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Ponce de Leon, y al capitan Alonso Fernandez de Montemayor, y á Juan Ponce, hijos del dicho Diego Ponce, y á D. Hierónimo de Córdoua, hijo del dicho Don Martin de Córdoua, y á otros algunos escuderos de los que allí iban: «El Conde me ha dicho que, echados estos moros de aquí, nos alojaremos desotra parte del cerro donde ellos están; tomemos nosotros la mano y hagámoslo, porque en ello no podemos sino ganar honra; y echados los moros del cerro tomaremos nosotros la posesion del alojamiento, así para nosotros como para todo nuestro ejército.>> Algunos de aquellos caballeros se rehusaban, diciendo que el Conde es muy vigilante destos negocios, y trae muy castigada su gente; á las cuales razones Don Martin de Córdoua les respondió: «No se deje en ninguna manera esto de hacer, porque si el Conde hubiere algun enojo ó cuestion, conmigo ha de ser, porque donde vuestras mercedes van no va hombre que desórden ninguno haga.» Oido esto, aquellos caballeros ya dichos, tomaron las armaduras de cabeza y adargas, y así, al más correr de sus caballos, arremetieron al cerro á la parte donde los moros estaban; los cuales, visto con el ánimo que los cristianos arremetieron, volvieron, sin

resistencia ninguna, las espaldas. Como el Conde alzó los ojos volviendo al puesto donde primero estaba, el cual venia, como ya dijimos, de visitar y recoger el ejército, mandó tocar la trompeta con la señal que se hace para parar, y á esta señal el dicho D. Martin de Córdoua y los que con él iban, no pararon, siguiendo su victoria. Como vió el Conde que no paraban, arremetió con su caballo rucio, y aunque poderoso, por respecto que la tierra estaba muy llovida con las muchas aguas que ya habemos dicho, cayó el caballo con el Conde, y áun caida peligrosa, porque diria yo que ví el caballo vuelto arriba y al Conde con trabajo. Fué grande el escándalo que todos tomamos, y cada uno iba al más correr de su caballo á ver qué le habia sucedido en la caida, teniéndolo á mala dicha; mas plugo á Nuestro Señor y á la Vírgen, Nuestra Señora, de quien su Señoría es devoto, que no desampara á los que van en su servicio, que vimos levantar al Conde sin lision ni pasion ninguna; y á la grita que la gente dió cuando vieron al Conde en el suelo, volvieron algunos destos caballeros del cerro la cabeza, y vieron que era el Conde, y así se dieron aviso los unos á los otros y pa

raron.

Fué muy desgraciado el tiempo que acertó á caer el Conde, porque cuando llegaron al cerro estos caballeros ya dichos, descubriendo, cayó del caballo en que iba el alcaide Abrahen, y pudieran muy á su salvo prenderle ó matarle; no se pudo hacer por la caida del Conde, por el cual respeto todos pararon y volvieron al lugar do el Conde estaba; el cual subió luego en su caballo sin que ningun daño recibiese, y á D. Martin de Córdoua dió una gran reprension; y yo, preguntándole de su caida, aquello del conde Fernan Gonzalez que respondió cuando le dijeron que la tierra se habia abierto y absorvido un caballero, dije: «Señor, la tierra no puede sufrir á vuestra Señoría, ¿cómo sufrirán los moradores della los rigurosos golpes de vuestra espada?» Respondióme su Señoría: «Padre, es que la tierra me quiere á mí como yo á ella;» y así paramos aquella noche en un palmar, de la otra parte del cerro ya dicho, y á la media noche nos dieron el arma, y esto muchas veces; y allí, por descuido ó por hacer más de lo nescesario, lo cual no deben hacer los que son puestos en los tales lugares, porque les sucederá lo que á éste, y es que nos alancearon los alárabes una centinela, aunque no murió.

CAPÍTULO XXIV.

De la primera batalla que el Conde tuvo dia de Nuestra Señora

con los moros,

Candelaria, y cómo fueron los moros vencidos, y de lo que nos aconteció en un pantano.

Otro dia, viernes, á 2 de Febrero, dia de Nuestra Señora Candelaria, vimos los moros alárabes cómo nos iban siguiendo por una sierra arriba, corriendo y habiendo placer, haciendo el algazara que suelen, y los nuestros poniéndoseles á vista; y algunos hablaron con ellos, en que fué el uno que les habló D. Francisco de Córdoua, hijo del Conde, y pasaron tiempo. Este dia, á las ocho horas de la mañana, en saliendo del alojamiento, mandó el Conde á D. Martin de Córdoua, Señor del Albayda, que con sus criados y alguna gente, la que pudiese recoger consigo, llevase cargo de la retaguardia, y, para esto, dejó con el dicho D. Martin de Córdoua á Diego Ponce de Leon, su primo, y al capitan Luis de Rueda con su compañía de gente de caballo, y con esta órden caminaron, y siempre llevaban al

guna gente de caballo de los alárabes moros, que les daban los gritos y algazara acostumbrada en la retaguardia. A las diez horas de la mañana, á la subida de un cerro, pareció una bandera roja grande, y con ella buena copia de gente de caballo. Visto esto, el capitan Luis de Rueda dijo á D. Martin de Córdoua: «Bien será, señor, que se saquen tiradores que llevemos aquí como gente suelta, porque no es posible sino que se les haga algun buen tiro á estos moros.» Y. á esta sazon el Conde peleaba en el avanguardia con el alcaide Abrahen y con mucha cantidad de moros de pié y de á caballo, entre los cuales habia muchos escopeteros; y el Conde mandó á D. Alonso de Villaroel que con 500 tiradores fuese por el un lado, y el Conde con la otra gente acometió é hízoles perder el cerro y volver las espaldas. Esto hecho, el Conde no quiso seguir porque estaba la tierra muy lodosa y pesada para la gente de caballo, mas volvió á recoger la gente, y volvieron á caminar en su órden.

Acabado esto, un arcabucero de la gente suelta que D. Martin de Córdoua traia en la retarguardia, vió descubierto el Alférez de la bandera roja, que ya dijimos, y, asestando su arcabuz, le dió

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