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iban, por el daño que recibian de los escopeteros moros, llegó á la parte donde Don Martin de Córdoua y Diego Ponce estaban, y así como el Conde llegó, dijo á D. Martin de Córdoua: «señor hijo, vos y esos caballeros dad á esos moros el Sanctiago, y daldes dentro»; y diciendo esto, el dicho D. Martin de Córdoua lo cumplió luégo con hasta 30 de á caballo que habian salido donde el Conde y D. Martin de Córdoua estaba, y su Señoría quedó recogiendo el estandarte y la gente que venian con él, que eran D. Juan Pacheco, su sobrino, y hasta 150 lanzas, los cuales entraron dentro en la batalla haciendo maravillas tras estotros cababalleros; Don Martin de Córdoua, Señor del Albayda puso los ojos en un Alférez que traia una bandera roja grande, al cual mató del primero encuentro de la lanza, y muerto, fué tanta la gente de á caballo de los moros que sobre él acudieron, echándole lanzas de tal manera, que sólo el caballo rucio que llevaba tenia catorce lanzas atravesadas, y en su persona tantas, que á todos nos puso espanto escapar con la vida; mas fué Nuestro Señor servido que no le hirieron si no fué muy poco en un brazo, y el caballo cayó luégo muerto en el campo, y el dicho D. Martin quedó con

su espada y adarga á pié, tomando por baluarte el caballo que muerto en el campo estaba, hasta que fué socorrido de D. Jerónimo de Córdoua, su hijo, y de un caballero de Ubeda, Alférez de D. Juan de Villaroel, que se llama Sanmartin, y Alonso Ramirez, criado suyo, á los cuales dijo que pasasen adelante á pelear, porque volvian moros sobre el dicho D. Martin; y este buen caballero, con su espada y adarga hacia tales y tantas cosas á pié, que á todos nos parecia tener presente el esfuerzo de aquel valeroso Capitan de los castellanos, el buen Cid Campeador. Hizo este dia tanto, y empleó tan bien su generoso brazo, que dél quedará memoria. Y desto que dicho tengo dará testimonio la ropa de grana que encima las armas traia, la cual quedó bien galana de muchas cuchilladas y lanzadas, y el adarga que embrazada llevaba, la cual quedó abierta por lo alto de una gran cuchillada de más de un palmo, de manera que tuvo necesidad del socorro ya dicho. Y como estos que á socorrelle vinieron pasaron adelante, hubo lugar para poder tomar un caballo que le dió Lope de Hoces, un caballero de Córdoua, deudo suyo; y tomado, volvió á la batalla, y como el dicho D. Martin de Córdoua estaba peleando en la batalla con los moros,

quedó la bandera del Alférez que mató en el suelo, muy cerca de donde el dicho D. Martin de Córdoua cayó con el caballo, la cual dicha bandera alzó un soldado, y Pedro de Cuevas, vecino de Ubeda, escudero de la compañía de D. Juan de Villaroel, le tomó al soldado la dicha bandera, y esto era al tiempo que D. Martin subia encima del caballo que á la sazon le habian dado, y por poner en salvo al que le habia dado el caballo no volvió á tomalle la bandera al soldado que la alzaba, salvo decille que se la guardase.

Toda la gente de caballo y gente suelta hicieron en esta batalla tales y tantas cosas, que yo no las he leido ni oido mejores, porque el que ménos tuvo con quien pelear, tuvo tres y cuatro moros delante sí. Visto por su Señoría, vuelve el rostro á sus caballeros, y díjoles lo que dijo Aníbal, Capitan de los de Cartago, á los suyos, estando sobre Sagunto: «Caballeros, no tenemos donde ir, ni de donde ser socorridos. Sanctiago y Nuestra Señora, y á ellos.» Andaba el Conde entre aquellos moros como un leon, haciendo maravillas, de manera que no le esperaban golpe. Murieron este dia muchos de los principales moros, y la mayor parte de los turcos; y volviendo á la batalla, el dicho D. Martin

de Córdoua halló al dicho Pedro de Cuevas con la bandera, y díjole: «Así, hombre honrado, esa bandera que vos llevais ya sabeis que es de un Alférez que yo maté.» Respondió á estas palabras Pedro de Cuevas, y dijo: «Señor, yo se la tomé á un soldado que la alzaba del suelo. Héla aquí.» En este punto el Conde volvia con la gente de caballo hácia la parte que los moros iban huyendo, y topó con D. Martin de Córdoua, al cual preguntó: «¿Venís herido, señor D. Martin?» Y él dijo: «Señor, poco.>> Y el Conde le dijo: «Bien os ha sido Señor menester el socorro del hijo y de los deudos. ¡Buena viene la ropa y el adarga! ¡Bendito sea Dios! que la carne viene libre.» D. Martin de Córdoua le dijo: «Señor: esta bandera es de un Alférez que yo maté; quisiera que fuera la Real, porque, como muchas veces he dicho, quisiera emplearme en tomar aquella y no otra; pero pues aquella se ha puesto donde no se puede ver, vuestra Señoría reciba ésta, para que con otras muchas, de aquí á muchos años, se pongan en la capilla de vuestra Señoría, para que haya memoria desta victoria y batalla que Dios, Nuestro Señor, ha sido servido de dar á vuestra Señoría.» El muy ilustre señor Conde y Capitan general de Africa le dijo que se

lo tenia en merced, y mandó á Pedro de Cuevas la llevase y se la guardase. Y Don Martin de Córdoua dijo al Pedro de Cuevas: «Bajad esa bandera, y vaya baja como bandera vencida.» Y así lo hizo, que la llevó baja en seguimiento del alcance y victoria. Duró el pelear de la avanguardia casi tres horas, en la cual se halló Don Mendo de Benavides, sobrino del Conde, y hermano del conde de Sancte Stéban, donde le tiraron cuatro ó cinco lanzas juntas, y con grande ánimo peleó con ellos. Visto por el Conde el trabajo en que estaba D. Mendo de Benavides, arremetió con su caballo, y á un caballero moro que le daba mucha priesa, le dió un golpe con la espada que le atravesó la garganta, y luego cayó. Estando en esto, llegó nueva al Conde como en la retaguardia apretaban mucho los moros á D. Francisco de Córdoua, su hijo, y á los caballeros que con él iban, porque como fueron desbaratados los moros en el avanguardia, todos cargaron á la retaguardia, y nunca, en más de tres horas, los escuadrones dejaron de caminar hacia los enemigos en órden, peleando.

¿Qué diré del muy ilustre señor D. Alonso de Córdoua, primogénito hijo del Conde? Quisiera tener lengua para poder explicar

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