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ó en fin, tomar una taza de café ó alguna otra cosa que lo alivie.

-No es nada, le respondí, me acometió un ligero desvanecimiento; pero se ha pasado. El que me hablaba era un anciano rollizo con un gran sombrero jarano, una cotona y unos calzones de gamuza lipana, y que picado de la frialdad con que yo lo había tratado, me volvió las espaldas y se dirigió á su casa, que estaba muy inmediata. Yo por mi parte puse el pie en el estribo; pero deseando indagar los pormenores de la catástrofe de la familia de Don Juan, cambié de resolución y dejando mi caballo al criado, me dirigí en pos de mi hombre.

-Bien le decía yo, me dijo al mirarme, que tendría vd. necesidad de descansar un rato. Pase vd. adentro, tomará vd. algo.

-Una poca de agua fresca, le contesté, es lo único que deseo.

-¿Y dónde se dirige vd. ahora? me dijo presentándome un gran vaso de agua.

-A Monterrey, le contesté respirando con trabajo, limpiándome los labios y poniendo en sus manos el vaso ya vacío.

-Pues entonces podría vd. cómodamente quedarse á dormir aquí, y mañana hace vd. su jornada á Palo Blanco, ó á Salinas, si los caballos son buenos.

-Tenía yo intención de llegar ahora á Boca de Leones, pero como pasé cerca de este lugar, quise saludar á una familia que vivía aquí junto y me hospedó hace un año; mas veo que la casa está quemada....

-Sí, quemada, me interrumpió y toda la familia murió á manos de los salvajes.... -¡Dios mío, qué catástrofe tan horrible!-Horrible, sí, horrible por cierto, me contestó con una voz conmovida, pero vd. conoció desde luego á mi hermano Juan? -¿Era hermano de vd. D. Juan?

-¿Y se acuerda vd. de Rita y de Paula, mis sobrinas?

-¡Oh! mucho me acuerdo de toda la familia. ¡Qué guapas y qué hermosas eran las muchachitas! ¡Qué piés los de Paula tan chiquitos! ¡Qué cintura la de Rita! ¡Qué gracia al andar, qué sonrisa!.... Ya se ve, las dos muchachas eran como dos lu

ceros.

-Pobres niñas, murmuré á media voz.

-Pobres sobrinas mías, repitió D. Tadeo (que este era el nombre de mi huésped), y luego señor, si viera vd. las crueldades que hicieron los bárbaros con toda la familia.

-Cuénteme vd. los pormenores, pues aunque sea muy doloroso escucharlos, deseo saber el martirio que sufrieron estos ángeles.—¿ Vd. estaría aquí, por supuesto?

-La víspera del casamiento de Paulita.... -¿Con que se iba á casar Paulita, le interrumpi?

-Si señor, con un muchacho muy hombre de bien de Boca de Leones, llamado José de Burgos; pero como decía yo á vd., la víspera del casamiento, cosa de las ocho de la noche, entré á la casa de mi hermano

Juan y me lo encontré sentado en compañía de sus hijas y de mi comadre Gertrudis, al derredor de una lumbre donde se asaba un cabrito.

-Siéntate, hermano Tadeo, me dijo luego que me vió entrar, cenarás con nosotros. Estamos preparando este cabrito, porque las muchachas esperan esta noche á José de Burgos. Ya sabes que mañana se casa con Paula.

-Lo sé, Juan, lo sé. ¿Por fin esta picara muchacha nos quiere abandonar?

-No, tio, de ninguna manera, me quedaré con vds., contestó Paulita.

-Si, te quedarás, es una verdad; pero yo hubiera querido que fueses mi mujer. -¡ Tío!

-No te asustes, sobrina mía; con una dispensa del Sr. Provisor todo se hubiera facilitado; pero veo que el Sr. Provisor no me hubiera quitado ni los años ni las canas, ni las arrugas.... José de Burgos es un excelente muchacho, Paulita, y vas á ser muy feliz con él; en cuanto á mí, esperaré á que tu hermana tenga un año más, y entonces verás cómo no es ingrata. ¿Qué dices de esto, Rita? Las muchachas se pusieron coloradas con estas chanzas, y yo como es taba sentado en medio de ellas, pude abrazarlas con un cariño de tío.... qué de tío, de padre, señor militar, pues las quería como á las niñas de mis ojos. ¿Se acuerda vd. de ellas?

Las vió vd. correr por entre es

tos arroyos con sus cabezas llenas de rosas, sus zagalejos encarnados y sus zapatitos blancos?-Tadeo García tenía, al concluir estas palabras, los ojos llenos de lágrimas; pero sacó su pañuelo y fingiendo limpiarse el sudor de la frente, enjugó aquel llanto que le arrancaba el recuerdo de sus subri

nas.

-Vaya, señor militar, fume vd. un cigarro, me dijo con una voz ya repuesta y en

tera.

-Con mucho gusto, le contesté; mas espero que no me dejará vd. en duda de lo que deseo saber.

-No, por cierto, me respondió sacando de la bolsa una hoja de maíz y un pan de tabaco aprensado, para hacer los cigarros. Vd. que conoció á mi hermano Juan, vería que su aspecto representaba un ranchero rústico é ignorante como yo.

-No señor, representaba un hombre sencillo y honrado, de los que á cada paso he encontrado por la frontera.

-Sí, en efecto, mi hermano era muy honrado, y como digo á vd., aunque rústico sabía dar muy buenos consejos á sus hijas, de manera que se habría vd. encantado al oír cómo esa noche amonestaba á Paula para que amara mucho á su marido, para que fuese una mujer trabajadora, para que en fin llegara á ser una madre amante de su casa y de su familia, como lo había sido mi comadre Jacinta. En estos sermones es

tábamos, cuando escuchamos pasos de caballos y á poco momento se presentó en la casa el muchacho José de Burgos. Todo fué alegría entonces; mi hermano y mi comadre lo abrazaron, y yo y las muchachas lo llevamos casi en peso junto al fogón donde el cabrito se estaba asando.

José de Burgos, antes de cenar, fué al corral á colocar y dar pastura á sus bestias, y cuando volvió á entrar, venía cargado con un cajoncito con indianas, castores, aretes, soguillas, peinetas y.... qué sé yo qué cosas más que había comprado en Monterrey. Como ya vd. conoce lo afectas que son las mujeres á esas chucherías,. no debe extrañar que mis sobrinas se volvieran locas. ¡Qué bonitos zarcillos! decían, ¡ qué piedras verdes tan lindas! ¡qué castores tan primorosos!......—Qué castores ni qué diablos, les dije yo, lo mejor será que vean no se queme el cabro y cenemos, tanto más que este pobre José no habrá comido nada desde esta mañana; y apropósito, continué yo dirigiéndome á José de Burgos, de dónde saliste esta mañana?

-Del Palo Blanco, me contestó.

-¡Caramba! pues has andado recio, y...... ¿qué dicen de nuevo por Monterrey?

-Anda el rum rum de que han entrado muchos indios por la Sierra de Monclova; pero yo creo que no es cierto, pues el camino está tranquilo.

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