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un turco muy gallardo que los retirase, y en llegando le dieron un arcabuzazo que cayó allí, aunque no muerto, segun pareció por lo que dijo un renegado que vino con un mensaje del Rey á D. Martin, pidiéndole lo dejase retirar, al cual se le respondió que lo llevase, y á los demas tambien, y que le dijesen al Rey que si porfiaba en la empresa, que no volveria á Argel ni nadie de los que con él vinieron. Este mensaje se le dijo en sus tiendas delante de los más famosos genizaros, los cuales todos dijeron que era verdad, y que si socorro venia como se tenia por nueva, que no volveria hombre á Turquía. En estos dias llegaron á Cartagena las galeras de Italia, y D. Francisco de Mendoza, General para este socorro, ordenó que D. Francisco de Córdoba, hermano del Conde de Alcaudete y de D. Martin, tomase ocho galeras y con ellas llegase á la playa de Orán para tomar los navíos que allí estaban en el paso de Orán, el cual fué con una presteza increible, y decia que llegando cerca, viendo los navíos que salian de la punta, que tuvo gran temor que pensó estábamos perdidos. Y en aquel punto vió encender una pieza del bastion que sale á la isla, que llaman de los Ginoveses, y entónces, con gran ale

gría hizo que bogasen los forzados para llegar ántes que zabordasen en tierra. Los turcos se dieron tan buena maña, que sacaron sus soldados y los desembarcaron en la playa, y pusieron fuego á sus navíos con mucha priesa, porque el Conde, habiendo visto á las galeras, salió por la falda de la sierra con toda su infantería y caballos, y llegó muy cerca de los enemigos. D. Francisco de Córdoba retiró las galeras, porque no recibiese daño su hermano, que con su favor habia llegádose mucho. D. Francisco de Mendoza arribó sobre el cabo de Falcon; más adelante de Mazalquivir dió cara á los navíos que allí estaban, aunque no los pudo tomar, y así volvió las proas para entrar en el puerto adonde ya el Conde de Alcaudete habia llegado. Y fué cosa muy de ver lo que todos aquellos caballeros cortesanos hacian con todos los soldados, y con Don Martin, porque, cierto, parecíamos carboneros, y tan desemejados, que se conocian muy bien entre los demas que vinieron. Juan Andrea Doria quiso muy en particular ver lo batido, y decia que á caballo se podia entrar y que le parecia imposible haberse defendido, que sin duda eran los mejores soldados que habia en el mundo, pues en batería tan llana la ha

bián defendido; pues cuando vieron á D. Martin con la figura que sacó, fué muy gran maravilla lo que con él hacian cada cual, queriendo ser el primero de abrazallo, subiendo su nombre sobre las nubes y engrandeciendo sus hechos; y cuando supieron que por gran regalo le daba una poca de carne salada que tenian de las bestias de carga á los soldados el dia del asalto, y que D. Martin no tenia más racion que el más pobre de todos, entonces fué mayor espanto para ellos, y parecíasenos muy bien en los rostros las necesidades que habíamos pasado. Tratóse que seria bien combatir su retaguardia, pero parecióles que era hacer desórden por ir ya muy lejos, porque en viendo las galeras hicieron gran diligencia en retirarse, dejándose el artillería, que eran unas piezas guesas y otras pequeñas, y gran cantidad de municiones y bastimentos y pertrechos de guerra; todo lo cual se recogió á las galeras para llevarlo á Orán, adonde fueron recebidos con gran contento, y los religiosos en procesion cantando el Te Deun laudamus por la merced recebida, que fué como de su mano, porque, cierto, con fuerzas humanas era imposible defendernos. El Rey, nuestro señor, hizo merced á todos los más, y á D. Martin de

la encomienda de Hornachos y al Conde, su hermano, de otra encomienda. Lo que más hay que saber fué, que el Conde, despues de la retirada de los turcos, vino á España, y el Rey le hizo mucha merced y le trató muy bien y lo hizo Virey de Navarra, con grandes preminencias, adonde fué y murió, haciendo muy gran falta al Rey y al reino, porque era de muy buen entendimiento y prudente, y trataba con gran seso los negocios. Sintióse mucho su muerte y trújose á Alcaudete á enterrar con grandísimo trabajo de todos, y más de su mujer, que lo traia una jornada de sí.

Guzman. ¿Y cómo se llamaba la Condesa?

Navarrete. Doña Francisca de Mendoza, tan valerosa, que hay pocas que le lleguen al lado.

Mendoza. Por cierto, que holgaría de servilla, y no por el nombre de Mendoza, sino porque he oido de ella grandes cosas de cristiandad y recogimiento, y gran juicio.

Navarrete. Si la conosciésedes lo diríades mejor, porque es tal que no hay que desear en la tierra que ella no lo tenga. Guzman. Basta lo dicho y comamos, que está aquí el manjar.

Mendoza. Ello esté muy en hora buena, que no nos hará daño.

Guzman. Yo lo fio, por ser poco. Navarrete. Eso no creo yo, que vos sois demasiado, y así me lo parece, por vuestra vida, que no haya tanta desórden, que yo no lo puedo gastar; y por eso, en cayendo el sol, me tengo de ir, y vos os quedareis.

Guzman. Comed agora, que eso será como vos lo ordenáredes.

Navarrete. ¡Qué coma yo! no sé que más he de comer, que estoy harto hasta el pico, que no puedo ir adelante.

Guzman. Pues que no quereis comer, bebed eso poco que ahí está.

Navarrete. Yo he bebido tanto que es vergüenza, pero disculpame el estar tan fresco, que me parece estar más que ayer.

Mendoza. Bueno está agora.

Navarrete. Pues habeis dicho que hareis lo que yo quisiere, yo quiero que dejemos de comer y alcen los manteles y nos vamos.

Mendoza. Teneis razon, que antes hace el más lindo dia del mundo para que nos vamos luégo, porque hace aire y nublado.

Navarrete. Vos teneis razon, y co

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