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I

Capitán, el sol está como una ascua ardiendo, y el calor será insufrible dentro de dos horas.-De poco se queja Ud. amigo, me contestó el capitán. Si hubiera Ud. pasado como yo meses enteros en llanuras donde no había ni siquiera una rama ó matorral de media vara de alto, donde sombrearse!

-Es claro que me habría muerto.-Uds. los soldados presidiales tienen un cuerpo de fierro, y una alma no sé cómo, porque esto de pasarse la vida siempre aislados, siempre en los desiertos y en los bosques, cazando bárbaros y búfalos, tiene algo de sublimidad salvaje.

-En efecto, contestó el capitán, nuestra vida es semejante á la de los marinos. Ellos navegan en un desierto de agua, nosotros en un desierto de verdura; ellos luchan con las olas, nosotros con los espinos de los

Literatura Mexicana.-Tomo II.-8

bosques y la aspereza de las sierras; su vida está en perpetuo riesgo, lo mismo que la nuestra; siempre solitarios, contemplamos con veneración y religiosidad, las horas en que nace y se pone el sol, nos dormimos contemplando las estrellas, y arrullados con el ruido del viento que zumba en las hendiduras de los árboles viejos, ó con el fragor lejano de las encinas que rompe y desgaja la caballada silvestre.-¡Oh, es hermosa la vida del desierto!

-Sí, capitán, hermosa, muy hermosa; pero cuando no hace tanto calor como hoy. -En efecto, el sol cae á plomo sobre nuestras cabezas.

-Y dígame Ud., ¿nos faltará mucho para llegar al Pueblito?

-Mire Ud., me respondió señalando á la izquierda, luego que acabemos de salir de este cañón tenemos que pasar esas lomas blancas, y media legua después se halla e! Pueblito.

En efecto, á poco rato dejamos el cañón estrecho que habíamos transitado por más de dos horas, y nos dirigimos á una loma de poca elevación, desde donde se observaba trazado el camino en una cadena de colinitas y semejante á un inmenso boa, ya tendido, ya enroscado en un espacioso terreno blanquecino y cuyo aspecto monótono estaba variado por algunos matorrales y palmeros silvestres. El sol reverberaba de una manera terrible en las rocas calizas,

y las bocanadas ó ráfagas de viento eran á cada instante más calientes. El capitán, á pesar de su costumbre de caminar por climas tan recios, sufría alguna molestia; en cuanto á mí estaba á punto de rabiar. Largo trecho caminamos sin hablar una palabra, hasta que el capitán me dijo: mire Ud., camarada, allí delante está el Pueblito. Alcé la cara, y ví una alameda, un oásis, un edén. Prendimos espuela á los caballos, y al cabo de cinco minutos ya estábamos en una calle de altos nogales y fresnos. No soplaba allí un simun* abrasador, sino una brisa llena de oxígeno y de vida: arroyos caprichosos y jueguetones corrían entre las raíces de los árboles, llevando en su linfa trasparente los pétalos amarillos y nácares de las rústicas y humildes flores que crecían en las orillas: las casas, aseadas y pintadas de blanco, parecían hundidas entre las yedras y las cañas de maíz. Y luego agréguese á esto algunos corderos que pacían la yerba, algunas muchachas que bañaban sus trenzas rubias en aquellas aguas de cristal, algunos niños que se mecían en un columpio.... ¡Qué imágenes tan puras de felicidad! ¡Qué cuadros tan espléndidos de la naturaleza! Era menester derramar una lágrima de melancólico placer en ese oásis, en ese verjel, en esa canasta de flores que se llama el "Pueblito."

Viento del desierto.

Antes de pasar adelante contaré á mis lectores algo sobre su origen histórico, aunque no salgo garante de la verdad. Allá en los tiempos de la conquista, un puñado de indios Tlaxcaltecas cansados de la guerra, estigados con las crueldades de la tropa de Cortés, y resueltos á no dejarse dominar, resolvieron emigrar de su país natal, y en efecto peregrinaron muchos días sin que durante ellos encontraran un sitio apropósito para establecerse; caminaron más leguas, y se internaron en una sierra altísima, decididos á vivir entre las cavernas; pero un día al salir el sol divisó uno de ellos un bosque frondosísimo, y dió aviso á sus compañeros, los cuales descendieron de la montaña y hallaron el paraje de todo su gusto, porque era una tierra virgen donde los cibolos y los ciervos pacían tranquilos la yerba y dormían á la sombra de los nogales y manzanos. Los emigrados, pues, comenzaron á formar sus cabañas en el bosque, y como un recuerdo de su pasada y trágica historia, le pusieron el nombre de Tlaxcala. Parece que en mucho tiempo no fueron molestados por los españoles, y que aun las tribus bárbaras del norte respetaron al puñado de valientes tlaxcaltecas. Después como ha habido un furor de cambiar y reformar todas las cosas existentes, á Tlaxcala se bautizó con el nombre de "Bustamante;" pero en el Departamento de N. León de que forma parte, le llaman todos el Pueblito.

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