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ra. Estaban los corredores de fuera muy ricamente entoldados de riquísimos paños, en los cuales estaban los trabajos de Hércules; y cierto en esto y copia de brocados y plata fué tan excesivo el repuesto del Duque, que no le llegó ni con gran parte ninguno de los que de Portugal venian, ni aun de los que de acá iban; y no creo habrá quien diga lo contrario sino fuere algun fidalgo portugués quibus omnia nostra sordent. Tenia el Duque frontera de su casa otra donde posaba el Conde de Niebla su hijo mayor. Estaban en ella dos salas entoldadas, la mayor de unas cortinas de brocado á piernas, y otras de terciopelo morado; la otra toda de brocado á piernas: las unas de tres altos, y las otras de tela. En la postrera estaba una cama de campo de plata con un cielo de brocado de tres altos, y debajo della unas cortinas de tela de oro con unos lazos de plata muy espesos como ledropies, y tres mesas con sus sobremesas de tela de oro, con sus cofres cubiertos de unas redes de plata con muchas preseas y atavíos deste jaez.

El Conde de Olivares no hizo tan grande fausto porque se atuvo al del Duque su hermano, mas de que el dia de la entrega fué muy gentil hombre, y en un caballo muy lindo á la gineta muy bien enjaezado, con una borla de cerdas de caballo blanco colgada al cuello del caballo, con una gruesa cadena de oro. El Conde de Bailen seguió este mismo norte en todo con el Conde de Olivares. Todos los demas vinieron medianamente y poco mas costosos que solian y en el número ya dicho, porque nunca jamás faltaron cuarenta á la mesa del Duque, y de ahí no subian puesto que supe de personas fidedignas que tenia de costa cada dia cuatrocientos ducados.

El viernes seguiente comió el Duque y los demas con

el obispo, y pasaron todo el dia con mucha alegría y regocijo de música de Resa y Antonio y de los locos que el Duque traia, los cuales lo hacian bien. El domingo seguiente el obispo fué á misa á la iglesia mayor donde hubo sermon del Licenciado Sant Martin, y ese dia hizo un gran banquete á muchos caballeros del Duque y de la ciudad, y cada dia crecia y se aumentaba gente en su casa y mesa á tanto que no cabian en la posada y mesas por muchas que se ponian. Pasáronse, pues, en estos intérvalos lunes y martes, y miércoles en la tarde que se supo como la Princesa seria el jueves en Elvas, y ansí comenzaron á venir portugueses embozados á ver lo que pasaba túvose con ellos mucho comedimiento y jamás quisieron descubrirse, ni comer ni hacer colacion hasta que se tuvo un ardid que se les puso en una cámara apar-tada la comida, y cerrada la puerta comian sin que nadie los viese ni subiese allá. Era grande el disfraz que hacian de todo cuanto se les mostraba, puesto caso que algunos traian tinta y papel por ver lo que pasaba y escrebillo. Dijeron muchas portuguesadas semejantes á las que suelen, las cuales dejo por evitar prolejidad y contar lo que toca á nuestra jornada, pues en otra parte podrá venir mas á propósito. Detúvose, pues, este jueves la Princesa en Estremos, á cuya causa no vino esa noche á Elvas hasta el viernes ya tarde. Venian con ella gran número de gente de á caballo sin los señores y hombres de cuenta, porque toda la tierra comarcana y aun de quince leguas al rededor concurrieron y la acompañaron hasta la raya. Pasaban segun creian algunos de seis mil caballos, y á mi juicio no bajaban de cuatro mil con dos mil y setecientas acémilas que traian otros tantos reposteros, y mas de tres mil sin elllos. Venian todos los por

tugueses en sus caballos con sus capuces frisados y mucho de pelote de chamalote. Todavía venian muchos fidalgos con muito galantes berretes, ricos de puntas de oro: traian muchas cadenas, y sus mozos sus xáquimas rodeadas al cuerpo y sus capas en los hombros, con sus mandiles en las manos mandilando los caballos de sus amos como es costumbre en Portugal.

Llegada la Princesa á Elvas, los que la traian despacharon esa noche un correo al Duque y al obispo en que los significaban que si querian recebir el sábado siguiente la Princesa, que estaban ellos aparejados á entregársela. Consultando el caso hubo diversos pareceres: unos temiendo la mudanza que suele haber en semejantes casos, y el peligro que se suele seguir de la tardanza en negocios desta calidad, daban priesa que luego el sábado la recibiesen. Al cabo resolviéronse en que no se hiciese hasta el lunes por contemplacion de la ciudad que se quejaba que no tenian aparejado su recibimiento. Venido el sábado el Duque envió á su hermano el Conde de Olivares á Elvas para que de su parte visitase á la Princesa y el obispo hizo lo mismo con el abad de Valladolid D. Alonso Enriquez.

