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Esa es la dificultad.

¿Qué quiere decir eso, teniente?

Nada, mi capitán, nada; esos hijos de Lucifer están bien armados y bien montados, y.....

-Y así pudiera ser una legión de fantasmas que....

-¿Conque si se acercan, saldremos á su encuentro?

-Sin duda, respondió el capitán, arrojando una mirada al teniente Dávalos, en la que se traslucía una de esas resoluciones enérgicas, que sólo Dios tiene el poder de cambiar.

El teniente bajó los ojos; una sonrisa convulsiva pasó por sus labios, y sus mejillas aguardientosas se pusieron un poco pálidas; mas haciendo un esfuerzo, contestó:

Bien, muy bien; esas fiestas son la delicia. del teniente Dávalos: si los enemigos están bien montados, tanto mejor, tendre-mos cosecha de excelentes caballos para los valientes muchachos; pero siempre será bueno, mi capitán, el indagar cómo andan las cosas, porque si los realistas son muchos, no sería prudencia el exponernos á un lance...

-Los militares siempre tienen necesidad de exponerse; si no es usted de mi opinión, teniente, entonces los conventos están abiertos; abrirse una corona, vestir. un sayal; y buenas noches.

-Mi capitán, respondió el teniente mordiéndose los labios, usted fué el que prime, ro hizo esas reflexiones.

-Pues bien; ahora no reflexiono más, y repito que si los rebeldes se acercan, los batiremos.

-Muy bien; yo estoy á las órdenes de usted, y á la hora del peligro veremos.... -Sí, á la hora del peligro veremos...

Los dos interlocutores se hallaban en un cuarto amueblado con toscas sillas de madera blanca, una pesada mesa con una carpeta de paño azul, y en un rincón un catre con fina sobrecama y aseados almohadones. Era el aposento del capitán, el cual era hombre de mediana estatura, sumamente delgado y un tanto pálido, de manera que á primera vista se le podía creer débil, enfermo, é incapaz de llevar á cabo ninguna empresa militar.

El teniente Dávalos, por el contrario, era alto, de anchas espaldas y muñecas gruesas. A su rostro, tostado y enrojecido por el sol, daban sombra un espeso bigote. y unas alborotadas patillas, y sus ojos algo torvos y hundidos, completaban el aspecto casi feroz de su fisonomía. La luz vacilante de una mecha de aceite chisporroteaba de vez en cuando, y enfonces marcaba distintamente el contraste de las fisonomías ... de estos hombres, que durante el diálogo que se acaba de referir, habían permanecido en pié uno enfrente de otro. La escena

pasaba en un pueblo del departamento de Morelia, y es inútil decir que era la época de la independencia. El capitán, que se llamaba Luis Castillo, era uno de tantos hombres que armaba sus guerrillas y peleaban por su cuenta contra el gobierno español, y cuya memoria se ha extinguido con su vida, como la de tantos otros, que á pesar de verter su sangre por la libertad, la fortuna no les permitió que conquistaran un nombre en la historia.

El teniente, como se habrá conocido, no creía que un hombre de un físico tan débil como el capitán, pudiera ser valiente en la campaña. El capitán, que acababa de ajustar á sueldo al teniente Dávalos, no había formado juicio exacto de si su valor moral estaría en armonía con su constitución física, y así ambos sin haber tenido ocasión de conocerse, se tenían en poco.

Mientras hemos hecho al lector estas cortas y necesarias explicaciones, nuestros dos personajes han permanecido en silencio: por fin, el teniente lo rompió.

-¿Tiene mi capitán algo que ordenar? dijo con voz hipócrita y tomando un ancho sombrero jarano con forro de hule, que había dejado sobre una silla.

-Nada, por ahora, teniente Dávalos: mucho cuidado con la tropa; que los caballos coman bien, y que la gente esté lista, porque me temo que dentro de algunos días tengamos mucho que trabajar.

-Muy bien, mi capitán.

-Si hay alguna novedad, que me avi

sen.

-Sí, mi capitán: conque adiós.

-Hasta más ver, teniente; á la hora de la diana estaré en el cuartel.

Los dos se dieron las manos.

-Este diablo de teniente es un "jayan," dijo el capitán cerrando la puerta; poco faltó para que me hiciera astillas la mano. Puf, qué bárbaro; mas temo que sea una gallina en campaña: pronto lo hemos de

ver.

-Este capitán, dijo el teniente al dar vuelta por un callejón obscuro del pueblo, es débil como un alfeñique: con un soplo lo derribaba yo al suelo. Y parece algo atrevido y baladrón: pronto lo hemos de

ver.

II

LA ENFERMA

Preocupado el capitán con la conversación que acababa de tener con el teniente, y meditando en toda la malicia que había expresado con su risa sardónica y sus palabras equívocas, resolvió no acostarse, aunque eran más de las once de la noche, y se salió á dar unos paseos por la acera de su casa, pues la noche era una de esas

Literatura Mexicana.-Tomo II.-sa

tibias de la estación del verano, y los olores de los árboles frutales que había en el pueblo venían de cuando en cuando con las ráfagas de una brisa fresca y deliciosa.

De esta especie de meditación importuna y molesta, salió el capitán á causa de haber oído primero gritos, y luego quejidos, que parecía exhalar alguna persona enfer ma y dolorosa. Fijó su atención, y halló que tal rumor salía de una casa de pobrísim apariencia, situada frente á frente de la suya. Movido por un impulso de curiosidad llamó al asistente.

-¿Sabes, José, le dijo á su asistente, quién vive en esa casa?

-¡Toma! ¿qué no sabe su merced, mi capitán?

-No sé...

-Mi capitán que conoce á todas las miuchachas bonitas del pueblo, ¿cómo ha de haber dejado de mirar á Doña Pepita?

- Doña Pepita! y quién es esa Doña Pepita?

¡Toma! repuso José, es nada menos que una de las muchachas más bonitas del pueblo; no hay más sino que la madre, Dios la perdone, es una mala cabeza; suele beber vino, y entonces da terribles golpes á la niña.

-¿Y serían por esta causa los gritos que he escuchado?

-¡Eh! sin duda; oyó su merced gritar?.... pues seguro; era esa infernal vie

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