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mirándose por casualidad en un espejo, exclamó :-"; Funesta hermosura! ¡Desgraciada juventud! ¡ Vanos adornos! El mundo, la sociedad diría al mirarme, ¡ qué feliz y qué bella es esa mujer! ¡ Mentira! Esa mujer hermosa envuelta en terciopelo, brillante como un lucero con los diamantes que adornan su cuello y ciñen su sien, es una infeliz, porque en una hora perdió la paz de su corazón, llenó de acíbar la vida de su esposo. ¡Oh! ¡ Maldecidos diamantes, continuó arrancándose las joyas que la adornaban, y arrojándolas con desdén sobre el tocador; fatales vestidos de seda v oro, debajo de los cuales palpita un corazón inquieto! ¡ Ricardo, Ricardo, ven, háblame, échame en cara mi ligereza, maldiceme! Por qué no cerré mis oídos á la voz de Antonio? ¿Por qué fuí á ese baile infernal? Por qué, Dios mío, me presentaste delante este hombre, que despertó de un golpe todos mis recuerdos, todo mi amor de niña? Y le tengo aún presentę, y quisiera que él fuera mi esposo, y le amo, le amo; el corazón lo dice, y mi boça no lo quiere pronunciar. ¿Y le amo cuando no debo amar más que á mi esposo? ¡Oh! es cruel, Dios mío, es cruel que dejes vivir á los que sufren estos martirios. ¡ Perdón, perdón, Virgen María!" Clarencia cayó de rodillas, y ocultó su rostro y sus hombros ya desnudos entre las cortinas de su lecho. Pobres mujeres! Aisladas y sin tener quien

pueda comprenderlas, lloran sus cuitas de amor ante la protectora de los desvalidos. Clarencia pasó una noche agitada, llena de ensueños y horribles visiones.

A la mañana siguiente entró Ricardo fumando un puro, aparentando mucha tranquilidad y calma y se sentó en una silla. El esposo de Clarencia no era uno de esos jóvenes almibarados y petimetres, sino un coronel de cuarenta y cinco años, de una fisonomía severa, y podría decirse adusta : entre las pobladas cejas tenía hundidos unos pequeños ojos negros, y sus labios estaban casi ocultos por un poblado bigote: no se le notaba señal en su vestido ó en su rostro que indicara el largo combate que había sufrido su alma. Clarencia sólo pudo advertir que sus ojos estaban más hundidos y reconcentrados en su órbita, y que una ligera palidez cubría sus mejillas.

-Nada me dices del baile, Clarencia, dijo el marido arrojando una bocanada de humo y arrellanándose con una especie de afectado abandono en el sillón.

-En efecto, nada tengo que decir sino que no volveré á concurrir á otro.

Con qué nada sucedió de particular? ¿Bailaste mucho?

-Ricardo, es inútil ese tono de burla y de sarcasmo, si estás enterado de lo que pasó, si sabes....

-Sé, gritó el marido hiriendo el pavimento con el pie, que es un necio el hom

bre que se fía en el honor de una mujer; porque si las mujeres conocen el honor, es sólo para hollarlo, para tirarlo en medio de la primera orgía donde falte su esposo, su padre, su tutor.... ¿Lo entiendes, Clarencia? Se necesita velar día y noche las miradas, las sonrisas, las más insignificantes acciones de ese bello sexo, que aprende desde el vientre de su madre á disimular y á traicionar los más sagrados sentimientos. Esto es cruel, muy cruel para un marido.

Clarencia bajó los ojos y sus mejillas se cubrieron de un tinte nácar.

-¿Callas, Clarencia? ¿Enmudeces? ¿ Ni una sola palabra dices para justificarte?

-¡ Justificarme, señor! Responder á insultos que se les dicen á las mujeres perdidas! No, ni una sílaba debe contestar una mujer cuando su esposo le ha dicho á gritos que no tiene honor. Y esto, señor, repito, ha sido en voz alta, de manera que mañana los criados repetirán : "la señora no tiene honor;" y después todas las gentes, toda la sociedad gritará contra mí, y no tendré honor mas que para Dios, señor, que ha sido testigo que entre romper las fibras de mi corazón, y faltar á mis juramentos, no he vacilado.

-Bien, Clarencia, la lección estaba muy estudiada; ¡pero vive Dios! que no seré de esos maridos que son el objeto de la burla y el escarnio de los libertinos de los cafés. No, Clarencia, te engañas; romperé

Literatura Mexicana.-Tomo II.-15

yo también las fibras de mi corazón, olvidaré que has sido mi esposa y que te he amado, y me resignaré á soportar esa vida amarga, aislada y solitaria, del que ha visto perjura y traidora á la mujer á quien adoraba.

Es preciso acabar cuanto antes, señor. Si soy inocente, no merezco estar sufriendo insultos más crueles que la muerte misma; y si soy culpada, no debo ocupar más vuestro lecho, ni ser la compañera de vuestra vida. En todos casos, lo que conviene es una separación.

-Si, una separación eterna, un odio eter

no....

Odio, Ricardo, jamás te lo tendré, replicó Clarencia con una voz dulce, ¿odio?.. ni pensarlo: siempre conservaré en mi corazón una porción del amor que te he tenido; siempre recordaré las atenciones y cuidados que me has prodigada en los dos años de nuestro matrimonio...y en cuanto á las injurias de hoy, las olvidaré; pero -cuando han pasado en un matrimonio escenas como ésta, hay muy pocas probabilidades de seguir viviendo con esa calma y tranquilidad indispensable en la vida doméstica. Las joyas, la ropa, todo quedará en tu casa..... para pasar el resto de una vida infeliz, me basta la pobre celda de un convento. El tiempo, Ricardo, aclarará las cosas, te volveré; la calma que ahora te falta, y me harás justicia.

Había en la voz de Clarencia tanta dulzura, era su acento tan lleno de verdad y de sencillez, que Ricardo conmovido exclamó:

Clarencia, aun reconozco, en tí la misma mujer sencilla y virtuosa que he amado. Dime solamente que te fueron indiferentes las palabras de ese joven, dime que.... lo que quieras. una mentira, y esa mentira la creeré como el evangelio; todo se olvidará y te amaré como antes..

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A Dias gracias, Ricardo, jamás he aprendido ese arte de disimular, ni una ¡mentira ha salido de mi boca; te hablaré ahora como siempre, la verdad, y ésta servirá de la más completa satisfacción, Disgustada qasi en el momento de entrar en el baile, y no pudiendo ya volverme sola, busqué un sitio apartado; allí las memorias de mis juegos y placeres de niña, me ocu-paron; alli recordé las primeras palabras de amor que sonaron en mis oídos; y el joven que las pronunció, el joven que despertó mis primeras ilusiones, estaba alli; lo ví después de tres años de ausencia y.... tú sabes lo demás... Todas las mujeres hemos tenido nuestro amor de niñas; todas, Ricardo, nos casamos después con otro hombre á quien amamos más o menos; pero ninguna, ninguna, olvida completamente al primero que se insinuó en su corazón. Ahora bien, una mujer novelesca, inmoral, perjura, olvida á su marido, remueve

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