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Por otra parte, entre el tumulto y agitación de una ciudad, ¿qué plaza podrían ocupar la viuda y la hija de un soldado? de un hombre que dejó sus bienes, las delicias conyugales, la paz doméstica, y ocupado única y exclusivamente del amor de la patria, voló á las filas de los valientes, y fué soldado. Mas el círculo en que el destino le colocara no era elevado; así es que fué valiente, generoso, bajó al sepulcro cubierto de honrosas cicatrices, y murió peleando por su país como un héroe; pero murió soldado. Los grandes señores, la clase media, el pueblo se ocuparía de la suerte de la viuda y la hija del soldado? Sin duda que no.Ellas vivieron segregadas de la sociedad; mas no fué esto bastante para que escaparan de las injusticias y estorsiones de la misma sociedad, y se retiraron á un sitio lejano y solitario. Hasta donde es posible eran felices, pues que la madre tenía á la hija, la hija á la madre, y ambas á Dios.

Soportaban lo presente con la resignación propia de la virtud; el porvenir no les inquietaba, porque su porvenir era la muerte; y exentas de crímenes y de remordimientos, aguardaban la muerte con tranquilidad: solamente les habían quedado los recuerdos de lo pasado, materia suficiente de todas sus conversaciones. Escuchemos una de ellas.

Era una tarde. Corría una fresca brisa que templaba los vapores de la ardiente are

na, cuando salieron Dorotea y María á la puerta de su casa á gozar de la frescura del aire y de la vista del mar. Dorotea hilaba algodón con un malacate, y María, cabizbaja y triste como de costumbre, guardaba un profundo silencio: después de un rato, Dorotea fué la primera que habló.

-Siempre triste, María; tienes empeño en aumentar mis padecimientos. Si yo te mirara como en otro tiempo alegre, bulliciosa. Ya.... hasta los colores tan frescos de tus mejillas van desapareciendo poco á poco.

-Madre, vd. lo quiere creer así. Se engaña vd.: no tengo nada; pero en esta soledad es fuerza entristecerse.

-¡Ah! entonces iremos á México, ó á otra parte; donde estés mejor.

-¿A México?.... ¡Oh¡ nunca!
-¿Por qué?

-Porque.... María suspiró, púsose un dedo en la boca, y guardó un profundo silencio.

-Vaya, hija; recién venida á este puerto, todas las tardes salías á este mismo sitio á tocar el harpa y á cantar, y á fe mía que no te escuchaba yo sola, sino que todos los pescadores se acercaban á oirte, porque tienes, alma mía, una voz tan dulce....

-Pero ahora.... interrumpió María. -Ahora, prosiguió la madre, me agradaría infinito me cantases unos versos: la música, hija mía, arrulla el alma de lɔs

viejos, y les trae á la memoria los días alegres de su juventud.

-Bien, madre mia, no tengo á quien complacer en el mundo más que á vd.

Fué María á traer su harpa, mientras Dorotea, maquinalmente y sin dejar su ocupación, murmuraba con su ronca voz alguna canción popular del tiempo de sus primeros años.

María hacía resonar con una dulzura y una armonía celestial las cuerdas de su harpa, y tomaba tal expresión de ternura y melancolía cuando cantaba, que causaba la admiración de todos los pescadores y habitantes de Soto la Marina.

Volvió con su harpa, con la compañera de sus alegrías, la consoladora de sus tris

tezas.

-Está ya templada: ¿qué quiere vd. que cante?

-Lo que tú quieras, Mariquita; todo me agrada de tu voz.

Lo que yo quiera?.... Meditó un momento, y acompañada de su harpa entonó esta canción.

¡Oh qué dicha incomparable!
qué ventura, qué contento,
cuando vaga el pensamiento
en una hermosa mansión!
El alma vuela á otro mundo,
y en su rápida carrera

no hay término ni barrera
"que contenga esta ilusión.”
Son de amor las ilusiones
sueños alegres, dorados,
palacios de oro encantados
do se enerva el corazón.

Mas estos ensueños vanos
como el humo desparecen,
y nuestros martirios crecen
"disipada la ilusión.”

Vuelve, vuelve, grato sueño,
que tu bálsamo apetezco,
y mi existencia aborrezco
sin tu dulce agitación.

De placer inexplicable
tú mi espíritu inundaste:
dime ¿dónde te ausentaste,
"grata, risueña ilusión?"

Concluyó María bajó el semblante, s desprendió de sus ojos una lágrima, que cayó sobre su harpa, y comenzó con el dedo á trazar algunas líneas que querían decir algo de lo que pasaba en su alma.

-Y bien, María, ¿no sigues cantando? ¿en qué se ocupa tu pensamiento? Estás sumergida en una profunda meditación.

-En verdad, contestó María, que recuerdo ahora tiempos más felices. ¿Se acuerda vd., madre, cuando entró en México el ejército?

-Sí, y mucho que me acuerdo. ¡Oh¡ el entusiasmo, el regocijo tan natural que

Literatura Mexicana.-Tomo II.-2

se veía en los semblantes de todos los mexicanos..... ....con dificultad volveremos á ver otro día igual. Ya se ve, eran necesarios otros once años de muertes y desastres, y otra victoria para que....

-Mucha razón tenían los valientes, interrumpió María, para estar contentos, como que después de lidiar por su patria y de derramar su sangre en las batallas, llegaban á México á gozar del reposo con sus familias.

-Yo, hija, no participé mucho de esa alegría, porque no vi entrar á tu padre coronado con los laureles del triunfo, buscando su casa, y ansioso por arrojarse en los brazos de su Dorotea y cubrir de besos el rostro de su hija; el infeliz descendió antes al sepulcro.

—¡Mi padre!... Me amaba mucho: ¿es verdad?

--Si, y mucho que me acuerdo. ¡Oh! ocasión que lo sacaban en Irapuato al patibulo, volvía la cara, me miraba con ternura y me decía: "No te aflijas, Dorotea, muero por mi patria; pero el único encargo que te hago, lo único que te ruego no olvides, es á mi hija, á mi pobre Mariquita. -¡Cómo te había de olvidar, hija, cuando eras la única prenda que me quedaba en el mundo!

-Y después, preguntó María con la voz trémula, ¿qué sucedió?

-No había llegado su última hora. Yo

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