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Si ha chocado á los lectores el lenguaje culto y la educación esmerada de Pepita, que parece inverosímil cuando se ha dicho quién era su madre, les haremos una corta explicación. Pepita desde muy niña se había criado en una casa española y aprendido cuanto se enseñaba en aquel tiempo, á la vez que su corazón se había nutrido con las máximas de una sólida virtud. Cuando estalló la guerra de independencia, la familia dispersa y emigrada tuvo que abandonar á Pepita, así como á otras huérfanas que por caridad educaba. Pepita volvió al lado de su madre, mujer brutal y viciosa, y el curso de esta historia ha dado á conocer la clase de vida y de peligros á que estaba expuesta.

VI.

LA ESCARAMUZA

Una noche el capitán Castillo recibió un parte en que se le noticiaba que una gaviÎla de realistas estaba á cuatro leguas del pueblo, en la falda de una loma. Inmediatamente se dirigió al cuartel, dió todas las órdenes convenientes para la marcha, dejó la tropa al cuidado del teniente Dávalos, mientras regresó á su casa á cenar con la buena y amable Pepita, cuya dulzura y cuyo talento fascinaba cada vez más y más al capitán.

Esta noche, le dijo, sentándose á la mesa, y procurando afectar alegría, será necesario que yo me quede en el cuartel, así tú y José cuidarán la casa: ambos son valientes, continuó riéndose, y si vienen los enemigos serán rechazados.

-Y habrá inconveniente en que yo' acompañe á vd. al cuartel, capitán? -Acaso tendremos que salir, y entonces sería....

No decía yo á vd. bien, capitán, que una mujer estorba?

-Lo que hay de cierto, hija mia, es que antes era un motivo de regocijo para mi' el batirme con los enemigos, y ahora tengo ! cierta pesadez, cierta repugnancia.... ya sve, antes no tenía yo nada que me uniera con la vida, y ahora te tengo á tí, y por cierto que no querría yo dejarte abandonada.

-Por mi parte tengo también cierto susto, cierto presentimiento.... ¿Qué habrá acaso algunos enemigos?

-Si, una partida muy corta; unos cuan-" tos tiros los harán correr, y todo se concluirá en el momento.

¡Pero, calle!..... son las doce..... Adiós, Pepita, le dijo el capitán, dándole un beso en la frente. José, mucho cuidado con la casa.

El capitán se fué al cuartel, la tropa estaba montada, y sólo lo esperaban á él para ponerse en marcha, lo cual ejecutaron con

mucho silencio, desfilando en hileras por las calles más solas del pueblo. Toda la noche caminaron entre las tinieblas y los precipicios; á la madrugada avistaron la loma en cuya falda debía estar el enemigo. Cuando la luz comenzó á salir, y el horizonte pintado de gualda y nácar despedia luz bastante para distinguir los objetos, el capitán reconoció al enemigo formado en batalla y dispuesto á resistir.-Eran como doscientos caballos; pero después de la conversación que se ha referido del teniente Dávalos y del capitán, éste no hubiera reculado un paso aunque hubieran sido doscientos mil los enemigos. Dividió su fuerza en dos trozos. Con uno de cincuenta caballos determinó acometer el centro del enemigo y desorganizarlo, y el otro al mando del teniente Dávalos, serviría para flanquearlo y cortarle la retirada por el lado derecho, pues en el izquierdo había un barranco profundo; combinado así su plan, lo puso en ejecución con la prontitud de un relámpago. Antes de que el enemigo pensase en nada, el capitán ya había acometido su centro con los cincuenta caballos, y los dragones repartían golpes á diestro y siniestro como si fueran impulsados por una máquina de vapor. El enemigo desconcertado comenzó á dispersarse, y unos se rendían é imploraban compasión, otros dejaban su caballo y corrían á esconderse en la barranca; y otros más resueltos

se abrían paso y apelaban á la velocidad de sus caballos. Todo esto pasó en momentos. Cinco soldados muertos y algunos heridos fué la pérdida que experimentaron los insurgentes. El caballo del capitán había recibido un balazo en el pecho y echaba sangre á borbotones; pero éste no lo había notado, hasta que el animal, vacilante y moribundo, cayó al suelo con el ginete. El capitán quiso levantarse; pero unos brazos que lo enlazaban lo detenían. Era Pepita.

-¿Tú aquí, Pepita? ¿Tú aquí, hija mía? exclamaba el capitán.

-Era una crueldad dejar á este valiente José sin parte en la victoia; y por otra parte, ninguna mano más amorosa que la mía te habría levantado del suelo, contestó Pepita sonriéndose. Algo han de hacer las mujeres por los valientes, continuó mirando apasionadamente al capitán; y sobre todo, yo que te debo la vida y todo....

-Capitán, interrumpió una voz plañidera, soy un villano, un cobarde, que me he portado muy mal: perdóneme vd., ó má

teme.

-¡Quién diablos piensa en eso, teniente Dávalos! respondió el capitán lleno de alegría, y teniendo enlazada con un brazo la cintura de Pepita. Acuérdese vd. de la conversación que tuvimos una noche, y basta. Levántese vd., acabe de amarrar á los prisioneros, reuna la tropa y venga al

pueblo, que yo me adelanto con este ángel, con este tesoro de amor y de hermo

sura.

VII.

LA FUGA.

Algunos meses vivieron el capitán y Pepita en la más completa armonía. Éxcusado será decir que fueron felices. Se amaban ambos con una pasión ardiente, y los antecedentes que habían mediado y que ya conoce el lector, eran más que suficientes para formar los elementos de una sólida ventura. Pepita cada día se pone más linda y más interesante, y el capitán renunciando á sus devaneos y locos amores, pensaba sériamente en casarse con ella. Una noche á la hora de la cena, pensó en darle parte de sus proyectos, cuando José el asistente entró despavorido.

-Mi capitán, el caballo está ensillado; sálvese vd.

-¡Cómo! ¿Qué quieres decir con eso, José?

-Que el teniente Dávalos ha vendido á vd., y ha ofrecido entregarlo á los españoles.

-¡Imposible! eso no puede ser.

-Por Dios, mi capitán, prosiguió José hincándose de rodillas, que se salve vd.; dentro de cinco minutos estarán aqui.

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