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la otra, y algunos tiradores en cada hilera, y así en la retaguardia y en los lados; y su Señoría se puso entre estos dos escuadrones con toda la gente de caballo, que serian hasta 300 lanzas. Aquí llamó el Conde á Pedro de Valdelomar, y le entregó su estandarte, diciéndole así: «Caballero, catá que os encomiendo mi honra.» Y él lo hizo muy bien llevando en esta batalla el estandarte, porque García de Navarrete, Alférez dél, estaba en otras cosas ocupado. El Maestre de campo, Don Alonso de Villaroel, iba con la gente suelta de la mano derecha, y D. Mendo de Benavides en la siniestra.

Los moros eran tantos, que, parecerá burla decirlo, dió su Señoría órden á todos de lo que cada uno habia de hacer, y que ninguno socorriese á otro, si no fuese con demasiada necesidad; y mandó que no fuese con voces, sino con persona particular, porque los renegados y aljamiados de los moros no sintiesen dónde habia flaqueza. Y fué así, que subidos á un llano, donde los moros se pusieron á presentar la batalla, el Conde envió á D. Francisco de Córdoua, su hijo, á la retaguardia, y que llamase á D. Martin de Córdoua que se viniese con él á la avanguardia, como él se lo habia pedido, y así lo hizo; y Don

Francisco de Córdoua, creyendo que toda la pelea y trabajo habia de ser en el avanguardia, quedó allí muy descontento, y pidió á D. Martin de Córdoua que le dijese al Conde, su padre, que enviase por él, y fué al revés de lo que se pensó, porque en la retaguardia hubo mayor peligro y trabajo, como en adelante se dirá.

Los moros ordenaron su batalla desta manera: En la avanguardia, con las banderas del Rey, pusieron hasta 3.000 lanzas en celada, y de los del alcaide Abrahen hasta 2.000 escopeteros y flecheros, y mucho número de gente de á pié; á la retaguardia cargaron más de 4.000 lanzas, en que habria los 1.000 dellos de gente muy escogida, con adargas blancas, muy galanes, con muchas diademas y capellares de grana y de azul, y alquiceles blancos y buenas cotas de malla que traian muchos dellos, como despues pareció en algunos muertos, y armas muy lucidas, y con ellas hasta 500 escopeteros de pié y de caballo: por los costados de nuestros escuadrones hubo mucho número de gente de pié y de caballo, mas los nuestros, teníanlos en tan poco, que parecia bien ser corazon puesto en ellos de mano de Dios. El Conde andaba de escuadron en escuadron, de la avanguardia á la retaguardia, su lanza

en la mano, puesta su celada, que parecia un leon, con tan grande ánimo, con tanto esfuerzo, que no habia nadie que le mirase que nuevo ánimo y fuerzas nuevas no cobrase para pelear, que aunque ciertos religiosos que su Señoría traia para esforzallos, y á mí con ellos, no era nada lo que nosotros hicimos con lo que el Conde animaba la gente, que con cara muy alegre les hablaba y consolaba, y ponia nuevo corazon á la gente como buen pastor que rodea ́su ganado; así su Señoría, como buen Capitan, esforzando los suyos, trayéndoles á la memoria muchas cosas de la honra de Dios, y el descanso que terniamos ganada la victoria, imitando con esto al buen Scipion, Capitan de los Romanos cuando tomó á Cartago la Nueva á los Cartagineses: en esta órden comenzó el ejército de caminar, y al subir de una ladera de un valle tocaron las trompetas y atambores, que hace mucho al caso para animar la gente; y así, caminando, vimos asomar las banderas del Rey con muchos escopeteros y hasta 300 lanzas, y con tan grande ánimo, que un turco se alargó á la parte donde estaba Don Alonso de Villaroel, dos carreras de caballo adelante de su gente á tiralle con un arcabuz, mas D. Alonso arremetió á él, y

ántes que pudiese dar fuego al arcabuz lo mató de una lanzada y cayó á los piés de su caballo. Y éste fué el primer moro que murió en la batalla; mas bien tuvo necesidad de ser socorrido, porque se vió en mucho trabajo por los muchos moros que dieron sobre él: viendo su Señoría el ánimo con que los moros venian, porque no tuviesen lugar de hacer mucho daño en los nuestros, mandó caminar á gran priesa los escuadrones, y los caballeros alárabes parescieron retirarse, y así el Conde tuvo conoscimiento, como hombre experto en la guerra, que tenian celada, y envió á mandar á los escuadrones que, en moviéndose su Señoría con la batalla, caminasen con gran órden y no se detuviesen en la retaguardia á pelear hasta que les fuese forzado; y si cargase mucha gente de los moros sobre el Conde y su estandarte y gente de caballo, y que la avanguardia de los escuadrones de las banderas adelante, socorriesen al Conde.

Hecha la oracion con mucha devocion, caminó el ejército de la avanguardia: á esta hora llegó D. Martin de Córdoua, Señor del Albayda, donde el Conde estaba, que era algo adelante del estandarte, el cual estaba solo con su guion mirando la órden que los Capitanes, Alcaides y Xeques de los

moros tenian en poner su gente. Llegado D. Martin donde estaba, comenzaron á hablar en la órden que parescia que los moros tenian, y á este punto comenzaron de salir caballeros del estandarte y juntarse con el guion del Conde, los cuales fueron Diego Ponce de Leon y el capitan Alonso Fernandez, su hijo, y D. Juan de la Cueva, y algunos escuderos, que serian todos hasta 30 de caballo, los cuales con el Conde se iban llegando á los moros, de manera que las escopetas ya hacian daño en la gente de á caballo, porque aquí mataron á Francisco de Nicuesa y hirieron un caballo ó dos, y al Conde le dieron un escopetazo en el pescuezo del caballo, y entróle poco. Pidieron algunos caballeros al Conde que diese Sanctiago ántes que las escopetas hiciesen más daño, y el Conde, andando por la gente, le dijo á D. Martin de Córdoua: «¿qué os parece señor hijo?» á lo cual respondió: «Señor, ahora no es tiempo de parecer, sino de ejecutar lo que vuestra Señoría mandare, y aquello á que somos venidos.» Al Conde parecióle que estaba él y su ejército léjos para dalles el Sanctiago; dilatólo un poco andando todavía hacia los enemigos, y desque vió que era tiempo, por la mucha priesa que le daban los caballeros que allí

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