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borlas de carmesí, que yo ví muchas veces, y la tiene Martin Alonso; y como Martin Alonso lo vió muy apartado de los suyos, como una carrera de caballo, arremetió á él; y el moro, como lo vió adelantarse, dió más priesa á su caballo por encontrallo apartado de su caballería, que vendria como cien pasos atras, y como el uno iba hácia el otro presto se toparon; y el moro tiróle la lanza ántes de llegar ménos de diez pasos, á fin de dalle y salirse ántes que Martin Alonso lo encontrase. Quiso Dios que, como el viento era tan récio y la lanza llevaba veleta, y muy grande, púdose apoderar della el viento y torcióla; así estorbó que no le diese aunque se la tiró tan cerca, que sin duda lo matara, si le acertara, por ir desarmado; á Martin Alonso le sucedió mejor, porque como iba á pasar el moro, le dió una lanzada en la hijada del caballo que le pasó de la otra parte dos brazas de lanza, y así pasó el uno por el otro; el moro probó á sacar la lanza de su caballo sin que el caballo del moro cayese ni hiciese más sentimiento, que si no estuviese herido; mas como vió que Martin Alonso volvia con la espada en la mano, él sacó tambien su alfanje al tiempo que ya Martin Alonso llegaba, y dióle una cuchillada en el hombro dere

cho que le hizo caer el alfanje de la mano, y luego le dió otra cuchillada en la cabeza que dió con él del caballo abajo.

Guzman. Cierto, eso fué muy buena suerte, y de ventura no acertar el tiro de la lanza del moro.

Navarrete. Fuélo tanto, que no puede ser más, y por ser á la vista de los moros y cristianos fué muy estimada; y diréos una cosa muy de reir: que como Martin Alonso arremetió á el moro, los que iban tras él pusieron los ojos en lo que pasaba, de manera que no miraron por dónde iban, y en el camino estaba una calera vieja, y el que iba delante cayó dentro y otros cuatro tras dél encima, que le mataron el caballo.

Mendoza. Donosa cosa fué esa, no estaria contento el que le mataron el caballo.

Navarrete. Si él no lo estaba estábamoslo nosotros, porque aquel moro aquella semana habia muerto dos cristianos en los majuelos encima de la ciudad, y así, todos se alegraron y alabaron mucho á Martin Alonso, por no haber alzado la adarga á la lanza del moro, y si la alzara, se le iba sin dalle. Fué esto muy estimado, por haber en otros quince dias halládose mano á mano con dos caballe

ros en diferentes dias, que no fué en un dia, y entrambos los mató, tan apartado de la gente, que sólo Dios y su destreza le valió; y así, el Conde le hacia tanta merced que era cosa de espanto, porque cuando esto pasaba áun no tenia barbas. Y yo os prometo, como cristiano, que no digo esto por el amistad que le tengo, sino por decir verdad, como quien lo vió, y hay tantos testigos como hay hombres buenos, y son muchos los que en aquellos dias se hallaron en todas estas refriegas. Estuvimos algunos dias sin hacer nada, que los moros se apartaban; tras estos dias se salió á hacer una cabalgada y erróse el tiro, y el Conde fué á la corte á besar las manos al rey de Bohemia, que entónces gobernaba en Valladolid, y de ahí á Flandes al Emperador, que en aquel tiempo pretendia las galeras de España. Quedó D. Martin en Orán, y comenzaron ciertos chismes entre él y Diego Ponce de Leon, de manera que empezaron á llevarse mal, por ser Diego Ponce teniente del Conde, y D. Martin queria ser el todo; y así, se mordian, cosa que estaba mal á todos. En este tiempo hizo D. Martin muchas cabalgadas, y entre ellas una, la mejor y más gustosà que pudo ser, y fué: que por Santiago le llegó un aviso que

por allí cerca habian de pasar ciertos moros con camellos cargados de sal, que estaban en las salinas, y como tuvo el aviso, envió al aposento de Martin Alonso á llamarlo, que seria á media noche, y le dijo lo que pasaba; y ambos, juntos, cont un paje, salieron de palacio y fueron á casa de Gonzalo Fernandez, que era lengua para informarse bien de lo que la espía decia. Y de allí salió Martin Alonso y dió aviso á su hermano Juan Ponce, y juntos, comenzaron á apercibir la gente de casa en casa, y dos horas ántes de amanecer salimos con muy poca gente, y fuimos á más andar á meternos en una celada ántes que fuese de dia, y con todo, no se pudo hacer, que bien salido el sol se llegó á la celada, y dejó D. Martin con Juan Ponce la gente, y él y Martin Alonso estuvieron en atalaya á ver si los moros parescian, y desde á buen rato parescieron y se vinieron llegando adonde estábamos; y D. Martin envió á Martin Alonso para que diese el órden que él le mandó; y fué: que Juan Ponce, su hermano, con 20 caballos, fuese hácia el Levante á tomar las espaldas á los moros, y su Alférez de Martin Alonso, que se decia Iñigo de la Tobilla, un hidalgo de Alcaudete, saliese con otros 10 caballos; D. Martin y

Martin Alonso, con el resto de caballos y con toda la infantería, diesen en medio de los moros, que serian más de 500 camellos y 400 moros, todos á pié, si no fueron dos de á caballo, que el uno era la espía que habia hecho pasar los moros allí, para que los hallásemos todos juntos. Con esta órden salimos á ellos, y yo iba con Don Martin, y en bajando de un recuesto que bajamos, dió Martin Alonso en los moros que ya estaban apiñados, y con propósito de pelear, y apartáronse D. Martin por una parte y Martin Alonso por la otra, y andaba dando voces que no matásemos hombre, porque los que matásemos perderíamos, y con esto no habia hombre que matase moro: los moros creyeron que no osábamos, y andaban muy gallardos. Con esto habíannos herido un caballo, y ellos juntos todos: en este tiempo pasó, de donde estaba D. Martin á donde andaba Martin Alonso, un caballero Capitan, que se llamaba Luis Alvarez de Sotomayor; fué ventura no matarlo de una lanzada que le dieron; allegó donde Martin Alonso andaba, y díjole: «Señor, si no mandais matar á todos nos matarán primero que llegue la infantería.» Oido esto por Martin Alonso, nos hizo á todos juntos arremeter y dijo: «¡Sanctiago, caballe

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