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más del honor y de los intereses morales del espíritu que de las ventajas materiales de la ganancia ó del co

mercio.

España, pues, siguió el indicado movimiento, ya tan de atras adquirido, y entre los hazañosos hechos que en su consecuencia llevaron á cima nuestros mayores, debemos contar la famosa guerra y conquista del reino de Tremecen, por el ilustre caballero y Capitan general D. Martin de Córdoba y de Velasco, Conde de Alcaudete y Señor de la casa de Montemayor, cuya interesante RELACION, dividida en tres jornadas y hasta ahora inédita, hemos encontrado en la Sala de manuscritos de la Biblioteca Nacional.

Además de los gloriosos hechos de armas y de la lista nominal de los Capitanes de la empresa, contiene la citada RELACION otras muchas y muy curiosas noticias de interes histórico, amenizadas con ese colorido local y esa gratísima riqueza de pormenores que tan singular realce presta al relato de los sucesos, porque el autor, como tes

tigo de vista, y por añadidura clérigo y Capellan del ejército, caminaba siempre junto al Estandarte, llevando su crucifijo y bandera blanca.

Y aun cuando al pié de la página en que principia la segunda jornada se lee en el manuscrito una breve nota, de letra tambien del siglo xvi pero de distinta mano, en donde se previene, tal vez por algun despechado émulo, que ya en adelante el autor escribe de oidas y no dize lo cierto en muchas cosas, todavía el narrador sigue usando expresiones tales, que sin ningun género de duda manifiestan que se hallaba presente en los diversos y arriesgados lances de aquella guerra.

No sin plausible artificio el autor omite su nombre en la portada, tal vez por modestia, ó acaso para que más tarde le agradezcamos su imprevista revelacion, pues que al final de la-obra nos dice que le dió fin y remate en la ciudad de Baeza, en 23 de Agosto de 1543; que era licenciado Presbítero y vecino de aquella ciudad, y añade, por último, que se llamaba Francisco de la Cueva.

Dueños los españoles de Oran desde el año de 1510 en que la ganó el Cardenal Cisneros, y habiendo ahora conquistado á Tremecen y destituido al Rey Muley-Mahamet, y puesto en su lugar á Muley-Ababdila, como vasallo y tributario de Cárlos V, vino á interrumpir los planes y triunfos del buen Conde de Alcaudete una muy apremiante órden del Emperador, mandándole que luégo, sin detenerse, le enviase la gente á Barcelona, por necesitarla para defender á Cerdeña, quedando el ilustre caudillo tan pobre, que fué necesario que le prestasen las sumas indispensables á fin de hallarse en disposicion de regresar á su casa con el conveniente decoro.

Porque cúmplenos advertir, que la importantísima empresa que nos ocupa fué acometida y realizada por el insigne Conde de Alcaudete á sus propias expensas, sin recibir del Emperador otra cosa más que la vénia y la investidura de su elevado cargo; y, ciertamente, causa lástima grande el ver interrumpidos ó malogrados tantos y tan heróicos esfuerzos, no por los altos in

tereses de la civilizacion ó por las tendencias irresistibles del genio nacional, sino por la conveniencia y miras particulares del César, que apartó á nuestra patria del curso natural de su política exterior, arrastrándola á consumir sus portentosos bríos en Alemania, Flandes, Italia, Francia, ó sea en todos los campos de batalla de Europa, donde se debatian intereses políticos y religiosos de muy diversa índole, de todo punto contrarios á las antiguas libertades de Castilla, y áun á la racional independencia de la Iglesia española.

La única expedicion del César contra el Africa, que mereció el completo agrado y aprobacion de los españoles, fué la conquista de Túnez, y áun esta empresa nó fué inspirada por el deseo de establecer y consolidar allí la dominacion española, sino por el de vengar las insoportables piraterías del famoso corsario Barbarroja en las costas de Italia, y restablecer en su trono al Rey desposeido Muley-Hacem, que era feudatario de los reyes de Castilla.

En suma, diremos que las intermi

nables guerras de Cárlos V y Felipe II contra las naciones cristianas, sólo produjeron el desastroso resultado de preparar su despoblacion y decadencia, sin que al extingirse aquella dinastía en el Rey hechizado, quedase de tan estrepitosa y aparente grandeza otra cosa más que un recuerdo, mientras que habiendo seguido las heróicos impulsos del genio de la patria, nos habríamos adelantado tres siglos á las demas naciones en iniciar al continente africano en las artes y civilizacion de Europa.

No es posible, sin embargo, contrariar del todo el carácter y tendencias naturales de los pueblos, y la guerra de Tremecen demuestra bien á las claras que no faltaban caudillos ilustres, que, por su cuenta y riesgo, acometiesen aquel linaje de empresas, aunque no contasen para ellas con todo el apoyo y fuerzas del Gobierno de la nacion; y este hecho y otros análogos que se realizaron por los conquistadores de una gran parte de América, y cuyas principales expediciones, como las de Méjico y del Perú, sólo fueron empresas

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