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III.

LA FUGA.

D. Juan se fué acercando silenciosamente, sin atreverse á interrumpir la oración; tanto así era solemne su recogimiento y su hermosura.

¡Ah, Dios mío! decía Leonor, recibe el sacrificio que voy á hacer; borra de mi corazón la imágen adorada de D. Juan. -¡ Leonor! ¡Leonor! exclamó D. Juan entusiasmado.

1

D. Juan! ¿Y os habéis atrevido?

-Sí, á echarme á tus pies, á rogarte que te resuelvas á huir conmigo, y viviremos felices: mira, iremos al Nuevo Mundo, alli en medio de aquella naturaleza llena de vide encanto.

da y

-D. Juan, estáis pálido, interrumpió Leonor; vuestras facciones están desencajadas y esa fisonomía desmiente lo que dice vuestra boca; ; Dios mío! ¡ sangre! estás herido..... ó...

D. Juan, en efecto, tenía una fisonomía que denunciaba su crimen: sus labios pálidos en vez de sonreir, tenían un movimiento convulsivo.

-Decidme, por piedad, ¿qué tenéis? continuó Leonor tomando una mano de D.

Juan. Pues bien, Leonor, todo te lo diré: he matado á D. Diego.

¡Jesús me valga! exclamó Leonor ocultando el rostro entre las manos.

-Silencio Leonor, silencio, porque de lo contrario, podemos ser descubiertos. Vamos, Leonor, huyamos pronto de aquí, los caballos están preparados, y un criado fiel nos aguarda á la vuelta de esta calle.

-Yo huir, D. Juan, no; de ninguna suerte! dijo resueltamente la muchacha.

-Bien, Leonor, entonces ni yo tampoco: nuestras resoluciones son enérgicas y se parecen. Si tú rehusas huir conmigo, me entregaré á la justicia y.....

-¡Oh! de ninguna suerte, D. Juan, primero, primero... No me perdáis, D. Juan, no me arrebatéis mi honor, mi virtud.

-¿Y tú me dices eso, Leonor? Quiero que seas mi esposa, no mi querida, porque te amo, te idolatro, te respeto como á un angel del cielo.

--D. Juan, D. Juan, con esas palabras me hechizáis, siento que no puedo resistir á vuestra voluntad, y que por vos, abandonaría cuanto tengo de más sagrado en la tierra.... ¡Ah! nunca, continuó variando de tono y asustada, nunca abandoraré á mi padre para huir con el matador de D. Diego.

-¿El matador de D. Diego? repitió el mancebo, sonriendo convulsamente y sentándose con mucha sangre fría en un esca

Literatura Mexicana.-Tomo 11.-18

ño; con que

.. el matador de D. Diego, no tiene más arbitrio que entregarse á la justicia, y morir en una horca.

-¡ D. Juan!

-Leonor, maté á D. Diego, porque te amaba, porque iba á casarse contigo, porque se burlaba de mi pobreza y de mi juventud, porque tenía celos de él. y porque, además, me insultó y un caballero no debía responder más que con la espada. Le maté, en fin en desafío, como bueno y leal caballero.. Concluyamos, Leonor: ¿quieres seguirme, ó me abondonas á mi sperre --¡ D. Juan!

-ina sola palabra, una sola, L'onor; un "sí," y haremos todavía de nuestra vida un paraíso: un "no," y grito á tu mismo padre, para que me entregue á la justicia.

-D. Juan! por piedad huid, huid, vos solo.

-No, Leonor, no: te he dicho mi última resolución. Aguardo sólo el tiempo que dilate en vaciarse la arena de esa ampoyeta. Además, si no te resuelves, alguna patrulla puede pasar.... Acaso ya será tarde....

Leonor ocultó su rostro entre las manos, y después de un instante de pausa, miró fijamente á su amante: después se echó en sus brazos y le dijo:

-Don Juan, me entrego á vos, con todo mi corazón, con la confianza con que me echaría en los brazos del ángel de mi guarda.

-¡ Leonor mía! cuánto te amo. Los dos amantes se estrecharon y se dieron un mutuo beso en la frente.

-No hay tiempo que perder, Leonor:

vamos.

-Vamos, D. Juan. Dios mío, perdonadme, dijo en voz baja.

D. Juan y Leonor atravesaron en silencio algunas piezas y corredores, y llegaron finalmente sin ser sentidos al zaguán; más apenas había puesto el amante la mano en la chapa, cuando una ronda pasó, y oyendo los quejidos de D. Diego, que sólo estaba herido, se acercó á él.

-Estamos perdidos, Leonor: todo se ha descubierto; D. Diego va á decir mi nombre, y probablemente vendrán á buscarme aquí.

-Dejadme, D. Juan, nos salvaremos, dadme la llave: D. Juan obedeció, y Leonor abrió con resolución, persuadida que con la confusión de las diversas voces de los de la ronda, no había de permitir que se escuchase el ruido. En efecto, así sucedió, y Leonor entreabrió entonces la puerta, y poniéndose atentanmente á escuchar, oyó poco más o menos este diálogo:

Ronda. ¿Quién os hirió?

Herido. ¿No me conocéis, por Dios?
Ronda. En verdad que no recuerdo.....
Herido. Soy Don Diego de Mendoza.
Ronda. Perdonad, noble caballero,

¿quién se atrevió á tocaros?

Herido. El traidor D. Juan de Zúñiga. Ronda. Todo lo comprendo. Doña Leonor de Contreras, que iba á ser vuestra esposa....

Herido. Quería arrebatármela... pero las fuerzas me faltan: conducidme á mi casa, y buscad al agresor, que debe estar acaso en la misma casa de Leonor. Ese infame tenía en su poder una llave falsa...

La voz del herido se debilitó, y tres alguaciles se dirigieron á la casa de Leonor. Esta, en el momento que observó esto, salió á la calle, seguida de D. Juan y cerró la puerta tras sí, y ambos se fueron deslizando por junto al edificio, de suerte, que cuando la ronda comenzó á tocar el zaguán, los dos amantes habían dado ya vuelta á la esquina. En el sitio convenido, hallaron los caballos, en los cuales montaron. y picando espuela, se alejaron de Sevilla con velocidad.

IV

EL NAUFRAGIO.

D: Juan Leonor Hegaron sin-obstáculo alguno á Cádiz, y como ya estaba el 'buque en disposición de hacerse á la vela para México, se embarcaron, y dos días después estaban ya en alta mar.

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