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el ánimo generoso y el heróico esfuerzo con que, junto á su padre, en el avanguardia, en esta batalla se halló, y las muy crudas lanzas que este dia con su brazo dió, y de tal manera, que los que una vez caian debajo su lanza no tenian necesidad de çurujano ninguno, aunque muy en la memoria los médicos antiguos tuviese. Por cierto que ví con mis ojos que hizo cosas, tan señaladas y de tanta memoria, que quisiera que todos los Grandes de España se hallaran presentes, para ver lo que este buen caballero hizo.

Pues como cargaron tantos moros en la retaguardia, hasta echar muchas lanzas dentro en el escuadron, de tal manera, que hacian daño, porque entre los que allí hirieron fué el uno el jurado Pero Hernandez, y de muerte; viendo esto D. Francisco Hernandez de Córdoua, tercero hijo del Conde, como muy buen caballero y hijo de tal padre, se metió tanto en los moros, haciendo tan extrañas cosas, que á todos los que lo vimos nos puso espanto, siendo de tan tierna edad, que me parece que en su tiempo no pudo hacer más el esfuerzo de Archiles, mas no quedó sin señal de lo que habia hecho, que en pago de la destruicion y muertes que en los moros hizo, le dieron una lanzada, y tal, que le pasaron el

adarga y parte del brazo sobre la muñeca, de la cual lanzada estuvo bien malo: á esta sazon que la lanzada le dieron, llegó el capitan Alonso de Ochoa que allí andaba peleando; y como vió que D. Francisco de Córdoua tenia la lanza metida por el adarga y brazo, llegóse á él y díjole: «Señor, ¿está vuestra merced herido?» y D. Francisco le respondió: «no es nada, tírame desa lanza»; y el dicho Capitan le sacó la lanza del adarga y volvieron á la batalla. Entre los Capitanes de infantería que en la retaguardia se hallaron, fué Hernan Perez de Pulgar, Señor del Salar, bien cerca á D. Francisco de Córdoua, y Hierónimo de Castillejo y Jorge de Castillejo, hermanos, cordoueses; este Capitan á pié y estos dos hermanos á caballo, hicieron cosas dignas de ser memoradas.

Comoyadijimos que tuvo el Conde nueva de los moros que cargaron á la retaguardia, quiso el Conde volver al socorro, y D. Martin de Córdoua, Señor del Albayda, le dijo: «acabe vuestra Señoría de arrancar los moros del campo, y luego podrá vuestra Señoría volver al socorro de la retaguardia»; y porque paresció que podia suceder algun peligro, mandó el Conde á D. Mendo de Benavides, su sobrino, que con la manga de la gente suelta que traia

fuese y socorriese la retaguardia donde D. Francisco de Córdoua estaba, y á este tiempo llegaron el alcaide Luis de Rueda y D. Juan de Villaroel, los cuales habian estado en el escuadron; y reconociendo la victoria, nuestro gran Capitan mandó á los dichos que con alguna gente de caballo asimismo socorriesen, y así se hizo, y socorrieron á muy buen tiempo y hicieron grandes cosas: entre estos caballeros, iba Francisco de Cárcamo, hijo de Alonso de Cárcamo, Señor de Aguilarejo, y vió al moro que hirió al jurado Pero Hernandez, y arremetíó á él y le dió una lanzada por la garganta que le derrotó y hincó la lanza en tierra, y los caballeros ya dichos echaron los moros de la retaguardia con mucha pérdida de los dichos moros. Este dia se cobraron otras cinco banderas, de las cuales mató el un alférez Diego Ponce de Leon y salió muy herido, y su caballo con muchas lanzadas mortales, y así herido, el dicho caballo lo sacó de la batalla, y luégo murió el caballo de las muchas lanzadas que traia: D. Juan Zapata lo hizo este dia como buen caballero, que yendo en la avanguardia salió solo del escuadron y puso las espuelas á su caballo, y santiguándose, arremetió á ocho ó diez moros que vido estar juntos, y con su lanza

mató á un principal dellos, y paráronlo tal, que si no le socorriesen, él tuviera trabajo, como en la ropa paresció.

CAPÍTULO XXIX.

De cómo los moros vieron en esta batalla al Apóstol Sanctiago, y las grandes hazañas que hizo, como en mi presencia ellos lo dijeron, y del número de los moros que en esta batalla se hallaron.

No es justo dejar de decir una cosa tan digna de memoria, y que tanto hace al caso para lo que toca á nuestra sancta fe católica, y cómo Dios es servido que se vea lo que sus Sanctos valen en el cielo; que este propio dia, acabada la batalla, vinieron ciertos caballeros moros á hablar con el Conde, y preguntaron que dónde estaba un caballero que andaba en la batalla, delante de todos, en un caballo blanco, vestido de colorado, cruzados los pechos como ésta del Conde, con una espada en la mano, el cual hacia tales cosas y daba tan rigurosos golpes que no lo podian los moros sufrir, y que sus cosas

eran más que de hombre mortal, donde á la clara conoscimos que era nuestro gran patron de España el Apóstol Sanctiago; y bien parece que fué en nuestro favor, porque en esta batalla tan cruda no murió hombre de cuenta, aunque se pusieron en el principal peligro, excepto cinco soldados. Fueron heridos algunos caballeros y capitanes; Diego Ponce de Leon, deudo del Conde, de una lanzada en la pierna, y el capitan Juan de la Cerda, otra lanzada en la pierna; D. Juan Zapata, con un alfanje en la pierna; D. Juan de la Cueva en esta batalla mostró quien es, porque este dia peleo como Ector, é hizo maravillas, y salió á pelear á la bastarda y con cascabeles, en un caballo castaño, y toda la defensa que puso en su persona pagó su caballo, que quedó en el campo con dos escopetazos en ambos brazos. No quiero que se quede por decir el número de los moros que en esta batalla habia, porque se supo, por nueva cierta de un moro de la cibdad, que con el gran número de gente que habia, tuvieron por muy cierta la victoria; y es así, que el alcaide de Benerax, Almanzor-ben-Bogani, le dijo al rey Muley-Mahamet, hablando en el número de la gente que en nuestro ejército iba: «Calla, Señor, que aquí tie

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