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diez varas, cuando la embarcación desapa reció en un remolino de agua. Dos marineros que estaban demasiado borrachos, perecieron con el casco del buque.

Dos días caminaron las chalupas casi juntas: al tercer día se desviaron hasta perderse de vista, y para no volverse á juntar jamás.

V

EL ENCUENTRO.

Una tarde de esas puras y diáfanas, tan comunes en México en los meses de Abril y Mayo, se hallaban dos caballeros en un sitio algo pintoresco de los suburbios de Méxic. Su paso mesurado indicaba que no tenían negocio alguno, y que solamente trataban de distraerse.

-Prodigioso es lo que me habéis contado, D. Juan.

-Ciertamente, amigo, mío, que parece una novela de Lope de Vega; pero os juro que es la verdad. Hace hoy justamente tres años que pasó el naufragio, y de ahí proviene que os haya esta tarde promovido conversación tan lúgubre.

-¿Y decís que no habéis vuelto á saber de Leonor?

-Ni la más leve noticia. Supongo, que

ó la chalupa en que se embarcó el capitán naufragaría, ó que Leonor estaba muerta, ó acaso que el capitán, prendado de su hermosura.. ¡ quién sabe! es cosa de perder el juicio, y cada vez que pienso en esto, ganas me dan de regalar toda la fortuna que he adquirido á los pobres, y retirarme á la celda de un convento.

-Locuras, D. Juan, quizás con el tiempo tendréis alguna noticia; pero acabadme de decir cómo os escapásteis. Quedamos en que el capitán os confió á algunos pasajeros, para que os salvárais.

-Dos días bogamos á la vista de la chalupa donde el capitán se había colocado con Leonor, á quien yo creía muerta: al tercer día, el viento nos separó á mucha distancia, y en la noche nos fué imposible reunirnos: el cuarto día perdimos enteramente la otra chalupa de vista; pero columbramos una vela, hicimos señales, y al quinto día nos recogió á bordo un bergantin de guerra, que nos condujo con felicidad hasta Veracruz. Esto me lo han contado, pues yo fuí acometido de una fiebre cerebral, desde el instante en que perdí la esperanza de reunirme con Leonor. Ya veis, la fortuna me ha favorecido y soy rico; pero la vida me es fastidiosa é insoportable, y el recuerdo de estas desgraciadas aventuras, me comprime y martiriza eternamente.

-Vamos, amigo mío, es menester una poca de fortaleza. El tiempo y la reflexión

os sanarán, y sobre todo, es menester procurarse dictracciones: mirad, allí viene una dama tapada. Véamos si nos convertimos en personajes de comedia de Calderón de la Barca.

Los dos amigos se acercaron á la dama tapada, y ésta, que lo notó, apresuró el

paso.

-¿Creeríais, D. Antonio, que esta dama ha despertado mi curiosidad?

¡Vaya! mucho mejor, quizá....

-No, nada de amor ni de aventura deseo: sólo pienso.... vamos, si el talle, el cuerpo, el modo de andar son iguales.... Creería que era Leonor.... pero no, esto es imposible....

En esto los dos caballeros se acercaron á la dama, y D. Juan le tocó el hombro, y le dijo con una voz dulce y melíflua.

-Bella incógnita, me habéis recordado tan tristes, á la vez que dulces memorias, que ya que tanto os parecéis en el talle á.... desearía ver vuestro rostro.

Al oír estas palabras, la dama volvió la cabeza, y dando un grito, cayó desmayada en los brazos de D. Antonio, que acudió á sostenerla.

-¡Ah! ¡es ella, es ella! exclamó D. Juan fuera de sí, y arrojándose á quitar el velo que cubría el rostro de la dama.... ¡Ah! ¡Dios mío, es ella! ¡es ella! gritaba Don Juan. Me la habéis devuelto, Dios mío, gracias, gracias! D. Juan cayó de rodillas, y con los ojos bañados en llanto.

En efecto, aunque más pálida, aunque más extenuada, era Leonor; la Leonor tan bella y tan amada de D. Juan.

Don Antonio llevó á los dos amantes á una casita inmediata, á fin de que ambos se repusieran de una tan violenta y tan súbita emoción.

I

El lector calculará todo lo que dos amantes, separados durante tres años y reunidos de una manera tan milagrosa, se dirían.... Omitimos por tanto esta parte, y sólo contaremos lo necesario para la aclaración de las maravillosas aventuras, que se refieren en esta verídica historia.

-Cuando volví en sí, continuó Leonor estrechando la mano de D. Juan, lo primero que hice fué pronunciar tu nombre. El buen capitán me tranquilizó, asegurándome que te habías salvado. A los seis días, y cuando ya no teníamos ni agua ni víveres, quiso el Señor que Hegásemos á la isla de Madera. Alli me informé de todo lo acaecido, me persuadí que habías perecido. Un mes pasé llorando....

-Leonor mia! exclamó D. Juan, enternecido.

-Un buque, prosiguió Leonor, que venía de Veracruz, trajo la i noticia que un bergantin de guerra, había recogido y salvado á los que iban en la chalupa. Desde entonces no pensé más que en embarcarme de nuevo y reunirme contigo; pero Dios dispuso lo contrario, pues en mucho tiem

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po no se proporcionó embarcación. En esto se pasaron seis meses, durante los cuales, el capitán, que se había establecido en la isla, me auxilió con la mayor delicadeza, no permitiendo ni aun que vendiera las alhajas que tenía consigo. Una noche que me hallaba yo sola, en una modesta casita que habitaba, entraron dos hombres enmascarados, me taparon la boca, y me condujeron al puerto, donde me embarcaron en un buque. Ocho días después estábamos en Cádiz. Allí estaba preparado un coche; mis dos enmascarados me obligaron á entrar en él, y no paramos hasta el convento de*** en Sevilla, donde me dejaron. Después supe que mi padre, sabedor de todo, me había mandado buscar á la isla, y había ordenado se me tuviera en el convento por todo el resto de mis días. También supe que D. Diego, restablecido de su herida, se había embarcado después para México, con el fin de vengarse y perseguir

nos.

Dos años y cuatro meses permanecí en el convento, hasta que se me dijo que mi padre había muerto en una de sus fincas de campo. Entonces, ya libre, sali de ini encierro, v tributé á su memoria los honores fúnebres debidos, y protesté que, arreglados mis asuntos, volvería al convento, y profesaría. En vez de hacer esto, vendí secretamente mis bienes, y el día menos pensado me embarqué para venir á buscarte, ó

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