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ponsable de la verdad de esta narración: el hecho es que las minas y la capilla existen hoy.

Una tarde me invitó un amigo á dar un paseo por el mismo mineral. Fuimos en efecto. Nada hay más triste ni más melancólico que este sitio: un arroyo seco: unas cuantas casas de adobes grises esparcidas al pié de una lomita: un horizonte de colinas parduscas y sin vegetación,-tal es Plateros; en cambio, dicen que es muy rico, y que sus vetas de "plata verde" salen hasta la superficie de la tierra. Como mis conocimientos en mineralogía no me permitían cerciorarme de esto, insté á mi compañero para que nos dirigiéramos á la iglesia. A propósito, ella es de una arquitectura de buen gusto, y demasiado grande y amplia para los poquísimos fieles que tiene hoy dicha población. Antes de entrar, me dijo mi compañero, tengo que contarle á vd. una tradición.

-Es de Ud. la palabra, le respondí; precisamente si los botánicos andan á caza de yerbas, y los mineros de vetas, yo me salgo de misa por oir una tradición.

Una vez venía un pobre por el camino, arriando un delgado y pequeño asno: el asno estaba cargado de un cajoncito, y el cajoncito lleno de aretes, zoguillas, tumbagas, espejos y otras chácharas de mercería. Mi hombre era lo que puede llamarse un buhonero. Llegado que hubo á la grieta de

una loma, descargó al asno, y dejándolo pacer libremente la yerba, se sentó sobre las mantas del aparejo. A poco rato llegó otro individuo, ambos platicaron, fumaron su cigarro y se acostaron tranquilamente. Ya se ve, eran hermanos, viajaban juntos y especulaban en compañía. El que conducía el asno se durmió á poco momento; pero el otro, á quien llamaremos Francisco, se puso á discurrir, que si él fuera el dueño de! dinero y efectos de su hermano, tendría más utilidades, sin necesidad de sujetarse á voluntad ajena. Este pensamiento, que lo sopló Satanás en su alma, trató de llevarlo á cabo. Observó la respiración de su hermano, y cerciorado de que dormía profundamente, se levantó, y de puntillas, conteniendo el aliento, con la boca entreabierta y los ojos inquietos y extraviados, levantó gran pedrusco negro, y colocándolo sobre la cabeza de su hermano, que tan seguro y confiado dormía, lo dejó caer. Un traquido sordo anunció que el cráneo se había hecho trizas. A poco momento un raudal de sangre brotó de debajo del peñasco. Apenas el agresor vió humedecerse y correr por las peñas el licor rojo, cuando, como otro Cain, corrió frenético de una parte á otra, mesándose los cabellos y dándose de cabezasos contra las piedras; por fin, desolado se dirigió á la capilla del Señor de Plateros y allí derramó un torrente de lágrimas y pidió al Señor misericordia.-El pobre dia

blo, á pesar de que la justicia de la tierra mexicana no estaba de lo más expedita, temía también verse en una horca.-El caso es que lloraba mucho, que golpeaba su frente. pecadora contra las gradas del altar, y que decía al Señor á voz en cuello, que era un malvado criminal; pero que lo perdonara y lo salvara.

En esto una suave palmada que sintió en el hombro, le hizo volver la cara.

-¡¡¡ Hermano!!!... ¡ Piedad!... si eres una sombra, si has venido de la otra vida, perdóname.

-Buena socarra tienes en dejarme solo y dormido, le contestó el hermano, sin ciudar del asno, ni del cajón.

-Hermano, yo te he matado.

-Matado?.... replicó el otro, registrándose maquinalmente el cuerpo con la vista.

-Sí, te he arrojado una piedra en la cabeza, y he visto correr tu sangre y saltar tus sesos.

El hermano recorrió su cabeza con la mano, y aunque no halló herida, notó que experimentaba un leve dolor.

-Pero hermano, cuéntame....

-Soy un malvado, un criminal; te he matado; pero el Señor ha visto mi arrepentimiento y te ha vuelto la vida. Recemos. Los dos hermanos cayeron de rodillas y oraron largo rato; después fueron al sitio donde acaeció el asesinato, y vieron, en

efecto, la piedra todavía con la sangre caliente.

Al llegar aquí la narración, me dijo mi amigo, viendo que yo abría tantos ojos: -Entre Ud., verá la piedra. De facto, entré, y en un rincón de la capilla ví y tenté un pedrusco negro, capaz, no digo de demoler la cabeza de un hombre, sino la de un elefante. Tampoco salgo responsable de este milagro; es una tradición que cuento al lector como á mí me la refirieron.

LA VÍSPERA

Y EL DIA DE UNA BODA.

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