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un arcabuzazo que dió con él y con la bandera en el suelo; y luego, el dicho D. Martin de Córdoua y los que con él iban, dieron Sanctiago por cobrar la dicha bandera, y á causa de una rambla honda que en medio estaba, la cual se tardaron en atravesar, los moros la pusieron en cobro, de manera que fué ésta la causa que la bandera no se cobró, aunque el moro que la traia no la volvió á llevar, porque quedó muerto en el campo. Salidos de la rambla, la vía de la retaguardia, vieron gente de caballo que nuevamente venia; y miraron más adelante, y vieron venir muy gran hilo de gente de caballo muy bien aderezados con ricas adargas y capellares: y esta gente era el alcaide Almanzor-ben-Bogani, Capitan general del reino de Tremecen; Muley-Mahamet, que entónces llevaba la delantera de su gente, la cual traia gran copia de gente de caballo y de peones. A esta sazon llegó Don Francisco de Córdoua, hijo del conde de Alcaudete, á juntarse con D. Martin de Córdoua en la retagurdia, y así se juntó; y desta manera caminaron, llevando más cantidad de moros en la retaguardia que hasta entonces se habia visto, los cuales venian con mucha gana de pelear con los cristianos; y así fué que á las tres horas

de la tarde, á la bajada de un valle, cargaron sobre los cristianos. Esto viendo, algunos de los escopeteros de Orán, que serian hasta 20, se les pusieron en unos bancaletes de peña que se hacian junto al camino, en emboscada, para que al bajar que los moros bajasen, les tirasen. Hicieron tanto daño en los moros, como despues se supo por los propios moros, los cuales dijeron que de los principales dellos hobo muertos y heridos, más de 60, y ántes que estos moros bajasen al llano, hirieron, de un escopetazo, al capitan Alonso Hernandez de Montemayor, el cual se habia llegado á la retaguardia; y á D. Martin de Córdoua le dieron otro en el morrion, y á otros criados suyos les pasaron las adargas y gorjales; pero no hirieron á ninguno dellos de manera que peligrasen. Y así perescieron aquí gran número de escopeteros con los moros.

Bajados al llano, cargó la gente de caballo y peones de los moros, y se juntaron tanto á la retaguardia, de manera que echaron muchas lanzas á los caballeros que en ella iban, y los peones muchas lanzuelas y piedras y garrotes, de manera que convino á los cristianos, por el mucho número de los moros, darles un Sanctiago, aunque en tierra trabajosa de lodo; y dióseles de tal

manera, que murieron siete ú ocho moros de á pié y un caballero, y de los nuestros, ¡bendito Nuestro Señor! no murió nadie, aunque en esto se pasó gran peligro. Visto por D. Juan de Villaroel en el peligro que estaban los caballeros que venian en la retaguardia, dió dello noticia al Conde; y su Señoría, vista la necesidad, mandó hacer alto á los escuadrones, y envióles en su favor á D. Alonso de Córdoua, su primogénito hijo, y al dicho D. Juán de Villaroel con cien lanzas y otros arcabuceros y ballesteros de gente suelta, á socorrer la retaguardia; y así lo hicieron, que el dicho señor D. Alonso Hernandez de Córdoua, con la gente de caballo socorrió; y D. Juan de Villaroel tomó al Capitan de la gente suelta de Orán, Juan Daça, y con alguna gente de caballo socorrió por el otro lado, por el que los moros iban cercando, de manera que el socorro fué muy bueno, y hecho como de muy buenos caballeros, y á muy buen tiempo. Fuéles tan bien á los moros en esta jornada y encuentro, que quedaron tan escarmentados, que otro dia, en la pasada del rio de Tibida, no se osaron llegar tan determinadamente, de donde entendió el alcaide Almanzor-ben-Bogani, él y todos los que con él iban, la poca parte que eran para

resistir á los cristianos. Šalimos de aquellos barrancos y ellos se retiraron con poca honra, como ellos merecian, y los nuestros con mucho placer corrieron un jabalí y á lanzadas lo mataron. Este dia nos hizo muy claro, en el cual Nuestra Señora nos comenzó á dar las muestras de nuestra victoria; y porque no hay placer sin contera de pesar, pensando el Conde pasar aquella noche al rio de Tibida, que es paso trabajoso, donde se presumia hallar contradicion, mandó el Conde caminar el ejército, y á la salida de los barrancos, junto á un arroyo, llegamos á un pantano de tanto hondo, que pensamos todos perescer, así por el mucho lodo como por la escuridad de la noche, y de tal manera fué el daño, que se perdieron muchos bagajes y caballos y tiendas, y el Conde perdió mucho, que no se pudo remediar; y su Señoría mandó que dello no se hiciese caso, pensando aquella noche pasar el rio; y D. Martin de Córdoua perdió sus dos tiendas y sus cajas de medicinas y bastimentos. Fué el trabajo tan grande, que con la escuridad de la noche, en unos cerros, á la mano derecha del camino, en unos palmares, asentaron los moros su real, porque parecian las lumbres que tenian, de manera que con

la escuridad de la noche y el desbarato del pantano, muchos de los soldados pensaban que las lumbres de los moros eran las del ejército del Conde, y así enderezaban allá su camino. Teniendo desto el Conde aviso, usó de una providencia grande, y es que mandó sacar tres hachas encendidas, las cuales llevó el capitan Pedro de Valdelomar con otros dos caballeros á caballo. Fué éste muy gran remedio, porque digo de verdad, como testigo de vista, que si este remedio no se diera, el campo se perdia aquella noche, porque, así como la gente que iba al camino de los moros vieron la lumbre de las hachas, tomaron conocimiento que era la lumbre de los cristianos, y así vieron el camino, y aunque con demasiado trabajo, vinieron en salvamento. Fué muy loado este ardid de guerra y buen remedio que el Conde dió, y por ser gran rato de la noche y mucha la escuridad, determinó su Señoría que el campo parase, y así se hizo, que tomamos alojamiento en la ladera de una sierra, con harto trabajo, en la cual noche padecimos mucho y demasiado frio, porque en aquel lugar no hay leña ninguna, y si alguna lumbre hubo, fué que ponian los soldados fuego á las palmas.

No quiero dejar de decir una cosa tan

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