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barcó con toda su casa en una nao genovęsa, suntuosa, el patron de la cual se llamaba Micer Francisco de Aosta, y esta escogió su Señoría por tal, y allí embarcado dió grande ánimo á los Capitanes y gente de guerra que en tierra estaban, para que luego se embarcasen; y aquí fué tanta la priesa del embarcar, que era maravilla, porque, como testigo de vista digo, que en tres partes de la mar no se podian valer, que se ahogaban unos á otros, que era en el muelle y en la pescadería y en los almacenes; y así, todos embarcados, lúnes, en la noche, que se contaron io de Enero del dicho año de 43, su Señoría manda hacer señal de partida, y al cuarto del alba se levantó del puerto con una luna que parecia dia muy claro, con su farol encendido, y así le siguieron todas las otras naos, que eran en número de veintiuna velas, y así salen del puerto con mar bonanza y medianamente viento de tierra.

Mas como el enemigo, maligno perseguidor de los honradores de Dios y de su sancta fe, no duerma poniendo todas sus astucias contra ellos, ó, por mejor decir, que fué la voluntad de Dios para que este señor más mereciese; la noche siguiente vino un Poniente lleno, de manera

que le fué forzado á la armada retraerse, y visto esto por su Señoría, manda tirar un tiro á su nao Capitana para que las otras tuviesen conocimiento que iba á surgir al puerto del Jub, que es adelante del Cabo de Palos, á la entrada del cual creció el viento demasiadamente, y era ya de noche, y aquella hora vino una borrasca, y fué tal que pensamos todos perecer. Siguieron á la Capitana otras cinco naos, y D. Francisco de Córdoua iba en su nao vizcaina como Patrona, la cual llevaba su farol encendido; y como se quedaron más á la mar, no pudieron por la gran mar tomar el puerto. Anduvieron con gran peligro porque la borrasca les tomó más en lleno, de manera que otro dia de mañana no se hallaron en el puerto más de cinco navíos, y la Capitana, que fueron seis. Siguieron la Patrona todas las demas, y así lo mejor que pudieron, pensando ser anegados, lo uno por la gran mar, lo otro porque no llevaban velas, esperando á la Capitana, padeciendo mucha fatiga llegaron al puerto de Mazalquivir, una legua de Orán, y á la entrada fué muy peor que allí; pensaron del todo ser anegados.

CAPÍTULO XII.

Del ánimo y esfuerzo que el Conde tenia, vista la perdicion de su armada.

El muy ilustre señor conde de Alcaudete, Capitan general de África, estando surgido en el puerto del Jub, que es tres leguas de Alicante y dos de Guardamar, siendo de dia, y no viendo su armada, ya se puede sentir qué llegó á su corazon, teniendo entre las ondas del mar su honra, vida, hijos y hacienda, y aún no estar soldadas las llagas del desbarato de Argél. Cada uno de los lectores sienta qué sentiria; mas el Conde, con aquel ánimo generoso con que siempre venció las tribulaciones y trabajos, mostrando aquel rostro sereno, él mismo esforzaba y consolaba á los otros, y digo yo que diria aquello de David, que dice en el psalmo: «De la profundidad llamé á ti, Señor; Señor, oid mi oracion; Señor, ábranse vuestras orejas á mis voces y á mis ruegos»; y así, por cierto, como testigo de vista digo que su Señoría estaba puesto aquella noche de pechos, y las rodillas en el suelo, á los piés de su cama, delante un crucifijo que á la cabe

cera tenia, con una vela encendida, rezando muchas oraciones á Nuestra Señora

y á los Sanctos; y yo, con otros reverendos padres, frailes de Sant Francisco, que su Señoría en esta jornada traia consigo, rezando los psalmos penitenciales, con sus letanías; é yo oia cómo su Señoría respondia á toda la letanía, y esto hacia muchas veces. Estuvimos en aquel puerto del Jub aquel dia entero, pensando que el armada viniera, porque se habia quedado en Cabo de Palos: tomaron allí agua las naos; salimos otro dia al cuarto del alba, y anduvimos la costa de España, hasta el Cabo de Gata, pensando topar con el armada; y de allí refrescó el viento, y con gran pujanza de viento atravesamos la mar, y allí vino otra borrasca harto peligrosa, y mucho, porque, en verdad, nos puso en harto peligro y trabajo, en tanto, que echaron de las naos muchos caballos á la mar, por el gran trabajo en que se vieron. Venido el dia, miramos por las cinco naos que con la Capitana venian, y hallámonos solos en el Golfo, sin saber adonde podian haber aportado, porque segun fué la tempestad de la noche pasada, pensamos todos no hubiesen peligrado; y así, venimos á árbol seco en nuestra Capitana aquel dia, con harto dolor y pena ver una armada

tan excelente, separada, y no saber della. Contemple el lector qué tal estaria el corazon de nuestro Capitan general.

CAPÍTULO XIII.

De como vimos tierra de Orán, y desembarcó el armada en Mazalquibir, y de la nueva que el Conde tuvo de las naos que faltaban del armada.

Otro dia, mártes, de mañana, divisamos el aguja de Orán; y porque estaba el cielo muy nublado, y sobre la tierra gran neblina, con harto trabajo se pudo conoscer la tierra; y así plugo á Nuestro Señor que venimos en salvamento al puerto de Mazalquivir, en el cual hallamos á Don Francisco de Córdoua con su armada, en la entrada. Se hizo gran alegría y recibimientos con muchos tiros que el castillo de Mazalquivir tiró y todas las naos, y la Capitana entró llena de estandartes y banderas, tocando las trompetas y atambores que en ella venian; y así salió en tierra el Conde, y nos desembarcamos todos, porque los soldados de las otras naos ya estaban en tierra, y los más en Orán. Cosa

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