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cuenta con vos ni con otros Reyes más poderosos en semejante cosa que ésta; yo, como su criado y vasallo, por cuyo medio tratastes, supliqué á Su Majestad que me diese licencia para haceros la guerra, y pediros la falta de vuestra palabra y firma, y soy venido, á Dios gracias, con mi ejército, aquí á las puertas de Tremecen á presentaros la batalla, en la cual, con ayuda de Jesucristo y de su bendita Madre, Sancta María, y del Apóstol Sanctiago, á quien yo tomo por mis abogados, os haré conoscer en ella, si osais salir al campo, que me habeis faltado la palabra y firma y juramento en vuestra ley que me distes, como mal Rey y alevoso caballero; y si no osárades salir al campo, y me esperais dentro de la cibdad, espero en Dios de tomaros y poner en ella Rey que sirva al Emperador, mi señor, lealmente; y porque cumpliré lo que tengo dicho, os envio este cartel firmado de mi nombre. Y porque no fio de vós que tratareis á las personas que os le llevaren como se acostumbra entre Reyes y caballeros, no os lo lleva Rey de armas ni trompeta, sino con este criado vuestro, para que llegue á vuestra noticia.

Y porque en el bagax iban enfermos y

otras personas necesitadas, andaba el campo poco, y los escuadrones los llevaban en medio, esto nos daba pena al caminar, y así haciamos muy cortas las jornadas. Fuimos á alojarnos y á descansar esa noche á un montecillo fuerte y casi cercado con dos arroyos, dos leguas de Tremecen, aunque mejor fuera decir fuimos á velar, porque toda la noche no nos dejaron reposar los moros, que eran muchos, y sus fuegos estaban de nosotros dos ó tres tiros de ballesta, de manera que viéndose de léjos parescian ellos y nosotros ser un solo campo y estar en dos cuarteles alojados.

CAPÍTULO XXVIII.

De la tercera batalla que el Conde dió á los moros en el campo de Hauda-BeniAphar, dia de Sancta Agueda, y de la astucia que el Conde tuvo en ordenar los escuadrones, y cómo fueron los moros

vencidos.

Luégo, el lúnes de mañana, dia de Sancta Agueda, á 5 del dicho mes de Hebrero, ántes que saliésemos de nuestro

alojamiento, en rompiendo el alba, de tal manera, que á duras penas se pudiera conocer una moneda, ya andaban delante nosotros y alrededor del monte escaramuzando y dándonos voces con el algazara acostumbrada, y llegaron caballeros moros cerca del alojamiento, y pidieron á voces por Ubedí, que era un caballero moro que iba en la compañía del rey Muley-Abaudila, ó por Gonzalo Fernandez, que era la lengua, los cuales salieron á ellos, y los moros les dijeron que tuviese el Conde por cierto que el rey Muley-Mahamet, con toda la gente del reino le daria la batalla, y que si Dios le diese la victoria, bien; y si nó, que prestase paciencia.

Sabido por el Conde que el Rey queria darle la batalla, regocijóse mucho, y lo mismo hicieron todos los caballeros de su ejército, los cuales estaban juntos en la tienda del Conde, porque á la sazon acababan de oir misa en su tienda; y, como ya tengo dicho, á las voces de los moros, los de nuestro ejército mirar y callar, como si ninguna cosa vieran, y así fueron gran rato del dia hasta tanto que, no pudiéndolo sufrir, un gentil soldado de nuestra gente, criado del Conde, que se llama Francisco de Nicuesa, con un arca

buz, desde encima de su caballo, derribó un principal moro, y yo le ví caer del caballo, y le ví llevar arrastrando los otros moros, de que todos nos holgamos, y pienso yo que lo mesmo hizo el Conde, aunque le riñó porque se habia apartado. Y digo esto, porque luego que este moro cayó, algunos de aquellos caballeros que junto al estandarte iban con algunos soldados, alzaron grande voz y movieron los caballos á la parte donde los moros estaban, y diria yo que ví moverse el estandarte, y aunque digo, parescióme mal, porque iba junto á él con mi crucifijo y bandera blanca; y como el Conde vió se movian aquellos caballeros, el cual andaba recogiendo su gente, puso las piernas á su caballo, y con gran velocidad, su lanza en la mano, se puso delante dellos, y con enojo y con razon los reprendió, diciendo: «¡Caballeros! ¿Qué flaqueza es la vuestra y poco ánimo? ¿Cómo por que un soldado mate á un moro, así tan livianamente os habeis de mover? Gran vergüenza tengo yo de deciros esto; pero, pues es asf, ¡por vida del Emperador! mi señor, que si otra tal os acontece, al que lo hiciere, aunque yo pase necesidad, he de alancearle el caballo.» Pasado esto, Don Martin de Córdoua, Señor del Albayda, se

llegó al Conde, y le dijo así: «Suplico á vuestra Señoría mande entregar la retaguardia á quien sea servido, porque yo quiero hoy pelear en el avanguardia con vuestra Señoría.» El Conde le prometió que si la batalla saliese cierta, que él enviaria á la retaguardia recaudo para que él pudiese ir á pelear á la avanguardia, y así comenzó el campo de marchar.

A las diez horas del dia vino un moro á su Señoría del Conde y al Rey, y les dijo como de Tremecen habia salido mucha gente de pié y de caballo, y que esperaban al Conde para darle la batalla, como él en su cartel la habia pedido. El Conde mandó dar de albricias á este moro 20 ducados y un capellar. Venia el Rey con toda la gente del reino y 400 turcos que habian podido venir de las fronteras de Tenez y de otros lugares. El muy ilustre señor Conde y Capitan general ordenó la batalla de la manera siguiente: En los escuadrones de la avanguardia puso en el de la mano derecha á D. Alonso de Córdoua, su hijo, con otros capitanes; y en el de la mano siniestra á D. Juan de Villaroel, y á las banderas destos escuadrones puso todos los capitanes de infantería, y al comendador Mota en la una, y á García de Navarrete, alcaide de Mazalquivir, en

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