguió su narración.

-Muy de madrugada se puso en movimiento toda la familia de mi hermano Juan para disponer el casamiento. Mi comadre se ocupaba en concluir los vestidos que debían estrenar sus hijas. Rita en preparar la comida y Paula, como que era la novia, se puso delante de un pequeño espejo á engalanarse con todas las alhajas que le había regalado la noche anterior su futuro esposo José de Burgos. Este y mi hermano Juan, ensillaron sus caballos y ganaron el monte á traer una vaca gorda, con el objeto de matarla y dar de comer á todo el pueblo de Tlaxcala.

A las siete de la mañana Rita subió à una troje, que se acordará vd. había en el patio interior de la casa; y estaba el campo tan

hermoso, el aire tan fresco y el cielo tan azul, que la muchacha, lejos de bajar con sus mazorcas, se quedó observando una polvareda que se levantaba por un costado de la sierra. A poco momento la polvareda se aproximó y Rita descubrió un número de salvajes tan considerable, que sin ponderación, formaba horizonte. ¿Cree vd. que la muchacha se asustó? Pues no señor, sin perder el color, sin temblar, recogió sus mazorcas y bajó á decir á su mamá que los indios estaban á la vista.

Mi comadre, al escuchar esta noticia, se puso descolorida como una muerta, soltó la aguja de la mano, y quiso gritar; pero le fué imposible, pues tenía trabadas las quijadas. En cuanto á Paulita, dejó también caer el espejo que tenía delante, y corrió de un lado á otro del cuarto profiriendo exclama ciones dolorosas. Rita, sin hacer caso de estos lamentos, fué á la cocina, recogió una grande hacha destinada á partir leña, se proveyó de algunos víveres, y volviendo al cuarto donde estaba su madre y hermana, cerró las puertas, y comenzó á cubrirlas con sacos de lana, colchones, huacales, y cuantos muebles encontró á propósito. Concluida esta operación, se sentó tranquilamente y dijo á mi comadre:

-"Nada tenemos que temer, madre mía, las puertas están perfectamente aseguradas. ¡ Pobre niña! Era guapa y valiente como el soldado más aguerrido de la fron

tera; pero era muy poca cosa para los salvajes el que unas puertas estuvieran cerradas.

-Muchacho, trae unas tortillas calientes para el señor, y echa más agua en los vasos. Coman, señores, bien, porque ahora hasta la hora de la cena no volveremos á probar bocado, á no ser que vd. acostumbre tomar café ó chocolate.

-Nada acostumbro comer después de esta hora, D. Tadeo, y sobre todo, aunque quisiera no podría, pues bastante....

-Vaya, burla que quiere vd. hacer de la mesa de un pobre ranchero. Pues señor.... ¿En qué quedamos?

-Cabal. Cerca de media hora estuvieron en silencio, y tan pensativas y asustadas, que sólo se oía el latido de sus corazones; pero los salvajes no se hicieron aguardar, pues sin duda informados de que había en el pueblo muchachas bonitas, destacaron una partida de cincuenta guerreros para que recogieran cuantas pudieran. Los malvados, como si hubieran adivinado que mis sobrinas eran las criaturas más lindas de la tierra, rodearon la casa, comenzaron á tirar balazos á las puertas, y á gritar y charlar en su gerigonza diabólica.

-¡Dios mío, ten misericordia de nosotras! exclamaba mi infeliz comadre hincada de rodillas y con las manos enclavijadas. Paula, que tenía ante sus ojos la

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