Imágenes de página
PDF
ePub

- Eres un asesino, un malvado, maestro! No estás contento, si tus manos, tu rostro y tu cuerpo no están llenos de sangre.

-Soy patriota, señor, le interrumpió Cayetano con tono resuelto y altanero.

¡Hola, hola! baja esos ojos y modera esa voz, maestro, pues á poco que lo piense, te puedo mandar cortar la cabeza, por más patriota que seas.

-V. E. hará lo que guste; pero por favor le pediría, que me dejase llevar por delante una docena de esos perros, antes de

morir.

-Ve, ve, maestro, en paz, y haz lo que te dé la gana con esos hombres.

-¿De veras? interrumpió Cayetano, lleno de alegría.

-He dicho que te marches, repuso el cura con voz de trueno. Cayetano salió, y

el cura desde la puerta dijo: anda, buitre, cébate en la sangre y la carnicería. En cuanto á mí, continuó dejándose caer en un sillón, ésta es la suerte de la guerra. Hoy mando fusilar, mañana harán lo mismo conmigo. La sangre de los mexicanos, debe lavarse con sangre.

Así pasaban las cosas en Guadalajara el año de 1811.

III.

Es preciso ahora trasladarnos á una casita, regularmente adornada, del pueblo de San Pedro, distante más ó menos una legua de Guadalajara. La sala de la casa no estaba adornada con el lujo y esmero tan común hoy en la República, sino simplemente con unos sofáes toscos de cedro, dos rinconeras con sus nichos llenos de flores artificiales y cuentas de cristal, y unas piezas de indiana ordinaria clavadas en la pared, formaban una especie de "rodastrado." En el frente de la pieza se veía un cuadro lleno de toscas molduras doradas; pero la imagen, que era de Nuestra Señora de los Dolores, tenía toda la expresión de angustia, toda la melancólica hermosura que tendría la Reina de los cielos, cuando se hallaba al pie de la cruz del Redentor del mundo. Una señora, joven aún, con un vestido obscuro y un rebozo de seda, miraba melancólicamente á la imagen unas veces, y otras dirigía su vista inquieta á la ventana y á la puerta. A poco momento sonaron lentamente once campanadas: los centinelas gritaron el "alerta," y este grito, lúgubre y pavoroso en tiempo de guerra, se fué apagando y perdiendo por grados, hasta que al fin se escuchó un último y triste acento, como el postrer quejido de

un moribundo. Los perros ladraron: pasado un momento, la señora abrió con tiento la ventana: la noche estaba negra y amenazaba tempestad, y todo reposaba en el silencio y en las sombras. La señora cerró la ventana, encendió un cabo de cera á la santa Virgen de los Dolores, y poniéndose de rodillas, comenzó á rezar. Con su semblante, algo pálido y extenuado, sus ojos negros, humedecidos con el llanto, y unos rizos negros que caían en desorden por su cuello blanco, parecía no un ser humano, sino el ángel que rogaba en el mundo por los desgraciados. Acabada la oración que dirigió al cielo por su esposo, y por los infelices prisioneros de Guadalajara, se levantó con esa seguridad y valor que dá una conciencia pura, una fe ardiente, y se sentó en la ventana. Pasado un momento, oyó pasos de caballerías, y después un relincho.

-¡El es, él es, Dios mío! El leal "insurgente" ha reconocido su casa. Se lanzó de donde estaba sentada, y tomando una luz, corrió al zaguán seguida de una criada. Apenas corrió el cerrojo, cuando el caballo relinchó segunda vez, y un caballero embozado se apeó y se arrojó en brazos de la dama.

-Muy tarde has venido, Alberto, estaba ya cuidadosa.

Literatura Mexicana.-Tomo II.-30

-¿Y qué ha hecho en mi ausencia mi noble esposa ?

-Rezar por tí.

-Bien, hija mía, mientras tenga yo un ángel de guarda á mi lado, estoy seguro que ni el plomo ni el acero, me harán daño.

-Así lo creo yo, porque Dios y la Santa Virgen han de compadecerse de las amarguras de mi corazón, y confiar en esa fe ciega que tengo en que ningún mal te ha de suceder; pero el pobre "insurgente" está sudoroso y cubierto de espuma. ¿Qué, has corrido mucho? Al decir esto, acariciaba el cuello y la crin del caballo, que por su parte hería impaciente las piedras con las herraduras de los cascos. Da pronto de cenar al brioso "insurgente," que parece ha sufrido mucho, dijo á un criado. Y tú, hijo mío, entra, porque comienzan á caer algunas gotas de agua. Los dos esposos entraron á la pieza que hemos ya descrito, mientras el criado condujo á la caballeriza al noble bruto.

Los lectores habrán tal vez reconocido en estos personajes, á los mismos que tuvieron debajo de un árbol de la casa de Chamacuero, una rápida y singular conferencia. No obstante, una breve explicación contribuirá á dar más claridad á la historia. Pasaron los ocho días convenidos en la entrevista, y el matrimonio no pu

do verificarse, porque aun no se había acabado de allanar todo ese cúmulo de inconvenientes que sobrevienen en tales casos; pero pasado un mes, el buen cura de Chamacuero, interrumpió en el primer día festivo su misa para dar lugar á la lectura de unas amonestaciones. En efecto, el bedel, con sus pantalones de pana morada, su sotana raída y su sobrepelliz un poco sucio, leyó con voz ronca y pausada: "D. Alberto H***, hijo legítimo etc.,.... con Doña Manuela B***, natural de esta villa, de. diecinueve años de edad, etc., etc.:" el cura concluyó su misa, y todas las gentes salieron alegrísimas, presagiando mil venturas á los futuros esposos. A los ocho ó diez días, Manuelita se puso un vestido nácar de seda china, arregló y entrelazó con flores sus negros cabellos, y convidó á todas sus amiguitas para su boda. Comida, baile, cena, brindis, consejos, lágrimas de la familia, todo hubo en la boda; pero al siguiente día Doña Manuela B*** vivía ya con su amado y bravo esposo D. Alberto.

Un año después estalló la revolución, y Manuelita, fiel á su promesa, guardó religiosamente el secreto de los designios de su esposo, y éste, fiel también á su palabra, y sin que las delicias conyugales disminuyeran un punto su entusiasmo patriótico, se incorporó en cuanto le fué posible en las filas de los insurgentes. En

« AnteriorContinuar »