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cón Fernández rodaba haciéndose el cráneo pedazos, hasta el fondo del precipicio.

El capitán y Rosa volvieron adonde estaba la tropa: el teniente dijo á su jefe : -Todo está concluido, mi capitán. -¿Dónde está el prisionero? preguntó Rosa sobresaltada.

-No es nada, hija mía, ha querido huir, y se ha caído en ese precipicio. -¡ Dios mío! -¿Lloras, Rosa?

—Sí, padre mío: al fin me amó mucho, y llevo á su hijo en mis entrañas.

El capitán miró á su hija y derramó una lágrima; mas recobrando su valor, dió las voces de mando, y la cabalgata se puso en marcha y desapareció en breve en un reccdo de la montaña.

Noviembre de 1843.

El Castillo del Barón d'Artal.

Grandes fueron los honores, inmarcesibles los laureles que conquistó el barón Guy-d'Artal, en los famosos sitios de Nice y Dorilea, aunque como obscuro caballero combatiese de incógnito en las brillantes filas de Godofredo.

Las albas plumas de su penacho soberbio indicaban siempre el lugar más empañado de los combates, y bravo entre los bravos, atrevido y generoso, era uno de esos tipos nobles y singulares que engalanados con los atavios más poéticos nos ha trasmitido la romanesca historia de los siglos medios.

Era el 7 de Junio de 1099, cuando con un acento fervoroso saludó la cumbre del Gólgota aquella cruzada que convocó la audacia inaudita de Pedro el ermitaño.

Literatura Mexicana.-Tomo II.-39

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