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Es tan respetable la inocencia de una mujer, é interesan de un modo tan vivo sus desgracias, que ciertamente no inspiran otro sentimiento que el del respeto. Casi desde la enfermedad de Pepita, el capitán la amaba apasionadamente; pero no queriendo abusar de la influencia que tenía sobre la muchacha á causa de los beneficios que le había dispensado, jamás la había hecho la menor insinuación, y por el contrario, la veía muy pocas veces.

Tres días habían corrido después de los sucesos que van referidos, cuando el capitán llamó á José el asistente.

-Dime, José, le dijo, ¿cómo le ha ido á Pepita?

-Ta, ta, no muy bien mi capitán; la pobre niña ha llorado mucho.

Eso es natural.

-Si es natural, mi capitán, porque como ella dice, es una huérfana que no tiene más amparo que Dios y mi capitán; pero cuando vuelva con su madre.... Ya sabe usted, mi capitán, esa maldita vieja bruja, tiene el vicio de beber vino, y entonces ese otro hipócrita de D. Diego.... y á propósito, mi capitán, no le parece á usted buenó que en desquite de lo que quería hacer con la niña doña Pepita, le demos un golpe á su hacienda? ¡Qué caballos tiene el hijo de su madre! Sobre todo, hay en la caballeriza un prieto y un alazán que vendrían como de molde para la silla de mi capitán.

-Más adelante pensaremos en eso, José; por ahora, dime si has tratado bien á Pepita.

Como á mi propio capitán. Buena comida, su botella de vino, el catre muy aseado, y yo pendiente de sus labios para servirla.

-Muy bien, José, muy bien; mereces que te dé una gala para que bebas aguardiente.

El capitán tiró sobre la mesa una media onza de oro: José la recogió y dió gracias al capitán; éste continuó:

-¿Y has oído hablar algo de mi?
—¿A quién, mi capitán?

-A Pepita.

-Bueno fuera que pudiera hablar. Apenas quiere mentar el nombre de usted, cuando sus ojos son dos fuentes de agua...

El capitán sonrió primeramente, y después fingió que tosía, y se volteó á limpiar una lágrima.

-José, ve á decir á Pepita, que me daría mucho placer en acompañarme á cenar; y si accede, haz que pongan dos cubiertos aquí en este cuarto. Ve....

A

El asistente salió, y el capitán se puso á medir á grandes pasos el aposerto. poco volvió José.

La señorita, dijo, viene ya, y la cena está en disposición.

Bien, contestó el capitán, dispón la mesa, sirve la comida, y déjanos solos.

-Buenas noches, capitán, dijo Pepita entrando al aposento, y echando sobre sus hombros un rebozo de seda, con que tenía la cabeza cubierta.

-Buenas noches, Pepita; mucho te agradezco que te hayas dignado acompañarme

á cenar.

-Es vd. un poco cruel, capitán, tengo una queja que darle.

-¿Te habré ofendido en algo?
-Sí, y mucho.

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Véamos, explicate.

Hace tres días que estoy en su casa de vd. y no me ha visto.

-Era preciso dejarte sola, hija mía: tus pesares han sido grandes, tendrías necesidad de desahogarte, de llorar, de gritar tal vez....

-Es verdad, mucho he llorado.

-Ahora que te consideré más tranquila te he convidado á cenar, y en lo de adelante si tú consientes, comeremos juntos.... José trae, según creo, un excelente pollo asado, una fresca ensalada.... ¡Eh! no hay más que resignarse á pasarla mal, Pepita; en casa de un hombre solo, la comida no puede ser muy agradable.

José llegó en efecto, puso un limpio mantel, cubiertos, platos, vasos de plata, y colocó sobre la mesa unos manjares aromáticos, y que incitaban el apetito.

-José es una alhaja, dijo Pepita; si fuera vd. casado, capitán, no estaría mejor servido.

-José es un buen muchacho, respondió el capitán; y para mí tiene hoy una nueva recomendación.

-¿Cuál es?

El haberte servido con esmero, y el tener por tí particular cariño.

El pobre José! es verdad, ha estado pendiente de mi voluntad para servirme, y en todo esto no he visto mas que nuevas finezas del capitán.

-No hablemos de eso, Pepita, y piensa en otra nueva vida, en un porvenir más halagiieño.

Pepita suspiró.

Véamos te diré mis planes respecto á tí, y puede ser te tranquilices con esto Yo no tengo ni madre ni mujer; mis parientes se han olvidado de mí, y yo de ellos : soy solo, completamente solo. Consientes en ser mi hija? ¿Serás tan bondadosa que reemplaces el vacío inmenso que la soledad ha dejado en mi alma ?

-Capitán, el corazón generoso de vd. lo hace hablar así. Pero reflexione que va á perder su independencia, su libertad; que en lo de adelante seré yo un obstáculo para sus campañas, para todo: una mujer, capitán, es una carga muy pesada.

-Una mujer, sí, ¿pero un ángel como tú, Pepita? Mas déjame concluir. Decía que tú serás para mí cuanto hay en el mundo. La maledicencia de las gentes, dirá que eres mi querida, que tú eres una mu

jer ligera, y yo un seductor que he abusado de tu desgracia. Poco importa todo esto, con tal que tu conciencia esté tranquila y yo satisfecho de haber obrado bien. A tu madre le daremos con que viva, ó por mejor decir, tú le darás, porque quiero que seas la dueña de cuanto tengo. ¿Lloras, Pepita, y por qué? -De gratitud, capitán. -¿Aceptas?

-¿Podría hacer otra cosa?

Por

-Bien, muy bien; tú vivirás en los aposentos retirados de la casa, y yo aquí. Cuando estés de buen humor, cuando quieras, me harás compañía en la mesa. lo demás eres dueña de tu voluntad, y me tratarás como á un padre, como á un hermano, como á un amigo, porque yo soy tu verdadero amigo. Serás tú mi hija, mi hermana.

Pepita tendió una mano al capitán, y éste se la besó respetuosamente. En seguida llamó á José y le dijo:

-Pepita es la ama y la dueña de la casa; ordena á todos los criados que la obedezcan como á mí propio. En cuanto á tí, José, no tengo que recomendarte.

José inclinó la cabeza y se retiró diciendo:-Como hay Dios, que me alegro que la niña Pepita sea nuestra ama. Al fin, tarde o temprano el capitán había de haber traído una de sus comadres; vale más que sea esta niña, tan buena y tan amable.

Literatura Mexicana. -Tomo II-24

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