Imágenes de página
PDF
ePub

cuerdo, sin ser el objeto de la más ligera memoria.-¿Y Ricardo no la amaba?-Si; pero Ricardo era su marido, y los pensamientos que asaltan á las jóvenes casadas, son de tal manera, que ó las entristecen con la imagen de una dicha que perdieron, ó las deleitan con un porvenir fantástico é irrealizable. Allá en el cúmulo de esas meditaciones generales, brotó de improviso en el corazón de Clarencia un recuerdo tierno, melancólico, recuerdo de los primeros años, recuerdo coloreado con esa apacible y hermosa aurora que acompaña la vida de los niños. Clarencia en aquel mon:erto no oía ni la armonía de la música que tocaba un valse alemán, ni percibía la agitación y ruido de los que bailaban y conversaban. Eran armonías de otra edad, era la inocente agitación de otra época, era el eco perceptible de los tiempos de la inocencia y de las ilusiones. Vióse de repente transportada al jardín de una casa de San Angel, donde oyó por primera vez pronunciar á Antonio. la palabra amor; donde con su vestido albo como la nieve y su frente ceñida de rosas, corría por entre la verdura y el césped huyendo de las caricias de Antonio; donde sentada debajo de un árbol contemplaba con cierta envidia á las aves que reposaban juntas en un nido; donde, en fin, la brisa embalsamada de las noches de verano, las flores, las aves, el cielo azul, el arroyo trasparente, murmuraban las dulces palabras

"amor," "ilusión," "felicidad."

Pasaron esos días; Antonio se apartó de Clarencia; Clarencia creció, amó, si se quiere, á su esposo; pero jamás, jamás pudo olvidar enteramente esas escenas. ¿Quién es capaz de borrar la primera afección tierna y sincera que se graba en los corazones de los niños?

Un máscara se acercó, y con voz de tiple dijo á Clarencia:

"Mascarita, estás muy triste." Clarencia respondió maquinalmente:

-Si.

-¿Quieres bailar?

-Estoy cansada.

-Una sola contradanza y te sientas.
-Estoy enferma de un pie.

-Entonces valía más que no hubieras venido.

-Es una verdad.

-Vamos puesto que no quieres bailar, platicaremos.

-Como quieras, máscara, todo es igual para mí.

-Tus manitas son muy bonitas; tu pie debe ser pulido, y tu rostro.... ¡Ah! mascarita, dime en secreto quién eres.

-Una mujer á quien no conocerías aun cuando se quitara la careta.

-Pues bien, levántala dos dedos: que vea tu boca solamente. Al decir esto echó mano á la careta de Clarencia.

-¡Máscara, esa es mucha descortesía!

-Perdón, mascarita; pero te adoro sin conocerte, y no pude resistir á la idea de ver tu linda faz, sí, porque tú dehes ser muy linda.

-Te suplico me dejes, máscara, y vayas á entretenerte con otra, con otras mil de esas que charlan y cruzan la sala en todas direcciones.

-¿Que me vaya, cruel?.... ¿Que me vaya cuando te amo?

¡Oh! exclamó Clarencia, esto es insufrible!

-Mascarita, dame tu mano, continuó el interlocutor, ejecutando lo que decía.

-¡Caballero, ya es demasiado! exclamó Clarencia en su voz natural: digo á vd. que se marche de aquí, ó grito á alguno otro que venga en mi auxilio, y sea más bien educado y caballero que vd.

El máscara quedó petrificado al escuchar la voz de Clarencia; pero pasando un instante, con una voz convulsa y mal disfrazada:

-Señorita, pido á vd. mil excusas; acaso no habrá otro más caballero que yo en la sala; fué en efecto una libertad la que me tomé.... pero la costumbre. Espero que no se moverá vd. de este lugar, donde parece que está á gusto, sólo por causa de mi indiscreción.

Clarencia, que había intentado levantarse del asiento, volvió á quedar quieta con las seguridades y disculpas del máscara. Es

te, después de un rato de silencio, prosiguió con su voz de tiple.

-Parece que estás ya contenta, masca

rita.

-Si moderas tu charla lo estaré.

-Bien, te voy á contar seriamente una historia que te ha de divertir.

formal.

Es cosa

-Di lo que quieras, contestó Clarencia con desdén.

-Has de saber que había un joven que se llamaba.... su nombre poco importa, tanto más que no lo conocerás. Pero creo que no me escuchas.

-Te escucho, prosigue, contestó Clarencia con la misma frialdad.

-El tal joven, prosiguió el máscara, era bien parecido; pero sus cualidades morales eran todavía más bellas, y su corazón ardiente como el sol de México. El pobre muchacho amó locamente á una niña, hermosa como tú lo eres, mascarita, y virtuosa y amable también como tú, á pesar de ese altivo desdén que manifiestas; pero esto no es lo principal del cuento; prosigo con él para no cansarte. Dios concede á todos los mortales una época, aunque corta, de ventura en esta vida. Los inocentes muchachos, que se amaban con toda la fuerza de su alma, gozaron.... ¡Oh! si los hubieras visto, mascarita, correr y jugar como dos corderillos por las praderas de césped y

los bosquecillos de manzanos de Tizapán!

-¿Decías, máscara, que el joven se llamaba?.... interrumpió Clarencia con agitación.

-Gozaron mil delicias, mascarita; pero digo delicias, porque precisamente un joven ve á la primera mujer que ama como á su ángel tutelar, como á una virgen sagrada á quien no es lícito ofender ni con el pensamiento.

-Es verdad, es verdad, contestó Clarencia. -En cuanto á las mujeres, en su edad tierna también son sinceras, también aman como los ángeles, también su corazón es puro y limpio como el cristal. ¿Parece que te agrada la historia?

-Al menos no me molesta, contestó Clarencia con afectada frialdad, y puede ser que tuviera gusto en acabarla de oír.

-Pero el mundo, el mundo señora, contestó el máscara sin darse por entendido de la contestación de Clarencia, empaña con su soplo corrompido ese cristal, y una vez que perdió su brillo, su pureza y su tersura, voló también el amor, volaron las dichas, voló para siempre lo que hay de más grato al hombre, que es la esperanza.

Clarencia lanzó involuntariamente un ahogado gemido, porque el máscara era un demonio sin duda que había adivinado sus pensamientos, que respondía de acuerdo á las meditaciones de su alma.

Literatura Mexicana.-Tomo 11.-14

« AnteriorContinuar »