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biendo llegado cerca del castillo de San Felipe al anochecer, mandó rezar la oracion, y, dando juntamente el nombre, comenzó á marchar la vuelta de Bensulan; y habiéndose refrescado la gente en los pozos que hay en este paraje, se caminó hácia Tafaragua.

Llegóse á este sitio cerca de las dos de la noche, y comenzando á subir el puerto de la tierra de Tacela juntamente, comenzó el tiempo á amenazar con agua, truenos y relámpagos todo lo que duró subirse la cuesta, que hasta llegar á la cumbre seria más de hora y media, por lo mucho que tiene de ágria su subida. Habiéndola pasado, y mudándose el tiempo de Levante á Maestral, comenzó á llover muy récio, y con tanta continuacion, que duró el agua hasta casi esclarecer el dia, pasando Su Excelencia este tiempo rondando el campo y animando la gente, significando á todos las muchas comodidades que les deseaba. Amaneció el dia, no con mejoría del tiempo; reconocióse la gente, y enfrente de banderas, habiéndose juntado los Capitanes y Oficiales que en tales ocasiones suelen, propuso que, aunque consideraba el tiempo y el trabajo que se habia pasado aquella noche, y cuán rendida tenia el agua toda la gente, con todo,

convenia se llegase á Tagamassa, donde se habia de hacer celada y repararse de lo que se habia padecido, y, si Dios mejorase, se proseguiria la jornada, y si no, se retiraria della; á lo cual, con mucha aprobacion respondieron todos que se hiciese así, no obstante que á esta resolucion opusieron algunos inconvenientes, causados, así de la poca seguridad del tiempo, como del estado en que la gente se hallaba; sin embargo de lo cual, Su Excelencia mandó se marchase hasta tanto que se asentase el tiempo; en la fuente de Tagamassa, donde, haciendo algunos reparos la gente, se pudiese acomodar; y, habiéndolo hecho, y estando muy alegres con la mejoría del tiempo, y con la merced que Su Excelencia les hacia, animándolos y dándoles dineros con que se entretuviesen, se comenzó á marchar la vuelta de Méltega (que en castellano quiere de cir junta de los rios), por toparse allí el de Zarno y el de Maquerra, adonde, habiendo llegado con muy buen tiempo, como á las cuatro de la tarde, se alojó la gente con la órden y recato que en tales ocasiones conviene, asistiendo á esto con mucha diligencia y cuidado el Capitan y Sargento mayor D. Cárlos Ramirez de Arellano, en quien, por sangre y obligacion, concurren muy lucidos servicios y

experiencias militares áun para mayores puestos.

Otro dia, á las doce, salió Su Excelencia de la dicha emboscada en busca de los aduares, caminando el rio arriba más de tres leguas; y despues desto, ordenó al capitan Cristóbal de Vargas se apartase á la pasada del Álamo con todo el bagaje y soldados cansados, sin otros muy á apropósito para su más segura guarnicion, encargándole mucho el cuidado y vigilancia con que se habia de estar en esta ocasion, y dejándole muy prevenido con órdenes para todos los accidentes que podian sobrevenir en la que de presente ocurria; en lo cual, habiendo anochecido, se dió por nombre la Cruz, comenzándose á ver dentro de muy breve tiempo las luces del sitio donde estaban los aduares, y acercándose á ellos con gran silencio y atencion, y habiendo pasado algunos pasos de mucho peligro, como á las cuatro de la mañana se comenzaron á ver más distintamente las luces y oir, aunque de léjos, algunos ladridos de perros; visto esto y cuán cerca estaba de lograr tan honrosa ocasion, Su Excelencia mandó hacer alto, quitando mucho el rumor de la infantería, y ordenando que la caballería estuviese muy apartada una de otra, porque el relinchar los caballos no malograse la fac

cion que se esperaba. Todo lo cual, ordenado por Su Excelencia con increible prudencia y conforme á todo buen uso militar, mandó al Sargento mayor dividiese la gente en dos tercios. En el ínterin que esta division se concluia, se reconocieron con astucia y maña los aduares, y estándolo y midiendo la distancia del lugar con lo que faltaba para amanecer, y juzgando ser aquella hora la que convenia, comenzó á marchar la gente, llevando á su cargo el un tercio de la infantería el capitan Don Cristóbal de Heredia; el otro el Sargento mayor, capitan, D. Gil Navarrete, y el ayudante D. García Navarrete Ribera la compañía de caballos; el capitan D. Beltran de Castro y de la Cueva, caballero del hábito de Santiago, seguia al de la mano derecha, y la de D. Diego Cortei, que iba á cargo de D. Jorje de Angulo, su Teniente y Alférez, de la izquierda, dando órden á los Capitanes siguiesen las espías que llevaban y diesen á un tiempo. en los aduares; lo cual, así entendido y puesto en ejecucion, habiendo llegado el Sargento mayor al sitio que le tocaba, y estando aguardando en él que el capitan D. Cristóbal llegase á su puesto, oyó que una mora salia de su tienda, dicen, riñendo con su marido, la cual, por reconocer

la gente y comenzar á dar voces, obligó al Sargento mayor dar al punto Santiago, á cuyo ruido, comenzando el otro tercio á apresurar más el paso, asistiéndole mucho la caballería, aplicando á esto la diligencia posible, sin embargo della, cuando se llegó al aduar, ya se hallaron los moros en huida; á lo cual, acudiendo la caballería con notable diligencia, cautivó más de 80 personas, y de tres aduares en que se dió se cautivaron 210 esclavos, todos de estimacion, por ser aquel lugar Zauia, que quiere decir Universidad de estudiantes morabitos, gente que nunca habian visto cristianos ni querido tomar seguro de Su Majestad, por considerarse poco necesitados dél, así por estar retirados en la boca de la Zahara, como por estar guarnecidos con más de 25 aduares de guerra que les hacian compañía. Su Excelencia, con increible valor y ánimo, junto con su estandarte Real y banderas de infantería, llegó con toda brevedad al aduar que le habia cabido al Sargento mayor, que del todo no estaba rendido, acompañándole los Capitanes entretenidos, y otros soldados de cerca de su persona, juntamente con el padre fray Ponce de Leon, de los mínimos, su confesor y calificador de la Suprema, con cuya llegada se barajó todo con brevedad, entre

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