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dias se comieron los bastimentos que tenian y sin hacer nada. Conocido esto por el Conde y que lo que los alárabes decian era mentira y entretener, determinó ir sobre Mostagan, y así por la obra se puso. Llegando allí, otro dia llegó el rey de Argel con 8.000 hombres práticos, y con grandísima cantidad de peones moros y con muy buena caballería, que pasaban de 10.000 caballos, y con este ejército se presentó á vista nuestra. El Conde, como los vió, envió á su hijo D. Martin con los caballos y 4.000 hombres á que escaramuzasen con ellos y provocase á batalla. En llegando D. Martin hácia ellos, se le fueron retirando con más priesa que era justo; estándolos mirando el Conde, volvió á los que cerca allí estaban y dijo: «No la quieren, pues á la mañana se la daremos aunque no quieran.» Y así se entró en su tienda. Los Capitanes que habian quedado en el campo, fueron á la tienda del Conde y le hicieron un parlamento; y en resolucion, fué que se retirasen que eran muchos moros, y esto con más libertad que era razon, que parecia ellos gobernar y no ser gobernados. Y así volvió á Miguel de Antillon, su camarero, y le dijo: «¿Qué es esto, que me quieren quitar la victoria que tengo ganada?» Y esto dijo

con tanta pena, que parescia quererse morir, y templóse y dijo: « Agora vendrá mi hijo, y con él se tratará lo que en esto se debe hacer.» Y con esto se fueron los Capitanes. Una cosa no puedo negar, y es que el Conde tuvo aquí gran culpa; y si él hiciera una cosa sola (á mi juicio), no tan solamente no se perdiera, pero hiciera el mejor y mayor hecho que nadie hizo.

Mendoza. ¿Qué habia de hacer para reparar tanto daño como sucedió?

Navarrete. Yo os lo diré para que lo entendais: ya os dije que fueron los Capitanes con más esempcion que convenia, casi mandando y no suplicando. Lo que el Conde habia de hacer es, que despues de idos á sus alojamientos habia de enviar á llamar á cada uno de por sí, y comenzando por los que parecian más culpados los habia de mandar descabezar, y despues de hecho, habia de llamar á los soldados y mostrárselos degollados, y decir por qué lo hizo; y elegir otros Capitanes luégo; y con esto apaciguara el alboroto y desvergüenza. Esto dicen que dijo Juan de Vega, el Presidente, que era una de las mejores cabezas de España y de mejor juicio: ésta es la culpa que se puede poner desta jornada, y no fué poca. El Con

de se quedó en su tienda tan congojado, que, segun me dijo el capitan Miguel de Antillon, su camarero, que nunca lo habia visto tanto en su vida. Venido su hijo D. Martin, le dijo: «¿Qué os parece, hijo, destos Capitanes que quieren que nos retiremos?» Lo que pasó en esto no lo sé, más que los Capitanes iban diciéndole muchas cosas, y prometiendo que volverian, en retirándose del reino los turcos. D. Martin dijo públicamente: << Caballeros, pues que quereis que nos retiremos, hágase; pero mañana vereis qué es retirarse de turcos y moros, y cuán peligrosa cosa pelear con ellos retirándose.» Con esto se comenzó á tratar de la retirada y así se hizo, que aquella noche se comenzó á hacer la vía de Mazagran, y amaneció cerca de Mazagran, que es una legua; y como los turcos supieron la retirada (cosa que ellos jamás pensaron), ántes, segun se supo, estuvieron toda la noche aguardando cuándo habian de dar en ellos, y así tenian los caballos de la rienda sin desenfrenallos. Como supieron que se retiraba el campo, salieron con grande ánimo á pelear con nuestra retaguardia, adonde D. Martin iba con los caballos y cierta infantería; y fué así, que D. Martin lo comenzó á hacer con más

ánimo suyo que de los que iban con él, porque en una carga que les quiso dar, fué con tanta tibieza de los nuestros, que no se puede imaginar; y así, cuando llegó á los turcos, no iban con él 30 de á caballo. Mendoza. Dicen algunos que estaban muertos de hambre todos.

Navarrete. No niego que no habia mucha necesidad; pero esto ¿qué importa para la cobardía que tuvieron? que si habia necesidad de comer, con pelear lo tomaran á los enemigos que venian bien proveidos; si ellos remediaran su necesidad con ello no me espantara; pero ni la remediaron ni hicieron más de lo que hicieron, que en viendo á D. Martin herido, que en esta carga lo hirieron de un arcabuzazo, volvieron todos á huir sin golpe de espada; lo cual, visto por el escuadron de la batalla, dejaron las picas y hicieron lo mismo á entrarse en Mazagran, como si fuera Córdoba y tuvieran donde se albergasen. El Conde, vista esta maldad que pasaba, volvió de la vanguardia á la retaguardia, afrentando á los que huian sin ver, porque aunque habia tantos, áun no habian llegado á romper con los nuestros, ni á las espadas. Los turcos, con su presteza, que es tanta que espanta, en venciendo, cargaron á los nuestros de ma

nera que hicieron retirar á los soldados viejos de Orán, aunque no huyendo como los otros, sino tirándoles y recibiendo las cargas muy ordenadas: con esto detuvo el Conde el ímpetu de los turcos y moros, que iban de victoria cerca de seis horas. En este intervalo entró tres veces el Conde en el lugarejo á pedir á los soldados saliesen á pelear, pues veia que con tan pocos soldados que peleaban detenia la victoria tanto tiempo.

Mendoza. Pues á eso, ¿qué le respondian esos que se habian entrado y encerrado?

Navarrete. No más si no volver las espaldas, y áun dicen que le dijeron que saliese él, que no querian salir. Esto sintió él tanto, que me decian los que allí cerca se hallaron, que dijo: «Salgamos á morir, y no pierda su honra la casa de Montemayor.» Y así, salió con tanto ánimo como era menester para ir á morir. En este tiempo los turcos hacian mucho daño en los soldados viejos que peleaban con unas pecezuelas de artillería, aunque los cristianos tiraban con las suyas, y Ginés de Osete, un catalán, como valiente hombre hacia aquello del artillería, pero habiánseles quemado la pólvora cuando huyeron, y entónces tambien se les que

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