Pasado esto comenzóse de tratar entre los de allá y de acá sobre preeminencias y mejorías de lugares, y barajóse la cosa de tal arte que estuvo á punto de correr riesgo la entrega, porque los que habian de entrar en Castilla con ella, querian muchas ventajas y precedencias que en la verdad ó no les pertenecian ó eran nuevas. Entre el Duque y el Obispo no hubo disension porque los habia ya concertado una instruccion que trujo Rui Gomez, trinchante del Príncipe nuestro Señor, firmada de su nombre y refrendada de Gonzalo Perez, secretario del

Rey, en que daba órden en este negocio. Estaba, pues, la dificultad entre el Duque y el arzobispo de Lisboa y Luis Sarmiento, embajador que era del Emperador, y caballerizo que agora es de la Princesa, y Gaspar Caravallo, embargador que llaman los portugueses de palacio, y embajador del Rey de Portugal en Castilla. Cada cual de estos alegaban sus razones para el primer lugar; uno por via de parentesco real y la dignidad arzobispal, y por haber criado la Princesa parecia que no pedia injusto; otro porque el oficio que habia tenido y pretendia no habérsele acabado hasta haber llegado á la corte del Príncipe, porfiaba en ello el Carvallo alegando que desde luego habia de usar de su oficio, y así quedaba en su derecho claro. Estando la cosa en estos términos, andaban de un cabo á otro medianeros dando y tomando, de parte del Duque su hermano el Conde, y del obispo el Abad de Valladolid Don Alonso; y ya que la cosa se traia á concordia, el Duque de Medina tornó á enviar de nuevo otro correo para que hiciese á saber á aquellos señores que en ninguna manera recibiria á la Princesa si no le daban á él la mano derecha y el supremo lugar. Era ya domingo en la tarde, y la cosa como tengo dicho habia de ser el lunes siguiente bien de mañana, y fué tan grande la alteracion que hubo entre aquellos caballeros portugueses que no pudo ser mayor.

El lunes de mañana todos se aparejaron para la entrega pretendiendo los unos salir con su intencion contra los otros, y así andaban de un cabo á otro copia de correos y mensages con ofrecimientos de partidos, y con este crédito comienzan á venir portugueses y entrar en Badajoz con muchos repuestos, así de la Princesa como de todos los otros que con ella venian, y ansí mismo el

Duque y el Obispo comenzaron á moverse, aunque siempre temieron lo que despues subcedió; pero con todo esto salieron con toda su compañía y aparato hasta cerca de la raya, y esperaron hasta puesto el sol; y no solamente no vinieron, pero dentro de una hora no quedó repuesto ni portugués en todo Badajoz, especialmente cuando vieron volver al Duque y al obispo y al regimiento sin la Princesa, lo cual les acrecentó la turbacion, y fué causa de escándalo de toda la gente, ansí de una parte como de la otra, y comenzáronse á decir muchas novedades y envenciones y mentiras: los unos decian que era muerto el Príncipe de Portugal y que por esto no la entregaban, y otros que la Princesa se habia de volver á Lisboa para casar con el Infante D. Luis, y así pasaron aquella noche en Elvas con gran sobresalto y congoja de lo pasado, y algunos habia que juraban á Dios que no la habian de dar que si fuera para algun fillo bastardo de Deus que pasara, pero que tanto por tanto que ahí estaba o Infante con quien todo el reino queria que se casase, y que ninguno dél habia sido llamado para dar parecer de que viniese á Castilla, como se acostumbra siempre en estos casos. Desta manera andaba la cosa diciendo cada uno lo que le parecia, y sin duda ninguna se dió mucha ocasion al vulgo de decir estas vanidades, porque en toda aquella noche no se hablaba otra cosa en palacio sino que otro dia habian de tornar á Lisboa, y oí á personas fidedignas que habian oido lo mismo á la Princesa nuestra Señora, que no dormió ni dama ninguna con la alteracion que todas tenian. Esta misma noche el obispo tornó á enviar al abad para que tuviesen entendido aquellos caballeros que por el bien de la república, y por lo que toca al servicio del Emperador

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